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El rostro desconocido del barón entre las ruinas

El rostro desconocido del barón entre las ruinas

Por Administrator
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directorelespiadigitales/8/8/23
martes 02 de julio de 2024, 22:00h
Maxim Medovarov
Este artículo es en honor a la publicación del libro de Gianfranco de Turris, Julio Evola: el Mago de Guerra.
Este 11 de junio se cumplen 50 años desde que el barón Evola dejó nuestro plano de existencia y en Rusia este aniversario despierta un creciente interés por el legado dejado por este gran italiano, cuyas ideas, de difícil asimilación, fueron abordadas de forma brillante por el nuevo libro publicado por Alexander Dugin sobre el cual ya hemos escrito (1). Gracias a los esfuerzos de Dmitri Moiseev (autor de una tesis doctoral y una monografía sobre Evola, además de editor de sus obras), se ha publicado en ruso una edición actualizada de Julius Evola: El Mago de Guerra, 1943-1945 de Gianfranco de Turris. Se trata de una obra única, tanto desde el punto de vista formal como del contenido. Turris se convirtió en uno de los principales exponentes de Evola un año antes de su muerte y desde entonces ha sido el responsable permanente de la Fundación Julius Evola durante aproximadamente medio siglo. Turris tiene ahora 80 años, lo que no le ha impedido prologar la edición rusa del libro ni tampoco a detenido a Moiseev de hacer una breve semblanza de la rica biografía de este autor. Hay que subrayar que Turris escribió la primera edición de este libro entre 1998 y 2016 en polémica contra las calumnias y fantasías inventadas por los autores de izquierda sobre la vida de Evola durante la década de 1940, además de llenar los evidentes «vacíos» de la cronología de su vida. Sin embargo, varias de las fuentes más importantes citadas por el libro fueron encontradas por Turris únicamente después del 2016, por lo que sólo se incluyeron en la edición inglesa del libro en 2020 y en la edición rusa en 2023. Así que el lector ruso, gracias a los esfuerzos de la editorial Vladimir Dahl, tiene actualmente a su disposición el estudio más completo del mundo sobre dónde estuvo Evola entre los años de 1943 a 1951, qué hizo durante estos días y meses, a quién y qué escribió o dijo, cuál fue la naturaleza médica de su lesión de 1945 y cómo fue tratado en diversas clínicas. Tal vez a nuestro público no le interesen demasiado los numerosos ataques polémicos de Turris contra los italianos que lo calumnian, pero en general no hay ninguna otra obra a la altura de semejante pintura biográfico.
El libro de Turris, como él mismo admite, es el retrato de un filósofo (aunque Evola, siguiendo a Guénon, despreciaba la palabra «filósofo» y se llamaba a sí mismo un metafísico) atrapado durante y después de la Segunda Guerra Mundial en los engranajes de regímenes inaceptables para él, pero que se vio obligado a adaptarse de algún modo y a sobrevivir físicamente dentro de los mismos, sin perder nunca la esperanza de sembrar las semillas de sus ideas entre las nuevas generaciones. En una primera etapa – de julio a septiembre de 1943, tras el derrocamiento temporal del régimen fascista en Roma – Evola permaneció en la capital, habiendo conseguido publicar un libro fundamental sobre el budismo, La doctrina del despertar, escrito con anterioridad. Desde agosto había estado suplicando en vano a las nuevas autoridades que le dieran el sueldo del último mes del Ministerio de Cultura: el gobierno «antifascista» de Badoglio se lo pagaba a todo el mundo, incluidos los fascistas empedernidos, pero no al «independiente» Evola – tal era el temor que despertaba el nombre del pensador –. No huyó al norte y no temía al nuevo gobierno, porque nunca había sido miembro del partido fascista, por lo que simplemente no fue llevado al frente, a pesar de que lo había pedido. Profundamente desilusionado por aquel entonces con el fascismo y el nazismo, el filósofo creía que era necesario poner fin a la guerra y, como escribió a sus destinatarios, pensar en qué del arsenal ideológico de Italia podía salvarse y conservarse después de la guerra. Evola desempeñó un papel pasivo en septiembre de 1943, cuando los alemanes lo llevaron al cuartel general de Rastenburgo, en Prusia Oriental (actual Polonia), donde se reunió con Mussolini, pero no pudo persuadir a este de que abandonara su decisión unilateral de proclamar una República Social Italiana. Después Evola regresó a Roma, pero no consiguió cumplir su misión de rescatar el archivo Preziosi de Nápoles y se vio obligado a permanecer allí otros 9 meses, hasta la caída de la ciudad. Aquí consiguió publicar (de forma anónima, por alguna razón) sus traducciones de las novelas de Meyrinck La Noche de Walpurgis y El dominico blanco.
Ahora bien, Turris logra refutar en su biografía la acusación de que Evola supuestamente trabajaba para el 7º departamento (científico) del servicio de inteligencia alemán, el SD. De hecho, como argumenta convincentemente, Evola cooperaba en aquel momento de alguna forma no con el 7º sino con el 6º departamento del SD (contraespionaje). Pero Turris establece firmemente que el día del atentado contra Hitler, el 20 de julio de 1944, Evola no estaba en el cuartel general, y el hombre que se ve en la fotografía sólo se le parece de forma vaga y lleva un uniforme diferente. El autor refuta categóricamente todas las insinuaciones sobre la cooperación de Evola con las Waffen SS, citando muchos documentos concretos que demuestran que Evola nunca fue parte de las fuerzas de las SS y, en general, nunca tomó las armas durante toda la Segunda Guerra Mundial. Además, Turris presenta por primera vez en la historia las listas secretas estadounidenses con cientos de nombres de personas hostiles a ellos y, según las cuales, Evola debía ser detenido. Sin embargo, el pensador consiguió escabullirse delante de las narices de las tropas estadounidenses, huyendo de su apartamento, sin sus pertenencias, por la puerta trasera cuando vinieron a buscarlo. Escapando de los soldados y atravesando las líneas del frente, consiguió llegar a Verona en junio-julio de 1944, para visitar Preziosi, en la zona del lago de Garda, y luego se fue a Viena. El porqué de este viaje... sigue siendo objeto de muchos debates entre los historiadores y Turris dedica un centenar de páginas a resolver este misterio. Lo que se sabe es que Evola vivió en Viena con un pasaporte falso bajo «el nombre del escritor Carlo de Bracorens» y estaba en contacto con Otmar Spann y su familia (véanse las entrevistas de Spann con Evola antes de la guerra) (2), así como con una serie de aristócratas como Rogan. Estos círculos austriacos se oponían tanto al régimen nazi como a los liberales y comunistas, y junto con Evola tenían planes de crear una red de influencias aristocráticas y feudales en toda Europa.
Se sabe que a partir de 1938 los escritos de Evola fueron prohibidos en la Alemania nazi por ser considerado como un elemento ideológicamente hostil. En el otoño de 1943 se levantaron las prohibiciones a sus obras con la intención de que Evola participara en la construcción de la «República de Salo», aunque finalmente nunca llegó a tomar una decisión a su favor (hay un capítulo entero dedicado a sus rencillas con los dirigentes de la RSI). Fue por estas razones que Evola decidió a utilizar su talento científico en Viena con tal de ordenar los archivos masónicos llevados a esa ciudad, desde toda Europa, por los alemanes. No está muy claro quién tomó esa decisión, pero es posible que hubiera sido el 7º departamento del SD, aunque no se han encontrado pruebas de ello hasta el día de hoy. Aparentemente, el objetivo formal de Evola, desde agosto de 1944 hasta enero de 1945, era escribir un libro sobre la historia de la masonería y las sociedades secretas en base a los materiales secretos que le fueron proporcionados, pero se sabe que Evola estaba cautivado por la idea (bastante ridículo, desde el punto de vista de René Guénon) de separar en los estatutos de las logias masónicas los elementos sanos, de origen medieval, de los elementos falsos, introducidos en los Nuevos Tiempos. «Me pregunto», escribiría Guénon a Evola, «cómo se te ocurrió, en cierto momento, como me informasteis, la intención de llevar a cabo la purificación de los elementos antitradicionales [de la masonería]». De tal tarea no salió nada. Evola fue herido, como Turris ha establecido, por el bombardeo estadounidense (y no soviético, como algunos pensaban) de Viena el 21 de enero de 1945. La gran mayoría de los ocultistas modernos están convencidos de que Evola resultó herido no porque caminara sin miedo por la calle bajo las bombas, sino porque supuestamente aplicó un ritual mágico para corregir («rectificar») los estatutos masónicos, Turris agrega una nota separada con la intención de rebatir estos absurdos rumores y demuestra que no hubo ninguna «operación teúrgica» en Viena y que Evola simplemente buscó arriesgar una vez más su vida.
La lesión que sufrió Evola fue insólita. La onda expansiva lo lanzó de espaldas contra un andamio. Exteriormente, se veía ileso y sin heridas, pero una de sus vértebras de la región lumbar estaba rota y Evola ya no podía caminar sin ayuda. La parálisis no era absoluta: como resultado del tratamiento a veces se aliviaba y empezaba a mover un poco las piernas e incluso a levantar peso, pero cuando su temperatura subía a 40º su salud comenzaba a deteriorarse. En su vejez, Evola afirmaría que siempre fue fuerte y nunca se desanimó: siguió trabajando en sus nuevos libros y escribiendo su correspondencia, incluso buscó reeditar sus libros antiguos, pero muchísimos testimonios demuestran que tuvo que dedicar bastante tiempo y esfuerzos a sus problemas de salud. Sorprendentemente, bajo el nombre de Karl Brakorens, pudo vivir tranquilamente en la zona de Viena ocupada por los soviéticos durante un año y medio (hasta agosto de 1946), tras lo cual se trasladó a la zona de Austria de Bad Ischl ocupada por los occidentales. No obstante, no se quedó allí sino un par de meses del año de 1947 y luego se fue a Budapest, ocupada igualmente por los soviéticos, continuando, sin éxito allí su tratamiento con el dudoso método, desde el punto de vista de la medicina académica, del Dr. Petö. Evola, ahora en silla de ruedas, regresó entonces a Bad Ischl, al otro lado del Telón de Acero, y sus cartas circularon libremente por la frontera.
Los fracasos en el tratamiento de sus piernas no impidieron que Evola renovara sus vínculos con editores italianos por medio de cartas y de este modo publicar sus libros, entre ellos La tradición hermética en 1948, El yoga de la potencia y Rostros y mascaras del espiritismo moderno, así como una traducción de la novela de Meirink El ángel de la ventana occidental, el cual fue publicado en 1949. En otoño de 1948, Evola regresó finalmente a su natal Italia después de estar cuatro años por fuera: primero a Bolzano y después a Bolonia. Durante este periodo experimentó una crisis espiritual, reflexionando sobre el problema de la relación entre la materia y el espíritu, las piernas paralizadas y las capacidades espirituales. Creyendo firmemente en la posibilidad de recuperar la capacidad de caminar mediante prácticas mágicas, Evola toma la valiente decisión de no recurrir a tales métodos porque el doloroso estado de su cuerpo reflejaba mejor el anormal estado espiritual de la Europa que le rodeaba. Escribe a la esposa Spann: “En este mundo de hoy, en un mundo en ruinas, no tengo nada que hacer ni nada que buscar. Aunque mañana todo volviera mágicamente a su lugar, yo seguiría aquí sin propósito ni vida, vacío”. Sin embargo, eligió el camino del «alma en pie y no la caída», anima stante e non cadente, la imagen del «hombre entre las ruinas» le dio fuerzas para proseguir con renovado vigor su rebelión espiritual y metafísica contra el mundo moderno. Por increíble que parezca, durante estos años Evola sintió aprecio por el cristianismo. Turris cita muchos testimonios de cómo Evola elogiaba a las monjas de los hospitales por su abnegado cuidado de los enfermos y lo comparaba con la indiferencia del personal médico; luego empezaba a decir que, si fuera cristiano, podía exclamar: «¡Hágase tu voluntad!». Tales escenas demuestran que Evola estaba más cerca de la visión del mundo del cristianismo tradicional que de los ataques que realizó a la Iglesia y al ascetismo cristiano en los años 30. Estos cambios de juicio muestran a este pensador bajo una luz mucho más amplia de lo que les gustaría a los neopaganos modernos, a quienes Evola siempre despreció.
En 1950 Evola regresó a Roma y entró en contacto con las juventudes de extrema derecha, pero no fue comprendido adecuadamente por los líderes del MSI. De estas conversaciones nació la obra más breve y clara de Evola, en la que vertía varias tesis e instrucciones sobre cómo sobrevivir en la situación de posguerra: las famosas Orientaciones. Al mismo tiempo, Evola se familiarizó por correspondencia con Harold Musson, un artillero inglés que luchó en la Segunda Guerra Mundial del otro lado y gracias al cual La doctrina del despertar de Evola fue publicada en inglés en 1948, teniendo una enorme resonancia en el mundo de los orientalistas y estudiosos de la religión, incluso en los círculos tradicionalistas de la India próximos al difunto Coomaraswamy. En 1951, Evola publicó la segunda edición de Revuelta contra el mundo moderno, tras lo cual se mudó con su madre al mismo piso del que se había escapado en 1944, pero una semana más tarde fue detenido por la policía italiana bajo la acusación, totalmente ridícula, de haber participado en unos atentados y bombardeos. Un hecho notable que no se menciona en el libro de Turris es que la primera persona a la que Evola escribió con franqueza sobre sus desventuras ese mismo año fue a Carl Schmitt. Hacia 1954, el pensador consigue exculparse ante los tribunales y salir limpio, pero esa es otra historia. Durante los años de persecución y juicios, consiguió preparar para su reedición los tres volúmenes colectivos de La Magia como ciencia del espíritu bajo su dirección. Tenía por delante otras dos décadas de trabajo activo sin precedentes, pero los años más difíciles, a los que está dedicado el libro de Turris, habían quedado atrás.
La biografía de Evola está llena de más huecos que la de muchos otros filósofos: demasiadas cartas dispersas en archivos familiares privados, demasiadas cosas que intentaron ocultarse y clasificarse desde un principio. La hazaña investigadora de Turris, quien encontró muchos de los eslabones perdidos y refutó muchos de los rumores ridículos que circulaban, se encuentra ahora a disposición del lector de lengua rusa, que puede comparar las dificultades del itinerario vital de Evola, el «camino del cinabrio», por la seguida, durante la década de 19400, por filósofos como Martin Heidegger o la información que nos proporcionan los diarios de Ernst Jünger y Carl Schmitt durante esta década (anteriormente publicamos la carta de Evola a Schmitt de 1953, la carta de 1955 fue publicada por Vyacheslav Kondurov) (3). Medio siglo después de su muerte física, Julius Evola sigue siendo un maestro difícil de asimilar para las generaciones contemporáneas, pero los pensamientos y hallazgos que sembró en su momento han comenzado a brotar a través de la cadena de sucesión trazada por sus conocidos y alumnos. No en vano, un poeta ruso exclamó en un soneto dedicado a Evola: “Estamos esperando. Ya es hora de que vuelvas”. El libro de Turris nos pone no frente al clásico y pesado Evola, sino frente a uno vivo, rebelde y turbulento, que sirve de compañero muy necesario en tiempos difíciles.
Notas: