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Friedrich Georg Jünger y los mitos griegos: Apolo, Pan y Dioniso

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
miércoles 13 de septiembre de 2023, 21:00h

 Está en las librerías un texto que no sólo nos permite captar la grandeza especulativa y literaria de una de las figuras "secretas", aparentemente marginales, de la cultura del siglo XX, sino que también nos enfrenta a la pobreza de nuestro tiempo, al "desastre" de la modernidad, al aislamiento atomista del hombre frente al cosmos. Nos referimos al volumen de Friedrich Georg Jünger, hermano del más conocido Ernst, Apolo, Pan, Dioniso publicado por la editorial Le Lettere y editado por Mario Bosincu, germanista de la Universidad de Sassari (pp. 283, euro 18,00). En 1943 salió un ágil opúsculo con el mismo título, al que el autor dio continuidad con un ensayo titulado I Titani (Los Titanes) en 1944. En 1947 los dos libros, con el añadido de dos capítulos dedicados a los Héroes y a Píndaro, se reunieron en el volumen Mitos griegos. La edición italiana que presentamos es una traducción de este libro. Hay que reconocer a Bosincu el mérito de una edición impecable.

Giovanni Sessa

Giovanni Sessa

Está en las librerías un texto que no sólo nos permite captar la grandeza especulativa y literaria de una de las figuras "secretas", aparentemente marginales, de la cultura del siglo XX, sino que también nos enfrenta a la pobreza de nuestro tiempo, al "desastre" de la modernidad, al aislamiento atomista del hombre frente al cosmos. Nos referimos al volumen de Friedrich Georg Jünger, hermano del más conocido Ernst, Apolo, Pan, Dioniso publicado por la editorial Le Lettere y editado por Mario Bosincu, germanista de la Universidad de Sassari (pp. 283, euro 18,00). En 1943 salió un ágil opúsculo con el mismo título, al que el autor dio continuidad con un ensayo titulado I Titani (Los Titanes) en 1944. En 1947 los dos libros, con el añadido de dos capítulos dedicados a los Héroes y a Píndaro, se reunieron en el volumen Mitos griegos. La edición italiana que presentamos es una traducción de este libro. Hay que reconocer a Bosincu el mérito de una edición impecable.

Estas páginas representan: "uno de los tesoros de ese continente sumergido conocido como literatura de la emigración interior [...] cuyos exponentes permanecieron en la Alemania nazi, viviendo como "exiliados" en su patria" (pp.8-9). En efecto, durante la República de Weimar, Friedrich Georg, con su obra La marcha del nacionalismo, se había fijado como objetivo "hacer de los lectores [...] el otro sujeto que podía transformar la joven república en una communitas totalitaria" (p. 110). Participó así en el heterogéneo y vivo movimiento cultural de los intelectuales revolucionarios-conservadores, cuyos ideales fueron traicionados por el nacionalsocialismo gobernante. En el bien informado, amplio y orgánico ensayo introductorio, Bosincu presenta los momentos genealógicos de esta cultura antimoderna, respuesta a la crisis inducida por la afirmación de la Gestell, del implante tecnocientífico al servicio de la Forma-Capital. En particular, se detiene, entre otros, en las figuras de Schiller, Carlyle y Chateaubriand. Este último, en el Genio del cristianismo apelaba, contra el presente histórico en el que le había tocado vivir, a: "los intereses del corazón" (p. 41).

Apeló, en consonancia con la sensibilidad romántica, a un conocimiento distinto de la razón calculadora. En sus páginas cargadas de emoción, lo que emerge es: "tras el sermo propheticus, el sermo mysticus y la escritura ascética [...] un estilo psíquico alternativo al imperante" (p. 41) en la época contemporánea, que tendía a realizar lo útil mediante la reducción de la naturaleza a res extensa a disposición del dueño del ente, el hombre. Los antimodernistas, que tanto influyeron en Friedrich Georg, no se propusieron, sic y simpliciter, explorar los rasgos de una posible "otra subjetividad" que la moderna, sino que pretendían realizarla utilizando el rasgo demiúrgico de sus escritos. Básicamente, explica Bosincu, refiriéndose a la exégesis del gnosticismo de Eric Voegelin, estaban impregnados de un verdadero horror por lo existente y se convirtieron en portadores de un conocimiento soteriológico. El gnóstico: "conoce la matriz de la miseria (temporal) del hombre [...] está en posesión de una soteriología que "da al hombre la conciencia de su degradación y la certeza de la restauración de su ser original"" (p. 53). La huida de lo moderno se centra en la "soteriología de la interioridad". Jünger, según el editor, experimentó dos fases diferentes de esta actitud neognóstica: en su juventud estuvo cerca del prometeanismo 'wotanista' del nazismo y de la 'movilización total'.

Esta referencia pretendía construir una subjetividad "activa", impulsada por la voluntad de poder, destinada a superar al individuo burgués. En la fase de "emigración interior", testimoniada de forma paradigmática por Apolo, Pan y Dioniso, a través de la influencia del mundo espiritual helénico mediado por la lectura de Walter Friedrich Otto, y anticipando la psicología profunda de Hillman, Jünger se convirtió en el portador del "hombre total" schilleriano, en cuya psique retorna el poder titánico para reconciliarse con las potestades de los tres dioses en cuestión. Esta metamorfosis indujo a Nuestro Señor a madurar: "El respeto por la vida en su naturaleza elemental" al tomar conciencia de que: "el presupuesto de la modernización tecnológica es [...] la desanimación de la naturaleza" (p. 99). La Physis se experimenta como algo que trasciende el horizonte humano: existe una clara brecha entre el flujo del devenir y la historia, acumuladora de ruinas, y los ritmos eternos y cíclicos de la naturaleza. El paganismo jüngeriano es un "paganismo del espíritu" que aborda una profunda dimensión inclusiva: "el noúmeno del que brotan la historia y la experiencia empírica" (p. 111). El autor demuestra que se adhiere a una perspectiva mítica: cree que en cada entidad, en la interioridad del hombre y en sus actividades, actúa un dios. Lo divino palpita, se experimenta. La técnica en sí no es una mera expresión de la razón instrumental, sino que tiene raíces míticas, titánicas, prometeicas.

Para escapar a su dominio cosificador, el hombre debe recuperar la dimensión imaginal: sólo en ella, no en los conceptos que estatizan lo real, es posible rastrear el aliento de Apolo, Pan y Dioniso, la eterna metamorfosis anímica de la physis. Tales dioses están en una relación de "antítesis fraternal" (p. 244). Para recuperar su significado, es necesario fijarse en la coincidentia oppositorum, en la lógica del tercero incluido: "Apolo es exaltado como arquetipo en la base de un estilo cognitivo y existencial que privilegia la razón contemplativa y el sentido de la medida" (p. 135), antitético a la hybris prometeica tanto del nazismo como del capitalismo cognitivo de nuestros días. Pan encarna el "principio de placer" frente al "principio de rendimiento", la ligereza de vivir que se puede experimentar cuando nos situamos en la naturaleza salvaje, percibida como ajena por el hombre moderno. La naturaleza se basta a sí misma, de lo que también era consciente Karl Löwith. Dioniso, por último, es el dios que libera de las fijaciones identitarias, de la dimensión teleológica de la vida. Su potestas pone en jaque mate a la "la locura envuelta en el disfraz de la razón" (p. 139).

El Jünger de la "emigración interior", en nuestra opinión, es portador de un contra-movimiento gnóstico no-neognóstico (Gian Franco Lami), capaz de reconducir al hombre a la physis, a la vida eternamente brotante del cosmos. El cosmos, en las páginas de Apolo, Pan, Dioniso, no es enmendable, como creían los gnósticos, y con ellos los cristianos y sus sustitutos modernos (positivistas, marxistas, etc.) porque, como afirma Heráclito (fr. 30): "Es idéntico para todas las cosas, ninguno de los dioses ni de los hombres lo hizo, sino que siempre fue y es y será fuego eternamente vivo, que según la medida se enciende y según la medida se apaga". Apolo, Pan, Dioniso demuestra, como ha argumentado Calasso, que los antiguos dioses han encontrado cobijo en la literatura. Esta es la extraordinaria modernidad de los antimodernistas, de la que hablaba Antoine Compagnon.