geoestrategia.es

El “problema catalán” y las falsas lecturas del 25-N

Por Elespiadigital
x
infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 02 de diciembre de 2012, 18:35h

En nuestra anterior Newsletter reflexionábamos sobre la conveniencia de conocer la realidad objetiva a efectos del buen gobierno político. Decíamos que, en esencia, la razón depende de la verdad y que sólo cuando el gobernante o el opositor conocen y asumen las cosas como son en sí, alcanzan esa verdad, lo que les permitiría actuar con razón y no contra ella, mientras que de otra forma caerán en el error y, por tanto, en la acción política inútil, cuando no perniciosa.

Este es un razonamiento muy sencillo, pero de difícil sustanciación a tenor de los muchos ejemplos que nos ofrece la política española. Uno bien próximo es el de las elecciones celebradas el pasado 25 de noviembre para renovar anticipadamente el Parlamento de Cataluña y, en consecuencia, para decidir la Presidencia y el nuevo Gobierno de la Generalitat.

En esta ocasión, y como suele suceder, los partidos en liza han realizado una lectura interesada, lo más positiva posible para ellos mismos y del todo negativa para los demás. De esta forma, llegamos al absurdo de siempre: considerando el conjunto de las opiniones partidistas, parece que nadie ha perdido las elecciones, porque a todos les ha ido muy bien; sin que en ningún momento aflore la más mínima “autocrítica” razonable en quienes, efectivamente, han sido los grandes derrotados en Cataluña: el PP y el PSOE.

PERO, ¿QUIÉN HA GANADO LAS ELECCIONES CATALANAS?

Algunos niegan, incluso, la evidencia de que las elecciones del 25-N las ha ganado quien las ha ganado, que ha sido Convergència Democràtica de Catalunya (CiU), y de forma inapelable, obteniendo 50 escaños (con el 30,68 por 100 de los votos válidos emitidos) mientras la segunda fuerza política solo alcanzaba 21 escaños (con el 13,68 por 100 de los votos), es decir bastante menos de la mitad. Pero, si la victoria de CiU ha sido tan abrumadora, ¿a que viene el absurdo de algunos portavoces de los partidos competidores empeñados en deslegitimar esa clara victoria, demandando, incluso, la dimisión del presidente de CiU, Artur Mas? ¿Y, en todo caso, qué derecho tienen estos políticos “perdedores”, para inmiscuirse, además, en las decisiones internas de una organización que les es ajena…?

Cierto es que Artur Mas había pedido a los electores que votaran a CiU de forma masiva para conseguir una mayoría absoluta (algo que siempre es un resultado extraordinario), lo que, además de ser legítimo y tácticamente conveniente, debería pretender cualquier líder que se precie. Pero lo que está clarísimo es que si a quien ha ganado las elecciones se le pide que dimita por no haber conseguido mayoría absoluta, quienes habiéndolas querido ganar aun con mayoría simple (que es lo suyo) las han perdido, tendrían que aplicarse la misma exigencia que reclaman a otros y, con mayor motivo, ser los primeros en dimitir de sus cargos partidistas.

Dada la importancia política de estos comicios, en los que se sin duda alguna se medía la temperatura del independentismo catalán y, por tanto, la fortaleza o debilidad del actual modelo de Estado, lo primero que demuestra la legítima victoria electoral de CiU, que en efecto ha perdido 12 escaños respecto de su posición anterior, es la incapacidad del PP para recogerlos, entendiéndose que representan votos de la derecha catalana no secesionista. El PP se ha quedado atascado en los 19 escaños y el 12,99 por 100 de los votos, lo que a tenor de la bandera “españolista” que arriaba en la campaña y de ostentar la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados y en el Senado, presidiendo por supuesto el Gobierno de la Nación, es un derrota sin paliativos, extremadamente grave justo a efectos del problema secesionista de fondo que subyacía en estos comicios. Y punto pelota.

Pero es que, todavía peor, este flagrante fracaso político del PP en Cataluña se ha visto acrecentado por el éxito de Ciutadans, que ha incrementado su peso parlamentario con seis escaños más sobre los tres que ya tenía; es decir creciendo en escaños un 200 por 100 y consolidándose como fuerza política directamente competidora del PP. David le ha robado la posición política a Goliat y Goliat-Rajoy se fuma un puro, que es lo que mejor sabe hacer, aunque esto pueda marcar el principio del fin del PP en Cataluña.

Pero si el analista sensato puede preguntarse por qué extraña razón los resultados electorales del 25-N han de provocar la dimisión de Artur Mas y no la de la popular Alicia Sánchez-Camacho, que a pesar del lío en el que se ha metido parece encantada de haberse conocido, o la del propio Rajoy, que ha fracasado totalmente en su defensa del Estado español, también podría mirar hacia el PSOE y plantearse algo parecido. Pere Navarro, líder del PSC, y su padrino político Alfredo Pérez Rubalcaba, se muestran razonablemente satisfechos porque, como gran alternativa de gobierno en España, sólo han perdido ocho escaños, tres o cuatro menos de los que les vaticinaban los sondeos demoscópicos previos… (¡Vaya tropa!).

Dicho de otra forma, el PSC-PSOE también se muestra encantado de seguir compitiendo a la “pata coja” y con el brazo en cabestrillo en el maratón político catalán, como en el vasco o en el gallego, sin soltar el lastre de su estúpida propuesta “federalista” que todavía va más allá de la barbarie autonómica: taifas sobre taifas. Con todo, que es mucho y francamente lamentable, a este par de “figuras” políticas, perdedores de tercera categoría, sólo se les ocurre criticar a quien, además de haber ganado las elecciones del 25-N con toda claridad, también les ha “mojado la oreja” más que doblándoles en votos y escaños. Claro está que, con estos personajes de por medio, la valoración social de la clase política, y en particular la del PSOE, seguirá bajo mínimos.

EL “PROBLEMA CATALÁN”: GANA CiU y ERC, PIERDEN PP Y PSOE

Lo que subyace en toda esta interpretación equivocada de los resultados electorales del 25-N y en las rabietas de la oposición contra Artur Mas, acompañadas con la absurda exigencia paralela de que renuncie al liderazgo de CiU, es su trasfondo secesionista. Abanderando la eclosión ciudadana del independentismo, palpable a más no poder, CiU se ha atrevido por primera vez a encabezar su programa electoral con esta atrevida aspiración política, de forma tan arriesgada como rotunda. Su “pulso” frente al Gobierno de la Nación (y también frente a la oposición socialista) fue total, y en el análisis objetivo de la situación hay que decir que ha sido ganado en toda regla, por mucho que se quiera ocultar o no reconocer.

A este respecto hay que tener presente tres consideraciones sustanciales que tanto el PP como el PSOE quieren ignorar, o que simplemente ignoran por su escasa capacidad analítica.

La primera de ellas es que por primera vez en el nuevo Estado democrático, los votantes de CiU han asumido con plena consciencia, y expresándolo sin ambages en las urnas, la exigencia independentista, porque los votos de quienes piensan de forma distinta o se han sentido más “españolistas” han emigrado obviamente hacia otras formaciones políticas (caso, por ejemplo, de los casi 170.000 votantes que han incrementado la base electoral de Ciutadans y que le han supuesto seis escaños más). Por tanto, a partir del 25-N ya no cabe suposición alguna sobre las “señas independentistas de CiU”.

En segundo término, el gran refrendo de esta exigencia de independencia es mucho más palpable con el éxito obtenido por ERC (Esquerra Republicana de Catalunya), partido que ha doblado sus escaños (21 frente a los 10 precedentes) convirtiéndose en la segunda fuerza política, a pesar del fracaso que cosechó recientemente participando en el llamado Gobierno “tripartito”; un dato que sin duda es el más significativo de las elecciones. Es decir, el problema de fondo (el pulso de la secesión) se agrava para los partidos “españolistas” (y para el Estado) una vez que el éxito de CiU se ha visto flanqueado con el de ERC, partido bastante más radical al respecto.

En tercer lugar, y por si lo dicho sobre “ganadores” y “perdedores” no fuera suficiente, las elecciones del 25-N han dado juego también para que una plataforma independentista todavía mucho más radical, CUP (Candidatura d’Unitat Popular) haya obtenido más de 126.000 votos y tres escaños. Una irrupción en la arena política en modo alguno menor o accesoria, dado su activismo y su conexión con los movimientos sociales de base municipal.

EL INDEPENDENTISMO SIGUE SU CAMINO

La aritmética del caso es bien simple: en el Parlamento de Cataluña se acaba de consolidar un frente “independentista” mayoritario de 74 escaños y una oposición minoritaria “españolista” de 61, que, además estar menos cohesionada, no comparte una misma idea del Estado ni tiene las cosas claras al respecto, lo que, por otra parte, evidencia su incapacidad para defenderlo. Ese reparto de posiciones antagónicas, además de mostrar una división real de la sociedad catalana en relación con el propio concepto de España y su sistema de convivencia, tiene todas las trazas no sólo de que una de ellas (la “independentista”) ya sea irreversible, sino de que irá creciendo a costa de la otra (la “españolista”), tanto por efecto de la acción política cotidiana, autonómica y municipal, como por la incapacidad de los partidos nacionales para contrarrestarla.

Uno de los comentaristas políticos más clarividentes al respecto, quizás por su independencia personal, Federico Jiménez Losantos, lo afirmó nada más conocerse los resultados electorales del 25-N. En su columna habitual de “El Mundo” (Comentarios Liberales) publicada un artículo titulado “Lo de menos era Mas” (26/11/2012) en el que, despegado incluso de la línea editorial del periódico, afirmaba acertadamente que si bien Artur Mas había perdido 12 escaños y fracasado en su aspiración de alcanzar una mayoría hegemónica, su proyecto secesionista había vencido, sin duda. Y explicaba:

“¿A quién ha vencido? Evidentemente, a todos los que se oponían al referéndum y a la independencia, bien para mantener la España autonómica -PP y Ciudadanos-, bien para reconvertirla en una España federal ‘con derecho a decidir’, o sea, a separarse -PSC-. Leales y desleales, coherentes e incoherentes han sido igualmente derrotados, si bien Ciudadanos puede presumir de un gran resultado como partido. Los partidarios de defender el Estado Español actual no llegan a 30 escaños e incluso sumando a los que quieren una España en porciones y desechable no llegan a 50. Sobre 135”.

A continuación, Jiménez Losantos se hacía una doble pregunta de respuesta obvia: “Pero ¿alguien cree que el PSOE se ofrecerá al Gobierno de Rajoy para constituir un frente español que dé la batalla política y mediática al frente separatista catalán? ¿Y alguien cree que el Gobierno del PP, con toda su mayoría absoluta, será capaz siquiera de intentarlo?”.

La conclusión del articulista era fiel expresión de la realidad objetiva y, por ello, bien contraria a las falsas lecturas del 25-N realizadas por sus dos grandes perdedores, el PP y el PSOE: “Lo de menos era Mas. El separatismo sigue adelante”.

¿Y DE QUÉ VALIÓ EL “JUEGO SUCIO” DE LA CAMPAÑA ELECTORAL?

Lo advertimos en nuestra anterior Newsletter (“La realidad objetiva y la manipulación política”). El marcado tinte de “guerra sucia” electoral que tuvo la reactivación mediática-policial del “caso Palau” en plena campaña del 25-N, con graves acusaciones personales contra Artur Mas (todavía sin probar judicialmente), no evitaría la clara victoria de CiU que cantaban los sondeos demoscópicos previos. Sin embargo, sí que pudo desplazar el voto independentista hacia posiciones más radicales que las de CiU y, por supuesto, generar un enfrentamiento con el PP difícilmente “reconciliable” bajo la presunción de que su entorno amparaba tan torpe estrategia política, como ha sucedido.

Algunas circunstancias posteriores no han dejado de avalar la hipótesis “conspirativa” del caso. Para empezar, el hecho de que, una vez concluidas las elecciones catalanas, “El Mundo” y sus apoyos satelitales hayan dejado de tratar el tema, es bien significativo al respecto. Lo que antes se presentó como una vergüenza nacional y objeto de persecución inquisitorial, después ha desaparecido de sus páginas disuelto como un azucarillo en un vaso de agua.

Al mismo tiempo, otro caso importante de supuesta corrupción política, el investigado en la “Operación Mercurio”, pero que afecta básicamente a políticos socialistas y populares, sólo fue publicitado tras haber concluido las elecciones del 25-N, permaneciendo en prudente hibernación informativa hasta ese momento.

De hecho, el “caso Palau”, reconvertido electoralmente en el “caso Mas”, ya ha comenzado a generar un efecto “boomerang” contra sus promotores. Tres Juzgados de Instrucción de Barcelona, el 33, el 31 y el 24, han emitido autos en los que admiten a trámite las querellas presentadas contra “El Mundo” e imputando a los periodistas Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta por un posible delito de calumnia e injurias, presentadas respectivamente por Artur Mas, presidente en funciones de la Generalitat de Catalunya, por su Departamento de Interior y su titular (Felip Puig) y por el ex presidente de la misma institución, Jordi Pujol.

Al mismo tiempo, la Policía ha abierto un expediente informativo al líder del Sindicato Unificado de la Policía (SUP), José Manuel Sánchez Fornet, por difundir el “borrador de informe policial” que, en expresión del diario “El País”, enfangó las elecciones catalanas. Este mismo medio informativo ha resaltado el “embrollo” en el que se ha metido el Ministerio del Interior, que sigue sin aclarar el origen del “borrador” de marras…

Si la corrupción política está destruyendo España, como es cierto, persígase allí donde se produzca de forma inmediata, con todos los medios legales disponibles y, en su caso, con sentencias firmes verdaderamente ejemplarizantes. Lo demás es basura y ponzoña política de la peor clase, con la que nuestra democracia hiede a kilómetros de distancia, amparada en una politización institucional intolerable y con una invasión partitocrática de los altos organismos del Estado que los convierte en una pura comparsa, al corte de las repúblicas bananeras.

OTERO NOVAS Y LOS “MITOS DEL PENSAMIENTO DOMINANTE”

José Manuel Otero Novas es, entre otras cosas, un ensayista que sabe correlacionar el pensamiento teórico con la acción de gobierno; y también valiente porque, sin desprenderse de su reconocida afabilidad y sus buenas maneras, suele sobrepasar la línea de lo “políticamente correcto”. Es, por tanto, en esa faceta de escritor y analista de la realidad política, un autor especialmente recomendable. De hecho, en un ensayo titulado “Asalto al Estado: España debe subsistir” (Biblioteca Nueva), publicado en 2005, ya advertía acertadamente de la errada y peligrosa deriva por la que discurría el Estado de las Autonomías.

En su opinión, y aunque se hayan venido manteniendo las apariencias, una vez concluida la Transición el Estado español no ha dejado de mostrar su extrema debilidad, en poderes y en voluntad de sobrevivir, creciendo su inoperancia día a día por voluntad generalizad de los sucesivos gobiernos del PP y del PSOE. Por supuesto que con grave perjuicio para el conjunto de los ciudadanos, que de esa forma están perdiendo su capacidad de progreso y su propia fuerza vital, de forma ciertamente arriesgada porque “la historia enseña que las naciones se crean con sangre y se desintegran con sangre”.

Otero Novas, que se confiesa corresponsable del diseño del Estado de las Autonomías (fue entre, otras cosas, ministro de Presidencia y estrecho colaborador del presidente Adolfo Suárez durante el proceso constituyente), explica en aquel ensayo cómo la Constitución ha sido violentada de forma subrepticia y continuada por querer jugar a todo, a la igualdad y, al mismo tiempo, a la diferenciación. Y lo cierto es que, pese a la esencia federal contenida en la Constitución, inmediatamente se comenzó a transitar por la senda confederal, lo que ha supuesto ir negando de forma progresiva la Nación española y entender el Estado como un mero instrumento al servicio de las Comunidades Autónomas, lo cual es mucho más lamentable y crítico cuando sus pocas funciones aún no transferidas, ya no son estrictamente suyas sino de la Unión Europea…

Más tarde, en 2011, Otero Novas publicó otro libro, “Mitos del pensamiento dominante” no menos lúcido y revelador, que incluso se podría catalogar como transgresor a tenor de como están hoy las cosas. Desde entonces, ha venido difundiendo sus análisis y propuestas políticas en los círculos de opinión informada cada vez más distanciado del PP, partido con el que, tras la desaparición de UCD, colaboró activamente hasta que en la VI Legislatura el Gobierno de José María Aznar optó por reimpulsar las transferencias a las autonomías en materias netamente estatales.

Al amparo de aquel ensayo, concedió una entrevista a la periodista Blanca Torquemada publicada por el diario “ABC” (16/10/2011), cuyo contenido ha ido adquiriendo más sentido día a día. La amenaza del secesionismo catalán aconseja volver a leerla:

Otero Novas: “La Constitución no dice que España se divida en comunidades autónomas”

El hombre que convenció a Suárez del Estado de las Autonomías clama hoy contra sus excesos y desafía a la corrección política con su libro “Mitos del pensamiento dominante”

BLANCA TORQUEMADA

ABC 16/10/2011

Otero Novas (Vigo, 1940) es un erudito afable, un lúcido y ameno conversador. Sabe trasladar la solidez intelectual de sus escritos a la llaneza del lenguaje hablado y salpimenta sus exposiciones con retazos vibrantes de la etapa crucial que le tocó vivir. Y también gestionar, porque fue uno de los cocineros de la Transición, en fogones donde cualquier ingrediente mal medido podía arruinar el guiso y envenenar el milagroso equilibrio de la convivencia. Alejado de la política activa desde 1996, continúa ejerciendo la abogacía y preside el Instituto de Estudios de la Democracia de la Universidad San Pablo-CEU, atalaya desde la que aporta perspectiva y reflexión. Ahora publica un nuevo libro (“Mitos del pensamiento dominante. Paz, democracia y razón”, editado por Libros Libres), en el que desmonta lugares comunes enquistados en la sociedad y en el debate político.

-Admonición de su nuevo ensayo: craso error creer que nuestro sistema de valores es inmanente y eterno.

-Ya lo decía en mi libro anterior: que nadie crea que esto es lo definitivo. No. Los hechos no se repiten, pero sí las tendencias. De lo de hoy vamos a pasar a lo que vino antes, y luego lo de ahora volverá otra vez. Y estudiando eso me metí a ver cuáles son las características de la etapa presente, y ahí estaban la paz, la democracia y la razón que subtitulan el libro, para ver hasta qué punto hoy son verdad. Porque mitificamos la tendencia, y nos creemos que la tendencia es la realidad. Y no lo es.

-¿De modo que la democracia entendida como poder de las mayorías es un mito?

-Hoy somos más demócratas que en 1960, y más que en 1990, pero no somos demócratas. Solo estamos más cerca de la democracia. En los sistemas occidentales contenido democrático claro que lo hay, algo pesa el pueblo, pero no más de un veinte por ciento.

-Porque entre el voto y la toma real de decisiones hay una distancia abismal...

-¿Qué es el voto? Si yo voy el día de las elecciones y quiero votar al vecino del quinto, no puedo hacerlo. En la mesa te ponen una docena de nombres, y de esa docena, de verdad tienes que elegir entre tres. Pero yo no elijo el Gobierno. Voto por uno de los tres, pero no entre los 44 millones de españoles. Quien manda de verdad es quien selecciona esos tres nombres.

-En otra vertiente, estima que aquel sector franquista de 1975 (amplio, sociológicamente) que aceptó la llegada de una democracia ordenada no habría transigido si hubiera visto el problema territorial que tenemos ahora.

- Yo me comprometí con Suárez a trabajarme a sesenta procuradores, y les dibujaba cómo iba a ser el futuro. Y no les engañé. Les dije: “Lo lógico es que nosotros ganemos ahora y que luego llegue a gobernar un partido socialista...”. Pero si hubieran supuesto lo que es hoy la España autonómica, no lo habrían aceptado.

-¿Y por qué hemos llegado a esto?

-Yo convencí a Suárez de la España de las Autonomías, y él deseaba ser convencido. Me llamaba “el separatista del Gobierno”. Y, llegado el momento, le propuse: “Transferimos el sistema educativo, pero nosotros nos quedamos con los planes de estudios, con los currícula (y no se dará el título si no lo cumplen) y con la alta inspección educativa dentro de las escuelas. Eso es más que suficiente”. ¿Y qué pasó? Pues que a partir de entonces no se cumplió la Constitución, porque en lo que estamos hoy no es lo que dice la Constitución. La Constitución no dice que España se divida en comunidades autónomas. Eso no lo dice. Y la Constitución dice que los puertos de interés general son competencia exclusiva del Estado. Y se han transferido. Los transfirió Aznar la noche que ganó las elecciones. De modo que si tuviéramos que desembarcar marinos en Barcelona necesitaríamos el consentimiento de la Generalitat.

-¿Se transige con esos incumplimientos en busca del apaciguamiento?

-El error nuestro (y de ese error participé yo) fue una razón utilitaria. Lo que nos preocupaba entonces era ETA, y el argumento era: “Si les damos una razonable autonomía, desaparecerá la violencia”. Yo me acuso de haberme equivocado en ese punto. Luego ya no me acuso de las cesiones, porque cuando empezó la deriva yo estuve en contra dentro del Gobierno y fuera del Gobierno. Siempre. Pero el error inicial de creer que se darían por satisfechos sí lo cometimos. Y por eso clamo ahora contra las políticas de apaciguamiento.

-¿El deterioro de la unidad territorial al que hemos llegado tiene aún arreglo?

-Cada vez es más difícil.

-Se apunta en su nueva obra que para una solución sería necesaria la gran coalición de las dos fuerzas mayoritarias.

-Yo sería partidario de la gran coalición y trabajaré para convencerles, pero me hago pocas ilusiones. Si no se hace esa gran coalición, la solución dentro del sistema pacífico y democrático tendría que ser la de constituir una fuerza política cuyo único objetivo sea ese, que no se meta en derechas ni izquierdas, y que sepa que a lo mejor tienen que pasar quince años hasta que tenga fuerza de verdad. Eso puede ser el polo que atraiga al ochenta por ciento de la población española para arreglar el desmadre. Luego, hay otra posibilidad. La solución de esto puede venir también por algún drama.

-¿No es descartable que acabemos en guerra por esta cuestión nacional?

-No lo es.

-También relaciona nuestra entrada en la UE con los problemas económicos que tenemos ahora. Suena provocador.

-Yo ya escribí sobre eso en ABC un año o dos después del ingreso de España en la Unión Europea. Era crítico, y decía que “esta manera de entrar no me parece bien, por ahí vamos a perder”. Pero es un tema tabú también, y yo lo toco muy poco en el libro. Eso necesitará un libro aparte.

-Pero sí esboza una cosa: que el ingreso en la Europa comunitaria ha contribuido a deshacer el tejido productivo español, al habernos convertido en una sucursal de vacaciones de nuestros socios...

-Es así. España hasta 1986 tenía balanza comercial positiva con Europa. No ganábamos mucho dinero, pero todos los años ganábamos algo. Pero ingresamos en 1985 y en 1986 ya perdemos. Poquito, pero algo. Llegamos a los años 90 y ya perdemos un billón y dos billones de pesetas al año. Hablando en pesetas, hemos llegado a perder siete y ocho billones de pesetas anuales, mientras que en los años más gloriosos de ayudas comunitarias a España de saldo positivo (porque nosotros también damos dinero a Bruselas del IVA o de impuesto de aduanas), en el año que más recibimos obtuvimos 1,1 billones de pesetas. En este momento la ayuda es prácticamente cero, ya no tenemos saldo positivo. Así que como balance de esta etapa, si nos han dado 1,1 para autopistas, hemos perdido 5,5 en el comercio con Europa. ¿Qué significa eso? Que para pagar hemos tenido que vender nuestras empresas. Y como ya nos quedan pocas, pues nos hemos dedicado al endeudamiento. Un endeudamiento que, neto, es igual al PIB de España. Luego, decimos “los años del bienestar”... Sí, pero con un billón de euros que debemos.

-Ha hecho fortuna la percepción de que ustedes los políticos de la Transición estaban hechos de otra pasta, y que ahora tenemos dirigentes bastante más ramplones. ¿Es una apreciación justa?

-Yo creo que hay una diferencia notable. La clase política de la Transición no era una clase política profesional. No éramos profesionales. No ibas ahí a hacer carrera, porque la carrera la tenías en otro sitio. La dedicación política era más bien un honor. Ibas y volvías.

SOBRE LA RUPTURA DE ESPAÑA

José Manuel Otero Novas sostiene, y no precisamente a partir del 25-N sino desde mucho antes, que España se desmiembra. A diferencia de otras voces críticas que sectariamente sólo señalan en este sentido a un partido político (bien al PSOE o bien al PP), también asegura que la responsabilidad de esta desmembración es compartida por todos los gobiernos del actual régimen democrático.

La razón es que, desechándose torpemente un pacto entre los dos grandes partidos, poco a poco se ha ido caminando hacia un Estado confederal a base de acuerdos con los nacionalistas, que después han tenido su reflejo en el resto de las autonomías. Pero Otero Novas también advierte, porque sabe de la historia y sus repeticiones, que España se ha desintegrado varias veces y siempre se ha solucionado, pero con sangre.

En su opinión, la sociedad española actual es mucho más hedonista que la de la Transición, con una clase política acorde. Antes, los políticos sabían de su temporalidad, pero ahora son profesionales, cosa que no plantea como una crítica sino como una realidad.

El Estado de las Autonomías ha llegado a ser un gran problema, pero Otero Novas no se muestra partidario de hacerlo desaparecer, sino de volver a lo que está realmente escrito en la Constitución. Y de afrontar una reforma constitucional aclarando todo lo que se ha interpretado mal en estos años.

Confía en que se pueda reconducir esta crisis institucional. Su esperanza es que, viendo que vamos a chocar contra un muro, seamos capaces de frenar a tiempo, admitiendo las reformas necesarias y evitando políticas suicidas, como la Ley de Memoria Histórica o las veleidades independentistas, que, despreciando la Historia, pueden reavivar odios peligrosos o repetir graves traumas ya vividos.

Dicho queda por boca ajena y recuperado a propósito del “problema catalán” y las falsas lecturas del 25-N. Un análisis de la situación basado en la realidad objetiva, que compartimos plenamente en lo fundamental.