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En recuerdo de Daria Duguina

En recuerdo de Daria Duguina

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
jueves 22 de agosto de 2024, 22:00h
Daniel Estulin
Así era la última vez que la vimos vivo, una mujer radiante de estatura media con micrófono, mirándonos fijamente desde la tribuna, mirándonos a los ojos aunque incapaz de vernos, de percibir nuestro deseo de ayudarle y solidarizarnos con ella, porque no era más que una figura fotografiada y no podía ver más allá que el mundo unidimensional que le envolvía. Está vivo porque se mueve y habla, porque estaba vivo cuando se grabó la imagen; pero al mismo tiempo no está entre nosotros porque la imagen fotografiada…ya es un recuerdo.
Mientras lucho por reprimir las lágrimas, me repito a mí mismo que estas páginas son una reivindicación de la decencia sobre la crueldad y el azar. El tema principal no es político, tampoco es una airada crítica del fascismo, sino el latido del generoso corazón de una mujer, y por ese motivo escribo estas líneas y así deben leerse.
Daria Dugina murió el 20 de agosto del 2022: Iba a ser su último día como ella misma, tal y como dijo Auden del día en que murió Yeats: “se convirtió en sus admiradores”. Se hizo recuerdo, desvaneciéndose en su nombre. Uno de los misterios de la muerte es la poca importancia que parece tener para todos, excepto para los que están cercanos a la persona en cuestión.
¿Qué ha cambiado? No habrá más reportajes, entrevistas, libros. Pero, ¿y si la vida y su recuerdo que hemos perdido son ya suficientemente profundos y enriquecedores para nuestras vidas? ¿Qué más podemos pedir? Muertes como esas nos toca profundamente, porque ella era uno de los nuestros. Dasha no era una persona para los rusos, para los que le admiramos, ni tampoco una mera reputación. Su nombre significaba un modo de decencia, un modo de ver y de pensar que influyó en el punto de vista de los que le vieron y escucharon. Esta vida suya no puede ser adulterada por la muerte. En este contexto, el tiempo no es cuestión del reloj, sino del azar y la temperatura.
Empiezo así este recordatorio porque voy a hablar de lo que un poco después se iba a convertir en una muerte metafórica y de ficción, porque también quiero darle a la muerte física su debida importancia- un signo de respeto hacia lo insustituible e intransferible en los que se nos han ido.
Como nos pasa a todos, las personas mueren al menos dos veces. Una de manera física, otra de manera nocional; cuando el corazón se para y cuando comienza el olvido. Los afortunados, los grandes, son las personas cuya secunda muerte está aplazada de manera digna y quizás para siempre. Aunque yo quisiera proteger a Dasha Dugina de esta muerte prematura y terrible que sus verdugos le infligieron momentáneamente. Su presencia en este ensayo servirá para desenmascarar su muerte como una ficción, un fragmento de fe. La muerte nos hace ver que la vida no ha sido tal, sino sólo el sueño de la vida.
Es posible considerar a las personas ni vivas ni muertas, ni con una segunda identidad ni una actuación textual, sino simplemente como papel. Muchas veces es eso lo que entendemos por la persona- folios de papel- o al menos lo único que podemos entender. Dudo que los matones entendieran la broma y en consecuencia Dasha…vivió. La broma se refiere a la vida respetable y digna de los grandes, su carrera brillante en el mundo, su capacidad de hacernos entender y ver el mundo de manera tan distinta.
Siempre nos acordamos de momentos como esos, pero mi intención es construirlos de refilón, para batirme en duelo con la historia: que este ensayo- homenaje sirva como respuesta a lo que la familia de Dasha Dugina no soportaba imaginar.
Escribir no es estar ausente sino convertirse en ausente; es ser alguien y luego marcharse, dejando rastros atrás. El texto, cualquier texto, es un testamento; nosotros asistimos a su lectura. Es en el testamento donde los muertos están más vivos; una autobiografía funcional, la inmortalidad asegurada en las disputas de los demás.
Si pensamos en las personas como añoradas y reconstruidas, nos estamos acordando de su historia humana y su estilo personal. En muchos casos el estilo llega a consistir en una actuación, una actuación pública observada. Así que el sujeto de un homenaje sería la persona que creamos a partir de lo que le hemos escuchado decir, un análisis crítico. La idea misma de la máscara implica la cara. La metáfora de la segunda identidad es un intento de alejarnos de todo esto, de enterrar a la persona en el misterio y de dejar a los malos con la palabra en la boca.
Algunas muertes no son más que tropiezos o espejismos. ¿Acaso necesitamos pruebas concluyentes de que existiese Dasha Dugina? ¿Acaso necesitamos pruebas concluyentes de que fue quien fue? No dudamos de la constancia propia de que existimos, pero creo de verdad que sí necesitamos verificar nuestro pasado ante los demás, porque para ellos nuestra vida de antes les debe parece irreal, estrafalaria, un cuento. La prueba de que existe esa realidad del pasado es la amenidad y la precisión del texto mismo: su contundencia. Sin embargo, la casi-muerte de Dasha Dugina en el mundo paralelo, su salvación gracias al recuerdo y la paciencia, es un roce alarmante con la brutal violencia de la historia, un aviso de la terrible diversidad en la que se pueda perder vidas reales.
A pesar de lo sólido e innegable que sea, quizás una vida real no es una existencia, sino lo mejor o lo más memorable de una existencia, instantes de exaltación o de perspicacia medidos cuando el yo está en su momento más auténtico: la vida auténtica en vez de la vida a secas.
Quizás ahora podemos abordar una de las sugerencias más sutiles del escritor- lo real es la vida que llevamos cuando nos perdemos, cuando abandonamos o nos echan de la ficción racionalizada de nuestra identidad; cuando nos enamoramos y sobre todo, cuando lo hacemos profunda, desesperada, brutal e estúpidamente.
Cabe otra posibilidad: que la vida real de Dasha, como la de cualquier persona que se ha sucumbido a lo que llamo “la peculiar costumbre de la muerte humana”, es simplemente la vida que ya no veremos más, la vida que una vez fue secreta y que ahora se ha perdido. En este contexto el recuerdo no es la búsqueda de la verdad, sino el rechazo a la muerte. El rechazo es inútil en términos literales, porque nada nos devolverá a nosotros a esta persona, más allá del espiritualismo de pacotilla, los muertos sí hablan, nos aconsejan a través del recuerdo, a través de nuestra tardía aunque a veces luminosa comprensión de lo que nos hubieran dicho.
Para que Dasha viva, hay que refractar lo real. Esa refracción ineludible supone una decepción para nuestro sueño de una verdad directa y clara, una vida real fácilmente accesible, pero la refracción y la realidad no son posiciones contrapuestas.
Por supuesto que Dasha, la hija del gran filósofo ruso Alexander Dugin, es una metáfora del miedo, una imagen de la razón. En tal abstinencia hay superstición, aunque también hay la constancia de que el lenguaje, al igual que el amor y la muerte, nos altera y nos afirma, se nos queda pegado y nos examina; que tiene algo que ver con lo irrevocable y que nos hace ser lo que somos.
Mis imágenes refractarias, en sí misma es un pequeño monumento a la fragilidad de la esperanza y la lealtad, eran una proeza de imaginación generosa, la disposición de aprender todo aquello que enseñe el amor, como recordatorio de la oscura y a menudo grotesca imprecisión de los oráculos. Los oráculos no hablan, tal y como decía Heráclito, sino que dan señales. Lo que el niño aprende a través de la magia de retrasar el reloj es que el alma no es sino una forma de ser—no un estado constante—y que cualquier alma puede ser tuyo si encuentras y sigues sus ondulaciones.
Estos motivos temáticos deberían ser el verdadero propósito de la autobiografía. Mi motivo temático se compone de un diseño de redención por la pérdida, quizá la única redención por la pérdida que existe. La pérdida es irremediable y seguirá siéndolo, un rostro eternamente descompuesto en el espejo.
Nosotros, el pueblo ruso, sobre todo, no queríamos perder a Dasha Dugina. Pero lo amamos profundamente en nuestra pérdida. Podría pensarse que hay una implicación por la que la pérdida podría buscarse, aunque no de forma perversa, no por su propio bien. Una pérdida es una realidad desplazada; la realidad es un ensayo del sueño. El pesar es más una realización que un accidente.
A este nivel, la felicidad y el daño sólo son historias, materia de adivinaciones y deseos; y ambos quedan en entredicho por la actualidad de un momento dado. Por cierto, la fatalidad y el daño son formas de hacer que las cosas sean éticamente cuerdas o de hacerlas coincidir con nuestra presuntamente sensata valoración.
Biografía… nuestros recuerdos… suponen un rescate de la realidad de los usos que la imaginación podría aportar. Si preguntáramos por la razón de una biografía, también podríamos preguntar por su público. Existe una intimidad, pero es la intimidad del texto, de la lectura; puedes compartir mis sentimientos siempre que no me los invades.
Espacio y tiempo—los trucos de un mundo lleno de daños, la pila de escombros que llamamos Historia; aunque también representan sus éxitos. Son sus éxitos. Como el tiempo, sostienen la magia que le hace desaparecer.