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Javier Calderón Fernández

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
miércoles 22 de febrero de 2012, 20:02h

Un paradigma de la peor supervivencia franquista

(...) Tras la experiencia previa de haber sabido desenfilarse del listado de compañeros encausados por su pertenencia a la ilegal UMD, la habilidad de Javier Calderón para sortear las graves consecuencias del inconcluso golpe militar del 23-F, cernidas directamente sobre su cabeza, le permitió quedar de nuevo, política y judicialmente, al margen de tan notoria responsabilidad. Y, por supuesto, sin que tampoco le afectara la negativa imagen que proyectó sobre las Fuerzas Armadas, sabiendo administrar sus bazas dentro y fuera de la institución militar hasta ascender a teniente general...

 

Un paradigma de la peor supervivencia franquista

 

JAVIER CALDERÓN nació el 9 de febrero de 1931 en Dosbarrios (Toledo), en el seno de una familia modesta, quedando huérfano de padre a los cinco años de edad por un fusilamiento republicano acaecido en 1936. Terminada la guerra civil, su madre emigró a Madrid con sus seis hijos (Javier era el cuarto), donde rehízo su vida familiar gracias a la concesión de una Expenduría de Tabacos y Timbres facilitada por el régimen franquista.

Con la estrechez económica propia de aquellas circunstancias, Javier Calderón estudió el bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros. Un centro de enseñanza entonces referencial en el que el capitán Luis Pinilla, que dirigía la “Asesoría Nacional de Educación Preliminar” del Frente de Juventudes, pronunciaba charlas difundiendo un particular ideario “cristiano-falangista” de la milicia con el que captar futuros oficiales de las Fuerzas Armadas, sobre todo entre los jóvenes “nacionales” que quedaron huérfanos en la guerra civil.

Aquella concepción de la vida castrense, que Calderón conoció en 1948, le produjo un fuerte impacto, llevándole a participar en las actividades extra escolares del “Colegio Preparatorio Militar”, fundado por Pinilla aquel mismo curso de 1948-49 bajo el auspicio de Falange Española. En julio de 1949 ingresó en la Academia General Militar, marcado en consecuencia por una impronta militar casi “templaria”.

Pinilla siempre mostró un gran afecto por quien terminaría siendo un fiel exponente de su singular doctrina falangista y ultra-católica integrada en la milicia franquista, recordando al ser entrevistado en “El Mundo” (19/04/1998) que cuando Calderón ya era cadete en la AGM “seguimos en contacto y fomentamos en él una preparación militar con inquietudes orientadas hacia la mejor humanización y socialización, siempre dentro de un espíritu cristiano de las Fuerzas Armadas”.

En 1953 obtuvo el despacho de teniente como miembro de la VIII Promoción del Arma de Infantería, estando ya integrado en “Forja”, una confusa organización de corte sectario y semiclandestina creada en la Semana Santa de 1951 por el capitán Pinilla y el sacerdote jesuita José María de Llanos (capellán del Frente de Juventudes desembarcado en su “Colegio Preparatorio Militar”), durante un retiro espiritual celebrado en las inmediaciones del castillo segoviano de Coca. Su objeto era fortalecer el doctrinarismo de sus fundadores a través de una “orden militar” del siglo XX y propagarlo como atributo sustancial de las Fuerzas Armadas.

A partir de la nochebuena de 1955, Javier Calderón comenzó a colaborar con el padre Llanos, ayudándole en las actividades socialcristianas de base que éste había iniciado en el madrileño Pozo del Tío Raimundo. De hecho, al cabo de algunos años terminaría siendo psicólogo y profesor de Educación Física en el “Centro de Educación Secundaria y Formación Profesional 1º de Mayo”, creado por el padre Llanos en 1961 bajo la misma tutela del Frente de Juventudes (ya transformado en Organización Juvenil Española).

A saltos entre aquella catequesis personal y su profesión militar, Calderón fue ampliando su formación con la realización de diversos cursos de especialidad (paracaidismo, educación física, automovilismo, mando de carros de combate, de unidades operativas especiales y de tropas de montaña...), obteniendo también el diploma de Estado Mayor del Ejército en 1965. Además, se diplomó en Psicología y Psicotecnia por la Universidad de Madrid y en Aptitud Pedagógica por el Instituto Nacional de Ciencias de la Educación.

A lo largo de su carrera estuvo destinado en los Regimientos de Cazadores de Alta Montaña nº 1 y nº 4, en la Compañía de Operaciones Especiales nº 11, en la División de Material del Mando Superior de Apoyo Logístico, en el Estado Mayor del Ejército y en la Subsecretaríala Escuela Militar de Montaña, en la Escuela Superiorla Dirección General de la Guardia Civil y en la Escuela de Estado Mayor del Ejército. del Ministerio de Defensa (adscrito al CESID). También ocupó plaza de profesor en del Ejército, en

Con un marcado interés hacia la política y los servicios secretos, y siempre atento a los movimientos políticos generados en torno a la consunción del régimen franquista, Javier Calderón se incorporó al Alto Estado Mayor en 1971, con el empleo de capitán y ocupando destinos de forma continuada en diversas áreas (Inteligencia, Contrainteligencia, Subversión...). Inmerso en aquellas tareas, trabó una sólida relación y entendimiento personal con el general Gutiérrez Mellado, desembarcado ese mismo año en el “Alto” como responsable de su Primera Sección, quien, según describe su biógrafo Fernando Puell de la Villa (“Gutiérrez Mellado, un militar del siglo XX: 1912-1995”, obra ya citada), le convierte en “el instrumento del que se valió durante veinticinco años para pulsar el sentir de la generación militar posterior a la suya, contactos que devinieron en estrecha amistad hasta el final de su vida”.

Una vez ascendido a comandante en octubre de 1973 sin cambiar de destino, Calderón comenzó a colaborar en la formación de la clandestina UMD, cuyo impulso secreto provenía justamente del clan de “Forja” agrupado en el “Alto”, y con su propio jefe, el teniente general Manuel Díez-Alegría, como “tapado” político de la operación.

De hecho, el desmantelamiento de la UMD se debió a investigaciones iniciadas por el SECED, que luego, en el verano de 1975, concluiría el SIBE, o “segundas secciones bis” del propio Ejército. Esta circunstancia fue bien conocida por Calderón, entonces destinado en la Tercera Sección del "Alto" (Contrainteligencia), razón por la que siempre guardó un contenido rencor contra los hombres destinados en los servicios secretos dirigidos por José Ignacio San Martín desde Presidencia del Gobierno, que habían desarticulado la UMD y descubierto su personal pertenencia a la misma. Además, San Martín, que antes de dirigir el SECED también estuvo destinado en el Alto Estado Mayor, nunca aceptó que Calderón, ni ningún otro militar del grupo "Forja", se integraran en su equipo.

En cualquier caso, el teniente general Federico Gómez de Salazar, a la sazón capitán general de Madrid, tuvo que decidir hasta dónde llegaba la relación de "umedos" a procesar como sediciosos. Calderón logró que de la lista de miembros vinculados de forma fehaciente a la UMD, sólo se procesara a los diez primeros, con el corte justo en el nombre que le precedía. El propio Julio Busquets, militar como él afín al grupo "Forja" y miembro destacado de la UMD, deslizó en su momento la correlación que existía entre estas dos organizaciones, admitiendo que veintiséis militares pertenecían simultáneamente a ambas.

Javier Calderón siempre ha negado cualquier relación formal entre "Forja" y la UMD. Sin embargo, como evidencia inevitable de esa vinculación, baste considerar que hombres reconocidos del Grupo "Forja" como Luis Pinilla, el propio Javier Calderón y José Luis Cortina, fueron los abogados defensores respectivos de otros camaradas que dieron efectivamente la cara como miembros de la UMD: Jesús Martín Consuegra, Restituto Valero y Antonio García Márquez...

En paralelo con el affaire de la UMD, Calderón encabezó también la colaboración de ese mismo clan de militares marcado con el genoma del "monje-militar-espía" (Florentino Ruiz Platero, José Luis Cortina, Luis Guerrero, Prudencio García, Juan Ortuño...) con la sociedad de estudios políticos GODSA. Un instrumento creado por el entorno de Manuel Fraga en 1974 para alumbrar, en febrero de 1976, Alianza Popular: una federación de partidos políticos conservadores que, tras diversas vicisitudes y reveses electorales, en 1989 terminaría convertida en el actual Partido Popular. Todo un doble juego de posicionamiento (UMD-GODSA) ciertamente poco coherente, pero acorde, no obstante, con su adaptable personalidad de "infiltrado" y superviviente nato.

Esa condición quizás fuese la que, al periclitar el régimen franquista con el que tanto se había identificado, le llevó también a otra aproximación alternativa al cotarro político que durante la transición representaba Antonio Fontán (colaborando en el extinto diario "Madrid"), el monárquico-liberal y significado miembro del Opus Dei que, en su momento, fue uno de los profesores encargado de tutelar la educación universitaria del príncipe Juan Carlos.

Más tarde, cuando en julio de 1977 se creó el CESID, integrando dentro del mismo al SECED y a los servicios de inteligencia adscritos al "Alto", Javier Calderón y los miembros de su célula sectaria (Forja-UMD-GODSA), que nunca pudieron asaltar los servicios secretos dependientes de Presidencia de Gobierno, se constituyeron en el "núcleo duro" del nuevo organismo, ganando cuotas de poder interno de forma sucesiva. Primero bajo el mando transitorio "SECED-CESID" de Andrés Cassinello, que pactó con ellos su "virreinato" personal, y después con los dos primeros directores del nuevo organismo, excelentes militares pero carentes de formación y espíritu para gobernar esa delicada materia: los generales José María Bourgón y Gerardo Mariñas.

Gracias a esa trama reconductora de los servicios secretos, técnicamente errónea y políticamente regresiva, en el verano de 1979, recién ascendido a teniente coronel y tras un cese momentáneo entre la sucesión formal de Bourgón por Mariñas al frente del CESID, Calderón accedió a su secretaría general, apoyado por su amigo el general Gutiérrez Mellado, ya convertido en Vicepresidente Primero del Gobierno para Asuntos de la Defensa. A partir de ese momento, ejerció un control absoluto en toda su operativa, sobre todo bajo la dirección interina del coronel de Infantería de Marina Narciso Carreras, quien tras el cese de Gerardo Mariñas, producido el 4 de agosto de 1980, la ostentaba de forma provisional sin la más mínima preocupación, esperando que el Gobierno cubriera lógicamente la vacante de forma inmediata.

De hecho, fue entonces, en las postrimerías de 1980 y principios de 1981, cuando se gestó el golpe militar del 23-F, en el que participaron de forma bien llamativa varios jefes y oficiales del CESID, mientras el propio Calderón ostentaba su máxima responsabilidad operativa. El más destacado de aquellos partícipes en la asonada fue el comandante José Luis Cortina, hombre de su máxima confianza y procesado que de forma a priori inconcebible terminaría siendo absuelto de todos los cargos que se le imputaron.

Tras la experiencia previa de haber sabido desenfilarse del listado de compañeros encausados por su pertenencia a la ilegal UMD, la habilidad de Javier Calderón para sortear las graves consecuencias del inconcluso golpe militar del 23-F, cernidas directamente sobre su cabeza, le permitió quedar de nuevo, política y judicialmente, al margen de tan notoria responsabilidad. Y, por supuesto, sin que tampoco le afectara la negativa imagen que proyectó sobre las Fuerzas Armadas, sabiendo administrar sus bazas dentro y fuera de la institución militar hasta ascender a teniente general.

En esa estrategia, según desvelaron en su momento a los medios de comunicación fuentes nunca rebatidas, el propio CESID facilitó una coartada ficticia a los agentes de la AOME que bajo el mando del comandante Cortina habían prestado apoyo logístico al asalto golpista del Congreso de los Diputados. El instrumento fue la denominada "Operación Míster", supervisada por el propio Calderón.

Éste también cuidaría de que la investigación interna para esclarecer aquellas implicaciones (el famoso "Informe Jáudenes"), puesta en marcha con más de un mes de retraso, tuviera una segunda versión de la que se excluyeron los testimonios expuestos por los capitanes Diego Camacho y Carlos Guerrero y por el sargento Juan Rando. De forma increíble, el informe original que obraba en poder de Calderón no sería incluido en el sumario correspondiente (Causa 2/1981), a pesar de que él mismo reconoció su existencia en una declaración judicial personal. De hecho, durante la entrevista televisiva que el periodista Casimiro García-Abadillo realizó a Juan Alberto Perote en el programa "En Confianza", emitido en la cadena VEO7 (20/02/2011) con motivo de cumplirse los treinta años del 23-F, éste exhibió ante las cámaras la declaración realizada por Javier Calderón, entonces secretario general del CESID, en sede judicial sobre el "Informe Jáudenes" en ella depositado oficialmente, llegando a leer el párrafo que literalmente acreditaba esta decisiva circunstancia procesal, escamoteada a las defensas de los procesados.

El desembarco del PP en el Gobierno tras ganar las elecciones generales celebradas en marzo de 1996, comenzó con un desatino en materia de Seguridad Nacional de tamaño colosal: recuperar a Javier Calderón, ya teniente general que consumía sus últimos momentos en la segunda reserva con la canonjía de representar al Ministerio de Defensa ante la Cruz Roja Española, nada menos que para dirigir los conmovidos Servicios de Inteligencia. Él, más que nadie, los había puesto en la picota de la deslealtad institucional durante los sucesos del 23-F.

Para sustanciar las promesas regeneradoras del CESID, reiteradas de forma insistente por José María Aznar durante sus años de oposición política, no pudo tener idea más desafortunada que la de recurrir para ello al mini clan militar de "Forja" liderado por el incombustible Calderón, acompañado entre bambalinas por su personal "guardia de corps". Dicho llanamente, puso a la zorra a cuidar del gallinero, quizás presionado por la carcunda de su propio partido superviviente de los tiempos de GODSA, con Fraga a la cabeza. Y así iría la cosa.

Al mismo tiempo, José Luis Cortina, el militar-espía especializado como veremos más adelante en burlar el Estado de Derecho, se reconvertía en uno de los pocos expertos en Seguridad e Inteligencia que despachaba de forma habitual con el vicepresidente del Gobierno, Francisco Álvarez-Cascos.

Esta camarilla, interesada en el continuismo funcional del CESID, es la que, a tenor de las (para ella) amenazantes promesas regeneracionistas de Aznar, conduciría una primera estrategia disolvente para que las cosas quedaran, más o menos, como estaban. No en vano, uno de los autores más admirado por Javier Calderón es Tomasi di Lampedusa, cuya obra "El Gatopardo" ha tenido como libro de cabecera, según dejó oír en más de una ocasión a colaboradores muy cercanos.

En aquellos momentos, es obvio que Aznar olvidó, o quizás no quiso recordar, quiénes eran realmente los militares del "Alto" vinculados a GODSA. Jorge Verstrynge, ex secretario general de Alianza Popular (predecesora del PP), les retrató de forma acertada en su libro "Memorias de un maldito." (Editorial Grijalbo, 1999), entre otras cosas como militares visionarios capaces de poner con su mano derecha una vela a Dios y con la izquierda otra al Diablo. De hecho, en el primer programa electoral de Reforma Democrática (partido político que fue antecesor de Alianza Popular y éste del actual Partido Popular), con Manuel Fraga Iribarne a la cabeza, se incluía nada más y nada menos que "la cesión progresiva de la soberanía de Ceuta y Melilla a Marruecos".

Como es lógico, la propuesta, aportada por los militares del "Alto" desembarcados en GODSA, causó gran revuelo. Se incluyó en un documento elaborado a mediados de los años 70 con el título "Libro Blanco para la Reforma Democrática", que fue coordinado por el propio Verstrynge. Éste relata en su libro: "El borrador del Libro Blanco fue entregado a Fraga en agosto de 1976 para que lo leyese durante sus vacaciones en Perbes: En septiembre dio el visto bueno, incluyendo el apartado que aseguraba que tarde o temprano habría que devolver Ceuta y Melilla a Marruecos. Se imprimieron unos 5.000 ejemplares del mismo, y se enviaron a políticos, periodistas y otros grupos de presión".

A continuación, el ex secretario general de Alianza Popular recuerda que cuando el documento llegó a Ceuta y Melilla, se originó un rechazo muy violento al grito de "Fraga, Fraga, Melilla [o Ceuta] no te traga". De inmediato, Fraga ordenó que se hiciese lo antes posible un folleto para aplacar los ánimos, redactado y llevado a la imprenta aquella misma noche. Se tituló "Una Política Exterior para España" y en él se reivindicaba de forma grandilocuente la españolidad de Ceuta y Melilla, tratando de restaurar a duras penas la brecha electoral abierta en aquellas plazas norteafricanas por los "inteligentes" militares de GODSA que lideraba Javier Calderón...

Volviendo a la VI Legislatura, tras el último chapoteo normativo de la "era González" (el Real Decreto 266/1996, de 16 de febrero, que modificaba la estructura orgánica básica del CESID), Aznar inició, en efecto, su prometida reforma de los Servicios de Inteligencia, anunciando que, para empezar, el Gobierno aprobaría por fin un proyecto de ley de secretos oficiales garantista del Estado de Derecho. Algo que, con el objeto más elemental de adaptar nuestra normativa a los criterios de la OTAN, ya había intentado de forma infructuosa Virgilio Zapatero en 1986, siendo ministro socialista de Relaciones con las Cortes.

Aquel paso, que habría de conllevar lógicamente la derogación inmediata de la ley inconstitucional vigente, era del todo imprescindible para evitar los excesos de impunidad del CESID, regenerar su más que deteriorada imagen pública y acabar con un esperpento normativo sin parangón. De hecho, la Ley 9/1968, de 5 de abril, de Secretos Oficiales (modificada por la Ley 48/1978, de 7 de octubre), todavía remite en su introducción nada más y nada menos que al control político de las Cortes Españolas (no las Cortes Generales) y del Consejo Nacional del Movimiento, lo que no deja de ser deplorable.

Pero, una vez elaborado el borrador correspondiente, que en todo caso seguía restringiendo en demasía las libertades públicas, los propios asesores áulicos de La Moncloa en materia de Inteligencia y Seguridad Nacional lo filtraron de inmediato a los medios de comunicación social, antes incluso de que fuera conocido por los grupos parlamentarios del Congreso de los Diputados. La maniobra, ciertamente maquiavélica, tenía por objeto provocar la crítica mediática al documento en cuestión, que fue de aluvión, exigiendo su retirada en una defensa cerrada de los intereses informativos. No en vano, el citado borrador establecía, entre otras cosas, una multa de 100 millones de pesetas para quienes cometieran el desliz de publicar información "clasificada".

De aquella forma, los mismos periodistas que deberían haber reclamado la reforma del CESID propugnada por el Aznar opositor, olvidaron de inmediato cualquier demanda de una nueva normativa constitucional reguladora de los secretos oficiales. Su equivocada defensa de la libertad de información, prefiriendo cohabitar con una ley inconstitucional antes que compaginar su ejercicio profesional con una nueva normativa adaptada al Estado de Derecho, es la que terminaría disolviendo la reforma prometida de Aznar en materia tan sustancial.

Cierto es que hoy en día nadie discute la institución del "secreto oficial", cuya legitimidad se encuentra establecida formalmente en el artículo 105, apartado b, de la Constitución Española, siendo además su declaración una prerrogativa gubernamental generalizada en los países democráticos y en las organizaciones supranacionales. Sin embargo, unos y otros, el gobierno y su contrapunto mediático, olvidaron en aquel devaneo tramposo las sencillas reglas equilibradoras del juego democrático.

De cualquier modo, aquellas actuaciones maquilladoras no impidieron que, a continuación, el entonces teniente coronel Calderón fuera calificado de "traidor" en diversos libelos emitidos por la ultraderecha durante el juicio del 23-F, relacionándole con su trama civil. Tras el juicio del 23-F, se distanció tácticamente de José Luis Cortina, mientras éste padecía una notoria persecución oficial, a pesar de su curiosa absolución en el caso, y hasta que José María Aznar alcanzara la Presidencia del Gobierno, momento en el que ambos camaradas disfrutaron de toda su confianza política. En ese duro ínterin, el padre de Cortina moriría abrasado en su domicilio por "ejecutores" mercenarios relacionados con la trama golpista, según rumores difundidos en el entorno policial y de los servicios secretos españoles, sin confirmar.

Javier Calderón ascendió a coronel en abril de 1984 y a general de brigada el 2 de marzo de 1987, empleo en el que primero asumió la subdirección general de Ordenación Educativa del Ministerio de Defensa y después la dirección de la Academia General Militar (julio de 1987 a septiembre de 1989), destino que había perseguido de forma expresa para culminar su vocación "doctrinaria" y que también había ocupado su antiguo mentor y fundador del Grupo "Forja", el general Luis Pinilla. Al dejar aquél destino ascendió a general de división, ocupando entonces la Inspección General del Arma de Infantería y después la Dirección de Enseñanza del Ejército. Cuando fue promovido a teniente general en diciembre de 1992, maniobró políticamente de nuevo para que se le destinara a la jefatura del Mando de Personal del Ejército de Tierra (MAPER), donde cuidaría de encauzar a su conveniencia las carreras profesionales de amigos y menos amigos hasta pasar a la reserva en febrero de 1995.

Paradójicamente, casi quince años después del 23-F, el 24 de mayo de 1996, el ya teniente general emérito Javier Calderón, en segunda reserva y con destino de favor político como representante del Ministerio de Defensa ante la Cruz Roja Española, terminaría siendo nombrado nada menos que director efectivo del CESID. Al mismo tiempo, José Luis Cortina se reconvertía en uno de los pocos hombres expertos en seguridad e inteligencia que despachaba de forma habitual con el vicepresidente del Gobierno, Francisco Álvarez-Cascos.

En relación con la designación de Javier Calderón como director del CESID, ya se anticipó en "Los espías de madera" (Ediciones Foca, 1999), libro citado, unas primeras críticas calificadas en su momento de transgresoras, pero que no dejarían de verse consolidadas con el transcurso del tiempo:

... Su nombramiento sorprendió a tenor de bastantes circunstancias. En primer lugar, llamaba la atención su condición de teniente general en situación de reserva, por la que ya se desechó su candidatura para sustituir a Emilio Alonso Manglano en 1995. En segundo lugar, también era evidente su vinculación con el régimen franquista, durante el que estuvo destinado en la Sección de Información del Alto Estado Mayor, siendo no menos preocupante el confuso papel que jugó como máximo responsable técnico del CESID durante el golpe de Estado del 23-F, e incluso su anterior vinculación al grupo "Forja" y a la clandestina UMD. En tercer lugar, y al margen de su origen político "oprobioso", su permanente politización y excesiva adaptabilidad a las directrices ideológicas del momento, hacían poco presumible que de su mano se pudiera fraguar una auténtica "institucionalización" funcional del CESID, al margen de los intereses del Gobierno...

Su sentido de la "limpieza" y la "renovación" dentro de "la Casa", tampoco deja de ser paradójico: en la Secretaría General coloca al coronel Aurelio Madrigal, un histórico del CESID que previamente asesoró al presidente González en la controvertida lucha contra ETA y antes al ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, en los no menos cuestionados ascensos y traslados de militares previos al 23-F; para dirigir la Contrainteligencia asciende a María Dolores Vilanova, hija de un militar amigo de Alonso Manglano y casada con otro agente del CESID; al frente de la División de Seguridad pone a Andrés Fuentes Gómez, coronel en la reserva que ya compartió con él destino en el Alto Estado Mayor y en el propio CESID, amén de sus mismas veleidades como miembro no sancionado de la UMD y accionista de la revista "Cuadernos para el Diálogo"; en la División de Personal reinstala al anterior responsable de Economía y Tecnología, el coronel ingeniero aeronáutico Juan Luis Repiso... En el resto de los puestos clave impone pequeñas promociones, como la del teniente coronel Emilio Jambrina que es nombrado jefe de Coordinación de Apoyo Operativo; realiza algunos traslados de división a división; confirma a personas significativas y mantiene como asesores más o menos áulicos a carcamales súper amortizados tipo Santiago Bastos Noroña ( "Baranda") o Manuel López Fernández ("Losada")...

Al parecer, bajo la sabia inspiración de Giuseppe Tomasi de Lampedusa, este incombustible príncipe de "la Casa" la removió bien removida para dejarla más o menos como ya había estado, pero justo en sus peores momentos. Algún que otro escultor metafórico de conceptos políticos algo más iconoclasta, como el profesor Jesús Fueyo, podría haber definido esta nueva mano de la baraja espiológica con un lapidario y acertado "fin del paganismo y principio de lo mismo"...

El nombramiento del general Calderón como máximo responsable del CESID, en un nuevo período que exigía su inaplazable revaluación ética y profesional, y que iba a ser afrontada en efecto por un Gobierno de signo político distinto al socialista, sólo encuentra justificación en sus orígenes políticos "cristianos" y ultraderechistas, en las confidencias previas que prestó a José María Aznar y a Francisco Álvarez-Cascos durante el largo calvario opositor del Partido Popular y, sin duda alguna, en su antigua amistad con Manuel Fraga...

En un ensayo posterior del mismo autor sobre los Servicios de Inteligencia y el Estado de Derecho ("La España Otorgada", Anroart Ediciones, 2005), se recoge también un revelador resumen del contencioso judicial que Javier Calderón sostuvo con el periodista Jesús Palacio, a propósito de su versión sobre el golpe del 23-F. La cita es significativa, porque la obra de la que se extrae fue escrita en colaboración con el coronel Diego Camacho, quien estando en aquellos momentos destinado en el CESID, sería precisamente el capitán que investigó y denunció su implicación en tan deplorable asonada:

... El libro de Jesús Palacios, publicado con el expresivo título "23-F: el golpe del CESID" (Editorial Planeta, 2001), hace un análisis pormenorizado de la trama que sustentó aquel intento desestabilizador y une por primera vez los eslabones que hasta entonces habían estado inconexos o resguardados en círculos de opinión muy informados y no menos discretos. Y es la ausencia, hasta entonces, de este mero ejercicio de investigación e inteligencia periodística, lo que dificultaba el esclarecimiento de los hechos, en razón de una obviedad que acaso los hacía increíbles: algunas personas y personalidades muy significadas en el entorno de la institución militar, impunemente blindadas en la España otorgada, optaron por no responsabilizarse de sus propios actos, aunque ello comportase que las culpas fueran pagadas por otros compañeros de armas, o que lo pagaran más.

Y demoledor a este respecto fue el auto dictado el 17 de octubre de 2003 por el magistrado Rafael Rosel, titular del Juzgado de Instrucción número 7 de Leganés (Madrid), ordenando archivar la querella contra Jesús Palacios interpuesta por el general Javier Calderón al entender como calumniosos algunos contenidos del libro en cuestión relacionados con su persona, amén de evidenciar que el CESID estuvo puntualmente al tanto de la sediciosa tropelía del 23-F, conociendo de antemano quienes eran los mandos militares que la protagonizarían y prestándoles la cooperación necesaria para consumar su frustrado pronunciamiento. El juez instructor, más allá de desestimar la existencia de delito alguno en lo que el autor decidió escribir como "servicio a la verdad histórica", añade que tal ejercicio narrativo debe ser tomado especialmente en cuenta "a los fines de interpretación constitucional de la información veraz que se transmite al concluir que el querellante tuvo una participación activa en dicho golpe de Estado y que no fue juzgado por ello".

El redactor del auto, aun aclarando expresamente que su labor no consiste en valorar "si el general Calderón dirigió o no el golpe de Estado", es decir advirtiendo con gran sutileza que carece de competencia para reabrir el denominado "juicio de Campamento", que en opinión de Jesús Palacios se cerró en falso, manifiesta a continuación de forma contundente: "No sólo el ánimo de menospreciar el honor de dicho personaje (Calderón) no se aprecia ni de lejos, sino que el contenido de la información que el escritor ofrece al público es alabado y valorado muy positivamente, como tema asumible, por varios historiadores y periodistas, como se desprende de los documentos que aporta el querellado...".

Pero antes de aquel rifirrafe judicial, todavía a mitad de su mandato, Javier Calderón ya acusó en diciembre de 1998 su limitada capacidad de encaje político, teniéndose públicamente por víctima circunstancial de su cargo. En las tarjetas que envió para felicitar las Navidades y expresar "sus mejores deseos para el Año Nuevo", incluyó un texto rescatado de la polilla histórica por su ad latere Aurelio Madrigal, entonces secretario general del CESID, propio para epatar a pedantes sabidillos:

Ved aquí un ejemplo bien claro del gran sacrificio que hacen los ministros cuando se ven calumniados injustamente, y que, teniendo consigo pruebas auténticas para hacer callar la calumnia, su obligación les precisa a guardar silencio y a ser la víctima de ella por ser fieles al secreto de Estado. El público les haría justicia si les fuera lícito faltar a él, y en vez de eso les hace una injuria, sin creerlo, cuando con su fidelidad aumentan su mérito.

En su felicitación de las fiestas navideñas, el director del CESID señalaba que la cita correspondía al "VI Conde de Fernán Núñez: vida de Carlos III. Tomo II, pp.35-35". Pero la aclaración no evitaba dar por hecho que el contenido del texto era asumido por quien firmaba al margen la misma tarjeta: una pobre víctima, al parecer, de la meritoria obligación de guardar los secretos de Estado.

El general Calderón cesó como director general del CESID con fecha 29 de junio de 2001, circunstancia previsible tanto en términos administrativos (ya había consumido el plazo de actividad establecido en el correspondiente régimen estatutario) como por haber agotado la confianza política del Gobierno. Esta pérdida del necesario respaldo gubernamental se puso de manifiesto por primera vez cuando en el precedente mes de abril el Ministro de Defensa le excluye de su Consejo de Dirección, literalmente "para que no haya filtraciones". Más tarde, cuando los medios informativos desvelaron que sus predicciones sobre los resultados de las elecciones autonómicas vascas habían sido erróneas, y que habían inducido al PP a forzar el adelanto de dichos comicios, es definitivamente sustituido por el diplomático Jorge Dezcallar, quien fue el primer civil puesto al frente de la institución y además con un rango administrativo elevado a Secretaría de Estado.

Tampoco fue ajeno a ese relevo el hecho de que Calderón hubiera sido imputado, junto con el general Alonso Manglano y otros cuatro agentes del CESID, en el proceso judicial seguido por las escuchas ilegales realizadas en la sede de Herri Batasuna de Vitoria, que en primera instancia quiso presentar como "restos" de las malas prácticas dictadas por sus predecesores en el cargo, los generales Miranda y Alonso Manglano. Sin embargo, la realidad es que fueron descubiertas el 31 de mayo de 1998, cuando él mismo llevaba ya dos años dirigiendo los Servicios de Inteligencia y tras presumir de haber realizado una "depuración" interna que, a la luz de aquel escándalo, se mostraba realmente falsa.

La Audiencia Provincial de Álava condenó inicialmente a los generales Calderón y Alonso Manglano a tres años de cárcel y a los agentes Francisco Buján y Mario Cantero a dos años y seis meses, penas que fueron suspendidas posteriormente por el Tribunal Supremo, salvo en el caso de éste último que, en su mínimo rango, tuvo que soportar en solitario la culpabilidad del delito cometido. El general Miranda, que pasó de puntillas por la dirección del CESID sin respaldar ninguna actuación delictiva, ni siquiera fue imputado en aquella causa.

Javier Calderón culminó su segundo retiro profesional con una última narración quijotesca de su paso por el CESID, que tuvo como coautor a su fiel escudero Florentino Ruiz Platero. En su libro titulado "Algo más que el 23-F" (La Esfera de los Libros, 2004), estos dos maestros de la supervivencia franquista lanzaron como colofón de su magistral resistencia política unas tesis, "propias y novedosas", ciertamente manidas sobre la organización y desarrollo del 23-F. Además de filtrar en sus páginas todas las filias y fobias personales concitadas en sus controvertidas carreras militares.

Según dichos autores, lo que se dio el 23-F fue una "circunstancial" confluencia de varias acciones golpistas de muy diferente grado, ante las que ellos mismos (el CESID) tuvieron que aparecer, lanza en ristre, como salvadores de la democracia. En definitiva, este par de caballeros andantes, numantinos más que cervantinos, sólo consiguieron "morir con las botas puestas", sin dejar el menor resquicio a la verdad histórica ni a la dignificación profesional de unos Servicios de Inteligencia que utilizaron tendenciosamente hasta la saciedad.

Culminada esa aparente retirada definitiva, y tras haber ofrendado a Nuestra Señora del Rosario del Campo, Patrona de Dosbarrios, el fajín de general que se le impuso al ascender a dicho empleo en 1987, Javier Calderón reiteraba sus sólidas convicciones religiosas relatando el origen de aquel fervoroso acto en una publicación editada por el Ayuntamiento de su pueblo natal en 2006. Se reproduce a continuación como aporte documental que, sin duda alguna, remarca notablemente su perfil biográfico con voz propia:

Al finalizar la Guerra Civil, en 1939, mi madre, viuda, tuvo que trasladarse a Madrid, como tantas otras familias españolas, en busca de mejores posibilidades de estudio y trabajo para sacar adelante a sus seis hijos. Se llevó en el corazón la devoción a su Virgen Patrona a la que permanentemente se encomendaba en cuantas dificultades -que fueron mucha- se fue encontrando.

Así, en 1949, conocedora de mi gran deseo de ser militar, y que para ello tenía que superar las nada fáciles pruebas de acceso a la Academia General Militar de Zaragoza, se lo pidió a su Virgen, prometiéndole como agradecimiento algo que nos ocultó a sus hijos, pero que terminamos conociendo cuando superé las pruebas de ingreso en ese centro militar. Aquella promesa consistía en recorrer de rodillas la distancia que existe entre el pueblo y la Ermita donde se halla la Virgen, varios centenares de metros.

En septiembre de ese mismo año, la acompañé a Dosbarrios y fui testigo emocionado del cumplimiento de su promesa, con no poco sufrimiento físico.

Mi madre falleció en 1983 sin llegar a ver que su hijo alcanzaría el más alto grado militar de la carrera; por eso, cuando en 1995, cuarenta y seis años después de su promesa a la Virgen, me retiré del servicio activo, entendí que le hubiera gustado, de vivir, entregar a su Patrona la faja que había llevado en mi uniforme en los últimos diez años de mi vida militar. Y así lo hice en su memoria, en un sencillo acto religioso y familiar que quise reservar solo a los descendientes directos de mi madre, sus hijos, nietos y biznietos, en febrero de ese mismo año.

En las breves palabras que pronuncié ante el Párroco Don Lorenzo Alegría y los Mayordomos de la Virgen, manifesté que me gustaría que cuando los vecinos de Dosbarrios contemplaran en la cintura de Nuestra Señora la faja, no se detuvieran en el bordado dorado indicativo de honor y de mando de un General, sino en el color rojo del tejido que recordaba a las rodillas ensangrentadas de una mujer de Dosbarrios, Virginia Fernández Portillo, mi madre, que como tantas otras vecinas confiaban el logro de sus más íntimos deseos al favor de su Patrona.

Duramente marcado por los dramas familiares, Javier Calderón tuvo que afrontar la muerte trágica de dos de sus cuatro hijos, fruto de su matrimonio con Carmen Fornós, circunstancia que propició su nombramiento como patrono de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción (FAD) "a título personal". Otro de sus hijos fue detenido con el grupo de jóvenes fascistas que el 13 de septiembre de 1979 golpeó al estudiante José Luis Alcazo en el madrileño parque del Retiro hasta ocasionarle la muerte. La agresión se produjo con bates de béisbol que llevaban grabada la inscripción "¡VIVA EL FASCISMO!".

Lógicamente abrumado por los derroteros que siguieron las vidas de sus descendientes varones, nunca dudó en utilizar toda la influencia de sus cargos y sus relaciones con las más altas instancias del Estado para paliar las graves consecuencias que aparejaban. No obstante, ni esas desgraciadas experiencias personales ni su acendrado cristianismo, hicieron posible que Calderón rectificara jamás la dura sentencia que reiteraba con frecuencia ante sus más allegados colaboradores: "En la retaguardia ni heridos ni malheridos, sino muertos y bien muertos".

Siendo conocido dentro del CESID con el nombre en clave de "Colodrón", cuando Calderón desmadró su política directiva basada en el amiguismo y la venganza, incluidas la promoción de su hija y su sobrino y la defenestración de cualquiera que hubiera osado incomodar su carrera, dicho indicativo se sustituyó de forma coloquial por el de "Nepote".

Su nefasto comportamiento al frente del CESID fue objeto de innumerables críticas. Entre ellas, destacaron las vertidas por el periodista Martín Prieto en "Bajo el volcán", su columna de opinión habitual. Una, titulada "Calderón, Calderón..." ("El Mundo" 29/05/1997), desveló con gran crudeza los tejemanejes montados desde el cargo para vengarse de los agentes que antaño alertaron sobre su propia responsabilidad en los sucesos del 23-F. Otra, titulada "Gran hermano" ("El Mundo" 01/06/2000), concluía con el siguiente y extenso párrafo:

... En el 93 y en el 96, Aznar llevó a su campaña electoral los desafueros del Cesid. En las penúltimas elecciones tuvo en sus manos el consenso parlamentario suficiente para ordenar esa casa de tócame Roque, siendo lo de menos su dependencia orgánica o el que lo dirija un civil o un militar, y siendo lo de más que no sea utilizado como posible fuente de chantaje político o privado. Casi 14 años de Gobierno socialista dejaron el Cesid enlodazado y en los tribunales, y trufado de los hijos de Manglano incapaces de reformarse a sí mismos. Aznar, ya con mayoría absoluta, sabrá por qué hay que esperar a que Calderón se jubile cuando ha sido espiado hasta Federico Trillo siendo presidente de las Cortes y hoy débil jefe del Gran hermano. Esperar a consensuar una ley de espionaje es de pelafustanes. Lo que se espera de los servicios secretos es que vulneren la ley en beneficio de la sociedad que los sostiene, y que no se dejen coger con las manos en la masa o pechen con las consecuencias. Lo que nos hace falta es que los agentes del Cesid no operen por cuenta propia y que su jefe sea disciplinado, y ya que manda un servicio de inteligencia que sea lo suficientemente inteligente como para no irse a El Escorial a decir públicamente inconvenientes obviedades. Pero hete el caso de que quien es incapaz de organizar su propia familia, nos vigila y se atreve a darnos teoría del Estado. Algún día entenderá Aznar que cesar al director del Cesid, sustituyéndolo por un competente y discreto, no duele.

A lo largo de su dilatada vida profesional, Calderón ha sido distinguido con diversas condecoraciones: tres Grandes Cruces con distintivo blanco al Mérito Militar, las del Mérito Naval y Aeronáutico, la Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, la Medalla de Plata de la Villa de Madrid y la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica, que le fue otorgada al cesar como director del CESID.

FJM (Actualizado 05/09/2011)

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