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Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Hablar estos días de corrupción en España ha vuelto a ser un ejercicio de costumbrismo. Algunos podrían decir que es normal que los que hemos expresado un pensamiento crítico contra el Régimen nacido en 1978, surgido del conchabeo entre el tardofranquismo y la denominada oposición democrática, aprovechemos estas circunstancias para agudizar la crítica. No es así. Todo lo que está ocurriendo, de archisabido ya empieza a ser aburrido. El régimen monárquico se sostiene gracias a la corrupción, es consustancial a él, está en su naturaleza, es una simbiosis indisoluble.

Por ello, vamos a limitarnos a darle la voz a uno de ellos mismos. Hombre del PP, fue eurodiputado y ahora exponente mediático de la derecha gobernante. Pero como la peste ya se siente en todos los rincones de España, hasta una persona como Luís Herrero no tiene más remedio que decir lo que ya es evidente hasta para el más fanático de los partidarios de esta ruina política en que se ha convertido el montaje criminal nacido a la muerte del general Franco.

Estas son las palabras de uno de ellos…

<<La primera miguita de pan que marca el camino pestilente que ha seguido la Operación Lezo la colocó un denunciante anónimo hace la friolera de diez años: alguien le había hecho llegar a Ignacio González una comisión de un millón y medio de euros, a través de un banco suizo, por haber influido en la adjudicación de una obra pública. Alvaro Lapuerta, por entonces lúcido tesorero de Génova, se puso a investigar. Y al poco tiempo, tócate las narices, llegó a la conclusión de que lo que contaba la denuncia era la pura verdad.

Elaboró un dossier y se lo pasó a sus jefes. Lo más asombroso de todo es que, según Lapuerta, el hombre que le confirmó el pago de la ominosa comisión fue el mismísimo presidente de la entidad pagadora. Es decir, Juan Miguel Villar Mir, presidente de OHL. «¿Lo puedes probar?», le preguntaron. La reacción no podía ser más cínica. Lo que le estaban diciendo a Lapuerta es que si no existía demasiado riesgo de que el pufo aflorara a la superficie, lo mejor era dejarlo estar. ¿Para qué montar un lío que iba a perjudicar al partido si no había más prueba de cargo que el testimonio de un buen amigo que no pensaba abrir la boca?

Sólo por este episodio ya se le tendría que caer la cara de vergüenza, siendo benévolos, a media docena de sinvergüenzas. A unos, por cobrar. A otros, por pagar. A Lapuerta, por enterrar el dossier. Y a los mandases del PP, nacionales y regionales, por permitir que alguien tan marcadamente sospechoso de ser un chorizo siguiera en activo en la vida pública. Estos días, cuando Rajoy insiste en que el PP es el partido que ha hecho más cosas concretas para acabar con la corrupción, debería repasar su propia conducta. En los ocho años siguientes a la denuncia, González fue consejero del Gobierno de Madrid, secretario regional del partido, vicepresidente autonómico y presidente de la Comunidad. No está mal para alguien con sus antecedentes.

El olor a podrido siguió creciendo. Siete años después, el alcalde de Leganés fue a ver al secretario de organización del PP, a la sazón Juan Carlos Vera, y le aportó nuevos datos sobre las viejas sospechas. A Vera el asunto le quemaba en las manos y le dijo al edil que se lo contara a Carlos Floriano, por entonces vicesecretario general del partido. Floriano le escuchó, puso gesto de «madre de Dios, qué lío», le agradeció la información y, acto seguido, como es natural, subió al despacho de Rajoy para pedir instrucciones.

Rajoy evaluó la situación. En siete años las cosas habían empeorado notablemente. Del dossier con la confesión privada de Villar Mir que le enseñó Lapuerta en 2007 se había pasado a la denuncia del alcalde de Leganés de 2014. El índice de toxicidad potencial de la historia había subido varios enteros. ¿Y qué hizo entonces? ¿Cortar por lo sano, tal vez? ¿Exigirle a Floriano lo que no le exigió a Lapuerta? ¿Tratar de llegar al fondo del asunto? Por supuesto que no. Ese dudoso honor le ha cabido al juez Eloy Velasco.

El auto judicial que hemos conocido estos días nos dice, entre otras muchas cosas, que la denuncia anónima que llegó a manos de Álvaro Lapuerta diez años atrás estaba básicamente en lo cierto: OHL, a través de una filial en México, había pagado un millón cuatrocientos mil euros a un testaferro de González en el Anglo Irish Bank de Ginebra por la adjudicación de la línea de transporte ferroviario entre Móstoles y Navalcarnero. El yerno de Villar Mir, consejero delegado de OHL, está detenido.

Me temo que esta historia no es sólo la lamentable crónica de la investigación judicial menos discreta del mundo, en la que magistradas amigas avisan de que hay teléfonos pinchados, fiscales amigos tratan de descafeinar los registros de la guardia civil y políticos amigos anuncian las detenciones con dos meses de antelación. Es, sobre todo, la historia de un partido que confunde la complicidad y el encubrimiento con la virtud y la ejemplaridad. Pincho de tortilla y caña a que, a pesar de todo, nos siguen pidiendo que aplaudamos su magnífico ejemplo>>.

Venga, a seguir votándolos…

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Donald Trump ha demostrado ser tan cretino como parece. Pudo haber hecho cosas grandes, pudo romper la dinámica internacional acabando con las pretensiones hegemónicas a nivel mundial de un establishment asentado en el más voraz capitalismo financiero, militar y mediático, de ideología neocons y sentado sobre una gigantesca pirámide de cadáveres; pudo cambiar la imagen de unos Estados Unidos intervencionistas acostumbrados a actuar como matones y gangsters en la escena internacional, pudo haber acabado con esa organización siniestra llamada OTAN; puedo haber llevado un poco de optimismo a una población norteamericana deprimida y en decadencia…

Pero no ha sido así. Puede que no le hayan dejado, que haya sido víctima de un golpe palaciego encubierto de eso que se llama el “Estado profundo”. No deja de ser sospechoso que sus colaboradores más estrechos y díscolos, como el general Flynn o Bannon entre otros, hayan sido destituidos y reemplazados por halcones del Establishment. Pero eso no le justificaría. Siempre hay una salida honorable para una persona digna: hablar al pueblo con la verdad y marcharse.

Al contrario, atendiendo a la definición literal del Diccionario de la Lengua Española, Trump es un completo gilipollas, un cretino que hace honor al dicho de que “es mejor callar y que todos piensen que eres idiota, a hablar y demostrarlo”.

Con la agresión a Siria, Trump ha caído al nivel más bajo que se podía esperar de quien se presentó como un “antisistema”, y no pasa de ser un muñeco con cara de payaso, formas de payaso y maneras de payaso. Es decir, es un payaso. Un idiota que no ha aguantado ni dos meses las presiones del auténtico poder en los Estados Unidos.

Como comandante en jefe de las fuerzas de la coalición internacional ha callado como una rata sobre los cientos de civiles asesinados en Mosul y otros puntos por sus aviones, o el genocidio que día a día cometen sus amigos en Yemen o en Gaza, pero salta como un resorte ante la impostura de un oscuro episodio de armas químicas al que se acusa sin pruebas a la aviación del gobierno legítimo de Siria, ese que está luchando a brazo partido con el terrorismo islamista, mientras Trump y sus cómplices occidentales, Arabia Saudita, Israel o Turquía, no han hecho otra cosa que alimentar.

Trump se enerva por el triste episodio del ataque químico (una historia que nos suena a vieja mentira en Irak o en la propia Siria en 2013) y en menos de 48 horas fue capaz de obtener unas pruebas que no ha presentado a nadie, saber que el propio Assad “ordenó” el ataque químico (no sabemos si con un washapp), tomar una decisión ilegal y contraria al Derecho Internacional contra un país soberano y miembro de las Naciones Unidas y llevarla a cabo lanzando 59 misiles de crucero… con bastante ineficacia, por cierto.

La “indignación” de este mamarracho encaja a la perfección con aquella máxima de Marshall McLuhan de que “La indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad”.

Trump, Trump… Ya no engañas a nadie. Has demostrado que eres un completo gilipollas. Ahora, a ver cómo lo arreglas…

Juan Antonio Aguilar

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Los acontecimientos de los que hemos sido testigos en los últimos años han sido los síntomas de que el orden establecido tras la caída de la Unión Soviética, la globalización capitalista y los valores del cosmopolitismo pijoprogre, empezaba a resquebrajarse.

Estos últimos días nos han traído la toma de posesión de Donald Trump como 45 presidente de los EEUU. No sabemos que hará Trump en el futuro, ni si realmente podrá hacer muchas de las cosas que ha prometido, ni siquiera podemos asegurar que pueda acabar su mandato si continúa enfrentándose al Establishment oligárquico norteamericano.

Pero la histeria, rabia y odio que ha provocado en los voceros del sistema dominante… ha sido impagable. Enfrentarse a cara de perro a los predicadores de los medios de comunicación que solo obedecen a sus amos, despreciando el sentir verdadero de los pueblos, ha sido un espectáculo luminoso, una señal que nos enseña el camino a los demás. Provocar el pánico y la desazón a los burócratas de Bruselas y la OTAN, de la Merkel y de eso que todavía gobierna en Francia, es un chute de alegría para todos los que sufrimos a diario las decisiones de esa chusma. Preocupar a tanto economista liberal, siervos de “los mercados” y palanganeros de los poderes financieros de la cloaca liberal es dejar en evidencia que las contradicciones internas del sistema capitalista siguen estando presentes y lo vergonzoso que es que tenga que ser un gobernante multimillonario y nacionalista quien tenga que provocarlo. ¿Y la ira levantada en las capillas políticas pijoprogres? Sí, todas esas que estuvieron calladitas mientras Obama masacraba a siete pueblo pobres a lo largo del mundo… han roto su silencio y tocan a rebato AHORA para detener “el fascismo” en la Casa Blanca. Jocoso ¿verdad?

Todo esto nos lleva a una terrible conclusión. El crimen de Trump, como antes el de Putin o Assad, de Ahmanideyad o Gadaffi, de Chávez o Lukashenko, de Milosevic o de Correa, es que es se ha salido del carril que el poder impone a las castas políticas para oprimir a los pueblos. Salirse de la impostura global, del universalismo de los mercados, del cosmopolitismo como relato dominante, apelar a la soberanía, a la independencia, a la identidad, a la diferencia,… es inconsentible para el Establishment dominante en todo el mundo. Es que todos esos tipos son unos subversivos, unos seres peligrosos, porque son “políticamente incorrectos”.

A veces es muy difícil argumentar lo obvio. Y lo obvio es que la IDEOLOGÍA DOMINANTE ES LA IDEOLOGÍA DE LA CLASE DOMINANTE. Y todos sabemos cual es la clase dominante en la globalización capitalista.

El primer paso de los oprimidos contra esa clase dominante es destrozar, deslegitimar, reírse a mandibula abierta de esa ideología dominante, de ese discurso políticamente correcto que se expresa de forma peligrosísima en la praxis en la actuación represiva del poder, en la acción de jueces repugnantemente vendidos, en el asesinato social por parte de medios de comunicación, en el adiestramiento salvaje en las escuelas, en la endogamia universitaria, en la corrupción y nepotismo de la clase política y en la acción expoliadora de los detentadores del capital financiero.

Bajo el soft-totalistarismo de la modernidad agonizante, solo hay un único espacio de libertad: la de ser políticamente incorrecto. Es duro porque a todo lo anterior hay que sumar la acción moralizante (porque hasta la superioridad moral han comprado) de curas laicos y con sotana, de predicadores y juntaletras de los medios y hasta la del vecino que le mirará como un bicho raro o un ser despreciable. Pero no importa. La libertad es más valiosa que las excomuniones sociales. Que se vayan a tomar por c…. Seamos libres, valientes para decir lo que pensamos aunque sea criticable o equivocado. Porque lo que está en juego en estos momentos no son unas ideas progresistas o conservadoras, de derechas o de izquierdas, democráticas o autoritarias. Lo que está en juego es la propia libertad, es la soberanía de los pueblos para construir su destino, es la paz y el futuro. Lo demás ya lo discutiremos libremente.

Ahora, en los tiempos convulsos que se avecinan, solo podemos ser políticamente incorrectos. Sin miedo y decididos a desenmascarar tanta estulticia, estupidez y monserga con las que nos intoxican a diario desde los púlpitos alimentados con “diamantes de sangre”.

Ya basta de idiotizarnos (solo hay que recordar en estos días ese «calendaria» feminista de 2017 de la Universidad de Granada, en el que se altera el género de los meses del año: «Enera, febrera, marza...»). Ya está bien de encarcelar a un humorista francés porque no gusta a los poderosos lobbies sionistas y tener que soportar a un líbelo como Charlie Hebdo burlándose de los muertos y las víctimas de atentados terroristas o catástrofes naturales. Hay que pararles los pies ya. Los tiempos están cambiando y esta vez no parece que sean muy favorables a los que en su soberbia habitual habían pretendido que la Historia se había acabado, una soberbia que les impedía ver que los que están acabados son ellos.

Y alerta, camaradas… más pronto que tarde, las ratas empezarán a cambiar de bando.

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Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

El pasado domingo los ciudadanos asistieron al penúltimo episodio que nos ha ofrecido la ambición de poder en el sistema de partidos que domina la política española. El derrocado secretario general del PSOE, Pedro Sánchez ofreció una entrevista televisiva con declaraciones que saltaron inmediatamente a todos los medios de comunicación.

¿Dónde reside la importancia de las palabras de Pedro Sánchez? Al fin y al cabo, no deja de ser un político más, que para más inri, se encuentra en sus horas más bajas. Pues que Sánchez ha sido capaz, el solito, de dejar en evidencia la estafa democrática que representa el Régimen del 78, ahora ya en plena decadencia. Detrás de las actuaciones de Sánchez, vendidas como si fuera un adalid del pueblo y de la honradez recompensada siempre en España, podemos encontrar tres fenómenos. En primer lugar, la ambición de poder de un personaje que ha llevado a su partido de derrota en derrota; en segundo lugar, ha dejado en evidencia la lucha entre los poderes oligárquicos –en este caso, mediáticos- dentro del régimen de partidos, con intereses ajenos a los expresados democráticamente por la ciudadanía; y en tercer lugar, hacer visible lo que para muchos queda velado por la propaganda: la naturaleza oligárquica y antidemocrática del Régimen.

Pongamos los hechos en contexto para que el lector contemple el escenario completo. La comentada entrevista a Sánchez se emitió en La Sexta, una cadena que forma parte de la larga lista de enemigos del grupo PRISA desde que el pasado mes de abril aireara el vínculo de la exmujer de Cebrián, Teresa Aranda, con los Papeles de Panamá, en aquella oscura filtración que parece ya pasada al olvido una vez cumplidos los primeros objetivos mediáticos. Entonces, la empresa dueña de  El País, la Cadena SER y Santillana anunció su intención de querellarse contra Atresmedia (dueña de La Sexta) "por las informaciones y comentarios difamatorios difundidos” contra su presidente ejecutivo. Se iniciaba una guerra, cuya última escaramuza –por el momento- ha sido la entrevista emitida a Pedro Sánchez.

El entrevistado

Quien haya seguido a Pedro Sánchez habrá observado que es un político bastante dado a los bandazos. Primero con Podemos, luego contra ellos. Más tarde con Ciudadanos, al final contra Susana Díaz y, finalmente, contra casi todos. Un personaje sin principios  dispuesto a todo a cambio de una sola cosa: poder.

En la guerra abierta entre PRISA y La Sexta, esta última buscó dar un golpe contra el consorcio de Cebrián acordando la conocida entrevista el miércoles anterior a su emisión, cuando Sánchez aceptó la propuesta de ser entrevistado por Jordi Evole. Para la productora y para La Sexta, esto suponía anotarse un tanto importante.

Algunas fuentes presentan los hechos de forma tan explícita que dejan entrever las motivaciones de los protagonistas:

“Pese a que Sánchez había dado su consentimiento, la hora de la entrevista no se fijó hasta el viernes por la noche, cuando llamó a un miembro del equipo de Salvados para confirmarle su disponibilidad para el domingo por la mañana. Es decir, para después de que tuviera lugar la investidura de Mariano Rajoy y de que aireara la renuncia a su escaño. Eso obligó al equipo de Évole, por un lado, a realizar el montaje del programa desde la habitación de un hotel y en un tiempo mucho menor al que sus miembros están acostumbrados. También a buscar un emplazamiento casi de forma improvisada. ¿Cómo consiguieron esto último? Primero, buscando en 'San Google' locales que abrieran los domingos por la mañana y, una vez seleccionada la Cafetería HD, en Madrid, enviando a una emisaria a negociar con sus dueños con el lógico temor a que un "no" rotundo les pusiera en serios aprietos. Finalmente, accedieron a acoger la entrevista y a retrasar una hora el inicio de su actividad a cambio de la promoción gratuita que les otorgaba el servir como emplazamiento del programa”.

Como plan B, ante el imprevisible Sánchez, la productora había previsto emitir un coloquio trufado entre militantes del PSOE, pero la esperada entrevista apareció en las pantallas de los españoles tan sólo 12 horas después de que terminara su grabación y, como se esperaba, dio suficientes titulares como para llenar las tertulias televisivas y radiofónicas.

La entrevista

Así, Pedro Sánchez apareció ante los ojos de los ciudadanos en el conocido programa Salvados de Jordi Evole. El momento no era casual, ya había renunciado a su acta de diputado y evitado votar en la investidura de Mariano Rajoy. Así, podía aparecer ante los ojos de los espectadores como un hombre honrado y sacrificado por defender sus ideas de “izquierdas”. Así, podría anunciar el comienzo de su campaña con la que aspira a volver a dirigir el partido. Sánchez, llevado por su ambición, cargó con dureza contra los poderes y acusó al periódico El País y a los sectores empresarial y financiero –de los que ha evitado dar nombres salvo el de César Alierta, expresidente de Telefónica– de trabajar para evitar su “pacto de izquierdas”.

El cinismo de Sánchez o su desfachatez para tomar el pelo a la ciudadanía llegó a la cima en dicha entrevista declarando: "Me reuní con los responsables de El País y me dijeron que o Rajoy o la línea editorial de El País no iba a ayudar para que hubiera un gobierno progresista liderado por el Partido Socialista". Suponiendo que hubiese sido como él dice… ¿Qué nos hubiera dicho Sánchez si El País le hubiera expresado su apoyo? Sin duda, el exsecretario general del PSOE no hubiera ahorrado parabienes sobre la calidad, independencia y seriedad del periódico o la emisora de PRISA. ¿Y los afiliados y votantes socialistas se merecen que les tomen el pelo de forma tan miserable? ¿El “no es no” también es válido si tiene el apoyo de la oligarquía? ¿Y esto representa a la izquierda progresista?

Pero hay más. Como si se hubiera “caído del guindo” ayer mismo, Sánchez afirmó que los poderes económicos pusieron trabas a que llegara a la Moncloa, trabajando para que hubiera un Gobierno conservador en este país. Primero… ¿qué esperaba de los poderes económicos? ¿Este hombre es tonto o nos toma el pelo? Más bien lo segundo, pues él sabe perfectamente como son los entresijos de un régimen político con el que lleva colaborando toda la vida. Sánchez conocía perfectamente cómo se mueven los poderes económicos y, en consecuencia, sus terminales mediáticas. Simplemente, se duele por las heridas de su ambición de poder, provocadas por haber sido dejado de lado por esos poderes que ahora crítica, pero que en su día dieron el visto bueno a su elección como secretario general del PSOE, sin que denunciara ninguna interferencia o presión de dichos poderes para que él fuera elegido.

Pero como es hombre de ambición desmesurada (y peligrosa),  Sánchez ha insistido en que tiene la voluntad de presentarse al próximo congreso en el que se renovará el liderazgo.  "No estoy muerto", comentó…

Quiere presentarse ahora como un damnificado por los poderes “fácticos”, los mismos que le ayudaron a auparse y casi ser Presidente del Gobierno. Para ello, no duda en arremeter contra todo y contra todos. Sobre Felipe González, dijo: "No nos reconocemos en él muchos militantes", aunque asegura que sí en quien era el presidente en 1982. "Felipe en mis zapatos hace 30 años también se hubiera mantenido en el ‘no es no’", ha apostillado. ¿Este hombre es consciente de lo que dice? ¿Se reconoce en el Felipe González de la reconversión industrial, la negociación para la entrada en la Comunidad Económica Europea, el referéndum sobre  la OTAN, la corrupción generalizada del “felipato”, los GAL, etc., etc.?

¿Y con esa visión de lo que ha sido el PSOE se puede decir alegremente que se equivocó en su primer Comité Federal, a mediados de septiembre de 2014, cuando calificó a Podemos de "populista"? "No supe entender el movimiento que había detrás de Pablo Iglesias. El PSOE tiene que mirar de tú a tú y trabajar codo con codo con Podemos". ¿Qué idea tiene este hombre de lo que es Podemos? ¿Quizás que es tan casta como lo ha sido el PSOE en todos estos años?

Para colmo, cree que también fue un "error" el haber aceptado la imposición de los barones tras el 20D de no poder gobernar con el apoyo de las fuerzas independentistas. ¿Pactar con los independentistas? Eso era ir contra las propias resoluciones del Comité Federal e imponer su santa voluntad. ¿Qué pensaba que iba a hacer el aparato del partido y las fuerzas que le apoyan?

No engañe más a los militantes y votantes socialistas, señor Sánchez.

Un detalle de cómo La Sexta trufó la entrevista y manipuló a los espectadores

Aunque pasó desapercibido para el común, tras la “espectacularidad” de la entrevista a Sánchez cuatro militantes socialistas debatieron las palabras de Sánchez y casualmente eran todos contrarios a la abstención. Raro, raro, raro…

La reacción de los militantes socialistas no se hizo esperar en las redes sociales, donde algunos llamados por el canal para participar en el programa dejaron en evidencia que fue una elección deliberada del equipo de Salvados para dar una imagen muy concreta.

Según el relato de Laura Rojas, una militante socialista andaluza, "es totalmente incierto" que a Évole le hubiese costado mucho encontrar socialistas que defendiesen la abstención, tal y como dijo en el programa. La militante denuncia:

"Es totalmente incierto, a mí me llamaron desde un primer momento. Yo desde el primer momento acepté y se me estuvo haciendo entrevistas telefónicas y en la primera muy bien pero al día siguiente quizá por hacer declaraciones no favorables a algún partido político puede ser que dijeran 'mejor no' porque así pueden pensar otra cosa los telespectadores. Por la tarde me llamaron: que no querían un perfil joven, que querían alguien más mayor", justo lo contrario de lo que le habían dicho al principio”.

La conclusión de la socialista es clara: "Jordi Évole ha manipulado el tema y espero que pida disculpas, porque lo que ha dicho no es cierto". Otro militante, Marcos Torre, afirmó también en Twitter que "salvadostv nos grabó a varios militantes, unos 12, que defendimos la abstención libremente, pero no nos han sacado y jordievole lo sabe".

La respuesta de PRISA

Inicialmente, PRISA procedió a restar importancia a la entrevista. Ni una sola mención en la portada de la web y una sola referencia en su edición impresa, en el último párrafo de una noticia situada en la página 3 de la sección de Nacional.

Mientras las principales cabeceras dedicaban sus páginas web al desquite de Sánchez, El País silenciaba el tema… de momento.

Pero sí hay que destacar que la breve reseña de El País se centró en golpear a Sánchez donde más le duele: en las palabras disparatadas de un ambicioso que pretende volver a liderar el PSOE declarando cosas como: “Hay que entender la naturaleza de nuestro país. España es una nación de naciones y Cataluña es una nación y, como nación que es, hay que hacer para que se sienta integrada”. No es extraño que para muchos, estas palabras le trajeran nuevamente a la cabeza aquella editorial que El País al ex dirigente del PSOE pocas horas antes de su capitulación, en el que dudaba de sus formas, su talante y su honorabilidad. "Sánchez ha resultado no ser un dirigente cabal, sino un insensato sin escrúpulos que no duda en destruir el partido que con tanto desacierto ha dirigido antes que reconocer su enorme fracaso".

Pero tras el silencio inicial, dos días después de la emisión de la entrevista, El Mundo publicaba una bomba: el exlíder del PSOE, que tanto se quejaba en televisión de las presiones de los sectores empresariales, había pedido ayuda a Telefónica para someter la línea editorial del Grupo PRISA.

Era el momento para que El País respondiera a Sánchez y a la Sexta a golpe de editorial demoledor. Y fue al día siguiente de lo publicado por El Mundo. De hecho, el diario asegura que no hubiera entrado a desmentir las presiones a Sánchez para que no formara Gobierno con Podemos y los independentistas si El Mundo no hubiera revelado este martes que, en realidad, los hechos ocurrieron exactamente al revés, es decir, que fue Sánchez el que visitó al presidente de Telefónica para pedirle que presionara a su favor sobre la línea editorial de El País, de cuya empresa la compañía de telecomunicaciones posee un 13% de las acciones.

Vaya, vaya, vaya… ¿Y Sánchez es ese baluarte de la izquierda con el que pensaba formar gobierno Podemos?

En el artículo se asegura que "esta revelación pone de manifiesto la completa ausencia de cultura democrática de quien por dos veces ha encabezado, con pésimos resultados, la candidatura electoral de los socialistas" y se va más allá en un párrafo inmisericorde en el que se desvela que fue exactamente al contrario: "Ejercer presión desde el poder político sobre las empresas y accionistas de medios de comunicación, para torcer o manipular sus posiciones editoriales, es algo común en los regímenes autoritarios pero constituye un acto inaceptable que descalifica por completo a quien aspiraba nada menos que a presidir el Gobierno de España. Si desde la oposición se permitía esa clase de licencias, no queremos imaginar qué sería capaz de hacer Sánchez en este terreno si hubiera obtenido el Gobierno". Para rematar al exlíder del PSOE concluye con un "los comportamientos posteriores —en sede parlamentaria y en algunas televisiones— de los señores Sánchez, Iglesias y Rufián ponen de relieve lo acertado de nuestro análisis". Demoledor.

Ebrio de ambición y protagonismo, Pedro Sánchez ha conseguido dejar en evidencia la lucha sorda y oscura entre dos de los principales poderes mediáticos de este país. Los dos apoyando opciones de “izquierdas”. A estas alturas, no creo que el lector dude de l guerra generalizada en el mundo de los medios de comunicación. La búsqueda del beneficio y la erótica del poder explican el papel de los medios en este régimen, aunque sea a costa del derecho a la información de los ciudadanos y los principios de equidad y veracidad. Reflexione el lector lo que significa la palabra “democracia” en este contexto.

La entrevista de Evole a Sánchez ha sido simplemente un episodio donde el espectador puede tomar conciencia del “nivel” de la clase política española y sus preocupaciones. También ha sido un episodio de cómo la democracia en España está “mediatizada”, nunca mejor dicho. Pero todavía podemos subir más peldaños y llegar al escenario final de cómo se mueve el poder y se toman las decisiones en un sistema de partidos oligárquicos como el español (o el de cualquier país occidental).

Los que derrocaron a Sánchez son… los que le pusieron

A nadie bien informado escapa que la operación de Susana Díaz y un grupo de barones socialistas para provocar la caída de Pedro Sánchez de la secretaría general del PSOE fue solo el último paso de una maniobra en la que participaron diversos actores: empresarios, servicios de Inteligencia, expolíticos y un gran grupo de comunicación propietario del diario más leído de España (PRISA).

Según publicó el diario La Información, dos fuentes diferentes confirmaron al medio que en las jornadas anteriores a la acción de los barones socialistas se celebró una reunión en Madrid en la que participaron destacados protagonistas del mundo político, periodístico y empresarial.

En concreto, se reunieron el expresidente del Gobierno Felipe González; el presidente del Grupo PRISA Juan Luis Cebrián; y tres importantes empresarios del Ibex. Sobre la identidad de los empresarios que participaron en esta reunión, una fuente sitúa en la misma a César Alierta, el expresidente de Telefónica. También sitúan en este encuentro al expresidente de La Caixa (también accionista de Prisa), Isidro Fainé, y al actual máximo mandatario de una eléctrica, cuyo nombre no ha sido precisado por las fuentes consultadas por La Información.

Al parecer, el plato fuerte de la reunión fue la posibilidad de consultar y manejar información procedente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI). ¿Quién llevó esa información a la reunión? No se sabe, pero algún periodista ya había publicado la posibilidad de que el CNI estuviera implicado colateralmente en la operación de derribo de Sánchez. Incluso Carlos Herrera habló el viernes 25 de octubre de ello en antena. El periodista dijo en COPE que los servicios de Inteligencia pudieron alertar a Rajoy y a la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, de los intentos de Pedro Sánchez de conformar Gobierno con Podemos y de cómo en el PSOE se estaban registrando altas de militantes que venían de Podemos. Rajoy, contó Herrera, se lo hizo saber a Felipe González y a Alfredo Pérez Rubalcaba.

Igualmente, otro periodista generalmente muy bien informado desde las cloacas del Estado, Luis María Anson, desveló en su columna de El Mundo la existencia de un informe de los servicios de Inteligencia contra Pablo Iglesias: "Me aseguran que el CNI dispone de un arsenal de irregularidades y vergüenzas del líder podemita". Además, el diario El Mundo, como expusimos anteriormente, publicó que el propio Sánchez pidió ayuda a José María Álvarez-Pallete, actual presidente de Telefónica, para que El País y la Cadena SER se sometieran a los deseos del exlíder socialista.

En definitiva, tan exclusiva y secreta reunión se celebró en el contexto de la posibilidad de que Pedro Sánchez intentara formar un Gobierno con Podemos y formaciones independentistas. Los números le salían al exsecretario general del PSOE, que incluso había iniciado contactos con PNV y otras formaciones secesionistas. Solo le faltaba el 'sí' de ERC.

El CNI habría detectado estos movimientos y habría informado a varios actores, entre los que se encuentra lógicamente Moncloa.

El peligro de esta hoja de ruta radicaba en qué podría ofrecer ese hipotético Gobierno presidido por Sánchez a las formaciones independentistas. Se hablaba entonces de un referéndum secesionista o, incluso, del peligro de que Cataluña se encaminara unilateralmente hacia la independencia. Estos informes unidos a la cerrazón de Sánchez, que ha cosechado los peores resultados del PSOE en su historia reciente, la "podemización" creciente del PSOE y la ausencia de un debate interno, con un secretario general encastillado, es lo que habría provocado la revuelta interna. Nadie bien informado cree que Sánchez sea un mártir.

Tras esta reunión en Madrid, en el PSOE se inició la operación para 'derrocar' a Sánchez. La señal para el “alzamiento” la daría Felipe González, como voz autorizada del PSOE, en  una entrevista preparada para la Cadena SER donde explicaría que Sánchez le dijo que se abstendría para dejar gobernar al PP. La entrevista, que se emitió enlatada (fue grabada unos días antes y emitida el día 28 de septiembre), se difundió y se desencadenó entonces toda la revuelta contra Pedro Sánchez.

¿Y la democracia?... Ni está ni se la espera.

Juan A. Aguilar

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Las crónicas de la reciente dimisión de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, forzada por su Comité Federal, cuentan que, una vez consumada, y con el susodicho en tránsito hacia el limbo de la política (del que quizás pueda regresar en unas futuras primarias socialistas), Susana Díaz rompió a llorar como una magdalena.

Dado el horror de lo acontecido en Ferraz, y las terribles consecuencias derivadas para el partido (una aceleración de su desangramiento electoral), no creemos que el gimoteo de la ‘felipona’ fuera de alegría por el éxito de su maniobra, sino más bien de remordimientos por sus malas formas y por el exceso de su provocación. Aunque también pudieron deberse a la sensación de vértigo irresponsable en el que ha caído, viéndose obligada a dar la cara en una futura competición interna para asumir el liderazgo socialista, sin más premio a la vista que el de acompañar al PSOE en su ruina definitiva, desplazado por Podemos.

Así pasaría a la historia como una perfecta ‘mantis religiosa’ de la política, capaz de devorar a sus compañeros del alma casi en pleno apareamiento, o acto seguido.

Ahí es nada el premio que se ha llevado la presidenta andaluza en el pim, pam, pum de cargarse a Pedro Sánchez: cambiar su baronía territorial, en la que ya tiene superado su nivel personal de incompetencia (pero con buen acomodo), por un frente de batalla nacional que la sobrepasa por los cuatro costados. Con su pan se lo coma; aunque, astuta como es, medirá cuándo dejar de moverse entre bambalinas para pasar al escenario principal.

De entrada, tras el desaguisado provocado, Díaz no tendría más remedio, por poca dignidad política que le quede, que presentarse a las primarias correspondientes para hacerse cargo del muerto (no de Pedro Sánchez sino del PSOE). Y lo más chusco del caso es que quizás tenga que competir entonces con su propia víctima, el Sánchez regresado de la otra vida a la que ella misma le empujó. Claro está que queda por ver cuándo y de qué forma se convocan esas primarias (que pueden no convocarse).

En cualquier caso, creemos que ninguno de esos dos personajes está en condiciones, hoy por hoy, de frenar la caída electoral del PSOE ni de resolver su crisis interna; entre otras cosas porque fuera y dentro del partido ya son la imagen icónica de su ruptura. Lo tremendo es que Díaz y Sánchez fueran los únicos dispuestos a la tarea.

Así, hay que ver qué otros candidatos pueden surgir dentro del PSOE para encabezar unas nuevas elecciones que le son ciertamente inconvenientes. Uno de ellos podría ser Eduardo Madina, diputado por Vizcaya desde 2004 y lanzado a la política nacional tras haber sido víctima de un grave atentado de ETA en 2002 en el que perdió una pierna, cuando era secretario de Política Institucional de las Juventudes Socialistas de Euskadi (acto seguido ocupó la secretaría general de la organización). Pero es que en el Congreso Extraordinario de julio de 2014, Madina ya fue derrotado por Sánchez como sustituto de Rubalcaba para liderar el partido con una diferencia en votos del 12% (curiosamente gracias al apoyo que entonces le prestaron los delegados andaluces controlados por Susana Díaz).

Por tanto, mal se encararía también una posible competición entre esos tres previsibles candidatos para recoser las tremendas heridas del agónico PSOE (Díaz, Sánchez y Madina). Sin querer hacerle de menos, no parece que, por la dimensión y dificultad de la tarea pendiente, el político bilbaíno ofrezca una mínima posibilidad de alcanzar el objetivo pendiente.

Claro está que dentro del partido hay personajes con más peso específico personal y político para intentar conseguirlo (tampoco sobran); el problema es ver quién acepta ese reto, convertido de forma lamentable en una misión imposible. Entre ellos destaca el presidente del Principado de Asturias, Javier Fernández, ingeniero de minas y hombre tenido por serio, inteligente y trabajador, siempre comedido en las formas y acertado en los criterios.

Su impecable andadura política (con 25 años en cargos de gobierno o de representación política) y su talante personal, le señalaron como presidente obligado de la Comisión Gestora del PSOE nacida el 1 de octubre en la desgraciada sesión de autos del Comité Federal (el mismo en el que en 1823 Fernando VII restableció la Inquisición española). Lo curioso es que, antes de ese lamentable episodio, el prudente político asturiano ya había sido señalado por el círculo ‘felipista’ y su entorno mediático, con El País a la cabeza (ojo al dato), como la esperanza socialista del momento.

En caso de que Javier Fernández quisiera asumir ese ingrato papel, más de ‘mártir’ que de ‘salvador’, cosa que está por verse, los ‘felipistas’ intentarían que su nombramiento fuese por aclamación, aunque no parece que esas primarias ya se puedan manipular al viejo estilo. Además, entonces se daría verisimilitud al hecho de que la ‘felipona’ haya sido sólo eso: una fuerza de choque utilizada por la vieja guardia socialista en funciones efectivas de ‘mantis religiosa’. Feo, feo, feo.

También queda la posibilidad de que el PSOE decida separar el cargo de secretario general -para centrarlo en la rehabilitación del partido- de quien ahora se preste a ser el candidato a la presidencia del Gobierno, sabiendo que no sólo va a perder las elecciones, sino a encajar también con toda probabilidad el sorpasso definitivo de Podemos (por eso el PSOE huye de las elecciones como de la peste). Algo difícil de tragar por cualquier candidato con cuajo político y tirón personal (los oportunistas son otra cosa). Quizás ahí pueda estar el incansable posibilista, y gran persona, Ángel Gabilondo.

Las quinielas están en marcha (o más bien la ruleta rusa). Pero, de entrada, para lanzarse a ese juego político sólo cabe pensar en voluntarios con poco que perder, y esos no suelen ser los que más entusiasman a los votantes. El contubernio del Comité Federal contra Sánchez tiene, pues, consecuencias complicadas y, en el colmo de los colmos, puede que se termine por poner al frente de la candidatura socialista a alguien peor que el defenestrado…

Quizás, al desaparecido Vázquez Montalbán el caso le habría inspirado otra de sus novelas negras protagonizada por el detective Pepe Carvalho (al corte de su celebrado ‘Asesinato en el Comité Central’). Y a Jorge Semprún otro de sus impecables guiones de denuncia política, como los que llevaron a la gran pantalla realizadores como Costa-Gavras, Alain Resnais o Yves Boisset.

El baño de sangre del Comité Federal con el que se inició el mes de octubre, nuestro particular ‘mes de los cuchillos largos’ (perdón por la cita propia pero así lo previmos en su momento), va a tener derivas de auténtico thriller. Quedemos atentos al suspense del caso.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

El refranero multilingüe recoge la creencia popular de que ‘a la tercera va la vencida’, indicando que, de mantenerse cualquier iniciativa con tenacidad, en esa tentativa se consigue el fin deseado. Pero, en sí, el dicho no deja de encerrar un voluntarismo ingenuo o infantil, al margen de que existan otras interpretaciones más razonables y ajenas a ese mal entendimiento.

Por ejemplo, la que lo asocia a la historia militar de Roma. Su infantería pesada formaba precisamente las terceras líneas de combate con los triarius, soldados expertos y valerosos encargados de protagonizar las batallas más duras y violentas tras empujar a las dos líneas de combate precedentes, formadas por los hastatus, que eran los soldados bisoños, y los princeps. De esa práctica vino la expresión ‘ad triarius ventum est’ (con los triarios se echa el resto, que en castellano se entendería como ‘a la tercera va la vencida’).

Otras opiniones sitúan el origen de la expresión en la naciente ciencia penal de los siglos XVI y XVII, que imponía la pena de muerte ejemplarizante a quienes cometieran su tercer robo. Una versión alternativa que, como otras muchas, no valida su significado popular, quedando en una mera intención de animar la consecución de un objetivo reiteradamente fallido.

El problema es que, de hecho, ese proverbio universal estimula a gentes poco reflexivas (o que confunden sus deseos con la realidad) a estrellarse de forma reiterada y autodestructiva frente a objetivos imposibles. Y en eso están precisamente todos los que insisten en un nuevo intento de procurar la investidura presidencial de Rajoy en un marco de fragmentación y enfrentamiento político inadecuado. Y sabiendo que el procedimiento constitucional para lograrla se supedita a la aritmética parlamentaria dura y pura, y lo indecente que sería -aun con Pedro Sánchez defenestrado- consumar una traición semejante a los votantes socialistas. Eso es lo que hay, con pocos resquicios lógicos para aventuras semejantes.

Para empezar, si el Jefe del Estado volviera a proponer otro candidato partidista para la investidura presidencial, se pondría en una situación sin duda inconveniente a efectos de su función institucional, dejándose arrastrar por los actuales malos usos de la política. Y, sobre todo, con el riesgo de que, en su caso, algunos de los portavoces consultados al respecto le fueran de nuevo con cuentos o esperanzas de falsos apoyos, como sucedió en las dos ocasiones precedentes; o, peor aún, metiéndose Su Majestad por sí mismo en un lío de malestar político innecesario.

Pero es que, ese eventual nuevo enredo de investidura sólo conduciría, en el mejor de los casos, a formar un gobierno antinatural, incoherente, sin respaldo social y claramente inestable. Pan para hoy y hambre para mañana; porque, marcada como está la clase política a sangre y fuego por el interés partidario, el enfrentamiento parlamentario y la ineficiencia legislativa estarían acto seguido a la orden del día. Nadie discute el papel y la necesidad del Gobierno de la Nación, pero no formado de cualquier manera o a cualquier precio, para derivar en el mismo desgobierno institucionalizado que tanto daño ha hecho al país en épocas pasadas.

Por eso, sorprenden las llamadas que hacen algunos al ‘sentido de Estado’ para formar un gobierno como sea, camuflando en ese ‘como sea’ el de su propia conveniencia y no el que verdaderamente procura el bien general. No dejan de ser reminiscencias encubiertas de la omnímoda pretensión del Rey Sol: L’État, c’est moi. Que es en lo que están los falsos demócratas o los demócratas absolutistas del momento.

Ya hemos advertido en otras ocasiones sobre el actual descrédito de la vida política (tanto por la corrupción económica como por la manipulación de las instituciones del Estado) y sobre la conveniencia -para no acrecentarlo- de respetar fielmente el orden constitucional. Sin que ello impida perfeccionar la Carta Magna con una reforma puntual, fácil y rápida, subsanando las lagunas y defectos que con el paso del tiempo ha venido evidenciando.

Dice un refrán popular que ‘dejar lo cierto por lo dudoso, no es atinado ni provechoso’. Dejemos, pues, las cosas donde tienen que estar, sin forzar más investiduras presidenciales insolventes, cuando no imposibles de consumar. Los atajos no siempre acortan el camino; la realidad es que a menudo pierden o retrasan a quienes los toman, como ha sucedido con las dos investiduras fallidas de Sánchez y Rajoy y como puede volver a ocurrir en caso de una tercera intentona, sin que cambie la actual representación electoral en el Congreso de los Diputados.

En estos momentos de tribulación política, creemos que lo más conveniente es ponerse en línea con la prudente actitud que tuvo Fernando VII en 1820, cuando juró la Constitución de Cádiz, aunque luego la revocara y la historia terminara de forma indecente: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”.

Si hay que ir a unas nuevas elecciones generales, conforme a lo establecido en la Carta Magna, vayamos. Y lo que deben hacer entonces los líderes y sus partidos, una vez abandonados los atajos y las ingenuidades tipo ‘a la tercera va la vencida’, es plantear al cuerpo electoral sus programas y alternativas políticas de forma argumentada y transparente, sin promesas falsarias ni manipulaciones de ningún tipo, y aclarando de entrada cuáles serían sus posibles acuerdos de legislatura o sus eventuales coaliciones de gobierno (que incluso podrían ser preelectorales).

Con eso bastaría para reducir el voto inútil a su mínima expresión y concentrar los demás en las opciones entendidas como más sensatas y eficientes. En democracia, las urnas no deben causar ningún pavor. Quienes votan, son personas que -bien que mal- participan en la vida política, y ese es un camino ineludible para perfeccionar el sistema de convivencia, con todo el riesgo que supongan para quienes torean a sus electores.

El problema es que la credibilidad de los partidos y sus líderes está por los suelos. Y reconducirla es una tarea a largo plazo que debe iniciarse desde ya, respetando de entrada las reglas democráticas establecidas. Si, como creen algunos, lo que han mandado las urnas es que los partidos acuerden como sea un gobierno del PP, vayamos a su ratificación electoral para que los españoles lo confirmen de forma directa y clara, sin que nadie  tenga que reinterpretar sus aspiraciones políticas. ¿Y qué extraña razón hay para no hacerlo…?

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Ahora, entre unos y otros, le están poniendo al PP un nuevo gobierno en bandeja de plata: ‘a huevo’ dicho en términos castizos. Sin necesidad de componendas y hasta de forma natural, en unas nuevas elecciones.

Es más, podríamos entender que sus nuevos amigos de la vieja guardia socialista, han lanzado su guerra a muerte contra Sánchez (usando a ‘la felipona’ como fuerza de choque) para facilitar que el PP se reacomode en La Moncloa: “la bandeja está grabada”. La misma consigna clave con la que los golpistas del 23-F avisaron a la División Acoraza ‘Brunete’ para que desde su desplazamiento en orden de maniobra marchara sobre Madrid, una vez culminado por Tejero el asalto al Congreso de los Diputados…

Para empezar, la falta de criterio político de Ciudadanos, pactando hoy por aquí, ayer por allá y mañana por acullá, han permitido al PP romper la presión electoral que sufría por su flanco izquierdo, conjurando la división del voto conservador. Los resultados de ‘cero escaños’ obtenidos por la formación naranja en las recientes elecciones gallegas y vascas, son bien elocuentes al respecto, anticipando el ‘abrazo del oso’ que más pronto que tarde van a aplicarle sus amigos de Génova (operación ‘marca de la casa’).

Por otra parte, la consolidación de Podemos, y peor aún los sorpassos asestados al PSOE en las mismas elecciones autonómicas, no dejan de acelerar la descomposición de la formación socialista, que es el verdadero oponente del PP, y aterrorizar con su radicalismo a buena parte de la clase media que, aún descontenta con el gobierno antisocial de Rajoy, no comulgan con aventuras políticas extremas. Más votos por tanto para el saco popular -muchos o pocos-, sin necesidad de mover un dedo.

Y peor que todo eso, o mejor para el PP, es sin duda alguna el terrible espectáculo de guerra fratricida que están ofreciendo los socialistas, gratis total y retrasmitido a bombo y platillo por los medios informativos de medio mundo. Poco o nada tienen que hacer los populares para capitalizar la tragedia, salvo ver pasar el cadáver del PSOE por delante de su puerta: entre todos le mataron y él solito se murió.

Porque, quede claro, la hecatombe socialista no es achacable a una única persona (y ni mucho menos a Pedro Sánchez, o sólo a él), porque deriva del daño producido al partido, ya irremediable, por muchos de sus antiguos dirigentes y desde hace mucho tiempo. Y no pocas de esas viejas glorias, hoy contemporizadoras con la misma derecha que cuando estaban en el poder odiaban profundamente, siguen todavía aplicadas en la innoble tarea de asestar a su propio partido el golpe de gracia definitivo, sobre los lomos, claro está, del secretario general de turno, ya dimisionario.

Eso es lo que hay. ‘La bandeja está grabada’ y luciendo sobre ella la cabeza política de Sánchez, sacrificado con las mismas malas artes con las que Herodías, casada con el tetrarca de Galilea Herodes Antipas (tras repudiar éste a su esposa legítima) y exmujer de su hermano Herodes Filipo, consiguió descabezar a Juan el Bautista.

Cuentan las sagradas escrituras, en versiones difusas, que despechada por las críticas sobre su matrimonio vertidas por el profeta, Herodías urdió que su bella hija Salomé embelesara a su padrastro con una sicalíptica ‘danza de los siete velos’. Rendido ante su esplendoroso encanto, Herodes tuvo que conceder a Salomé el deseo oculto de su madre: la cabeza de Juan, el precursor de Cristo, servida en una bandeja de plata.

Los viejos socialistas, ahora revestidos en Dolce&Gabbana con el sello de la opulencia neoliberal (sólo hay que ver a Pepe Bono reconvertido en una ‘rosita de pitiminí’), y algunos de sus alumnos más avanzados, no se han despelotado ante nadie. Pero sí que están rindiendo el vasallaje debido al IBEX 35 para que las puertas giratorias del poder económico se mantengan bien engrasadas y que el aparato fiscal del Estado les deje tranquilos (los socialistas eméritos han descubierto que también tienen derecho a ser millonarios sin problemas ni persecuciones engorrosas)…

Con todo, a los populares se le ha puesto fácil, y a bajo costo, el hacerse de nuevo con el Gobierno, para poder solucionar, como vuelven a prometer, los graves problemas de España (en su opinión, creados por la oposición aunque ellos gobiernen desde hace casi cinco años): lo tienen exactamente ‘a huevo’ (pronto lo veremos anunciado por las encuestas al uso). Su único problema, no obstante importante, es de cosecha propia y se llama Mariano Rajoy: un clavo en el zapato del partido que le impide dar con comodidad los últimos pasos para reasentarse en La Moncloa.

Pero superar ese inconveniente es muy fácil. Basta con que quien tanto ha traicionado a su propio electorado y tanto rechazo concita en el resto de las fuerzas política -y lo seguirá concitando-, excepción hecha del sector crítico del PSOE (sorpresas que da la vida), se dé por amortizado después de tanta gloria política como cree haber cosechado y pase el relevo a un dirigente nacional nuevo, limpio y acreditado, como Alberto Núñez Feijoó, quien además, como hombre de su entera confianza, jamás osaría levantarle las alfombras del despacho.

Empecinarse en seguir siendo candidato presidencial, cuando él mismo es su mayor enemigo electoral, es incomprensible y realmente insolidario con su partido y con el entorno simpatizante del PP. Incluidos en él los electores que no volverían a votarle a pesar de las circunstancias del momento.

Esa decisión de hacerse a un lado para dar paso al candidato adecuado y en el momento oportuno, frente a la contumacia de querer forzar al máximo la voluntad política de los electores, marca una distancia ética muy clara: la que existe entre la grandeza y la mezquindad de la política.

Pero queden tranquilos los `marianistas’.  Como gallego ejerciente, egoísta y reservón, Rajoy optará con toda seguridad por seguir en lo que está, amarrado a su interés personal y lejos de la grandeza que le reclama la historia; eso sí ayudado por la caterva ‘felipista’, convertida en un vulgar ‘escuadrón de la muerte’ del partido honrado fundado por el linotipista Pablo Iglesias Posse el 2 de mayo de 1879. Allá ellos y quienes les toleran; pero si esto es mirar por el bien de España, apaga y vámonos.

Fernando J. Muniesa

Por Victoria
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vicky_8598hotmailcom/10/10/18

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Al margen de sus peripecias políticas en Andalucía, de poco fuste y en todo caso vividas de la mano de los dirigentes implicados en sus últimos grandes escándalos de corrupción (heredó directamente de José Antonio Griñán la secretaria general del PSOE-A y la presidencia de la Junta), poco hay en Susana Díaz que pueda respaldar su solvencia para dirigir la difícil reconversión nacional de su partido. Y, menos aún, para aspirar a que una mayoría de españoles le confíen el Gobierno de la Nación.

La respuesta inmediata a esta primera consideración podría ser -y no nos perecería inadecuada- el recordarnos que hoy la clase política carece, en general, de capacidad y méritos suficientes para desempeñarse en sus cargos, rebasando casi siempre los límites de su incompetencia. Las excepciones serían mínimas.

Pero claro está que, ahora, no se trata de confrontar los perfiles políticos de Susana Díaz y Pedro Sánchez, ambos tan legitimados en su representación política como carentes del carisma y nivel suficiente para liderar un partido de la importancia del PSOE y en momentos tan críticos. La cuestión que planteamos es si la sustitución del uno por la otra en el alto cometido que se disputan, está o no fundamentada en la capacidad objetiva del relevo, si éste es o no precipitado y, en definitiva, si es o no la mejor solución del problema o la más oportuna.

De entrada, el procedimiento y las formas con las que se ha defenestrado a Pedro Sánchez como secretario general del PSOE y candidato a la presidencia del Gobierno (quizás se presente en una nuevas primarias), dinamitando su Comité Ejecutivo en una operación bucanera, son pura y llanamente deleznables. El daño a la imagen pública del partido (su salvaje ruptura en dos) y la desmoralización que ello produce entre su militancia y el entorno de simpatizantes, son de una irresponsabilidad sin precedentes y de una gratuidad manifiesta.

Estamos, pues, ante el clásico ejemplo de aplicar remedios inútiles que, en sí mismos, son peores que la enfermedad que tratan de aliviar. Y sabiendo de antemano los curanderos de pacotilla que los aplican, todos los males derivados que acarrearán.

Lo que de Despeñaperros para arriba se sabe de Susana Díaz es que su emergencia política nace vinculada a Manuel Chaves y en el entorno del ‘felipismo’ de última hora en el que germinó la descomposición del PSOE, cuando Sánchez no existía políticamente, teniendo a Griñán como su reconocido Pigmalión (éste gusta de afirmar que Susana “es el pueblo”). Esa vinculación al emblemático reducto territorial socialista, es su principal referencia a nivel nacional.

De hecho, tras ser investida presidenta de la Junta de Andalucía y lanzarse al estrellato político, Raúl del Pozo le dedicó una columna en El Mundo (12-11-2013) titulada precisamente ‘La felipona’. Concluía con esta frase, que era lo más que se podía decir de ella: “El socialismo es una forma de religión laica y ya tiene su Esperanza de Triana, una Calabacita sonora que habla muy bien y no dice nada, por eso le dicen la felipona. El propio González ha comentado que Susana ha ilusionado al PSOE”.

A partir de ahí, sabemos que tras nueve legislaturas de gobierno socialista (ocho con mayoría absoluta y una con apoyo de Izquierda Unida), en las elecciones autonómicas del 22 de marzo de 2015, Díaz no logró la mayoría absoluta, necesitando el apoyo de Ciudadanos para gobernar. Ella misma, fue quien, después de ser investida presidenta de la Junta con los votos de izquierda (PSOE+IU) tras la dimisión de Griñán por su imputación en el escándalo de los ERE falsos (buscando el aforamiento como senador por la Comunidad Autónoma), se metió en el lío de anticipar las elecciones autonómicas alegando, a su exclusivo juicio, razones de “desconfianza” hacia sus socios de gobierno, una afirmación que nadie ha confirmado de forma fehaciente.

Y también es conocido que, desde su posición dominante en la organización nacional del partido, fue madrina política del nombramiento del propio Sánchez como secretario general nacional y candidato presidencial. Posición que ahora quiere para ella misma, apenas sin esperar a lo que se decidiera de forma más ordenada en un Congreso Nacional.

Se la jugó a IU en Andalucía cuando en la mejor práctica política filibustera convocó elecciones anticipadas para echarles de la Junta a patadas. Y se la ha jugado a su correligionario Pedro Sánchez, animándole a revitalizar un PSOE en caída libre por culpas de otros para, acto seguido, acusarle de perdedor electoral y tratar de heredar su silla por aclamación; y renunciando, al menos teóricamente, a la política andaluza sin haber logrado una mayoría absoluta y antes de que el PP le gane las próximas elecciones autonómicas.

En esencia, esos son los avales de Susana Díaz para montar la que ha montado. Pero ella no es, aunque se lo crea, una clonación de Felipe González (nos referimos al brillante de los buenos tiempos socialistas). Ni tampoco de José Luis Rodríguez Zapatero, quién, puestos a presumir, terminó la carrera de Derecho en ‘solo’ ocho años de estudios, mientras ella lo hizo en diez, claro está que quedando extenuada para opositar a alguna plaza en los Cuerpos Superiores de la Administración Estado, por ejemplo.

Y que conste que, con el dato, no queremos en modo alguno decir que Díaz sea una zoqueta (aunque pueda parecerlo), porque hay muchísima gente realmente inteligente y preparada sin haber brillado en los estudios y hasta careciendo de ellos. Ni tampoco que sea una persona inculta, aunque podría serlo.

Es más, nos creernos, porque en plena emergencia ella lo declaró en una entrevista concedida a Carmen Torres, que es una lectora empedernida de Pablo Iglesias (el auténtico no el ‘podemita’) y de Antonio Machado, lo que, por quedar, queda bien. Y que de joven (de “muy joven” como una niña prodigio) escribía poesía (“incluso publiqué un cuadernillo”), dejándonos con la miel en los labios porque ahora no lo quiere compartir, y sin poder beber en su florido vocabulario ni conocer sus ideales poéticos (aunque éstos nunca han sido muy propios de políticos)…

Pero lo que sí conocemos ya es su comprobado tactismo personal, su folklorismo y su populismo un tanto barriobajero, adornado con cuchilladas al compañero del alma y todo tipo de malas artes políticas (tirando la piedra y escondiendo la mano y amagando sin dar), a pesar de pregonar a los cuatro vientos un sentido de la ‘responsabilidad’ y una capacidad de ‘reflexión’ que no somos capaces de ver en ella misma por ningún resquicio. Y también sabemos que le encantan las series televisivas de ‘Aida’ y ‘The Big Band Theory’, porque “la entretienen” (revelador).

Un bagaje muy distinto y distante del que hoy necesita quien quiera liderar el PSOE a nivel nacional y sacarlo del oscuro pozo en el que ha caído (y no exactamente por culpa de Pedro Sánchez). Y algo situado desde luego a años luz de lo que requiere el buen gobierno de una España en crisis global.

A Pedro Sánchez esa misma misión le ha podido venir grande, aunque ya se verá dónde queda cada cual. Pero las condiciones sucesorias indican que los socialistas vuelven a plantear un cambio por el cambio, sin optar en modo alguno por el auténtico recambio.

La lapidación política de Pedro Sánchez, instigada por la vieja guardia del ‘felipismo’ convertida en editorialistas de El País y asilvestrada en el confort económico y social del neoliberalismo popular (ricos no muerden a ricos), no deja de ser denigrante para el socialismo histórico, en el fondo y en las formas. Y un espectáculo que, visto desde fuera, avergüenza al observador imparcial. Si alguien piensa que de esta forma se va a regenerar el PSOE y a frenar su caída electoral, se equivoca de medio a medio.

Más o menos con estas mismas malas formas, en el PSOE ya se cargaron también a Almunia y a Borrell. Y el partido pagó las consecuencias hasta que la torpeza con la que el PP gestionó la crisis de los atentados del 11-M pusieron el gobierno en manos de ZP, lo que a su vez trajo la mayoría absoluta de Mariano Rajoy (después desvelada como antisocial).

En fin, ahora los augures socialistas han bajado del Olimpo a ‘una calabacita sonora que habla muy bien y no dice nada’ (magnífica descripción la de Raúl del Pozo) para acometer -ahí es nada- la reconversión del PSOE más hundido de toda su historia. Si esa es la senda de su futuro, apaga y vámonos (mientras en el PP se parten de la risa).

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

En el sistema político bipartidista se ha venido en llamar ‘barones’ a los líderes del PP y del PSOE que gobiernan en una comunidad autónoma con mayoría absoluta, de forma por lo general continuada en más de una legislatura. Y a pesar de que, como título prestado, la ‘baronía’ sea el de menor dignidad entre toda la nobleza.

Además, esa baronía se ha extendido a los alcaldes y alcaldesas de las ciudades más importantes cuando las gobiernan también en régimen de mayoría absoluta, con vara de ordeno y mando sobrada en el tiempo. Es decir a los regidores municipales que, por la importancia que tienen en su circunscripción electoral, y por su aceptación popular, se consideran vitales para el éxito de su partido en las elecciones autonómicas y generales.

A todos ellos les encanta la deferencia, aunque algunos sean socialistas o se las den de serlo. Es más, todos ellos se suelen crecer con la parafernalia del tratamiento que reciben para convertirse, o creer que se han convertido, en virreyes de sus autonomías o ciudades emblemáticas. Algo que es fácil de entender a tenor de la concepción caciquil que subyace en el Estado de las Autonomías y en nuestro sistema político general.

La cosa no deja de tener su guasa, porque, en buena lógica, la democracia, y aun cuando en nuestro caso tome forma de Monarquía parlamentaria, debería guardar cierta distancia con los símbolos y tratamientos propios de los regímenes absolutistas históricos. Pero, entendido esto de las baronías como una expresión coloquial de autoridad política territorial, su uso debería sujetarse al menos a ciertas reglas de coherencia o ajustes con la realidad, sobre todo para verificar que ese poder personal es real y efectivo, y que, habiéndose ganado de forma clara y meritoria en las urnas, es digno de tal consideración.

Así, tendríamos barones o baronesas del PP y del PSOE con suficiente crédito en sus carreras políticas para merecer el tratamiento, y caigan mejor o peor a unos y otros. Ahí estarían, personajes vinculados a la sigla ‘popular’ como Rita Barberá, Esperanza Aguirre, Juan Vicente Herrera, Pedro Sanz, Alberto Núñez Feijoó… Y también otros acogidos a la ‘socialista’ como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Manuel Chaves, José Rodríguez de la Borbolla, José Bono, Francisco Vázquez…

Pero lo cierto es que otros cuantos cabecillas de partido que alardean de pertenecer a su ‘nobleza’, y que gustan de ejercer de auténticos barones (o baronesas), nunca han sido merecedores de tal título, porque jamás han alcanzado la cota del éxito político personal necesario. De hecho, ocupan sus cargos gracias al apoyo de otras fuerzas políticas menores, a las que además desprecian o ningunean a la hora de sentar desde ellos cátedra en materias que sobrepasan su función pública.

Hoy, el PSOE acoge en su seno a no pocos de estos espabilados personajes empeñados en creerse líderes del partido y comportarse públicamente como si fueran la mamá de Tarzán, cuando en realidad sólo son barones o baronesas de cancamacola. Jamás han logrado una mayoría electoral absoluta, ocupando sus cargos sólo gracias al apoyo de otros partidos, en su momento coincidentes en el interés porque no gobernara el PP.

Y lo peor es que en la polémica suscitada en torno a la investidura presidencial y a los acuerdos de gobernabilidad, todo este falso estamento de nobleza territorial socialista, de poca valía personal y escaso empuje electoral (nada que ver con la de las legislaturas socialistas presididas por Felipe González), se está pronunciando a favor de Rajoy y del PP (que es su mayor oponente político y al que no deben nada de nada), contrariando los intereses de las fuerzas de izquierdas que son su principal sustento en los municipios y comunidades donde gobiernan (y desde luego los propiamente suyos).

Está claro que la baronesa de Andalucía (Susana Díaz) y los barones de Aragón (Javier Lambán), de Castilla-La Mancha (Emiliano García-Page), de Extremadura (Guillermo Fernández Vara) y de la Comunidad Valenciana (Ximo Puig), contradicen su teórica ideología socialista con el apoyo que recaban de forma contumaz para que gobierne el PP, mientras guardan para sí sus poltronas autonómicas apoyados como es obvio por otras opciones políticas confrontadas con los populares (grave incongruencia). Son, ya lo hemos dicho, una baronesa y cuatro barones del PSOE de auténtica cancamacola.

Y su escasa capacidad de reflexión, acorde con su mínimo peso político específico, es tal que les impide vislumbrar siquiera las reacciones que pueden provocar con su comportamiento en el conjunto social progresista que apoya sus gobiernos. Que en todos los casos (incluso en Andalucía), insistimos, se formaron justo para evitar un gobierno del PP: el mismo que ahora ellos no dejan de procurar para el conjunto del país.

Estamos, pues, ante una corte de reyezuelos territoriales tan incoherente que en sí misma se revela como clase política de chichinabo, traidora a la representación popular que ostenta y extrañamente vendida al contrario ideológico más antagónico. Ver para creer.

Ya veríamos lo que estas baronías socialistas de andar por casa duraban en sus respectivos gobiernos, caso de que pudieran consumar la investidura presidencial de Rajoy y la formación de un nuevo gobierno antisocial, gracias a su presión para forzar la abstención del PSOE. Lo suyo debería ser apoyar a su secretario general sin fisuras o dejar que los electores decidan el curso de la historia en unas nuevas elecciones generales.

Pero estas cinco joyas de la corona socialista, sin el prestigio ni la gloria de haber alcanzado mayorías electorales significadas, van a tener muy pronto ocasión de mostrar su valía personal y su predicamento interno compitiendo con Pedro Sánchez en las primarias para nombrar al candidato presidencial del partido. Aunque lo más probable es que les falte valor para enfrentarse a esa responsabilidad y tomen en tropel las de Villadiego, ciudad en el siglo XIII, y que por orden de Fernando III el Santo, fue un refugio protector de los judíos que huían de las persecuciones callejeras.

Y no se equivoque nadie con nuestra opinión sobre las baronías socialistas de cancamacola. Ni somos ‘pedristas’, ni administramos filias ni fobias de nadie, ni contra nadie: sólo defendemos la coherencia y la decencia políticas, allí donde se encuentren.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Con toda seguridad, nuestro otoño político no será tan sangriento como la matanza de San Valentín, supuestamente ordenada por Al Capone el 14 de febrero de 1929 para liquidar a la North SideGang (la banda del lado norte de la ciudad). Ni como la noche toledana del foso del año 797, llamada así porque en uno cavado al efecto acabaron las cabezas de las 400 personas más destacadas e influyentes de Toledo, tras ser degolladas por orden del emir Alhaken I durante el banquete que celebraba el nombramiento del gobernador Amrus ben Yusuf, encargado de aquella masacre para acabar con la excesiva autonomía de la ciudad, según cuenta la historia.

Ni el caso tendrá tampoco punto de comparación con la horrible ‘Operación Colibrí’ (la ‘noche de los cuchillos largos’), prolongada desde el 30 de junio y el 2 de julio de 1934 para que el régimen nazi purgara el sistema político de Alemania, apoderándose de todas las estructuras del poder y asesinando a los cabecillas de las SA (las Sturmabteilung paramilitares o ‘secciones de asalto’, también conocidas como ‘camisas pardas’), que con su violencia callejera amenazaban la estabilidad del propio Hitler…

Lo nuestro se quedará en un vulgar ‘navajeo’ político a la española, más o menos taimado pero sin sangre ni violencia (nada al estilo del trágico suceso político de Casas Viejas o de la locura criminal de Puerto Hurraco). Eso sí, será multipartidista y agotador, y estará activo durante todo el mes de octubre, hasta que concluya el plazo reglamentado para la investidura presidencial pendiente o, en su caso, se convoquen nuevas elecciones.

Entonces veremos una especie de LegionKondor empresarial reclamando la conversión de Pedro Sánchez al ‘marianismo’, a la Brunete Mediática (una versión blanca de la antigua 21 Panzer-Division de la Wehrmacht) acosando la sede socialista de Ferraz y a algún que otro remedo del VII Regimiento de Caballería del teniente coronel Custer (por ejemplo, un Tercio de la Legión al mando de Francisco Marhuenda) cortando las cabelleras de los ‘pedristas’ que queden en pie. Será un ataque épico, propio de pasar no a la historia del mejor cine bélico de la mano de Francis Ford Coppola, al estilo de su impactante ApocalypseNow, sino engrosando la filmografía más cutre y soez de Santiago Segura con una aventura marca de la casa: ‘Torrente forpresident’ (Asalto a La Moncloa)…

Pero al socaire de esa última carga de los populares, ya sin caballerías que montar, con la munición agotada y los sables perdidos por el campo de batalla, tal y como se produjo la del laureado Regimiento ‘Alcántara’ en el desastre de Annual de 1921, quizás afloren también sus enfrentamientos internos. No sería de extrañar que, en ese descarnado revuelo, quienes se consideren más perjudicados política y/o judicialmente por los errores de Rajoy, le exijan un ‘rendimiento de cuentas’ y cesar por fin en su empeño de conducir al partido de victoria en victoria hasta la derrota final, que es en lo que verdaderamente sigue estando.

Es más, dado el actual revuelo político y el abrasamiento del presidente en funciones, su sustitución por otro candidato limpio y seguro como Alberto Núñez Feijoó -recién salido de un gran éxito electoral en Galicia y con un currículum político impecable- facilitaría el progreso electoral del PP y la posibilidad de conciliar acuerdos de gobierno. Simplemente por los defectos insalvables que se evidencian en el resto de los partidos.

No sin que al mismo tiempo puedan producirse fuertes desavenencias con Ciudadanos; fruto, claro está, del oportunismo con el que se mueve Albert Rivera, quien según soplen los vientos del momento tratará de aliviar su relación con el PP o de servirle sumisamente. No sin cocear todo lo que pueda a los bolivarianos de Podemos, a los nacionalistas, a los soberanistas y a los ‘comunistas’, si es que éstos mantienen todavía alguna de sus etiquetas electorales. Y recibiendo, desde luego, la respuesta adecuada por parte de las huestes de Pablo Iglesias, crecidas sin duda alguna por el éxito cosechado en las elecciones de Galicia y el País Vasco (aunque enfrentadas entre sí por la forma de presentar su discurso político).

Y con el añadido de que los dos sorpassos asestados por los ‘podemitas’ al PSOE en esas dos autonomías, animarán su esfuerzo para demolerle y hacerse con el liderazgo de la izquierda política a nivel nacional. Esa sería una de las jugadas más claras y alarmantes de este mes de ‘los cuchillos largos’ a la española…

Pero con todo, y a la vista de los burdos preparativos tácticos y los amagos declarativos de unos y otros, y de las consignas cruzadas entre la vieja guardia socialista, que mantiene la creencia de constituir el Alto Estado Mayor vitalicio del partido y tutelar sus esencias (al estilo franquista), perceptibles en el impasse pactado para no contaminar la campaña del 25-S -pero cumplido a medias-, lo más aberrante será la destructiva batalla que el PSOE librará internamente (contra sí mismo), para regodeo de tirios y troyanos. Esa podría ser perfectamente la llamada de trompetas que termine por derribar sus debilitados muros, al estilo de cómo cayeron los de Jericó o de cómo se suicidó la extinta UCD.

Entonces, estaremos en un totum revolutum que animará la ambición de poder de la juventud política más inútil e incapaz de progresar en la vida civil, y los meneos de silla a quienes piensan que les son innatas; todo ello bajo la dictadura soterrada de los nefastos aparatos partidistas. Algo que, por añadidura, terminará alejando definitivamente a la ciudadanía de la vida política, teniéndola, por lo que afecta al bien común, como la expresión cainita más despreciable en el ser humano.

Quizás nos equivoquemos (¡ojalá!), o estemos anticipando una realidad exagerada y en exceso irónica. Pero eso es lo que auguran el pasado reciente y el creciente deterioro de la vida política, con las insoportables cargas anejas de corrupción que ha generado y con la soberbia y falta de compromiso social que exhiben los líderes partidistas,

Por esa vía, el independentismo y Podemos -en definitiva la radicalidad política- crecerán o camparán a sus anchas por toda la geografía española. Y quizás acompañados de otros males reaccionarios peores.

Un panorama que debería reconducirse con urgencia por la vía de la decencia política (el PP tendría que jugar ya su baza renovadora con Feijoó) y sin forzar las reglas y procedimientos de la democracia; con campañas electorales argumentadas y sensatas; con promesas claras, razonables y asumibles; con el compromiso de afrontar las reformas institucionales que necesita el país; dando respuesta ejemplarizante a la corrupción política (empezando dentro del partido propio) y aceptando de buen grado las normas del modelo de convivencia democrática vigente.

Para empezar, no estaría mal. Pero es de temer que, con todo, octubre sólo sea nuestro mes inolvidable de ‘los cuchillos largos’.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Según lo declarado por los partidos políticos, parece que el resultado de los comicios gallegos y vascos ha sido bueno para casi todos y malo para casi nadie, como se suele concluir de forma interesada al final de cualquier confrontación electoral. Pero la realidad es otra: naturalmente, en cada ocasión sólo ganan un partido y un candidato, mientras todos los demás pierden, aunque puedan mejorar la posición de salida.

En Galicia, el ganador indiscutible e indiscutido ha sido Núñez Feijoó, que con 41 escaños ha alcanzado la mayoría absoluta por tercera vez consecutiva. Con esta victoria inapelable, el PP se consolida como fuerza hegemónica en Galicia (hoy por hoy su único baluarte autonómico), al tiempo que su líder se afianza como candidato a la presidencia del Gobierno seguro y con condiciones personales objetivas para sustituir a Rajoy cuando éste tenga a bien cederle el relevo o sea forzado al retiro.

Y este éxito personal de Feijoó (los méritos del PP son menos evidentes), ha conllevado un rotundo fracaso de Ciudadanos en Galicia, anunciado con claridad en las encuestas previas: cero escaños. Batacazo que deja a los populares como fuerza exclusivista de la derecha gallega, facilitando el sostenimiento de sus diputados en el Congreso y confirmando el descalabro electoral de la formación naranja, fácilmente extensible a otros territorios y decisivo para que el PP pueda recuperarse de su desastre nacional (Génova considera que todos sus males nacen de la ruptura del voto conservador).

Al mismo tiempo, el otro perdedor de las elecciones gallegas, aparte de Ciudadanos, ha sido el PSOE de Pedro Sánchez, aunque como líder nacional quiera alejarse del terremoto autonómico. Sus 18 escaños en el Parlamento de Galicia (sobre 75) se han reducido a 14, siendo igualado en escaños por Podemos (En Marea), que ha aumentado en 5 los 9 que ya tenía su fuerza integrada (AGE), y superándole en votos, consumando así en Galicia -y a pesar de todo su desorden interno- el sorpasso que no pudo asestarle el 26-J a nivel estatal.

En el País Vasco ha ganado el PNV de la mano de Íñigo Urkullu. Cierto es que sin alcanzar la mayoría absoluta pero mejorando su propia marca y a una holgada distancia de sus competidores, que han quedado fragmentados en cuatro fuerzas políticas sin problemas para permitirle un gobierno estable. De hecho, y una vez que sea re-investido lehendakari como candidato con más síes que noes, tendrá donde elegir los apoyos necesarios para legislar sin sobresaltos.

Pero es que, además, en la comunidad vasca se han reproducido el fracaso de Ciudadanos (con cero escaños), el no menos bochornoso del PSOE (que ha perdido 7de los 16 escaños que aún conservaba) y sufriendo el segundo sorpasso territorial de Podemos (que le aventaja en 2escaños). Todo ello con un HB Bildu que reduce su anterior representación de 21 a 17 escaños(empujado por el partido de Pablo Iglesias) y un PP insalvable en el País Vasco que comparte ex aequo el último puesto del ranking electoral con el PSE (9 escaños cada uno sobre un total de 75), tras la desaparición de UPyD.

A tenor de los resultados del 25-S, en Euzkadi se registra, pues, una mayoría clara y rotunda de nacionalistas (29 escaños) e independentistas (17 escaños), que totalizan 46 diputados (sobre 75). Y, por si eso fuera poco, también se consolidan los radicales de Podemos como primera fuerza política de referencia nacional (que ha pasado de cero a 11 escaños), dejando al PSOE y al PP prácticamente como partidos-florero. Tómese nota de esta deriva radical (reflejo de la catalana), sobre todo en esas dos formaciones todavía mayoritarias, de la que se puede avecinar, de sus consecuencias y de sus motivaciones originales…

En todo caso, lo cierto es que en unas nuevas elecciones generales el PP podría mejorar su posición en el Congreso, conforme a sus expectativas previas. Previsión que si los resultados del 25-S no se consideran del todo extrapolables a nivel del Estado, porque las realidades autonómicas son muy distintas, sí que tiene sustento en la dinámica electoral regresiva de Ciudadanos y del PSOE, así como en los distintos grados de fragmentación que van a darse en la derecha y la izquierda nacionales. La tendencia marcada en las urnas es la que es y, al menos a corto plazo, no parece que le sea menos desfavorable que a las demás organizaciones partidistas.

¿Pero, esa situación permite en cualquier caso que Rajoy -cuyo rechazo personal por parte de las demás fuerzas políticas es inapelable- obtenga una mayoría suficiente de escaños para no desalojar La Moncloa y seguir liderando el PP…? En nuestra opinión, la respuesta es que no. Aún más, lo que evidencian los distintos resultados electorales que ha cosechado el partido en Galicia y el País Vasco (un éxito arrollador en el primer caso frente a un fracaso reiterado en el segundo bajo las mismas siglas) es, entre otras cosas, una proyección de imagen y de la forma de hacer política muy distinta en cada candidato (y del consecuente apoyo social al partido).

A Feijoó se le reconoce como un valor de futuro independiente del Gobierno de Rajoy a pesar de su relación personal de amistad, y hasta como posible nuevo líder nacional (ya gobernaba en su comunidad en 2009); mientras que Alfonso Alonso está marcado como ex portavoz parlamentario y ex ministro del abrasado ‘marianismo’ (aunque uno de los menos quemados). Dicho de otra forma, en Galicia ha ganado Feijoó y en el País Vasco ha perdido Rajoy, cosa que, de no entenderse bien, seguirá impidiendo su investidura sin una mayoría absoluta propia o asociada a Ciudadanos. Lo demás serán cantos de sirena o esperanzas vanas.

Respecto al PSOE, reiteramos lo dicho en otras ocasiones. Mientras no se tome en serio su renovación interna, prácticamente refundacional -entre otras cosas enterrando de una vez por todas a su destructiva vieja guardia-, proseguirá agonizando en una continua y tenebrosa caída electoral sin fondo. Y claro está que Pedro Sánchez no es, con todas sus carencias, el culpable de este desaguisado, que arranca del ‘felipismo’ y se consuma con el ‘zapaterismo’: las glorias eméritas socialistas que todavía mecen con sus largas manos la cuna del partido, sabrán lo que hacen y el daño que le están infligiendo con sus continuas intrigas y torpezas, debiendo repensar la forma en que nominan y acto seguido destruyen a sus líderes nacionales, si no les son dóciles y comulgan con sus ideas e intereses.

Finalmente, si cabe señalar algún otro ganador (relativo) en los comicios del 25-S, ese es Pablo Iglesias. En Galicia ha sabido integrarse en su fuerza afín (En Marea) para igualar al PSdG en escaños y superarle en votos, pasando a liderar (o co-liderar) la oposición. Y también alcanzar en el País Vasco un tercer puesto por detrás de HB Bildu, con el factor añadido de que los independentistas han perdido 4 escaños mientras Podemos carecía de presencia en el parlamento de Vitoria, situándose por delante del PSOE y del PP…

A pesar de su limitación territorial, los resultados del 25-S no dejan de evidenciar la tendencia electoral del momento, apuntando algunos efectos claros sobre las próximas elecciones generales. Algo que, en buena lógica, hace imposible sacar adelante cualquier nueva alternativa partidista a la no-investidura de Rajoy.

Tras el 25-S, y salvo que el Jefe del Estadio decida proponer un candidato independiente de los partidos políticos para formar un gobierno técnico y de estabilización institucional (solución a la italiana), volveremos a las urnas en el mes de diciembre. Estemos atentos, porque el espectáculo político va a seguir siendo intolerablemente vergonzoso.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Dice un conocido refrán español que ‘tras la tempestad, viene la calma’. Y otros, más o menos coincidentes en su sentido expresivo, que ‘Dios aprieta, pero no ahoga’ y que ‘no hay mal que por bien no venga’; aunque éste último tenga una versión algo más inquietante: ‘no hay mal que cien años dure..., ni cuerpo que lo aguante’.

Y cierto es que las malas situaciones siempre terminan pasando. Pero en el mar, la quietud y la calma chicha no dejan de ser preocupantes, a veces abriendo una puerta a la desesperación, como anunciando un mal augurio o un presagio de muerte. En todo caso, la tranquilidad siempre tiene su contrapunto en las irremediables turbulencias de la vida.

Lo que estamos viviendo en este momento político, tras la agitada no-investidura presidencial de Rajoy (y antes con la de Sánchez), es justo un episodio de pasividad o de calma chicha que no se compadece con una situación de desgobierno tan grave como la que han estado proclamando los líderes partidistas, y sobre todo el del PP. Es decir, de repente se ha producido una bajada de tensión en la vida pública, palpable incluso en la anodina campaña electoral de Galicia y el País Vasco, sólo alterada con las incidencias que se producen en las causas judiciales protagonizadas precisamente por gente de la política.

Pero, ¿tan importantes o decisivas son esas dos elecciones autonómicas como para que los políticos aparquen sus interés personales en la formación del Gobierno de la Nación…? ¿Cómo o en qué pueden incidir los resultados, ya cantados por la demoscopia electoral a favor de Feijoó y Urkullu, sobre esa necesidad superior…?

Llevando el tiempo que llevamos observando la realidad social, sólo nos cabe vislumbrar dos razones para entender este sorprendente impasse: el hecho de que, a la chita callando, todos los partidos estén dando por inevitables unas nuevas elecciones generales en diciembre, o que se esté preparando de forma silente una tempestuosa lucha para intentar otra investidura presidencial a partir del 25-S, de nuevo sea como sea (en parte podría solaparse). Cuando se sepa quién puede volver a protagonizarla, resurgirán las peleas y el fuego cruzado entre los partidos y sus afines.

Una batalla en la que, de darse, las huestes populares ocuparían la primera línea de combate, procurando un ‘gobierno continuista’ e intentando forzar otra vez la abstención de los socialistas. Aunque quizás también quepa un mínimo intento de entendimiento tripartito entre el PSOE, Podemos y Ciudadanos, en forma de ‘gobierno reformista’, con una solidez teórica de 188 escaños (85+71+32), por imposible o inusitada que parezca la idea (no insensata).

Lo que sí parece haber caído en saco roto es la posibilidad más razonable de que, desde su potestad, el Rey propusiera un candidato independiente de los partidos para intentar formar un gobierno técnico y de estabilización institucional, al estilo ya vivido de forma reiterada y exitosa en Italia. Pero aceptar esa solución es algo que requiere una grandeza de la que carecen nuestros voraces partidos políticos, aunque tras el 20-D tanto Ciudadanos como Podemos ya la apuntaron, al comprobar las dificultades para armar un acuerdo de gobierno estable (y desde luego porque ni Rivera ni Iglesias se veían presidenciables).

El mes de octubre, y hasta que el día 31 concluya el plazo para en su caso disolver Las Cortes Generales y convocar nuevas elecciones generales, vamos a revivir con toda probabilidad una tormenta política perfecta, que nos puede encender el pelo. Y alentada también desde sectores económicos y empresariales teóricamente externos al PP (o no, que diría Rajoy).

Entre otras cosas, porque la anterior insistencia de los populares para recolocar a Rajoy como presidente del Gobierno, fuera como fuera e incluso con el apoyo de sus mayores oponentes políticos, ha sido tan brutal que cualquier conciliación del tema les dejaría ahora en evidencia o en mala posición ante le opinión pública. Es decir, quedando como quien ha querido matar moscas a cañonazos y con un presidente en funciones que, como candidato, ha sido duramente recusado en el Congreso (él mismo reconoció su temor a ser “apaleado”). ‘No la hagas y no la pagarás’, como advierte un sabio proverbio popular.

Cierto es que de continuar siendo candidato socialista a la presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez también ha sido derrotado en otro intento de investidura. Pero a nuestro entender con algo más de dignidad que Rajoy, tras haber aceptado la designación del Jefe del Estado que había rechazado el presidente en funciones, trabajándose a fondo el acuerdo con Ciudadanos (si bien era claramente insuficiente por la marginación de Podemos) y, sobre todo, porque supo poner en evidencia la falta de colaboración del PP, que votó su investidura con un rotundo y legítimo ‘no’, sin considerar ni por asomo la misma posible abstención que después reclamó tan airadamente del mismo PSOE para Rajoy…

Todo ello teniendo por medio a Rivera, que como perejil de todas las salsas luchará briosamente a base de propuestas más o menos gratuitas para no perder pie en el escenario electoral. Aunque, antes que buscar presencia mediática a la desesperada, tendría que decidir si quiere seguir siendo la muletilla de otros o marcar de verdad un territorio político propio entre el PP y el PSOE, evitando que los populares se lo merienden con el ‘abrazo del oso’, como siempre han hecho con sus partidos colaboradores (ese es el gran objetivo inmediato de Génova).

Y con el acompañamiento expectante de los nacionalistas y soberanistas, que esperan encantados ver cómo la política nacional sigue embarrada por la torpeza de sus líderes y el desmedido poder de sus correosos aparatos partidistas (la enemiga en casa o el gran maligno de la partidocracia), que las nuevas fuerzas políticas han asumido de forma realmente frustrante.

De momento, Feijoó -la actual estrella de los populares- no ha dudado en afirmar en plena campaña electoral de Galicia que “con González, Zapatero, Rubalcaba o Vara enfrente no habría bloqueo”. Mientas la socialista Susana Díaz se pasea por los cenáculos conservadores madrileños, un día sí y otro también, pidiendo arteramente que se degüelle al mismo Pedro Sánchez al que ahora ella sería incapaz de desbancar en unas elecciones primarias socialistas, con tal de evitar unos nuevos comicios que muestren cómo el PSOE andaluz se le va de las manos…

Prepárense, pues, queridos abonados, para el totum revolutum político del ‘todos contra todos’ que con gran probabilidad vamos a vivir en octubre, salvo que, por vergüenza de lo visto hasta ahora, los partidos se achanten con una campaña electoral de punto en boca hasta poder abrirla en mejor ocasión. Lo veremos a partir del 25-S.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

Si uno repasa la historia más reciente de España, puede encontrar cierta similitud entre la forma en que germinó la intentona golpista del 23-F y las actuales presiones del establishment para que, una vez roto el bipartidismo PP-PSOE, los resultados salidos de las urnas el 20-D y el 26-J se interpreten como un mandato social inequívoco de que quien ha de gobernar en España es Rajoy, sí o sí. Más allá, claro está, de lo tasado en el juego democrático.

Lo que algunos militares ilustrados del antiguo CESID hicieron en la fase preparatoria del 23-F, fue rescatar la experiencia de 1958 con la que en Francia advino la V República. Se conoció como ‘Operación De Gaulle’ y consistió en crear un estado de opinión artificial sobre la inestabilidad política y el derrumbe institucional, sobre sus grandes riesgos y sobre la necesidad de superar como fuese los males que se avecinaban, incluyendo la toma de Paris por las fuerzas paracaidistas desplazadas desde Argelia; o del oportunismo de dar carta de naturaleza al malestar provocado por la guerra argelina de liberación iniciada en 1954.

Dicho de otra forma, se creaba prácticamente de la nada un problema político had hoc (o se magnificaban algunos indicios incipientes de malestar ciudadano) para presentar acto seguido la solución ‘salvadora’ o en teoría necesaria para conjurar la falsa catástrofe prefabricada, justificando en razón de esa emergencia nacional todas las tropelías antidemocráticas que pudiera conllevar. Por eso, a sus inspiradores les gustaba tanto hablar de gobiernos de ‘salvación nacional’.

Algo que en el caso español del 23-F se entendió silentemente como un golpe de Estado propiciado desde dentro del sistema y por los poderes fácticos del momento. Algunos -la Iglesia y el Ejército- han desaparecido como tales, pero otros prevalecen todavía en el entorno neoliberal, con no pocos alevines sueltos por su entramado de empresas mediáticas.

No es nuestra intención profundizar ahora en lo que fue el 23-F, en sus orígenes ni en la forma en que se superó. Pero lo cierto es que la actual situación de desbarajuste político, hay cosas que a quienes fuimos testigos directos de aquél lamentable suceso de la Transición no nos extrañan.

A Adolfo Suárez se le quitó malamente de en medio (sin esperar a que lo hicieran las urnas) porque no admitió en primera instancia las presiones internas y externas ni el juego antidemocrático para que abandonara el Gobierno, aunque su posterior dimisión tampoco calmó a los golpistas del 23-F. Y, ahora, otros poderes muy similares ejercientes en la sombra, que se consideran omnímodos, también parecen entender que el ordenamiento constitucional no es suficiente para asegurar o no la investidura presidencial de Rajoy, personaje más identificado con sus intereses que el resto de los líderes políticos, más progresistas, radicales o transgresores (beligerantes con los recortes sociales, partidarios del ‘derecho a decidir’, tolerantes con el ‘soberanismo’…); sin que un gobierno simplemente reformista tampoco aplaque sus inquietudes y aspiraciones de clase.

Y quizás por eso se está creando un estado de opinión o de dramática necesidad nacional, con toques verdaderamente angustiosos, no para forzar un diálogo abierto, sincero y con cesiones compartidas entre partidos, sino para obligar a todos ellos (o a los más maleables) a respaldar con sus votos y escaños otro gobierno conservador presidido por Rajoy y con carta blanca para culminar sus políticas antisociales. Es decir, nada de nuevas elecciones generales según dicta la Constitución (mientras no se quiera reformarla): Rajoy o el caos; o sigue Rajoy o se van a enterar ustedes de lo que vale un peine.

En febrero de 1981 el ‘peine’ tomó forma de asalto armado al Parlamento y de secuestro de la soberanía nacional, de carros de combate tomando las calles de Valencia, de una temida División Acorazada desacuartelada, de un general vestido de uniforme que quería proponerse a punta de pistola como presidente del Gobierno en la sacrosanta sede del Congreso…

Y ahora, en tiempos distintos y adecuando a ellos un nuevo estilo golpista, esa misma retranca de ‘lo que vale un peine’ es una amenaza de desastre político total, de duras sanciones europeas, de ruina económica por los siglos de los siglos, de tirar por la borda todo lo conseguido…, y de otros lugares comunes que sólo se justifican en la calenturienta mente de quienes dirigen la fábrica de mentiras nacionales. Pues que bien.

Nada de forzar la sustitución de Rajoy (el Elefante Blanco del momento) por otro candidato más razonable de su propio partido (quizás Alberto Núñez Feijoó), como han requerido los dirigentes de los partidos que podrían apoyar un gobierno del PP. Nada de concesiones realmente reformistas a Ciudadanos o más progresistas al PSOE. Nada de nada con los partidos nacionalistas, salvo acusarles de ser ‘enemigos de España, y menos aún cruzar dos palabras de mínimo entendimiento con la izquierda más radical, hoy por hoy respaldada en todo el territorio nacional por más de cinco millones de votos.

Pero lo más sorprendente y acomodaticio del caso es que estas presiones carcas para que gobierne Rajoy (y Rajoy por encima del PP) estén apoyadas e incluso jaleadas por algunos dirigentes o ex dirigentes del PSOE, primos hermanos de los que en los prolegómenos del 23-F escuchaban en Lérida con suma atención los cantos de sirena del general Armada. Ahora quien les lleva al huerto es un civil que hizo la mili ordinaria dedicado a las tareas de limpieza en la Capitanía General de Valencia, mandada ya por el teniente general Milans del Bosch, pero licenciándose como cabo furriel poco antes de que el 23-F éste sacara los tanques a la calle. Cosas de la vida…

Ya lo saben ustedes, queridos abonados: Rajoy por fas o por nefas. Y lo más decepcionante es que, al igual que sucedió al iniciarse en febrero de 1981 el asalto del teniente coronel Tejero al Congreso de los Diputados, cuando una parte considerable de la sociedad española veía aquello con simpatía o con cierta complicidad pasiva, hoy también son muchos los españoles que caen en el engaño de que, cuando más convenga a los de arriba, la investidura del presidente del Gobierno no tiene que derivar de la natural aritmética parlamentaria, según lo establecido en la Carta Magna, sino forzarse mediante presiones mediáticas y ‘golpes a la francesa’ o ‘golpes parlamentarios’.

Las vías constitucionales para enmendar el actual impasse de desgobierno son muchas y todas viables. Desde aceptar un candidato independiente de los partidos para que forme un gobierno técnico y de estabilización institucional, hasta constituir coaliciones pre-electorales que garanticen una suma coherente de votos y escaños suficientes para gobernar, pasando por la solución más simple de unas nuevas elecciones en las que cada partido y cada candidato convenzan con claridad, limpieza y verdadero compromiso político a los electores para captar su voto mayoritario, aunque los golpistas de nuevo cuño no tengan -ni quieran tener- quien les haga ese recado: está claro que les encanta Rajoy.

Los recursos extra democráticos, o no contemplados en el ordenamiento constitucional, al corte de la carcunda que está presionando de forma incansable para reasentar a Rajoy en La Moncloa sin el respaldo social suficiente, forzando la realidad ideológica del Congreso (residencia de la soberanía nacional) y vulnerando con ello la confianza depositada por los votantes en cada uno de sus partidos, no dejan de ser -como decimos- una peligrosa llamada a los fantasmas golpistas del pasado. Aunque en una formulación de trama civil más adaptada a los nuevos tiempos: los mismos perros, sueltos con otros collares; porque desde luego no es exactamente lo mismo Mariano Rajoy y el ‘marianismo’ que Armada y los blindados de la ‘Brunete’, al menos de momento.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

La matraca pública de Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta de Extremadura y secretario general del PSOE en la comunidad autónoma, para que su partido facilite como sea la investidura presidencial de Rajoy, es, además de llamativa e incomprensible, bastante sospecha: huele a podrido en el más puro estilo hamletiano.

Y no sólo porque desde una óptica progresista las políticas del PP hayan sido extremadamente antisociales -y seguirían siéndolo-, sino porque en las exigencias del presidente extremeño para que Sánchez ponga los votos del PSOE al servicio del ‘marianismo’ (la versión más dura del conservadurismo español desde la Transición), rayanas en la indecencia ideológica, no exige nada compensatorio a cambio: niega el do ut des (‘doy para que me des’), que es el principio de reciprocidad natural y elemental en cualquier trato y especialmente en el negocio de la política.

Lo más justificativo que hemos escuchado al respecto en boca de Fernández Vara, es que España necesita la aprobación urgente de los Presupuestos Generales del Estado, confundiendo su opinión personal con los intereses generales del país, como suelen hacer los políticos oportunistas. Y aunque él sepa perfectamente (faltaría más) que pueden prorrogarse sin necesidad de que nadie se rasgue las vestiduras y que existen instrumentos normativos adecuados para sortear el bloqueo presupuestario.

La realidad es que en caso de extrema urgencia o necesidad imperiosa, que sería el caso del ajuste de las pensiones y del salario de los funcionarios, el Gobierno en funciones puede aprobar los reales decretos-ley que convengan con la simple condición de tener que ser convalidados por el Congreso en un plazo de 30 días. Punto pelota.

Pero es que, además, y esto Fernández Vara se lo calla, tampoco sería la primera vez que España prorroga sus presupuestos. El caso más reciente se remonta a 2011, justo cuando el último gobierno socialista abandonó La Moncloa y Rajoy ganó con mayoría absoluta. Poco después, el Gobierno del PP prorrogó los presupuestos de 2011 (Real Decreto-ley 20/2011, de 30 de diciembre), instrumentando previamente el gasto para la actualización de las pensiones (en 1995 Felipe González tampoco pudo aprobar sus últimos presupuestos).

No debería ser necesario dar lecciones de política presupuestaria a todo un presidente de comunidad autónoma como Fernández Vara, pero sí conviene advertir la simpleza de sus argumentos para reasentar en el Gobierno a Mariano Rajoy, nada más y nada menos que con los votos del PSOE. Poco tienen que ver sus afirmaciones de que “los ciudadanos están hartos de estar hartos” (algunos también pueden estar hartos de él) y que “lo que han dicho los ciudadanos tanto en diciembre como en junio es que había que hablar” (¿incluye en esas conversaciones a Podemos?), con la traición ideológica que propugna y la puñalada trapera que de forma tan insistente intenta asestar a su secretario general, Pedro Sánchez, forzándole a rendir pleitesía a Rajoy y a ofertarse para ser devorado por los votantes socialistas (que a lo peor es lo que en el fondo pretende el camarada extremeño).

Y ello negando hipócritamente la mayor y afirmando que va a ser “siempre leal al líder”, con el retintín de que “la lealtad no es siempre seguirle y tocar las palmas”, seguido con el despiste de que “lo último que querría es que Rajoy fuese presidente con los votos del PSOE” y con la apostilla de que “hemos perdido la capacidad de ser críticos, y ser de izquierda significa ser crítico”… Claro está que apoyar a un gobierno tan reaccionario y destructivo del Estado del bienestar como el de Rajoy, tampoco parece que deba ser responsabilidad precisa ni única de los socialistas y progresistas en general.

Lo cierto es que Fernández Vara ya dio muestras de su confuso sentido de la ideología y de la geometría política cuando en mayo de 2014 no supo -o quizás no quiso- granjearse el necesario apoyo de IU para ganar la moción de censura que había presentado al gobierno extremeño presidido por el popular José Antonio Monago.

Tal vez en aquella ocasión, como puede haber sucedido ahora con su afán por ver a Rajoy reacomodado otros cuatro años en el Gobierno de la Nación, el líder de los socialista de Extremadura (¿?), fue presa de algún extraño déjàvu o alteración del reconocimiento entre el presente y lo ya vivido. Porque lo cierto es que inició su andadura política afiliándose a las Nuevas Generaciones de Alianza Popular (predecesora del PP) el 20 de noviembre de 1978, justo en el tercer aniversario del fallecimiento de Franco y marcando así ‘paquete político’ poco antes de aprobarse la Carta Magna, con 21 años recién cumplidos y de la mano de Antonio Hernández Mancha (recientemente retratado en los ‘papeles de Panamá’). Una andadura por la derecha más cerril de la que se desmarcó definitivamente 17 años después, cuando en 1995 fue nombrado director general de Salud Pública y Consumo en el Gobierno del socialista Rodríguez Ibarra.


Carnet de Fernández Vara de las Nuevas Generaciones de Alianza Popular.

Con todo, lo más llamativo de la deriva derechista de Fernández Vara es que su presidencia de la Junta de Extremadura depende en estos momentos del apoyo que le presta Podemos con sus seis diputados autonómicos, dado que ganó las elecciones de 2015 con 30 escaños y la mayoría absoluta de la Asamblea es de 33. Por tanto, la pregunta que hay que hacerse es si su actitud está o no consensuada con el partido de Pablo Iglesias y cuál sería su reacción si el presidente extremeño se sale con la suya para que Rajoy gobernara de nuevo otros cuatro años con los votos del PSOE.

Fernández Vara puede tramar, decir y hacer lo que estime oportuno (allá él con sus intereses y su conciencia política), aunque antes el PP no apoyara por activa ni por pasiva la investidura presidencial de Pedro Sánchez -igual de legítima que la de Rajoy-, ni los barones socialistas procuraran ningún acercamiento a Podemos.

Lo evidente es que, con su sospechosa actitud, el secretario general del PSOE extremeño y actual presidente de la Junta está más cerca de Rajoy que de Sánchez, lo que no es sólo una aberración y una inconsecuencia ideológica, sino también la mejor forma de seguir empujando al partido a las catacumbas políticas y a ser devorado por Podemos. Con independencia de que su confusa y oscura deriva derechista insista en convertir la política nacional en un patio de Monipodio.

Seguro que Fernández Vara tendrá contentos al PP, a Rajoy y al entorno de la nueva ‘beautiful’ socialista y sus amigos de cabecera (los Slim, Cisneros, Lionel Fernández…) afincados con Felipe González en los paraísos caribeños, cuando no andan de contubernio político en ‘El Penitencial’ la finca de recreo que éste tiene precisamente en Guadalupe (¿será el presidente extremeño uno de los asiduos?). Pero lo sorprendente es que el personaje de marras siga en sus cargos socialistas, en vez de reintegrarse al PP. Ver para creer.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19

El paso de Albert Rivera por Galicia y el País Vasco durante la campaña electoral del 25-S, ha sido significativo: circunstancial y sin carga política alguna para mover mínimamente la posición de los votantes de la derecha, que en esos lares ya tienen a Ciudadanos situado en la pura marginalidad.

El partido falsario de la ‘nueva política’ (nada hay en él que justifique esa pretendida imagen de marca) lo tiene crudo en esas dos comunidades autónomas, donde con toda seguridad va a recibir un nuevo varapalo electoral en línea con su caída nacional del pasado 26-J, momento en el que, de la noche a la mañana, perdió el 20% de sus escaños en el Congreso (bajando de 40 a 32). Una realidad distraída de la opinión pública gracias a la permanente actividad mediática del líder de Ciudadano y a la continuidad de su montaje de pactos y acuerdos políticos inservibles.

No nos gusta ser augures de lo por venir, pero si algo está cantado en las elecciones del 25-S es el batacazo político de Rivera, esa especie de ‘niño sabio’ de La Barceloneta -cada vez más repelente- que pretende liderar la ‘nueva política’ española agarrándose a lo más rancio del sistema. Sin ir más lejos, en abril de 2015 reconoció estar afiliado a la UGT (“lo he dicho mil veces”, aclaró ante un auditorio de ingenieros de Caminos, Canales y Puertos ciertamente perplejo). Está en su derecho de afiliarse a un sindicato de clase, pero si eso es hoy una muestra de modernidad política, que venga Dios y lo vea.

Ya hemos escrito en alguna ocasión que Rivera nos parece el ‘tonto útil’ del PP y del PSOE (y al parecer de la UGT) y que, para sentirse más cómodo en la ‘nueva política’ que pregona (pero imperceptible), debería acompañar el liderazgo de Ciudadanos con otra doble militancia en esos dos partidos. Sería curioso saber si también es socio simultáneo del Barça y del Real Madrid, o de cualquier otro club de fútbol que se le haya puesto a tiro en sus bolos de campaña...

El caso es que lo primero que hizo Rivera en su descubierta electoral a Galicia, nada más cruzar el Rubicón castellano-leonés, fue lanzar su ‘alea iactaest’ (la suerte está echada) particular, al estilo cesariano, que es lo suyo, pero no con la coletilla del ‘veni, vidi, vinci’, sino con la de ‘llegué, vi y metí la pata’. Previamente, y para afianzar su extraña idea del reformismo político, había apeado de la lista electoral coruñesa para el 26-J a Antonio Rodríguez, hasta entonces pretoriano de su confianza y único diputado nacional de Ciudadanos en Galicia, sustituyéndole a ‘dedo divino’.

En paralelo con esa bochornosa situación (escasamente ‘renovadora’), Juan Manuel Varela, escaldado responsable del partido naranja en Lugo, lanzó unas explosivas declaraciones denunciando que la dirección nacional del partido “dirigía el cotarro” desde Barcelona, que su estructura en Galicia funcionaba en ‘tipo franquicia’ y que en su entorno había cantidad de “barbiesy palmeros” que estaban esperando “a que vengan unas elecciones para colarse” en las listas. Toda una revelación sobre la ‘nueva política’ que ejecuta el joven Rivera, aunque la que propugna públicamente a bombo y platillo sea otra bien distinta y maquillada.

Pero es que, desembarcado desde la ciudad condal en ‘a terra das meigas’ (ahí es nada) y con lo que se jugaba en ellas, a Rivera sólo se le ocurrió iniciar la campaña electoral del 25-S con esta patochada política: “Si Feijoó no logra la mayoría y depende de nosotros, Galicia tendrá gobierno”. Porque, si al final Ciudadanos va a apoyar un gobierno del PP, ¿qué razón hay para que sus simpatizantes no voten directamente a los populares con una mayor utilidad del voto…?

Y todo ello después de insistir en su incongruente lema de campaña: ‘No nos conformemos, Galicia merece más’. Pero, ¿qué más puede merecer la derecha en Galicia…? ¿Acaso no se gobierna ya en la Xunta con una mayoría absoluta del PP…? ¿O es que Rivera pretende algo mejor que el propio gobierno de Núñez Feijoó al que quiere apoyar de forma tan diligente y entusiasta…?

Con esos mimbres tan manidos y caducos, poco cesto político se puede armar en las duras tierras electorales gallegas y vascas. Y menos todavía arrogándose el papel de ‘Pepito Grillo’ nacional (o de conciencia política colectiva) sin conocimientos ni mérito para ello.

Sin ir más lejos, nada hay peor que desembarcar electoralmente en el País Vasco, donde todo el cuerpo social -milite cada cual en el partido que milite- no renuncia a su ‘vasquismo’ frente a la ‘españolidad’, arremetiendo antes que nada contra los nacionalistas y acusándoles nada menos que de ser ‘enemigos de España’. Si tratas a alguien de esa forma, con tanta rabia e insistencia como hace el mentor de la ‘nueva política’ (¿?), poco ha de chocar que, teniendo ocasión, no le traten a él y a su partido como enemigos declarados de Euzkadi.

Por eso, el Ciudadanos del joven Rivera poco va a rascar en el Parlamento vasco (lo suyo es que no obtenga ni un escaño). Y auto limitando además el alcance territorial de sus aspiraciones políticas en un país que, aunque él no se haya enterado, es esencialmente plurinacional.

Su intransigencia con quienes no comparten sus propias ideas, es sin duda extremadamente inhábil para querer gobernar España mediante consensos políticos, que son su obsesión personal para protagonizar una presencia mediática que terminará abrasándole. Y ahí están sus pullas con Podemos, con los ‘comunistas’, los republicanos, los nacionalistas…, aunque no con los extremistas de derecha, entre los que quizás termine teniendo una buena acogida. Enfrentamientos radicales que chocan bastante con una de su declaración más incongruente en la campaña electoral del 25-S: “A quien no le guste o no sepa pactar o dialogar, que se marche”.

Porque, ¿a quién dirigía el adalid de la ‘nueva política’ (descalificatoria y excluyente) sus atrevidos consejos de jubilación política…? ¿A Rajoy y a Sánchez, que han sido sus sucesivos conchabados, o a un Pablo Iglesias al que él niega la palabra, el pan y la sal…? ¿No estaría Rivera reflejando en ellos su propia intransigencia…? Puestos a recomendar ese tipo de retiro político, se tendría que meter a muchos en el mismo saco, incluido él.

Confundiendo las cosas como las confunde Rivera (por ejemplo, el voto útil con el inútil y el acuerdo con la adhesión), o firmando pactos a troche y moche que acto seguido anula con una frialdad y radicalidad pasmosas, está echando a perder su carrera política de forma prematura. El 25-S se lo van a decir alto y claro en Galicia y el País Vasco: su fracaso girará en torno al cero más cero, totalizando nada de nada.

Quizás eso sirva al ‘niño sabio’ de la ‘nueva política’ para reflexionar sobre sus maximalismos y su prepotencia personal (fíjense que lo pretendido por el pipiolo de marras en Galicia era nada más y nada menos que “controlar a Feijoó”, que ya va a por su tercer mandato de mayoría absoluta). Y también para que comience a madurar políticamente; porque la pregunta del caso, que ya hemos formulado en otras ocasiones, es -insistimos- ésta: ¿Sabe el joven Rivera qué quiere ser de mayor…?

Fernando J. Muniesa

Por Victoria
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Los populares y su adlátere Rivera, se han puesto la soga al cuello con su empecinamiento acusatorio contra los ‘enemigos de España’. Es decir, contra los partidos nacionalistas, cierto es que empeñados a su vez en el ‘derecho a decidir’, aunque a nuestro entender esta cuestión diste bastante de poder justificar tan rabiosa calificación guerra-civilista.

Una torpeza que choca con el papel responsable e imprescindible que esos nacionalismos históricos (PNV y CDC) jugaron en los difíciles momentos de la Transición, colaborando decisivamente en la conformación del actual sistema de convivencia democrática. Cosa distinta son los partidos más radicales que les sobrepasan, alentados en buena medida por los continuos errores de gobierno que de forma activa y pasiva vienen complicando el problema irresuelto de nuestra vertebración político-territorial.

Eso, claro está, al margen de la visceralidad y el poco sentido común (y de Estado) con que el PP y Ciudadanos se instalan cada dos por tres en el oportunismo de realimentar la enemistad entre españoles con distintas ideas políticas: una actitud de puro patrioterismo electoral y en el fondo contraria al fomento de la unidad nacional que propugnan…

Pero ese gran error se acaba de pagar caro en perjuicio general de todo el país, porque la estigmatización política del PNV y de la antigua CDC ha impedido la investidura de Rajoy como candidato presidencial más votado, con todos los males que ello pueda arrastrar, según su propia opinión. Dígase lo que se diga, la llave para que Rajoy permanezca en La Moncloa no la tiene sólo el PSOE: también serviría acompañar el sí de Ciudadanos con una simple abstención de los nacionalistas vascos y catalanes que están en la derecha política (y con el no de otros partidos más radicales).

Algo constructivo deberían decir al respecto los ex presidentes González y Aznar, considerando el entendimiento que ambos tuvieron con esas mismas formaciones políticas en sus mandatos de legislatura. Hacen mal en callar o en no tratar de disolver ese tipo de enconamientos.

Y esa colaboración política es tan necesaria frente a la praxis de enemistad permanente, que el propio Rajoy intentó una rectificación de sus excesos verbales al constituirse el Congreso de los Diputados de la XII Legislatura, recién concluida la campaña electoral del 26-J en la que anatemizó a peneuvistas y convergentes como ‘enemigos de España’. Pero llegó cuando sus diatribas ya habían sobrepasado el límite de lo conciliable.

En aquel momento (con las elecciones concluidas y sin escaños en juego), el portavoz popular en el Congreso, Rafael Hernando, no dudó en mostrar su conformidad para que Convergència pudiera tener grupo parlamentario propio, aún sin cumplir los requisitos establecidos en el Reglamento del Congreso (el eufemismo empleado fue ‘encontrar un resquicio jurídico’). Olvidando el haber echado en cara a Pedro Sánchez, cuando en abril éste buscaba el apoyo necesario para su propia investidura, que se reuniera “a escondidas con los independentistas”, contrariando -dijo Hernando- un acuerdo interno del Comité Federal del PSOE, que a él ni le iba ni le venía.

Pero el partido naranja de la ‘nueva política’, nacido contra el soberanismo catalán (y poco más), endureció su discurso al comprobar el incipiente cruce de apoyos entre los populares, CDC y PNV para constituir la Mesa del Congreso. Inmediatamente, Rivera tuiteó airado: “Convergència se quedó sin grupo parlamentario en las urnas. Nos opondremos en la Mesa si el PP quiere crear un grupo separatista y darle tres millones de euros”.

Por su parte, el vicesecretario general de Ciudadanos, José Manuel Villegas, advirtió que si para facilitar la investidura de Rajoy el PP pactaba con “quienes quieren romper España”, revisarían su posición de abstenerse: “Ante esta situación extraordinaria, nos podríamos replantear la abstención técnica en la segunda votación para volver al no”. Y argumentó: “No tiene mucho sentido hablar sobre políticas fundamentales para el país con quienes quieren romperlo”, añadiendo que “lo normal” es que los Presupuestos del Estado o las pensiones sean discutidos (únicamente) entre los partidos ‘constitucionalistas’…

Una exigencia que desmontaba el intento del PP de abrir un nuevo clima de entendimiento con CDC y el PNV para  poder contar con ellos en un pacto de legislatura, una vez superada la campaña electoral. Sólo la búsqueda de este apoyo de los vilipendiados nacionalistas, explica que los populares respaldaran a los convergentes para constituir un grupo propio en el Congreso y que sentaran a los peneuvistas en la Mesa del Senado con la intención inicial de facilitarles también un grupo propio en dicha cámara.

Pero es que aquella componenda entre Rajoy y los sobrevenidos ‘enemigos de España’ catalanes y vascos (insistimos en que así los definió el PP), ya se comenzó a maquinar al conocerse los resultados del 26-J. Aunque, claro está, chocando con las torpes declaraciones en tromba que hicieron los populares en los meses precedentes, cuando Sánchez buscaba el apoyo de los mismos partidos para su investidura presidencial. Vueltas que da la vida.

Sin necesidad de reproducir las ‘perlas cultivadas’ aireadas en su momento por los dirigentes populares a modo de duras consignas contra el PSOE, convertidas más tarde en veneno de consumo propio, que mostraban la incoherencia y el oportunismo de su cambio de actitud con los nacionalistas, Rafael Hernando se vería finalmente obligado a afirmar que las vías con CDC y PNV estaban “absolutamente cerradas y colapsadas”, regresando entonces a la política del frentismo.

Esto es lo que hay, señores abonados. Ya lo ven: la hemeroteca es cruel y permite coger a un bocazas antes que a un cojo. Y ahí están ahora Rajoy y el marianismo, ahorcados por su propia palabrería.

Los anatemizados como ‘enemigos de España’, con grupos parlamentarios o sin ellos, han impedido al PP (y a Ciudadanos) hacerse con el Gobierno. El retrato está hecho: esto es lo que hay y ustedes dirán qué les parece.

Fernando J. Muniesa

Por Elespiadigital
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A Rajoy se le ha llenado la boca diciendo que por el bien de España y de los españoles no se podían convocar nuevas elecciones generales y que, para evitarlas, lo que debían hacer las demás fuerzas políticas era respaldar por activa o por pasiva su investidura presidencial. Algo que él no hizo cuando Pedro Sánchez recibió el legítimo encargo regio de intentar formar gobierno tras la espantada del propio presidente en funciones, sin tener entonces el comportamiento ‘patriótico’ que después ha exigido a los demás.

Y, por su parte, Rivera también ha proclamado de forma insistente que su apoyo a la investidura de Rajoy se basaba en la misma actitud de servicio a los españoles. Pero claro está que pensando en unos españoles distintos a los que poco antes había intentado servir de forma contraria, procurando la investidura del socialista Sánchez, porque como es obvio todos ellos no tienen las mismas preferencias políticas…

No importa. Ambos -Rajoy y Rivera- pueden decir misa y alardear de ser los únicos o los más patriotas del país. Se comportan así con la petulante soberbia del girasol, que en permanente mirada hacia el sol, centro del sistema planetario, ignora todo lo que se sitúa a sus lados y su espalda, en los 359 grados restantes de su alrededor.

Patriota es, simplemente, quien ama a su patria y, por ello, procura su bien. Pero a partir de esa sencilla caracterización, cualquier intento de identificar el sentimiento patriótico (y las conductas derivadas) con posiciones políticas concretas, exclusivas o excluyentes, está realmente fuera de lugar.

Más allá de la disposición mental que vincula a un ser humano con su tierra natal o adoptiva, a la que se siente ligado por unos determinados valores, afectos, cultura e historia, que es la base del patriotismo, los excesos injustificados de esa actitud se convierten de hecho en patrioterismo (o en ‘chovinismo’ al decir de los franceses) y hasta en nacionalismo exaltado o imperialismo puro y duro. Cuidado, pues, con aquellos partidos políticos que se proclaman súper patriotas, y más todavía si lo hacen reservándose el copyright nacional.

Porque, ¿quiénes son Mariano Rajoy y Albert Rivera para repartir títulos de patriotismo sólo a los que comulguen con sus intereses políticos de coyuntura…? ¿Y por qué han de descalificar como ‘antipatriotas’ -o de forma implícita contrarios al servir a España- al 53,6% del electorado que el 26-J optó por votar otras opciones distintas a las suyas, siendo tan libres y demócratas como el que más para hacerlo o no hacerlo…?

Allá cada cual con la fácil proclama del ‘conmigo o contra mí’. Pero de eso a acusar de falta de patriotismo a quienes no han querido apoyar la investidura presidencial de Rajoy, va mucho trecho. ¿Y es que acaso el propio Rivera traicionó a la patria cuando tras el 20-D apoyó a Pedro Sánchez en su misma aspiración de alcanzar también la presidencia del Gobierno…?

Pero ahí no queda la cosa. En el juego electoral del PP y Ciudadanos y en sus posteriores maniobras para forzar la investidura presidencial de Rajoy, estas formaciones políticas ‘patrioteras’ también acuñaron el término ‘enemigos de España’ en contra de los partidos que siempre hemos llamado ‘nacionalistas’. Es más, ambas se erigieron de la noche a la mañana en fuerzas ‘constitucionalistas’ señalando así al resto como ‘inconstitucionales’.

Sea como fuere, por esa vía descalificadora del adversario político Rajoy y Rivera no andan por buen camino: de hecho han sido vapuleados en el debate de investidura por los nueve partidos restantes que, al margen de CC, les acaban de cerrar su patriótica bocaza a base de escaños y votos. Eso sí, quedando retratados ambos en el viejo estilo de ‘las dos Españas’ advertidas por Antonio Machado que tanto daño nos ha hecho, e impidiendo que progrese la ‘Tercera España’ del entendimiento y la concordia, añorada por gente como Madariaga, Ortega y Gasset, Sánchez Albornoz…, que es la que cualquier demócrata y patriota de verdad debería procurar.

Hay veces que uno se tiene que tragar sus propias palabras por mucha acidez de estómago que produzcan; pero eso puede engrandecer a quien tengan la humildad de hacerlo, porque errar es de humanos y rectificar las equivocaciones cosa de hombres sabios. ¿Recuerdan aquel ‘lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a ocurrir’ del rey Juan Carlos…? ¿Es que no le reconcilió con la gran mayoría de quienes entonces le criticaban…?

Rajoy y Rivera: ¡Vaya par de ‘patriotas’! Habría que verlos defendiendo a España en la primera línea de fuego de un campo de batalla, y a cuántos o quiénes tenían detrás de ellos.

Ambos deberían ser más cuidadosos con esas falsas atribuciones de servicio a España (puro patrioterismo), porque ofenden a todos los españoles que, distanciados legítimamente de su política, sienten verdadero amor por su patria y la sirven con fidelidad. Hiriendo sobre todo la memoria de quienes, con otras creencias políticas, dieron su vida por defenderla.

El respeto a los héroes de la patria, que son sus mejores hijos, debe hacer más comedidos a los políticos lenguaraces siempre capaces de vender a su madre por un puñado de votos. La historia nos enseña que ellos suelen ser los más cobardes y traidores.

En las próximas elecciones veremos si Rajoy y Rivera vuelven al colmo de apropiarse del sentimiento patriótico y de acusar de ‘enemigos de España’ a los nacionalistas vascos y catalanes, sólo para robar los votos de la gente más ingenua y bien intencionada que de verdad cree en él. De momento, se han quedado a las puertas de La Moncloa, marcados ante el electorado por un lenguaje mentiroso, de políticos mercachifles incapaces de comprender y arreglar los auténticos problemas del país; y eso que el joven Rivera va por la vida -ahí es nada- de chico limpio y adalid de la ‘nueva política’.

Fernando J. Muniesa

Por Victoria
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Al Rey, que es el Jefe del Estado, no se le puede mentir así como así; y menos aún en el ámbito de las relaciones institucionales o por personas que ostentan mandatos de representación política. Aunque lo suyo es que Su Majestad tampoco debiera dejarse engañar.

Este principio de respeto a la más alta magistratura del Estado, y también de responsabilidad propia, se desprende del papel que le otorga la Carta Magna como árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones (art. 56.1 CE). Y si en ellas se instala la deslealtad y la mentira, minando su quehacer y llevándolo a la irregularidad, el titular de la Corona debe procurar que tal situación se subsane llamando al orden a quien proceda, incluso de forma pública si fuera necesario.

Partiendo de ese obligado entendimiento institucional, y sabiendo que en nuestro sistema político todo se supedita a la aritmética parlamentaria (su ‘regla de oro’), sorprendió que tras el 26-J, y una vez realizadas las consultas pertinentes, el Rey propusiera a Rajoy por segunda vez para optar a la investidura presidencial. Por la sencilla razón de que sus expectativas ciertas no se compadecían con los resultados de las dos últimas elecciones generales, ni con sus circunstancias de entorno, a pesar de que su partido fuera el más votado.

Por tanto, alguien ha debido confundir a Don Felipe de forma sucesiva asegurando apoyos falsos al candidato; incluyendo en ese ‘alguien’ al propio presidente en funciones interesado en repetir mandato de Gobierno (en contra de la mayoría parlamentaria), al menos tras el 26-J. La alternativa sería una confusión o equivocación regia poco comprensible, y en todo caso inadmisible, deduciéndose por tanto la triste realidad de que el Jefe del Estado ha sido engañado por uno o varios de los partidos o portavoces consultados…

Y eso no es cosa menor, ni tiquismiquis de comentaristas enredadores. Porque con tanto devaneo ya vamos camino de superar el año sin un Gobierno de la Nación efectivo, con lo que eso supone de parálisis en nuestro sistema político sobrecargado de paro, corrupción, recortes sociales, déficit presupuestario y deuda pública; salvo que se produzca el milagro de un apoyo sobrevenido a Rajoy que no se atisba por ningún lado, aparte del que le prestan Ciudadanos -empeñado en apuntarse a un bombardeo- y CC (con un sólo voto de escaso valor práctico).

Si se llega al caos, que seguramente no se llegará porque el país lo aguanta casi todo, o en otro caso si la vida nacional sigue su curso más o menos normal y sin mayores sobresaltos, lo que quedará en evidencia será la ineficiencia del aparato institucional y la desmedida parafernalia y falsedad que le rodea. Malo, se mire por donde se mire.

Y claro está que, por esa vía de irresponsabilidad política, la tentación ciudadana de demoler el sistema sigue siendo grande, sobre todo con un  malestar como el presente (la crisis económica sigue ahí, dígase o no se diga, ahogando a los más débiles). Al margen de la lectura que se quiera dar a las protestas sociales del 15-M (el ‘Movimiento de los Indignados’), en nuestra agitada historia no han faltado intentos de hacerlo saltar por los aires, y la última de ellas bien cercana: el golpe de Estado del 23-F, fallido por los pelos.

No somos partidarios de meter el miedo en el cuerpo a nadie sin razón o con ella, como gustan de hacer algunos capitostes del establishment si ven amenazados sus intereses o peligran sus posiciones de privilegio. Pero el aviso no es gratuito, porque los agujeros negros del sistema están ahí y son bien visibles, convertidos en vías de agua bajo su línea de flotación que impiden una buena gobernación del país. Y esto es tan claro como lo fue, sin ir más lejos, la pasividad institucional con la que se permitió el saqueo político de las Cajas de Ahorro, dejando tocado al erario público y al Estado del bienestar al menos para toda una generación…

Ahora, el sistema político soporta un impasse de desprestigio y falta de credibilidad social, con lo que las ocurrencias institucionales deberían comedirse al máximo. Analizando el espectáculo de la investidura presidencial de Rajoy, a mediados de agosto ya planteamos la necesidad de que el Rey superara su distanciamiento del problema o su actitud de esfinge y abriera la vía constitucional de proponer para el cargo a un candidato independiente de los partidos.

Rodeado de tanto político irresponsable y veleta (hoy prometen una cosa, mañana sostienen la contraria y al día siguiente consuman otra distinta, como hace el señor Rivera), Don Felipe tendría que tentarse la ropa antes de meterse otra vez en el lío de unas nuevas elecciones con la posibilidad de una tercera investidura fallida. Lo suyo sería considerar ya, de forma cautelar, la posibilidad de formar un Gobierno técnico y de sostenimiento institucional, sin ataduras de tipo ideológico, como se ha hecho en Italia en no pocas ocasiones.

Cierto es que en la política, como en la vida misma, a veces no es fácil decidir qué hacer o qué camino seguir entre los posibles. Pero sí que se sabe, casi a ciencia cierta, lo que es improcedente o lo que no se debería hacer en ningún caso: por ejemplo, mentir a quien ostenta la jefatura del Estado y es el rey constitucional de todos los españoles, como han hecho algunos.

El jugueteo de Rajoy para negarse a una primera negociación de investidura siendo el candidato más votado (20-D), y poniendo después a Su Majestad plazos y condiciones previas en una segunda ocasión (26-J), es decir inventándose otro laberinto de Creta en el que ocultar su responsabilidad o su fracaso electoral, da la medida del esperpento político que vivimos. Está visto que este país aguanta lo indecible; aunque a veces estalle de la noche a la mañana, con los consabidos ‘ayes y lamentos’ posteriores por los errores cometidos.

Claro está que ciertos portavoces de los partidos con representación en el Congreso pudieron trasladar al Rey una predisposición favorable a la investidura de Rajoy en dos ocasiones seguidas, desde luego sujeta a negociación política. Pero, aun siendo este proceder en apariencia sensato, implica desconocer al personaje en cuestión (verdadera rara avis), cuyo talante desconfiado y reservón, inmovilista y anti social, ha sido manifiesto durante su larga carrera política, en la que como es obvio ha hecho pocos amigos dentro y fuera de su partido. Total, que con Rajoy sentado al otro lado de la mesa, ese tipo de negociaciones más o menos razonables, no dejan de ser una misión absurda o prácticamente imposible.

Ahora, lo que resta, por si la situación se repite tras las elecciones del 25-D, (la alternativa sería una legislatura inestable del signo político que fuere), es que el Jefe del Estado comprenda que, sea por lo que sea, o el candidato Rajoy saca una mayoría de escaños por sí suficientes para gobernar (incluidos los de su ‘marca blanca’, que sin un proyecto político propio irá a menos) o no gobernará. Visto lo visto, no parece tan difícil de entender.

Fernando J. Muniesa

Por Victoria
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Estos días estamos viendo que la investidura presidencial de Rajoy es como el cuento de nunca acabar, cuyo fin o desenlace se retrasa constantemente en una recursividad sin fin. Podríamos asimilarla al ‘parto de los montes’, en el que éstos -según narró Esopo-, tras proferir terribles alaridos y signos de estar dando a luz, horrorizando a quienes los escuchaban, terminaron pariendo un insignificante ratón…

Poco se puede hacer frente a la contumacia con la que algunos políticos han insistido en el error interesado de proponer una investidura prácticamente imposible de consumar, simplemente porque la aritmética parlamentaria no da para ello.

De hecho, ni la Corona ni la presidencia del Congreso, que son instituciones competentes al respecto, han hecho el menor intento de buscar otras salidas constitucionales a la crisis de desgobierno que estamos viviendo, como la nominación de un candidato independiente de los partidos, quizás para no menoscabar el omnímodo poder de estas organizaciones dentro del sistema. Más que buscar soluciones alternativas inteligentes y ágiles para salir del atolladero, se ha optado -como en tantas otras ocasiones- por el ‘defendella y no enmendalla’, recogido por Guillén de Castro en Las mocedades del Cid como síntesis de nuestro rancio acervo político.

Así las cosas, y arrastrando esa insoportable tozudez, lo cierto es que en las elecciones autonómicas del 25 de septiembre el PP pondrá en juego dos aspiraciones realmente importantes: mantener la mayoría absoluta en el parlamento gallego y poder ser el partido bisagra que facilite (o no) un nuevo gobierno del PNV en el País Vasco.

Perder su mayoría absoluta en Galicia, cosa probable a tenor de las últimas encuestas, aunque pendiente de cómo se presenten a los comicios Podemos y los grupos políticos afines, aparejaría con seguridad perder también el Gobierno de la Xunta, quedando con ello en desventaja para mantener en las nuevas elecciones generales los 12 diputados nacionales que hoy por hoy suma en sus cuatro provincias (de un total de 23). En esa frontera del poder autonómico, la variabilidad es tan alta que podría crecer o perder hasta 4 escaños (uno por provincia): sin ir más lejos, y gracias al retroceso de Ciudadanos, en las últimas elecciones generales del 26-J el PPdG consiguió subir de 10 a 12.

La situación en el País Vasco es distinta, pero no menos vital. Con un PP regional muy disminuido, que tiene 10 diputados autonómicos de un total de 75 (en 2001 tuvo 19, en 2005 bajó a 15 y en 2009 a 13), sólo cabe pensar en mejorar la posición. Su actual aportación al Congreso de los Diputados se limita a 3 escaños sobre los 18 autonómicos, lo que significa que electoralmente ha podido tocar suelo y que, con Alfonso Alonso como candidato a lehendakari (peso pesado del PP, ex alcalde de Vitoria y ex ministro de Sanidad), no parece descabellado que los populares puedan lograr una mínima recuperación electoral.

Así, en el País Vasco se aspiraría a cubrir dos objetivos hoy sustanciales para el PP: convertirle en muleta indispensable del PNV para un eventual pacto de gobernabilidad, con la contrapartida de que éste apoye a Rajoy en otra posible investidura presidencial (olvidemos que Rajoy declaró a los nacionalistas vascos y catalanes ‘enemigos de España’), y, a partir de ahí, tratar de superar también en las próximas elecciones generales los pocos escaños que el PPdG tiene en el Congreso.

Alcanzar ese conjunto de deseos sería de gran ayuda para que Rajoy se mantuviera a flote y el PP pudiera progresar, por poco que fuera, en los comicios legislativos del 25-D, previstos desde hace tiempo por sus estrategas como alternativa a la no-investidura de Rajoy. Una fecha bastante aquilatada que, en su caso, permitiría capitalizar en la campaña electoral la mayoría absoluta mantenida en Galicia y el avance logrado en el País Vasco, junto con su esperanza de que en ese momento algunas cifras macro económicas presentaran una evolución positiva; con el añadido de que, todavía sin un gobierno efectivo, la eventual prórroga de los presupuestos restrictivos de 2016 podría achacarse a culpas ajenas.

Rajoy piensa -y puede tener razón- que el tiempo va a su favor personal (al del país es otra cosa) y en contra de unos competidores políticos que andan perdidos en busca de su propio camino, mientras bien que mal él sigue como presidente en funciones. Y esta sería otra razón por la que puede mostrarse tan renuente en dar bazas políticas a sus adversarios (cualquier acuerdo con ellos le debilitaría), o tan duro en exigir un apoyo casi incondicional del PSOE y Ciudadanos a su investidura, que en el fondo sabe imposible.

A Rajoy se le puede acusar de ‘tancredil’, inactivo y políticamente cobarde (nosotros lo hacemos a menudo), pero no de idiota ni irreflexivo. Es más, su galleguismo no deja de ser un atributo positivo cuando se esgrime frente a una oposición de patulea, que es con la que cuenta en estos momentos. Y en la que no faltan tontos útiles y advenedizos ansiosos de poder.

Ahora, la pelota de la gobernabilidad parece que vuelve a estar en el tejado de otras elecciones generales, pero pasando antes por las urnas gallegas y vascas. Ahí veremos cómo se defiende cada opción política y, sobre todo, qué pasa con los partidos emergentes (Ciudadanos y Podemos), porque su desgaste, en cada caso por motivos distintos, puede ser otra baza para que el bipartidismo PP-PSOE recupere espacio electoral.

En el caso de Ciudadanos, que es el partido más incómodo para el PP, su representación electoral en Galicia y el País Vasco es nula, lo que marcará la utilidad del voto al PP en los sectores no nacionalistas situados a la derecha del PSOE. En el de Podemos lo que parece seguro es que dividirá el voto de izquierdas, cosa que mejorará las expectativas de todos sus oponentes.

La situación es esta, y lo razonable es pensar que puede beneficiar a los populares, sin que ello quiera decir que sea el resultado de una estrategia premeditada por Rajoy. Las cosas han venido así y éste, que probablemente el 25-S seguirá siendo presidente en funciones, tratará de aprovecharlas como el náufrago desamparado que se ahoga en medio del océano y que, de forma milagrosa, encuentra un salvavidas al que agarrarse.

Lo triste del caso es que, caiga la que caiga, los líderes políticos van siempre a lo suyo, que no suele ser lo que más le conviene al país. Como dicen en Broadway: ‘¡Que siga el espectáculo!’.

Fernando J. Muniesa

Por Victoria
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Vaya por delante que el término ‘tonto útil’ (o ‘idiota útil’) no se utiliza aquí con ánimo vejatorio alguno, sino como una expresión política utilizada inicialmente por Marx y convertida en habitual a partir del enfrentamiento bipolar de la antigua URSS con Estados Unidos. También podíamos haber aludido en nuestro titular a un Rivera convertido en el ‘perejil de todas las salsas’ -que diría Karlos Arguiñano- o a que sus aportaciones a la revisión política del momento sean ‘ni chicha, ni limoná’ o de ‘ni fu, ni fa’; es decir, inutilidades que sirven para poco.

Con el ‘tonto útil’ se identifican determinadas actitudes y comportamientos de personas que, a la postre, ignoran las motivaciones ocultas de quienes se terminan aprovechando de ellas, hasta el punto de favorecer de forma involuntaria el avance de una causa (por lo general política) adversa o contraria a sus propias creencias o principios. Algo que, como es obvio, nunca apoyarían si estuvieran mejor informadas o analizasen con más detenimiento los hechos subyacentes.

En algunos de sus escritos. Marx describió perfectamente a ese tipo de personas que, al luchar por un ideal que no tienen claro, o sobre el que no han profundizado, se pueden transformar en instrumentos de otros grupos políticos y colaborar de forma involuntaria con intereses creados que desconocen. Así, el término ‘tonto útil’ se emplea para designar a quienes curiosamente apoyan cambios, reformas o revoluciones lideradas por otras personas y organizaciones que mantienen un sistema político que no les beneficia.

El último siglo está lleno de personas que, como tontos útiles, han apoyado o visto con simpatía movimientos como el stalinismo, el nazismo o la yihad islámica, sin desear ellos una teocracia global. Albert Rivera no llega a eso, pero sí que se ha convertido en el tonto útil que un día consolida al PSOE allí donde éste lo necesita y otro al PP, habiendo nacido teóricamente justo para combatir los excesos y deficiencias del sistema bipartidista en el que se encontraba instalados ambos partidos. Otra posibilidad sería que trabaje de forma encubierta al dictado del establishment

Además de absurdo, el comportamiento de Rivera es tercamente insistente. Tras apoyar al PSOE en la Junta de Andalucía y al PP en la Comunidad de Madrid, por ejemplo, o a los socialistas en unos ayuntamientos y a los populares en otros -aun de la misma comunidad autónoma-, en cuanto ha podido tener un cierto protagonismo nacional se metió en camisas de once varas para investir presidente a Pedro Sánchez en la XI Legislatura y acto seguido, en la XII, hacer lo mismo con Mariano Rajoy. Una le falló y la otra va camino de fallarle, probablemente.

Apenas dos meses han bastado al joven Rivera para pasar de apoyar una opción a apoyar la otra, que además es la diametralmente opuesta. Eso sí, justificando su comportamiento de picaflor, frívolo e inconstante, en el ‘bien de España’ (¡cuidado con confundir cuál es ese bien!), olvidando de repente que sus males más recientes han nacido precisamente del bipartidismo PP-PSOE.

Y, si tanto aprecia ahora el gobierno de unos y de otros, ¿por qué razón desembarcó en un partido nuevo que pretendía acabar con aquella ‘vieja política’…? Quizás hubiera quedado mejor con una doble afiliación: por las mañanas en el PP y por las tardes en el PSOE.

La verdad es que lo de Rivera y Ciudadanos comienza a ser cosa de tralla verbenera. Tras el 20-D dio alas a Pedro Sánchez para que salvara su cabeza de perdedor electoral y se pudiera mantener como candidato inútil del PSOE en los comicios del 26-J, y apenas dos meses más tarde hace lo propio con un Rajoy astuto y taimado que le utiliza para mantenerse en la cuerda floja y presionar de forma indecente un apoyo de los socialistas a sus políticas neoliberales y de recortes sociales. Además ninguneándole y tratándole como un parvulillo de la política (ahí está la ‘no respuesta’ inicial -así lo definió el propio Ciudadanos- a sus exigencias de pacotilla para apoyarle en la investidura presidencial).

Rosa Díez, desplazada de la política por Rivera cuando todos se pensaban que éste era otra cosa, estará partiéndose de risa al verle ir de la ceca a la meca como palanganero de unos y otros, sin tiempo ni atención para promocionar su propia alternativa política. Lamentable y sin duda frustrante para muchos seguidores iniciales del partido naranja, que están soportando una vergüenza ajena notable.

El joven Rivera parece no enterarse de que el PP y el PSOE ya existen desde hace muchos años y que, por tanto, no hace falta que él los reinvente, apoye sus éxitos ni les rescate de sus fracasos. E ignora también que, si se quiere triunfar en el fogón de la política, no se puede ir de ‘cocinilla’ ni de pinche de nadie, sino llegar pisando bien fuerte y con recetas nuevas, que es de lo que él presumía hasta hace poco.

Si Rivera piensa que sólo con mirar de forma intermitente a su izquierda y su derecha, y esgrimiendo el fatuo latiguillo del ‘servir a España’ (servicio que nada tiene que ver con sus intereses políticos), va a conseguir llegar a la meta del Gobierno, que debería ser su objetivo más razonable, se equivoca de medio a medio. Sin proyecto político propio, recibirá el desprecio de unos y otros, si es que, en su papel de tonto útil, no termina en la basura como un kleenex limpia-mocos de usar y tirar.

Tras una aparición estelar en el escenario político, apoyada en la idea de regenerar el sistema político -y no en mantenerlo como ya existía-, el 20-D Rivera logro el apreciable éxito de obtener 3,5 millones de votos y 40 escaños en el Congreso de los Diputados, arrasando a UPyD que fue su víctima propiciatoria. Sin embargo, seis meses después, en las elecciones del 26-J, no sólo no creció (y lo tenía a tiro) sino que perdió 8 escaños (el 20% de su cuota).

Se puede discutir todo lo que se quiera sobre las razones de esa caída, pero, según camina el joven Rivera por la política, nada hace pensar que en las próximas elecciones generales no vaya a caer bastante más. Y los primeros en celebrar esa caída, serán los mismos que le han utilizado como tonto útil de su juego partidista: Pedro Sánchez y Mariano Rajoy.

Para triunfar en la política actual hace falta más personalidad y entereza de la que parece tener el joven, dócil e influenciable Rivera: esa es la realidad. Con la premisa aneja de que mientras se van cubriendo etapas, hay que saber perfectamente a dónde se quiere llegar (o que es lo que se quiere ser de mayor).

Ya aprenderá que a nadie le gusta votar copias de otros partidos si pueden votar a los originales. Y que al votante de cualquier de ellos no le gusta que el líder malverse su voto como le venga en gana, hoy por aquí, mañana por allá y pasado por el otro lado; es decir haciendo de tonto útil para los demás.

Fernando J. Muniesa

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