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NEWSLETTER 61. Verdades y mentiras de las encuestas políticas

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 12 de mayo de 2013, 19:05h

Vaya por delante que en esta Newsletter no se pretende cuestionar en modo alguno la ciencia estadística, ni tampoco las técnicas de investigación demoscópica, aunque desarrolladas con el adecuado rigor profesional no dejan de ser un instrumento más de lo que se ha venido en definir como el “arte de la decisión en presencia de incertidumbre”.

Al presentar Ernst F. Schumacher el campo específico de la estadística en su libro de 1973 “Lo pequeño es hermoso” (Small is beautiful), considerado uno de los más influyentes publicados desde la Segunda Guerra Mundial, convino en hacerlo de esta ingeniosa y también interesada forma:

“Cuando Dios creó el mundo y la gente -una empresa que, de acuerdo a la ciencia moderna, tomó un largo tiempo- razonó así: “Si hago todo anticipable, los seres humanos, a quienes he dotado de buenos cerebros, aprenderán a predecir todo y no tendrán motivos para trabajar, pues se darán cuenta que el futuro está totalmente predeterminado y que no puede ser influido por acciones humanas. Por el contrario, si hago todo impredecible, descubrirán gradualmente que no hay bases racionales para las decisiones y, como en el primer caso, no tendrán motivos para trabajar. Ninguno de los dos esquemas tiene sentido. Debo crear una mezcla de ambos. Sean algunas cosas predecibles y otras impredecibles. Ellos tendrán así, entre otras muchas cosas, la tarea de descubrir cuál es cuál”.

Así, Schumacher (prestigioso economista de gran influencia en la década de los setenta), vino a decir metafóricamente que la estadística nos permite explicar las condiciones regulares en los fenómenos de tipo aleatorio, que, en efecto, componen buena parte de nuestro mundo.

Sin necesidad de profundizar en la formalidad estadística, bien referida a su rama ‘descriptiva’ o a la ‘inferencial’ (y menos aún a la ‘matemática’), y yendo directamente a la cuestión que nos interesa, sí que conviene señalar que uno de sus usos más conocidos (aunque no sea el más importante) se observa en la realización de encuestas sobre actitudes y opiniones políticas. Aplicación que pretenden determinar la realidad afecta a toda una población o grupo social, mediante entrevistas realizadas a una muestra reducida y representativa del universo correspondiente.

LA MANIPULACIÓN DEMOSCÓPICA EN EL ÁMBITO DE LA POLÍTICA

Nadie ha cuestionado seriamente la labor de los institutos que se dedican a la investigación mercadológica, hoy imprescindible en la planificación del marketing empresarial en todas sus aplicaciones, entre otras cosas porque su inapropiado desarrollo quedaría en contradicción con la realidad del mercado y por tanto desprestigiado rápidamente a nivel clientelar. Sin embargo, cuando la investigación tiene proyección política y su patrocinador (el pagador de la factura de forma directa o indirecta) es un ente vinculado a intereses de partidos políticos, con independencia de cómo se termine utilizando su resultado (en general para crear estados de opinión pública a través de los medios de comunicación social), la cosa cambia de forma radical, hasta llegar a convertirse en un instrumento más de alienación social.

Para empezar, el propio sector dedicado a la realización de estas encuestas políticas tiene perfectamente asumida la permisividad de manipular su diseño y resultados ‘a medida del cliente’, en un claro ejercicio de mala praxis profesional, porque viene impuesta por quien encarga el trabajo; hasta el punto de dar por descontado que en esos casos se suelen preparar dos informes del mismo: uno de uso interno, con los resultados reales obtenidos, y otro con los ‘maquillados’ para su difusión pública. Y eso en el mejor de los supuestos, porque en el peor se puede llegar a tratar simple y llanamente de una encuesta falsa.

Este ejercicio de manipulación demoscópica es de tal calibre que ya es fácil detectar empresas de asesoramiento político con departamentos dedicados sólo a realizar encuestas falsas y a la ‘invención’ de estados de opinión; de hecho. Claro está que, como sucede en otros ámbitos de la corrupción política bien conocidos, el fenómeno es posible sólo porque detrás de cada corrupto siempre hay un corruptor.

DIME QUÉ Y CÓMO PREGUNTAS Y TE DIRÉ QUIEN ERES

La cuestión es que toda mentira necesita una cierta pátina de veracidad para que sea creíble, por lo que no es inusual, ni mucho menos, que las encuestas políticas incluyan partes solventes que enmascaren o disimulen las insolventes. Hasta el punto de que, a menudo, en ellas se preguntan cosas que a la mayoría de los ciudadanos les traen sin cuidado (cuestiones intrascendentes que entonces se suelen tratar sin trampa ni cartón), mientras que en la misma encuesta se deja de preguntar lo que pueden considerar realmente sustancial o trascendente o, si se pregunta, las respuestas duermen el sueño de los justos guardadas en la caja fuerte del cliente.

Y ahí, en lo que se pregunta y lo que se deja de preguntar, es decir en la efectividad real del proceso de intercomunicación entre los gobernados y gobernantes, está la primera gran manipulación de las encuestas políticas. Un ejemplo bien palpable de esta primera triquiñuela con el manejo del cuestionario se tiene, no ya en las encuestas ‘privadas’, sino en las ‘públicas’ que realiza el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dependiente del Ministerio de la Presidencia.

Por ejemplo, cuando en octubre de 2011 las encuestas del CIS evidenciaron que el desprestigio de la Corona iba en serio (entonces obtuvo el primer suspenso), en su Barómetro se excluyó a la Monarquía del ítem de valoración pública de las instituciones hasta que la trampa trascendió en sí misma como patética y socialmente mucho más perjudicial que la propia calificación. Ahora, en el Barómetro de Abril de 2013 (Estudio 2.984), los españoles le dan la nota más baja de su historia: un 3,68 sobre 10 (más de un punto por debajo de su anterior suspenso obtenido hace un año y medio, con la mayor caída de imagen registrada por cualquier institución del Estado en ese mismo periodo), lo que valida el argumento de la manipulación de las encuestas ‘por omisión’, en base a lo que no se pregunta (o se oculta) en ellas. 

El nuevo suspenso coloca a la Monarquía por detrás de la Guardia Civil, la Policía y las Fuerzas Armadas, que son las tres únicas instituciones que aprueban. Y por detrás incluso de los Medios de Comunicación (que ya es decir) y el Defensor del Pueblo, que suspenden pero con notas superiores, un 4,79 y un 3,94 respectivamente, lo que no deja de ser significativo si consideramos que el Rey también es el Jefe del Estado, con la competencia constitucional nada menos que de arbitrar y moderar el funcionamiento regular del conjunto de las instituciones públicas.

Los tiempos en que la Monarquía era la institución mejor valorada quedan ya muy lejos, y esa preocupante realidad es la que ha querido manipular el CIS ‘omitiendo’ durante demasiado tiempo las preguntas precisas para medir esa evolución. En diciembre de 1995, los españoles le asignaban un notable (7,48), a mucha distancia de la segunda institución que entonces más confianza inspiraba (el Defensor del Pueblo), nota que en febrero de 1998 bajó a un 6,72 y en 2006 a un 5,19, alcanzando como hemos dicho su primer suspenso en octubre de 2011. Cuestión grave que no volvió a tener ningún otro contraste en la demoscopia pública, porque así lo quiso el Gobierno, hasta que la protesta política obligó a preguntar de nuevo sobre la Monarquía, permitiendo conocer su recaída en valoración de confianza en abril de 2013.

Pero, siguiendo con este mismo ejemplo (de manipulación de las encuestas en base a qué y cómo preguntar), imagínense los lectores que habrían podido contestar los encuestados por el CIS, inmersos en el maremágnum de la crisis y en el actual clima de corrupción política, a la pregunta de si el Rey ha cumplido o no sus funciones concretas como árbitro y moderador del funcionamiento regular de las instituciones (una función in vigilando del sistema democrático). O si se les hubiera preguntado directamente sobre la utilidad o inutilidad de la Monarquía…, dado que gracias a otras encuestas ya sabemos que la mayoría de los españoles consideran, por ejemplo, que el Senado es una institución manifiestamente inútil.

Sobre la manipulación particular del cómo se pregunta (y también del para qué se pregunta), habría que explicar por qué extraña razón cuando ya se ha obtenido una respuesta concreta sobre algo muy concreto, se repregunta más o menos lo mismo, pero de otra forma, para después cocinar las conclusiones que convengan en vez de dejar las cosas tal y como han sido naturalmente contestadas. Porque, como se suele hacer en las encuestas no políticas, las preguntas del cuestionario deben ser elegidas y redactadas cuidadosamente de modo que apunten al objetivo cierto de la investigación, sean comprendidas de forma adecuada por el encuestado y carezcan de elementos distractores que sesguen la respuesta que se va a obtener o permitan su interpretación subjetiva.

Otro aspecto de las encuestas políticas, sustancial en relación con las grandes cuestiones de Estado, es la manipulación ‘a pregunta cerrada’ y sin opción alternativa. El ejemplo más significativo lo tenemos precisamente en el “Referéndum para la aprobación del Proyecto de Constitución”, que fue la primera gran manipulación demoscópica de la Transición, en el que la pregunta impuesta por el Gobierno (“¿Aprueba el Proyecto de Constitución?”) se hizo sin que la ciudadanía pudiera fijar previamente su posición sobre un modelo monárquico o republicano; es decir, poco menos que forzando su opción entre el sí o la nada. Se celebró el 6 de diciembre de 1978 y, quizás debido a ese planteamiento manipulador, y a pesar de su gran importancia y del enorme apoyo propagandista que tuvo, sólo fue aprobado por el 58,97 por 100 del censo electoral.

EL CAMELO CONCLUSIVO DE LA “ESTIMACIÓN DE VOTO”…

Aquí volvemos al Barómetro del CIS de Abril de 2013, en el que, como es habitual, primero se recaba con toda e incuestionable claridad: “Suponiendo que mañana se celebrasen elecciones generales, es decir, al Parlamento español, ¿a qué partido votaría Ud.?” (Pregunta 19). Y, a continuación, se le buscan cinco patas al banco con otra pregunta ciertamente extraña, porque no parece razonable que nadie signifique su antipatía o su lejanía ideológica por la formación a la que ya ha decidido dar su voto: En todo caso, ¿por cuál de los siguientes partidos siente Ud. más simpatía o cuál considera más cercano a sus propias ideas?” (Pregunta 20). 

Pues bien, centrándonos para simplificar la cuestión sólo en lo que afecta a PP y PSOE, la respuesta ‘espontánea’ a la primera de estas dos preguntas es clara: un 12,5% de los encuestados votarían al PP y un superior 13,7% al PSOE. Y, a continuación, la respuesta a la segunda es igual de resolutiva: un 15,8% de los encuestados se muestra más próximo al PP y un superior 20,3% más próximo al PSOE.

Respuestas más o menos igual de coherentes, incluso, en cuanto a la posición de uno y otro partido en la acumulación que hace el CIS de lo que denomina “voto+simpatía” (Preguntas 19 y 20), que otorga un 16,6 al PP y un 20,1 al PSOE. Y aunque este ejercicio sumatorio sea escasamente comprensible por los no iniciados.

Ahora bien, lo curioso y desde luego desconcertante para el lector profano, es que sin realizar más preguntas al respecto, el CIS (como también hacen otros institutos de investigación en otras encuestas políticas) concluya en un anexo que, partiendo del ‘voto directo’ reflejado en la encuesta de marras (un 12,5 para el PP y un 13,7 para el PSOE), su ‘estimación de voto’ (sobre voto válido) sea nada menos que de un 34,0 para el PP y sólo del 28,2 para el PSOE. Es decir, que de repente, y poco menos que por arte de birlibirloque, nos presentan el mundo al revés y se quedan tan panchos, sin que además nadie pida una explicación técnica coherente del fenómeno.

La clave de tanto atrevimiento profesional (no queremos hablar de desvergüenza) está en una nota del CIS adjunta al “Anexo de Estimación de Voto” de la encuesta, con la siguiente explicación, que sin duda se las trae: Dado que los datos de los indicadores ‘intención de voto’ eintención de voto+simpatía’ son datos directos de opinión y no suponen ni proporcionan por sí mismos ninguna proyección de hipotéticos resultados electorales, en este anexo se recogen los resultados de aplicar un modelo de estimación a los datos directos de opinión proporcionados por la encuesta. Procedimiento que conlleva la ponderación de los datos por recuerdo de voto imputado y aplicación de modelos que relacionan la intención de voto con otras variables. Obviamente, la aplicación a los mismos datos de otros modelos podría dar lugar a estimaciones diferentes”. 

Y decimos que la nota en cuestión se las trae, porque ¿para qué se quiere un anexo conclusivo sobre “estimación de voto” que suplanta la respuesta directa de los encuestados…? Y, más llamativo todavía, ¿cuál es el “modelo de estimación” concreto -y oculto- que se ha aplicado a los datos directos de opinión proporcionados por la encuesta…?

Si, como reconoce el CIS en su nota de conciliación, la aplicación de otros modelos daría lugar a estimaciones de voto diferentes, ¿por qué no se presentan también esas otras estimaciones realizadas con esos otros modelos posibles…? En realidad, lo que se ampara con este lenguaje vacuo y poco convincente, es la libertad para ‘maquillar’ la encuesta a voluntad o interés de parte en el aspecto concreto de la intención de voto, que es la reflejada en la respuesta, fácil y espontánea, a una pregunta directa e inequívoca ya citada: “Suponiendo que mañana se celebrasen elecciones generales, es decir, al Parlamento español, ¿a qué partido votaría Ud.?”.

Es decir, que la ventaja electoral, o al menos la única medible en estos momentos y con todos los peros que se le quiera poner, es la de un 13,7% de voto directo para el PSOE frente a un 12,5% del PP. Y punto pelota.

Una respuesta demoscópica que, por otra parte, se muestra coherente con otros resultados de la encuesta ciertamente capitales, como la mala valoración que recibe el Gobierno en su conjunto y la particular de su presidente, Mariano Rajoy. Porque ¿acaso es posible que si el 68,5% de los encuestados califican la gestión que está haciendo el Gobierno del PP de “mala o muy mala” y otro 23,4% de “regular” (en total un 91,9%), le vuelvan a votar un 34% de los mismos electores, como reflejan las ‘estimaciones’ del CIS…? ¿O es que puede esperarse de forma razonable ese mismo 34% de votos favorables a Rajoy en un supuesto de elecciones generales cuando al 85,6 de los encuestados les inspira personalmente “poca o ninguna” confianza…?

Porque, por muy tonta que parezca la gente, no es fácil que pudiendo elegir otras opciones de voto, e incluso pudiendo abstenerse en la votación, los electores decidan apoyar de nuevo a quien ya ha perdido su confianza o a quien se ha mostrado evidentemente incapaz de cumplir sus promesas electorales, o a quien llanamente las ha traicionado.

Además, siendo cierto que el actual líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba, también queda muy mal valorado en la misma encuesta del CIS, no lo es menos que en ella no se pregunta sobre la Oposición en sí misma (sólo se pide opinión sobre quien la dirige actualmente), con lo que su eventual sustitución al frente del partido por otro candidato más razonable vendría sin duda a facilitar la recuperación electoral del partido.

Del mismo modo, es igualmente destacable la continuada tendencia del PP al hundimiento electoral, frente a la práctica sostenibilidad de la posición del PSOE que parece haber tocado fondo en torno a una estimación del 28% en intención de voto. Partiendo del diferencial de 15,9 puntos establecido a favor del PP en las pasadas elecciones del 11-N, hoy esa misma brecha se ha reducido a 5,8 puntos…

…Y LA MANIPULACIÓN MEDIÁTICA DE LAS ENCUESTAS POLÍTICAS

Ya hemos advertido que la manipulación de las encuestas políticas tiene como objeto principal el crear estados de opinión pública interesados, y por supuesto falsos, para tratar de captar electoralmente a los indecisos. Cuestión que, partiendo de la falsedad demoscópica, total o parcial, tiene un segundo desarrollo a nivel mediático.

Así, los resultados de una encuesta, sean los que sean y al margen de su propio maquillaje, soportan de forma ineludible un tratamiento y exposición mediática si cabe más impresentable. Vean, sino, cómo la mera ‘estimación de voto’ del CIS en el Barómetro de abril se termina interpretando en la prensa de Madrid, por limitar el alcance de tal despropósito, como una ‘cuantificación definitiva’, pero, además, de dos formas muy distintas.

Por un lado, El País presentaba el tema con el título “PP y PSOE siguen en caída electoral en provecho de IU y UPyD” (con una acertada advertencia de que “los socialistas ganan a los populares en intención directa de voto”), y con El Mundo titulando más o menos en la misma línea: “El descalabro electoral de PP y PSOE avanza” (además destacaba que “Los populares perderían hoy 2,5 millones de votos y los socialistas vuelven a bajar”). Dos posiciones que, al margen de nuestros comentarios críticos sobre la ‘estimación de voto’ realizada por el CIS, se pueden considerar más o menos coherentes con el contenido de la encuesta.

Y, por otro, el diario ABC titulaba otra realidad distinta y en buena medida contrapuesta a la interpretada por los otros dos periódicos citados: “El voto del PSOE se desploma y el PP ralentiza su desgaste pese a los recortes” (la realidad es que el ‘desplome’ del PSOE se limita a 0,5 puntos sobre sus resultados del 11-N). Mientras que el titular llevado a portada por La Razón sobre la misma encuesta era todavía mucho más imaginativo: “La mayoría con el Gobierno… Y el PSOE se hunde” (en realidad esa ‘mayoría’ es una minoría del 34% frente al diferencial del 66% restante que no está con el Gobierno)…

EL DESPRESTIGIO DE LA DEMOSCOPIA POLÍTICA

Pero es que si además confrontamos las encuestas políticas del CIS con otras privadas que en principio no serían ni más ni menos solventes, por ejemplo las realizadas también periódicamente por Metroscopia y publicadas por el diario El País, se puede ver que su particular ‘estimación de voto’, sujeta igualmente a otro peculiar modelo o procedimiento de interpretación, para nada coincide con los resultados ofrecidos por el CIS.

Mientras esta última medición estima un 34% de votos para el PP y un 28,2% para el PSOE, derivados de un ‘voto directo’ respectivo del 12,5% y del 13,7%, los resultados del Barómetro Electoral de Metroscopia de abril de 2013 estiman un 24,5% para el PP y un 23,0 para el PSOE, con origen a su vez en un ‘voto directo’ respectivo del 13,4% y del 8,8%. La significada diferencia que existe entre unos resultados y otros, con un diferencial entre el PP y el PSOE que se contrae desde 5,8 puntos hasta 1,5 puntos, es bien ilustrativa de la escasa credibilidad de las encuestas políticas, porque, ofreciendo resultados tan dispares, al menos uno de ellos, si no ambos, ha de ser forzosamente falso.

Y ello sin contemplar la acumulación de votos estimada para el total de los dos partidos mayoritarios, que según el CIS sería de un 62,2% mientras que para Metroscopia sería solo del 47,5%, con un diferencial entre ambas sumas nada menos que de 14,7 puntos, manteniendo en un caso el bipartidismo y en el otro rompiéndolo. Al margen de otras diferencias que también afectan a la estimación del voto para otras formaciones políticas como IU y APyD, que de nuevo corroboran el desprestigio de la demoscopia política.

Paréntesis: El Barómetro de Metroscopia de mayo, reduce sensiblemente su estimación de la intención de voto al PP, que pasa del 24,5% registrado en abril al 22,5, al tiempo que la del PSOE también desciende con mayor caída del 23,0% al 20,2%, de forma que los votos conjuntos de los dos partidos todavía mayoritarios ya sólo alcanzan el 42,7% de los votos remarcando la desaparición del bipartidismo...

Sostienen los sociólogos ‘demoscópicos’ que no creer en las encuestas es tanto como no creer en los termómetros. Porque las encuestas, como los termómetros, no soportan una cuestión de fe, sino que pertenecen al mundo más humilde y pragmático de la medición.

Y cierto es que si las encuestas están bien hechas, son una herramienta para medir, y así describir, los estados de opinión de una sociedad o de un universo social en un momento determinado. Efectivamente, los datos están ahí y son los mismos para todos, pero otra cosa muy distinta es cómo se recogen, se analizan y se interpretan...

Fíjense en otro ejemplo redundante en la irresponsabilidad con la que, a menudo, se encaran las encuestas vinculadas al interés de la política. También en el citado Barómetro de Metroscopia (en este caso el correspondiente al pasado mes de marzo) se planteaban dos preguntas casi kafkianas: 1) “¿Cree que el extesorero del PP, Luis Bárcenas, tiene realmente pruebas que pueden comprometer al PP y alguno de sus dirigentes?” y 2) “¿Cree que el extesorero del PP, está chantajeando al Partido Popular?”.

La primera pregunta obtuvo un 79% de respuestas afirmativas, un 9% de negativas y un 12% de NS/NC. Pero ¿de qué información objetiva y creíble dispone el encuestado para fundamentar su respuesta, sea esta afirmativa o negativa…? La realidad es que no parece que los encuestados, por el mero hecho de serlo, tengan ese conocimiento documental previo para poder dar una respuesta objetiva, razón por la que lo que se plantea con visos de medición demoscópica es una mera adivinanza, útil tan sólo para manipular socialmente una imagen política.

La segunda pregunta obtuvo un 82% de respuestas afirmativas, un 8% de negativas y un 10% de NS/NC. Claro está que con la misma referencia al absurdo de la adivinación y a la manipulación política que en el caso anterior, con la sorpresa agravante del escaso resto sobre base 100 que conforma el consabido NS/NC (sin información o criterio formado al respecto) dentro de una selección aleatoria de encuestados y no prefijada sobre estratos sociales especialmente cualificados.

Y por si alguien todavía no ve claro el sentido político de estas preguntas, realmente poco razonables e incluidas a martillazos en el Barómetro de Metroscopia (marzo de 2013), vean lo que se publica sobre ellas en la web http://blogs.elpais.com/metroscopia/2013/03/ (04/03/2013), sin dejar de dar la sensación de que estamos efectivamente ante otro caso de estudio demoscópico sin otro objeto que dar apoyo estadístico a una línea editorial o de política mediática concreta al margen de la verdad informativa:

“Un 79% de los españoles piensa que el extesorero del PP, Luis Bárcenas, tiene realmente pruebas que pueden comprometer al PP y a alguno de sus máximos dirigentes, y un 82% cree que Bárcenas está chantajeando a los populares. Ambas opiniones son compartidas, además, por la amplia mayoría de los votantes del PP: un 65% y un 81%, respectivamente. El caso del extesorero se ha convertido, sin duda, en un problema para el partido del Gobierno porque no logra convencer a los ciudadanos con sus explicaciones. Las aclaraciones de los dirigentes populares cuando EL PAÍS publicó los papeles con la presunta contabilidad B que llevaba el extesorero solo convencieron a sus votantes. Ahora, cuando surgen dudas sobre el momento en el que realmente finalizó la relación laboral entre Bárcenas y el PP, así como sobre los términos de la liquidación de la misma, las nuevas explicaciones de los líderes populares ya no satisfacen ni al electorado popular”.

LAS ENCUESTAS EN REBAJAS: ELIJAN A ESCOGER Y REVOLVER

Pero puestos a que las encuestas respalden afirmaciones e intereses previos de la política (o de sus fijaciones mediáticas), el recién publicado  sondeo de Sigma Dos para El Mundo (12/05/2013), ofrece otro ejemplo ciertamente significativo al respecto. Tras haber interpretado este medio informativo los resultados del último barómetro del CIS con un incuestionable y rotundo “El descalabro electoral de PP y PSOE avanza” (04/05/2013), equivalente a un ‘descalabro conjunto’, apenas una semana después ha reinterpretado lo que debía seguir siendo una expectativa de voto muy similar por su proximidad en el tiempo, con un acento diferencial delatador: “El PP, tocado; el PSOE, hundido”.

La ‘estimación’ de Sigma Dos otorga un 35,4% de los votos para el PP, que según su propia base de datos recupera 1,9 puntos porcentuales justo en el trimestre en el que mediáticamente ha sido molido a palos, y un 25,3% para el PSOE, que en el mismo periodo baja 2,9 puntos. De manera que no se entiende cómo se puede hablar de un PP ‘tocado’ cuando en el mejor de los casos (que es el de aceptar la discutible veracidad de la encuesta) ha bajado 10 puntos sobre los resultados obtenidos el 11-N, aunque los puntos perdidos por el PSOE desde esa misma fecha sean 3,5.

Claro está, y esa es otra, que tanta decisión interpretativa se manifiesta a partir sólo de 1.000 entrevistas telefónicas determinadas por selección ‘polietápica, estratificada y aleatoria’ (vaya usted a saber quiénes eran los encuestados): en definitiva, otra muestra más de querer sentar cátedra de politología a base de tomar el pelo a los ciudadanos. Porque conviene saber que esa muestra y ese tipo de entrevista tan escasamente convincentes se reproducen también en el Barómetro de Metroscopia.

Y todo ello cuando la valoración que los mismos entrevistados por Sigma Dos hacen de Mariano Rajoy sigue siendo de un suspenso categórico (3,5 sobre 10), más o menos similar al que se recoge en las demás encuestas políticas.

Pero, si antes evidenciábamos la diferencia en la ‘estimación de voto’ de dos encuestas realizadas al mismo tiempo, véanse ahora las reflejadas en el conjunto de las tres publicitadas en abril-mayo: CIS (34,0% PP y 28,2% PSOE), Metroscopia (24,5% PP y 23,0 PSOE) y Sigma Dos (35,4% PP y 25,3% PSOE). Un tejemaneje que encaja diferencias de hasta 10,9 puntos para el PP y 5,2 para el PSOE (ahí es nada), con lo que, finalmente, todas quedan bajo la misma sospecha.

MENTIRAS PEQUEÑAS, MENTIRAS GRANDES Y ESTADÍSTICAS

H. G. Wells (1866-1946), uno de los precursores de la denominada ‘ciencia ficción’ y autor de obras tan aplaudidas como “La guerra de los mundos” y “La máquina del tiempo”, sostenía que “el pensamiento estadístico será algún día tan necesario para el buen ciudadano como la habilidad para leer y escribir”. Afirmación con la que quizás trataba de enmendar la plana a Benjamin Disraeli (1804-1881), quien previamente había sentenciado de forma lapidaria: Hay tres tipos de mentiras: mentiras pequeñas, mentiras grandes y estadísticas” (la frase se suele atribuir de forma errónea a otros autores).

Posiblemente las dos afirmaciones sean acertadas, pero es evidente que los malos usos estadísticos y las manipulaciones inherentes de carácter político, han llevado al público en general a transitar desde la fascinación de las cifras y del hecho estadístico hasta su repudio, en mayor afinidad con el pensamiento del insigne Disraeli, frecuentemente recordado en los foros, tertulias y conferencias de turno. No obstante, esta arraigada percepción social hoy se podría matizar así: “Junto a todo tipo de mentirosos, también existen estadísticos embaucadores”.

La realidad es que la ciencia estadística no es en sí misma torpe ni taimada, condiciones que debemos atribuir más bien a quienes la usan ignorando sus principios más elementales o con el afán de retorcerla para que sirva a sus intereses particulares. Stephen K. Campbell, autor de “Equívocos y falacias en la interpretación de datos estadísticos” (Limusa, Grupo Noriega Editores, 1993), sostiene que el ciudadano acepta las conclusiones estadísticas sin prejuicio alguno, aunque señala: “(…) Pero conforme maduramos pasamos al extremo opuesto. Ya nos han engañado demasiadas veces publicistas, políticos, ciudadanos prominentes que tratan de darnos gato por liebre, periodistas que buscan el sensacionalismo, etc. Por lo que tendemos a creer que con las estadísticas se puede probar cualquier cosa, y por lo tanto no prueban nada. Mientras que en un momento creímos que las cifras no podían mentir, ahora se deduce que lo único que pueden hacer es engañar”.

La mala imagen pública que producen las manipulaciones y discrepancias de tipo estadístico, son evidentes sobre todo en el ámbito de la política, en el que se llega incluso a respaldar cuantificaciones bochornosas, por exceso o por defecto, en la asistencia a manifestaciones o en el seguimiento de las huelgas. Y no digamos nada del afán por avanzar el éxito electoral en las encuestas previas, cuando después se contradice en las urnas.

Lo cierto es que la manipulación de la demoscopia política hace tanto daño a la democracia como el incumplimiento de las promesas electorales: dos efectos paralelos de una misma y tediosa mentira que se debe combatir de forma radical.