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Introducción a la telepatía artificial

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
miércoles 24 de junio de 2020, 22:00h

En realidad, el hecho de experimentar la “telepatía artificial” no es que sea algo extraordinario. Es tan sencillo como recibir una llamada de teléfono móvil dentro de la cabeza.

Magnus Olsson

Magnus Olsson

En realidad, el hecho de experimentar la “telepatía artificial” no es que sea algo extraordinario. Es tan sencillo como recibir una llamada de teléfono móvil dentro de la cabeza.

De hecho, la mayor parte de la tecnología utilizada es exactamente idéntica a la tecnología de los teléfonos móviles. El emisor y el receptor están conectados vía satélite. Un ordenador “multiplexor” envía la señal de voz del emisor a través de torres de microondas hasta una posición o teléfono móvil determinados con exactitud. El “receptor” es localizado y rastreado con gran precisión, con un margen de error de unos cuantos metros con respecto a su ubicación real. Sin embargo, el receptor no es un teléfono móvil, sino un cerebro humano.

De repente, una voz surge de la nada en la mente de la persona objetivo. El cráneo humano carece de “cortafuegos” y por lo tanto no puede impedir que la voz entre. El receptor puede oír los pensamientos verbales del emisor. El emisor, a su vez, puede oír todos los pensamientos de la víctima, exactamente como si los pensamientos verbales de la víctima hubieran llegado a pronunciarse o a transmitirse. Por ello, podría decirse que se tiene la sensación de “escuchar voces”, pero la definición más adecuada es la de “telepatía artificial”.

Ahora bien, si la telepatía artificial fuera totalmente voluntaria, como una conversación entre dos amigos sentados uno frente al otro en una habitación, podría ser algo positivo. Uno podría hablar con su amigo una y otra vez, intercambiando pensamientos verbales exactamente como si estuviera hablando por teléfono, pero sin tener que usar ni la voz ni la boca. Es una forma de hablar completamente silenciosa, un habla subvocal. Sería estupendo que los amantes pudieran utilizarla.

Lo malo es que la telepatía artificial constituye un arma perfecta para la tortura mental y para el robo de información. Proporciona un medio extremadamente potente para explotar, acosar, controlar y violar la mente de cualquier persona del planeta. Abre la puerta a una posesión casi demoníaca del alma de otra persona.

Cuando se utiliza como un arma “no letal”, se convierte en un medio ideal para neutralizar o desacreditar a un adversario político. Los manifestantes por la paz, los periodistas incómodos y los líderes de los grupos fuertemente discrepantes pueden quedar anulados y silenciados con esta arma.

La telepatía artificial también ofrece un medio perfecto para la invasión completa de la intimidad. Si todos los pensamientos pueden ser leídos, entonces es que no hay manera de proteger ni las contraseñas, ni los números PIN, ni los secretos personales. Uno no puede estar solo ni en el cuarto de baño ni en la ducha. Las cosas que hacemos en nuestra intimidad y que nos daría vergüenza que se supieran ya no se pueden ocultar, y están sometidas a todo tipo de comentarios hirientes. Pueden recopilar pruebas para chantajearnos con enorme facilidad: todos los errores o deslices que hayamos cometido en el pasado pueden ser objeto de crítica.

Al igual que un pervertido de los que se dedican a llamar por teléfono, una persona hostil que pueda controlar esta tecnología puede llamarnos a cualquier hora del día, todo el santo día. Puede interrumpir nuestro sueño, puede profanar nuestras oraciones, puede burlarse de nuestras creencias religiosas, puede interrumpir nuestras reuniones de negocios, puede hacer que nuestros pensamientos descarrilen. Puede contaminar, pervertir, retorcer y maltratar nuestro sentimiento amoroso. Puede invadir nuestros sueños, puede destruir nuestros buenos recuerdos.

El agresor no puede ser visto ni identificado, la agresión no se puede detener, y el daño psicológico es enorme. Pero no hay daño físico, en el cuerpo no queda ni una sola marca y no hay absolutamente ninguna prueba de que se haya cometido un delito o una intromisión. Todo lo que le “pasa” a la víctima, ocurre dentro de la cabeza de la víctima. ¿Qué pruebas físicas pueden ser aportadas a la policía? Sin pruebas físicas, ¿cómo van a fotografiar la “escena del crimen” o a identificar las huellas del acosador? No hay pisadas ni entrando en la escena ni saliendo de ella. De hecho, la escena física no existe, y no hay ninguna prueba de que la agresión haya tenido lugar.

La mayoría de las personas que sufren esta forma abusiva de “telepatía artificial” se sienten como si su mente hubiese sido violada. Se sienten perseguidas, acosadas, hostigadas y maltratadas por una o varias personas que se niegan a dar sus nombres, que ensucian la mente de sus víctimas con el lenguaje más grosero y perverso que pueda imaginarse, y que se niegan a colgar y a desaparecer. La persona o las personas que llaman disfrutan con la tortura perversa y sádica que infligen a sus víctimas. Además, disfrutan violando la privacidad de sus víctimas, leyendo sus mentes y haciendo comentarios sobre todo lo que las víctimas piensan, en un esfuerzo por demostrarles lo más despiadadamente posible que no tienen intimidad ninguna.

En resumen, las personas que llaman actúan exactamente igual que los violadores o los degenerados que se dedican a acosar. Imaginemos lo que un hombre podría hacer si se encontrase un “teléfono móvil mágico” que le permitiera introducirse en la cabeza y en los pensamientos íntimos de cualquier persona del planeta. La tentación de escoger una persona objetivo al azar y de empezar a espiarla o a maltratarla sería enorme, casi irresistible. Podría convertirse rápidamente en un hobby nauseabundo y retorcido, en un vicio. Si se deja en las manos de un equipo de la policía secreta, la posibilidad de que se haga un mal uso de esta tecnología resulta aún más escalofriante.

Ahora bien, la reacción natural de una persona normal e inteligente que por primera vez sufre la horrorosa experiencia de que le violen la mente es sentir pánico y echar mano de un teléfono de verdad. Llama a su familia, se pone en contacto con su médico o llama a la policía para denunciar algo sumamente extraño: “alguien está emitiendo voces en mi cabeza.”

Pero si es la policía la que está cometiendo estos abusos, las víctimas no van a conseguir gran ayuda, ¿no es así? Y si los policías no son los autores, entonces ¿cómo van a detener a nadie? Lo más práctico y fácil es creer que la persona que llama es un chiflado.

Rápidamente, la víctima de la violación mental se ve sometida a la humillación añadida de que la internen en un hospital psiquiátrico, a menudo en contra de su voluntad y a instancias de un ser querido que lo hace “por su bien”.

Cuanto más vehementes sean los esfuerzos que la víctima haga por demostrar que la voz o las voces en su cabeza son “reales”, mayor será la soberbia que las sonrisas de los médicos dejarán traslucir, médicos que insistirán con delicadeza en que dicha tecnología no existe, en que las voces no pueden ser reales, y en que hay que hay que tomarse una fuerte medicación y acostarse para descansar durante un buen rato.

La sensación de “oír voces” (sobre todo las voces que ocasionan un maltrato continuo) conduce directamente a la sala acolchada del pabellón psiquiátrico. De hecho, la sensación de oír voces constituye un ejemplo clásico de esquizofrenia. Si uno oye voces, es que uno está, por definición, loco.

Sin embargo, cuando las personas “que oyen voces” salen del hospital con un suministro de medicamentos caros, con frecuencia se dan cuenta de que los medicamentos no surten efecto, que es exactamente lo que cabría esperar si su problema no tuviera nada que ver con la química del cerebro y en cambio sí que tuviera que ver con una agresión bio-electrónica por parte de unos acosadores ocultos.

Las personas que oyen voces a menudo dejan desconcertados a los psiquiatras, ya que muchas de ellas no encajan en el modelo clásico de la esquizofrenia, cuyos ataques aparecen por lo general a los veintitantos años. Las víctimas de la “telepatía artificial” suelen tener unos treinta o cuarenta años y muchas no tienen antecedentes ni de enfermedad mental grave ni de consumo de drogas. Muchas parecen ser despiertas, saludables y racionales, incluso cuando insisten en que pueden oír voces. Están de acuerdo con los psiquiatras en que sí, que están deprimidas, pero ¿quién no estaría un poco deprimido en unas circunstancias tan difíciles? El hecho de ser acosado e intimidado verbalmente a todas horas es una forma de tortura mental.

Las víctimas de la violación mental se dan cuenta rápidamente de que no pueden hablar de sus “problemas psicológicos” ni con su familia ni con sus compañeros de trabajo. Se trata de algo turbador, muy extraño, que inspira poca compasión y que solamente sirve para asustar a la mayoría de la gente. La única forma en que otra persona puede “ayudar” es sugiriendo a la víctima de violación mental que vaya a ver a un psiquiatra, que de inmediato doblará la dosis de los medicamentos y de los antidepresivos. El resultado será una factura médica exagerada, que sólo añadirá penurias económicas a la situación. Y el hostigamiento verbal continuará.

A medida que aprenden a soportar la tortura diaria, las personas que oyen voces por lo general pueden volver a llevar una vida corriente, en la que son capaces de mantener conversaciones inteligentes y coherentes, conservar un empleo y funcionar con bastante normalidad. De hecho, si no hablan de su “problema”, normalmente no se distinguen de la gente normal que va por la calle. Porque estas personas son personas normales.

El número creciente de personas que “oyen voces” en nuestra sociedad permanece por lo tanto oculto. Aquellos que siguen afirmando que existe una “sociedad secreta de personas que emiten voces hacia el interior de nuestras cabezas” sencillamente son acallados con burlas o etiquetados de esquizofrénicos paranoides, y quedan completamente desacreditados. De hecho, muchos de los que oyen voces han interiorizado la idea de que son enfermos mentales, y se esfuerzan por comprender cómo sus “alucinaciones auditivas” siguen pareciendo tan reales.

Naturalmente, muchas de estas personas que oyen voces están profundamente desconcertadas, y recurren a grupos de apoyo, entre los que se incluyen las comunidades en línea tales como el grupo de apoyo a los oyentes de voces en Yahoo.com.

Quienes duden de la existencia de la “telepatía artificial” no tienen más que ponerse en contacto con alguna de estas comunidades, donde encontrarán a personas que siguen afirmando que están siendo acosadas por personas reales que utilizan una tecnología desconocida o falta de explicación.

Sorprendentemente, hay una cantidad enorme de literatura científica y de pruebas circunstanciales que respaldan esa afirmación.

En los próximos artículos, exploraremos la historia de la telepatía sintética y aprenderemos los nombres de los científicos que desarrollaron esta tecnología siniestra. También identificaremos y estudiaremos algunos de los organismos gubernamentales que están utilizando este instrumento de tortura contra ciudadanos inocentes.

A medida que se desarrolla el material de fondo, cada vez quedará más claro que estamos hablando de un moderno proyecto Manhattan (un programa de investigación supersecreto, más siniestro y potencialmente más devastador que el desarrolló la bomba atómica).