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NÚMERO 160. Más y mejor democracia: el nuevo ciclo político a cuatro voces

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 05 de abril de 2015, 13:02h

La política, como sucede con la música, puede ser interpretada de muchas formas: por solistas, grupos de cámara reducidos, grandes orquestas sinfónicas... Del mismo modo, puede decirse que su comunicación también ha evolucionado expresivamente; como lo ha hecho la cinematografía -por ejemplo-, pasando del blanco y negro al technicolor, al sensurround y al sistema 4D, llegando incluso a las producciones digitales avanzadas que hoy facilitan de forma prodigiosa los procesos de interrelación social.

Salvando las distancias, lo que ha venido ocurriendo en España a partir de la Transición, y antes en la época oligárquica y caciquil de la Restauración borbónica (con el ‘turnismo’ en el poder de conservadores y liberales puesto en marcha por Cánovas), es que la política ha sido interpretada sólo por un dúo de voces o partidos. Un espectáculo que, aun siendo protagonizado por auténticos virtuosos, difícilmente alcanza la brillantez instrumental de las grandes óperas y sinfonías universales.

Su visualización cromática ha sido bicolor, y a veces de un blanco y negro ramplón, que puesto en contacto con soluciones ‘ácidas’ aflora tonos rojo-anaranjados y que cuando éstas son ‘básicas’ gira a violáceos. Nada más allá del rojo y el azul históricos de nuestra política más pacata y constreñida (la rosa del PSOE y la gaviota del PP).

Quiere eso decir de alguna forma que la política bien entendida -en toda su grandeza-, no es cosa de dos, y menos de uno sólo, aunque éste sea un líder elegido en democracia. En su esencialidad, frente al poder debe haber una oposición, con funciones importantes en cada caso; partes que en sí mismas han de integrar un conjunto variado y complejo de personas e instrumentos: en política ya no caben el dictador ni el caudillo, y tampoco el sabelotodo o el Superman de turno.

 

Es más, compartir la posición del poder Ejecutivo mediante acuerdos de coalición postelectoral, permite que los ‘socios’ políticos se vigilen entre ellos, de forma que el comportamiento de cada uno no incida de forma negativa en la imagen común de la gobernación. Algo que, al margen de lo que suponga como suma de capacidades humanas y de competitividad, es de extrema importancia para evitar desviacionismos políticos, incluido el de la corrupción.

La coalición de gobierno se asemejaría en ese sentido a la de un grupo polifónico o instrumental, en el que cada protagonista cumple su función al tiempo que atiende a que otros cumplan la suya, compitiendo entre sí pero asegurando el éxito del conjunto. Y claro está que no comparamos para nada nuestro modelo político con el bipartidista de Estados Unidos, por poner un ejemplo, con controles, contrapesos y un ejercicio del poder muy distintos.

El bipartidismo ya se ha muerto. Muerto está que yo lo vi

En España, el bipartidismo PP-PSOE ha decaído en una versión moderna, y si cabe más deplorable, de la sistemática rotación en el poder disfrutada por conservadores y liberales, en tiempos pasados poco añorados. Un nuevo sistema oligárquico y caciquil, insostenible en el mundo occidental del siglo XXI.

Su degradación, llevada al límite por una corrupción política desbordada, que en el fondo es la culpable de la crisis económica, vive el momento de pasar a mejor gloria. Quien no lo vea así, carece de sensibilidad y capacidad para analizar la realidad social y captar la demanda de cambios que reclama la ciudadanía: una carencia acentuada en quienes se encuentra acomodados en algún tipo de democracia imperfecta o restringida, como la nuestra.

Está claro que, frente al PP y al PSOE, Podemos y Ciudadanos han venido para quedarse. Por lo tanto, la política nacional se va a sustanciar a cuatro voces al menos en el nuevo ciclo político inmediato, con el estrambote cada vez más residual de IU y UPyD. Los partidos autonómicos o regionales son cosa distinta, y su influencia se debería limitar al ámbito territorial que les corresponda, sin incidir sustancialmente en la gran política del Estado.

 

Esa será otra consecuencia positiva de la caída del bipartidismo, a la que habrá que añadir la de que los votantes tendrán más libertad de elección con posibilidad de verse reflejados de forma coaligada en el Gobierno. Así, lo ideal sería que por simple relación aritmética esas cuatro fuerzas políticas nuevas se pudieran combinar de forma armónica entre sí con diferentes alternativa (dos a dos o tres a una), ampliando la representatividad social del gobierno, su estabilidad y su correspondencia real con las demandas mayoritarias: al fin y a la postre, más y mejor democracia.

Esa idea de anclaje político polivalente, es la que parecen perseguir tanto Ciudadanos como Podemos; el primero jugando en la centralidad y el segundo en la transversalidad. Y dejando por supuesto al PP en la derecha de la representación partidista y al PSOE en el espacio residual de un falso socialismo ya muy diluido y trasnochado.

Estamos frente a una razón imparable: lo nuevo frente a lo viejo. El eje que divide la política entre la derecha y la izquierda (azules y rojos, buenos y malos) está desapareciendo, difuminado por el ocaso de las ideologías y por la necesidad de recuperar el Estado del bienestar.

¿Volverá el carroza Rajoy a ser candidato presidencial en ese escenario de renovación, como afirmó estando ya en caída electoral libre…? ¿Habrá, por fin, una elección natural de liderazgo en el PP, sin presiones del aparato ni ‘dedos divinos’ moviéndose entre bambalinas…?

Ahora la sociedad demanda líderes nuevos que propugnen una gran clase media, un socialismo de tipo ‘nórdico’ que iguale la sociedad por arriba y no por abajo, un macizo de la raza amplio que vaya desplazando las grandes desigualdades proliferantes en el modelo actual y que el PP y el PSOE no han sabido ni querido combatir de forma eficaz.

La refundación que emprendieron los populares en 1989, cambiando su imagen de forma radical (incluidos nombre, ideario y líder) y abriéndose a las nuevas generaciones, les permitió ir progresando hasta las elecciones generales de 1993 que perdió por escaso margen, ganándolas en 1996 y sustanciando una alternancia en el poder que es indispensable en toda democracia consolidada. Su centrismo se vio acentuado precisamente por no haber alcanzado una mayoría absoluta y tener que pactar apoyos de legislatura con los partidos nacionalistas.

Esa actitud conciliadora fue premiada por el electorado, otorgando al PP su primera mayoría absoluta en los comicios siguientes (del 2000). Y fue entonces, al no necesitar apoyos con esa holgura parlamentaria y pasar a legislar de forma radical, cuando decayó su imagen centrista perdiendo la confianza mayoritaria del electorado. Una posición de fragilidad que terminó quebrada con la gestión gubernamental de la crisis generada con los atentados del 11-M, inclinando el voto a favor del PSOE.

Ahora, el agotamiento del PP sigue en la misma estela del mal uso de su mayoría absoluta, que se le concedió fundamentalmente para reconducir los errores del PSOE en la gestión inicial de la crisis económica. No obstante, aquella segunda legislatura de Rodríguez Zapatero fue posible porque las políticas sociales que desarrolló en su gobierno previo le hicieron ganar el decisivo espacio de centro.

Que en la España democrática las elecciones se ganan a base de centralidad política ya se comprobó con el éxito inicial de la UCD, que aun siendo un partido de aluvión supo llamar al voto ‘reformista’. Inmediatamente después, también el tránsito al centro del PSOE, llevado por Felipe González desde posiciones marxistas a la socialdemocracia a partir de 1979, le supuso la mayor victoria electoral de toda su historia.

A punto de agotar la legislatura, y tras el desgaste generado por sus recortes sociales y la continua sucesión de los escándalos de corrupción aflorados en sus filas, el PP ha olvidado que el centrismo político y el reformismo son esenciales para ganar el Gobierno y mantenerlo. Y si, con una visión miope de su realidad política, esperaba que la pérdida de votos le amenazara por su flanco derecho, el problema real que tiene es su alejamiento del centro, donde Ciudadanos le está arrebatando un altísimo porcentaje de sus votantes potenciales en un escenario bipartidista.

El problema del PSOE es muy similar, visto tanto desde una óptica nacional de oposición como desde su emblemático dominio electoral en Andalucía. No muestra la menor intención real y seria de combatir la corrupción dentro de sus filas, su planteamiento de renovación interna y de acciones políticas alternativas es absolutamente ineficaz, se cree propietario exclusivo del espacio de centro, adolece de tibieza para democratizar de verdad el modelo de convivencia y propiciar las reformas institucionales necesarias al efecto… Lo que, en suma, conlleva una pérdida absoluta de credibilidad social.

La consolidación del pluralismo político nacional, marginales aparte, es más que evidente a tenor de todas las encuestas barométricas sobre opiniones y actitudes electorales (CIS, Metroscopia, Sigma Dos, MyWord…). Lo saben bien tanto el PP como el PSOE, que ya consideran a Ciudadanos y Podemos competidores ciertos en la liza electoral. Los viejos partidos del ‘quítate tú para ponerme yo’, se lo han ganado a pulso. Ya hay, como en los grandes centros comerciales, donde elegir a placer.

Ricardo García López, hombre polifacético que brilló entre otras cosas como cronista taurino con el seudónimo de ‘K-Hito’ (se autoproclamaba de forma jocosa ‘Emperador de la historieta española’), escribió en 1947 un libro memorable titulado Manolete ya se ha muerto. Muerto está que yo lo vi.

Pues eso. El bipartidismo ya se ha muerto (muerto está que yo lo vi), le duela a quien le duela. Atentos a lo que se viene encima. Política a cuatro voces; cine del bueno en technicolor y con sensurround a toda pastilla. Ya era hora.

Fernando J. Muniesa