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NÚMERO 142. Podemos, la impotencia de Rajoy y el ‘más de lo mismo’ (y peor) de Pedro Sánchez.

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 30 de noviembre de 2014, 19:00h

La demoscopia está haciendo saltar las previsiones electorales del sistema político, mostrando día a día el imparable crecimiento de las expectativas de Podemos, partido que resiste el fuego cruzado que le lanzan desde el PP y el PSOE, convertido a la postre -como hemos advertido desde hace tiempo- en la mejor fuente para realimentar su éxito.

Según el último de los sondeo de opinión que Sigma Dos realiza de forma sistemática para El Mundo (oleada del mes de noviembre con recogida de datos entre los días 17 y 19), Podemos se acaba de erigir en la fuerza política preferida por el universo de electores encuestado, sacando ya dos puntos de diferencia en intención de voto al PP y más de ocho al PSOE. A pesar de que todavía no ha participado en ningunas elecciones generales y mostrándose, por tanto, como un fenómeno inédito en la historia del nuevo régimen democrático.

Una situación en efecto sorprendente que, entre otras cosas, conlleva dos evidencias paralelas: el agotamiento del actual sistema político -claramente instalado en el bipartidismo y alentado por la corrupción y el inmovilismo institucional- y la necesidad de propiciar una reforma política urgente y profunda, que ya habrá de abrirse extra muros del sistema si éste no quiere verse finalmente desbordado por la realidad social y relegado al pataleo y las lamentaciones. Todo indica que, tanto el inmovilismo y la fosilización del sistema que procura Rajoy como la huida hacia adelante propugnada por el PSOE, empeñado en la federalización total de España (que es ‘más y peor’ de lo mismo), tienen los días contados.

El camino hacia el futuro ya ha impuesto la precipitada abdicación del rey Juan Carlos I, la retirada de Pérez Rubalcaba por la puerta trasera del PSOE, el paso atrás dado por Cayo Lara en IU, la desacreditación de la patronal empresarial, el anuncio de retirada de Cándido Méndez al frente de UGT… y no pocos toques de atención para que Rajoy vaya pensando en su rápida sucesión, cada vez más sonoros dentro y fuera del PP.

Rajoy narra una superación imaginada de la crisis

Justo en el tercer aniversario de las elecciones generales que otorgaron al PP una mayoría parlamentaria absoluta, el presidente Rajoy publicaba un artículo de opinión en El Mundo (21/11/2014) poniendo en negro sobre blanco (o más bien en rosa sobre blanco) los cambios con los que, gracias a las reformas económicas de su Gobierno, acompañadas por el esfuerzo de todos los españoles, el país ha conseguido -según él- superar la crisis. Una forma de hacer balance de los primeros tres años de legislatura inhabitual y desde luego sin posible réplica directa: una declaración institucional lanzada en un medio informativo que limita a voluntad sus artículos de opinión y que muchos de sus lectores pueden considerar ciertamente tendenciosa y propagandista.

Nosotros no queremos manipular lo escrito por el presidente Rajoy, razón por la que lo reproducimos en su integridad, destacando en letra negrita las afirmaciones que estimamos más sustanciales, para replicar acto seguido su narración de los hechos en función de nuestra percepción de la realidad, claramente divergente. Veamos, pues, lo que narra Rajoy sobre sus tres primeros años de gobierno:

España, el relato de un cambio

A TRES años de su comienzo y a un año del final de la misma ¿qué podemos decir ya de esta legislatura? Cada día escuchamos y leemos, como es lógico, opiniones muy distintas: unas más negativas, otras más positivas. Y, sin embargo, creo sinceramente que hay una afirmación que puede ser un punto de encuentro para todos. Creo, en efecto, que ya podemos decir, sin temor a equivocarnos, que esta legislatura va a terminar mejor que como empezó. Que vamos a pasar del agujero negro de la recesión a un horizonte de recuperación consolidada. Que la España de 2015, en definitiva, va a ser mucho mejor que la España de 2011.

No es, ciertamente, momento de euforias. Nos acosan aún muchos problemas: el mayor de ellos, el paro. Pero sí es un momento en el que, con la suficiente perspectiva, podemos intuir cuál es el relato que ha de quedar de estos tres años. Es el relato de un país que no se dejó hundir, que no se resignó, que supo sufrir para ganar su futuro y que puede estar orgulloso de ello. Y si en alguna ocasión se ha dicho que todas las empresas nobles empiezan siendo imposibles, la responsabilidad y los esfuerzos de los españoles, junto a las medidas impulsadas por el Gobierno más reformista de nuestra historia democrática, han demostrado que escribir este relato era posible.

Es verdad que no siempre somos los mejores jueces de nosotros mismos. Que necesitamos una mirada ajena que confirme nuestras impresiones. En este caso, podría recurrir a la fría realidad de los datos: por ejemplo, al llegar al Gobierno, el paro aumentaba a un ritmo del 7,5% anual, y hoy baja a un ritmo anual del 5,9%. Con la afiliación a la Seguridad Social ocurre lo mismo: hemos pasado de una caída anual del 2% a un incremento del 2%. Éramos el país con mayor destrucción de empleo de Europa; hoy, somos el que más empleo está creando. E incluso hay vuelcos que, hace poco, nadie podía imaginar: de estar en el furgón de cola de la recesión, hemos pasado a situarnos como la vanguardia del crecimiento en Europa. Y detrás de cada dato positivo -no lo olvidemos- hay personas con nombres y apellidos.

Sin duda son cifras elocuentes, pero más allá de los guarismos, me gustaría remitirme a una experiencia, a mi juicio, muy significativa. En junio de 2012, a los seis meses de mi investidura como presidente del Gobierno, tuve el honor de representar a España en la Cumbre del G-20 celebrada en la ciudad mexicana de Los Cabos. Entonces España parecía el enfermo de Europa; nuestra recesión era galopante, el aumento del paro, dramático; el déficit estaba desbocado, nuestro sistema financiero amenazaba quiebra y la prima de riesgo -¿se acuerdan?- nos asfixiaba cada día. La prensa internacional nos dedicaba titulares tan realistas como ásperos. España, según parecía, tenía un pie fuera del euro. Y era un pesado lastre que ponía en peligro la recuperación de toda Europa e incluso la misma existencia de la moneda única. Junto a estas afirmaciones, había también una pregunta: ¿cuándo van a pedir ustedes el rescate? No podíamos responder a esa pregunta alegando que nuestros problemas eran herencia del pasado. A cambio, teníamos la mejor réplica posible: rescatarnos a nosotros mismos. Así se dijo y así se ha hecho.

Pero hemos logrado ir más allá. Y esto también he podido comprobarlo de primera mano. Hace apenas unos días, en la Cumbre del G-20 celebrada en Brisbane, Australia, acudí de nuevo en representación de nuestro país. Siempre es un orgullo hacerlo. Pero, en esta ocasión tuve, además, una satisfacción muy especial, que creo que todo español puede compartir: a España se le reservó el primer lugar de las intervenciones, y no fue por azar. Fue porque, en un foro de tanto prestigio, las naciones más importantes del mundo quisieron ponernos como caso de éxito. Como ejemplo de país capaz de salir de la crisis y abrazar la recuperación a través del impulso de una agenda intensiva de reformas.

Estos reconocimientos y la propia evolución de las cifras demuestran que nuestros esfuerzos no han sido en vano. Las reformas pueden tardar más o menos en dar fruto, pero dan fruto cierto. A los datos me remito, la reforma laboral está detrás de la mejora en el empleo que está creciendo a un ritmo muy superior al que tradicionalmente se producía en España con estas tasas de actividad económica. La reforma financiera apuntaló nuestro sistema bancario y nos ha permitido superar con éxito las últimas pruebas de estrés de la banca europea. Y si la responsabilidad conjunta de Gobierno, comunidades autónomas y ayuntamientos ha saneado nuestras cuentas, la reforma de nuestras administraciones públicas las ha hecho más ágiles y más eficientes. Así podría seguir hasta el final de la página enumerando tantas otras reformas, cada cual más ambiciosa: la reforma de la pensiones, la energética, la Ley de Calidad de la Educación, la reforma local, la de la función pública, la Ley de Unidad de Mercado, la Ley de Desindexación y tantas otras.

Nada de esto ha sido fácil. Nunca lo es transformar la realidad. Y hoy, al volver la mirada atrás, cualquier español sabe los esfuerzos que ha tenido que hacer. El propio Gobierno, nada más tomar posesión, tuvo que ajustar su programa a una realidad desoladora. Tuvimos que tomar medidas duras. No había otra alternativa, ni teníamos otra opción: o interveníamos con decisión, o nos intervenían.

Al cabo de tres años, hemos visto que algunas decisiones no sólo eran necesarias, sino que eran las decisiones correctas. Unos resultados pudimos verlos pronto: así, donde otros países europeos se vieron obligados a la reducción de su Estado del Bienestar, España ha podido, pese a todo, seguir haciendo política social y mantener incólumes sus prestaciones esenciales. Y otros resultados no tardarán en verse: el nuevo escenario económico, y la recuperación de los ingresos públicos por fin nos ha permitido acometer una importante reforma fiscal, que esta misma semana se ha aprobado definitivamente. Así, el próximo mes de enero, los españoles verán que la única reducción drástica que les afecta es la bajada de impuestos.

NADA DE esto hubiera sido posible sin la responsabilidad de la sociedad española y sin un elemento de extraordinario valor político: la estabilidad institucional. Afrontar una tarea reformista como la que hemos llevado a cabo en estos tres años no hubiera sido posible en medio de vaivenes o incertidumbres y, menos aún en un escenario de revisión completa de nuestro marco institucional. Si hoy España es el país que más crece de la zona euro se debe a que es el país donde más reformas se han podido hacer porque su Gobierno creía en ellas y contaba con la fuerza y el apoyo parlamentario para llevarlas a cabo. La estabilidad política también contribuye, y de forma muy significativa, en el crecimiento de la actividad económica de un país, en la cotización de sus empresas y en el bienestar de sus ciudadanos.

La legislatura no está acabada, todavía nos queda por delante un intenso año de reformas, incluidas las que presentaré la próxima semana ante el Congreso para mejorar la lucha contra la corrupción. Somos inconformistas: sabemos que el secreto del éxito -como dijo el gran político Disraeli- es la constancia en el propósito. Con la misma perseverancia y la misma determinación de estos tres años seguiremos trabajando para cumplir el mandato que nos dieron las urnas: sacar a España de la crisis, fijar pilares sólidos para el futuro y volver a sentirnos orgullosos de un país que tiene una historia de éxito que merece ser contada.

Rajoy, todo un cuenta-cuentos de la política

En su primer párrafo, Rajoy proclama que “esta legislatura va a terminar mejor que como empezó”, una medio verdad en algunas pequeñas cosas y absolutamente falsa en las grandes cuestiones más perceptibles por el conjunto de la sociedad: ya se habla suficientemente de ellas sin que merezca la pena volverlas a explicar mientras el Gobierno siga creyendo que las ha solucionado (paro con record histórico, precariedad y emigración laboral, desigualdad, incremento de la deuda pública…). Y trata de vender a la opinión pública, de forma evidentemente infructuosa a tenor de lo que ésta traslada a los institutos de investigación demoscópica, “un horizonte de recuperación consolidada” que, en esos términos triunfalistas niegan la mayoría de los analistas especializados independientes (que perciben una situación de estancamiento condicionada además por la amenaza de una posible nueva recesión en la economía europea).

Y sobre la afirmación de que la España de 2015 “va a ser mucho mejor que la España de 2011”, baste reiterar que en modo alguno lo será en términos absolutos y que en todo caso es una aspiración o promesa ‘a futuro’, fuera ya de la legislatura en la que se comprometió a resolver la crisis. Faltaría más que, tras gobernar cuatro años con mayoría parlamentaria absoluta, además de incumplir flagrantemente sus promesas electorales, Rajoy y el PP dejaran el país peor de lo que estaba: cosa que efectivamente sucederá en temas como el crecimiento de la deuda pública, la inestabilidad laboral, las desigualdades sociales, la corrupción…, por poner algunos ejemplos que rebaten fácilmente ‘el relato de un cambio’ del cuenta-cuentos Rajoy.

La segunda idea-fuerza esgrimida por el presidente del Gobierno es que la contención del crecimiento del paro (no su regresión) es consecuencia, no de haber tocado el fondo-límite hasta ahora conocido en cualquier economía asimilable (que es lo que ha sucedido y lo que se deriva de la estadística comparada), sino de “la responsabilidad y los esfuerzos de los españoles”, generalización falsa porque no todos ellos han contribuido en ese esfuerzo ni todos los que sí han contribuido lo han hecho soportando las mismas cargas tributarias. Y ahí quedan como obra más meritoria de la política económica gubernamental el proteccionismo fiscal de las grandes empresas y economías privadas y el crecimiento paralelo de la fortuna de los ricos (que cada vez son más ricos) y del infortunio de los pobres (que también son cada vez más pobres).

Afirmando además Rajoy que escribir este relato (falsario) ha sido posible sólo gracias “a las medidas impulsadas por el Gobierno más reformista de nuestra historia democrática [el suyo]. ¿A santo de qué viene esta alharaca mentirosa de auto desprestigio, negando las evidentes reformas realizadas por los gobiernos precedentes de Suárez, González y del propio Aznar, sustanciales en lo político, lo social y lo económico, y bastante más visibles que las suyas en nuestra historia reciente…?

Aunque el colmo del espejismo marianista sea alardear de unos “vuelcos que, hace poco, nadie podía imaginar”. Exactamente, dice Rajoy, “de estar en el furgón de cola de la recesión, hemos pasado a situarnos como la vanguardia del crecimiento en Europa”. Y eso, que es una lectura viciada de la realidad económica, se lo cuenta sin reparo alguno nada menos que a una sociedad agobiada por el paro, los desahucios y en muchos casos el hambre; forzada a la inmigración; sacrificada por el rescate de las cajas de ahorro y estafada por sus ‘preferentes’; indignada por la corrupción política; milieurista en el mejor de los casos; con toda una ‘generación perdida’ (1,4 millones de jóvenes desempleados y sin expectativas de futuro); con un 34% de los trabajadores ganando menos de 645 euros al mes…

¡Manda huevos!, que diría el ex presidente del Congreso de los Diputados Federico Trillo-Figueroa. La verdad es que socialmente no se puede ser más torpe ni tocarle las narices a la gente de peor forma (por ello ahí está Podemos poniéndose las botas en la almadraba electoral).

Sostiene Rajoy en su relato de las mil maravillas que a él se debe que España no haya tenido que ser rescatada por nuestros socios europeos, retorciendo la realidad cínicamente porque lo rescatado con fondos del Banco Central Europeo (BCE), y a reponer con el dinero del erario público (100.000 millones de euros entre dimes y diretes), no ha sido España en sí misma pero sí parte de su sistema financiero, disparatando con que, a cambio de ese supuesto ‘no-rescate’, hemos generado la mejor réplica: “rescatarnos a nosotros mismos”. Una mendacidad dialéctica de vergüenza ajena que no deja de reconocer el rescate cierto, apuntillado con un dogmático “así se dijo y así se ha hecho”.

¿Y cuál sería, entonces, el mérito del Gobierno de Rajoy si el rescate de las cajas de ahorro asaltadas y saqueadas por la clase política es obra de los españolitos de a pie…? ¿Es que el Ejecutivo se ha ocupado siquiera de que los responsables de tamaño escarnio paguen alguno de los muchos platos rotos de forma tan escandalosa…? ¿Por qué incomprensible razón no se ha instado a la Abogacía del Estado y a su Fiscalía General a encausar a los banqueros de pacotilla responsables de tamaña tropelía…?

Aún más, Rajoy afirma también en su particular versión de los cuentos de Calleja que “la reforma financiera apuntaló nuestro sistema bancario” (en vez de reconocer ‘el rescate financiero’), añadiendo que ese mecanismo que confunde de forma tan artera ‘reforma’ con ‘rescate’ tratando de darnos gato por liebre, “nos ha permitido superar con éxito las últimas pruebas de estrés de la banca europea”. ¿Y dónde está su mérito, señor Rajoy…? ¿Es que el pastón necesario para sanear el agujero negro de las cajas ha salido  acaso de su bolsillo, del de los ministros o del de quienes las dejaron tiritando con favores y derroches a diestro y siniestro…?

Después, convertido en una especie de Fierabrás de andar por casa, Rajoy dice también que “si la responsabilidad conjunta de Gobierno, comunidades autónomas y ayuntamientos ha saneado nuestras cuentas, la reforma de nuestras administraciones públicas las ha hecho más ágiles y más eficientes”.

¿Pero a qué ‘saneamiento’ de cuentas se refiere si las mejores previsiones del déficit público para 2015 siguen siendo peores que el computado en 2008 (un -4,5% sobre el PIB)…? ¿Es que se puede hablar de ‘saneamiento’ con un continuo e imparable crecimiento de la deuda pública, que ya supera el billón de euros (hemos pasado del 40,2% sobre el PIB en 2008 hasta alcanzar más del 100% en 2014)…?

¿Y cuál es la mejora en la ‘agilidad’ y la ‘eficiencia’ que Rajoy atribuye a las administraciones públicas…? ¿Las invisibles en la Administración de Justicia, por ejemplo, que tarda años y años en cerrar los procedimientos judiciales, carente de medios materiales y recursos humanos hasta el punto de tener a jueces y fiscales en pie de guerra contra el Ministerio de Justicia…?

Y el incansable cuentista situado al frente del Gobierno continúa sin reparo alguno: “Así podría seguir hasta el final de la página enumerando tantas otras reformas, cada cual más ambiciosa: la reforma de la pensiones, la energética, la Ley de Calidad de la Educación, la reforma local, la de la función pública, la Ley de Unidad de Mercado, la Ley de Desindexación y tantas otras”… Total, un balance político mentiroso que hubiera llegado al cenit del despropósito si hubiera podido incluir también la pretendida reforma de la ley del aborto como promesa estrella de su programa electoral (por otra parte incumplido en todos sus términos).

Como guinda de la tarta que Rajoy pretende vender en el fantasioso relato que le ha publicado El Mundo, recuerda a sus lectores que nada de lo que en él narra de forma ciertamente quijotesca, es decir confundiendo lo que se dice con lo que se hace, “hubiera sido posible sin la responsabilidad de la sociedad española y sin un elemento de extraordinario valor político: la estabilidad institucional”.

Pero lo cierto es que la sociedad española reniega de ese relato, que no se identifica para nada con sus aspiraciones políticas, ni tampoco con ninguno de los compromisos electorales con los que Rajoy y el PP lograron obtener una mayoría parlamentaria absoluta en las elecciones generales del 2011. Posición claramente desperdiciada en lo que va de legislatura, sin conseguir siquiera esa ‘estabilidad institucional’ tan gratuitamente pregonada por el presidente del Gobierno: ahí quedan como muestra el desprestigio final del anterior reinado, la puesta en cuestión del texto constitucional, la amenaza del secesionismo catalán, la ruptura del bipartidismo, las ‘mareas’ sanitaria, educativa, judicial… y hasta la avasalladora irrupción de Podemos en la escena política.

El sistema de convivencia está al rojo vivo y a punto del estallido, mientras Rajoy pretende colarnos una inexistente ‘estabilidad institucional’. Quiere hacer pasar a muchos españoles por imbéciles y eso duele…

Dolor que inevitablemente alcanza también a las nuevas promesas que el presidente del Gobierno lanza, contumaz en el error, ante el cuarto y último año de su -insistimos- desaprovechada legislatura de mayoría parlamentaria absoluta (una historia del ‘todo para nada’): “Con la misma perseverancia y la misma determinación de estos tres años seguiremos trabajando para cumplir el mandato que nos dieron las urnas: sacar a España de la crisis, fijar pilares sólidos para el futuro y volver a sentirnos orgullosos de un país que tiene una historia de éxito que merece ser contada”.

Al contrario de lo que de forma pertinaz afirma Rajoy, en poco o en nada ha cumplido, hasta ahora, el mandato que le otorgaron las urnas; en muy poco ha podido aminorar la crisis y en modo alguno se puede admitir que haya fijado ningún pilar sólido para el futuro de España. Todo sigue en vilo y prendido con alfileres, como en un ensayo teatral de larga duración, que no ha visto ni probablemente verá el éxito que se pregona (el mandato electoral de Rajoy concluirá más o menos como empezó, con muy pocas cosas positivas y algunas negativas), ni desde luego merece ser relatado.

Dicen algunos comentaristas avezados, como Fernando Onega -por poner un ejemplo de periodista informado y ecuánime-, que, tras estos tres años de gobierno, Rajoy todavía tiene tiempo para reaccionar y hacer lo que todavía no ha hecho, porque en política un año es mucho tiempo. Lo que se nos ocurre replicar es que los tres años pasados también habrán sido un tiempo tres veces mayor, y que, si en ellos el Gobierno se ha desgastado y desprestigiado tanto (las encuestas son unánimes en el dictamen), difícil es que un nuevo año se rectifique ese dinámica negativa en aspectos tan sustanciales, haciéndola cambiar de signo; muy al contrario estimamos que algunos de ellos pueden ir a peor.

Los posibles ‘golpes de efecto’ que pueda guardarse bajo la manga un personaje como Rajoy, acompañado de los ministros y ministras que le acompañan, serán en todo caso de pólvora mojada. Porque la pólvora seca ya la han quemado en fuegos de artificios a lo largo de los tres años pasados.

Ahora lo único a lo que, gracias a los consejos y las directrices marcadas por el sabio Arriola, puede aspirar el PP razonablemente, es a salvar los muebles del naufragio marianista y a liderar la futura oposición, aunque consiga ser el partido más votado, cosa que está por ver. Pero no a salvar el país, ni, como algunos torpes siguen pretendiendo, a acabar con el fenómeno de Podemos, que en el fondo es su hijo natural y una de sus obras más meritorias…

Pedro Sánchez, entre la expiación y la expiración política

Claro está que los devaneos del Gobierno del PP en nada van a servir para frenar el declive electoral del PSOE, ni menos todavía para reimpulsar su posición social perdida gracias al esperpento político ‘zapateril’.

Exactamente en el mismo medio y el mismo día (El Mundo 21/11/2014) en el que el presidente Rajoy se reivindicaba a sí mismo sin rubor alguno (muy apretado se ha tenido que ver para agarrarse al clavo ardiente del  autobombo), Santiago González advertía en relación con los tres años de legislatura ya consumidos:

(…) El prudente éxito económico no bastará para compensar la sustitución de la política por la tecnocracia, especialmente porque las cifras macro no bastan para consolar a tantas víctimas micro y porque el Gobierno debería haber tenido en cuenta un versículo de los Evangelios enmendado por Woody Allen: «No sólo de pan vive el hombre; también necesita un trago de vez en cuando».

Y acto seguido señalaba la dificultad de que las torpezas y las deficiencias políticas del PP pudieran ser capitalizadas por el actual PSOE:

No es probable que el cálculo ramplón del primer partido de la oposición, manchado de ‘zapaterismo’ y sin propósito de la enmienda, vaya a recoger los frutos de la que parece segura debacle del PP. Lo harán el populismo y el rebrote del secesionismo que encarnarán la fragmentación y las tendencias centrífugas de la democracia española…

Comentarios nada extraños y muy en la línea de lo generalmente expuesto por los analistas más respetuosos con el establishment político. Y es que la huida hacia adelante del PSOE, proponiendo una reforma de la Constitución para imponer un Estado plenamente Federal (con la intención ya anticipada de encajarlo además en una Europa Confederal), aun cala menos en el tejido social que la propaganda gubernamental sobre la recuperación económica y el vuelco de la crisis.

Realidad agravada con el hecho de que el Gobierno, el resto de las fuerzas políticas y la sociedad en su conjunto lleven muchos meses esperando la concreción de la propuesta socialista, apadrinada por Rubalcaba cuando todavía se debatía entre el ‘quien resiste gana’ (evidente en la Conferencia Política Socialista clausurada el 10 de noviembre de 2013) y la ‘huida hacia adelante’ implícita en su propuesta de Solución Federal como ‘más de lo mismo’ (y cada vez peor). Una nueva ocurrencia política de corte ‘neo-zapateril’ que sólo sirvió para acelerar la merecida jubilación de su padrino, y que ahora señala -en nuestra opinión- la inmadurez de Pedro Sánchez, auto alistado de esta forma a un fracaso prematuro.

La evidencia del agobio y el despiste socialista es tan grande, que el joven Sánchez ya suscribe, incluso, la ‘barra libre’ de sus colegas catalanes para que la capital del Estado se divida entre Madrid y Barcelona, trasladando a esta última ciudad, para empezar, la sede del Senado. Una propuesta que, además de requerir la reforma del artículo 5 de la Constitución y generar un cabreo en otras ciudades ya tentadas históricamente por las veleidades federalistas (por ejemplo Cartagena), produce una especie de risa tonta en los círculos independentistas de Cataluña, que obviamente ya cuentan con su propia capital sin que les interese lo más mínimo donde se ubica la del Estado español.

Paréntesis: A los nuevos dirigentes socialistas partidarios del federalismo a ultranza (y a otros más talludos pero desmemoriados) les convendría repasar la agitada historia de la Primera República Española, ciertamente ilustrativa del despropósito que supuso el proyecto inacabado de la Constitución Federal de 1873. De esta forma quizás eviten toparse en el futuro con algún redivivo general golpista al corte de Pavía, Serrano o Martínez-Campos…

Pero el intrépido federal Sánchez (quizás cabría llamarle ingenuo) no sólo toca el violón en cuanto a la organización política y territorial del Estado (o más bien en su desorganización), porque también lo hace en el terreno de la corrupción, que es otra de las grandes espinas clavadas en el corazón del sistema. Sin ir más lejos, el secretario general del PSOE acaba de proclamar a los cuatro vientos (El País 23/11/2014) que “la regeneración llegará con el PP en la posición”, olvidando que los populares están desde siempre en la oposición de la Junta de Andalucía, cuyo Gobierno socialista ha propiciado a pulso el más impresentable estado de corrupción cuantitativa y cualitativa de toda España (otro que tacha de imbéciles a los españoles).

Con estas y otras ligerezas políticas, como la de tratar de rehusar ahora el mismo artículo 135 CE reformado por el propio gobierno socialista en la pasada legislatura, con el objeto de consagrar el principio de ‘estabilidad presupuestaria’ reclamado por las autoridades europeas, Pedro Sánchez reafirma su escaso sentido de la oportunidad y la coherencia políticas. Máxime cuando él mismo apoyó aquella iniciativa como diputado socialista de base, que además fue respaldada por el mismo PP que hoy dispone de mayoría parlamentaria absoluta, razón por la que su parodia reformista no tiene sentido alguno, ni siquiera el del populismo con el que parece querer defenderse de la presión política que le genera Podemos.

Ligereza, frivolidad, torpezas reiteradas… (no hay que olvidar aquella otra boutade de querer suprimir el Ministerio de Defensa), que sitúan a Pedro Sánchez como nueva estrella del ‘zapaterismo’, mal convertido así en una especie de endemia socialista. Todo indica que no va a dar la talla ante las amenazas y desafíos del momento político en el que ha accedido a la secretaría general del PSOE, poniendo en cuarentena ciudadana no su buena voluntad, pero sí su capacidad de liderazgo, ya resquebrajada de forma prematura por varios flancos…

Hoy no es aventurado decir, pues, que Pedro Sánchez se mueve entre su propia expiración política y la expiación de los pasados y no rectificados errores del PSOE. Su debilidad para marcar un territorio político propio, sus devaneos y torpes elucubraciones con el modelo de Estado, su falta de autoridad interna,  su trivial consideración del fenómeno Podemos… le van a impedir cumplir la ambición declarada de “liderar la renovación del pacto del 78”, con la vista puesta -que es lo más grave- en el frangollo de la España Federal

Por su poca experiencia y corto recorrido político quizás él no lo perciba, pero en realidad ya se ha comenzado a escribir otra historia más de una muerte política anunciada…

Las expectativas políticas de Podemos

Claro está que la angustia pre electoral del PP y del PSOE, su común regresión en la valoración social que miden los estudios demoscópicos y la inminente pérdida de poder que anuncian a ambas formaciones políticas, tienen un mismo origen de incapacidad e inconsecuencias propias y una misma causa desencadenante: la aparición de Podemos como azote del agotado sistema que representan. Y, sobre todo, de su crecimiento a partir de que el electorado más disconforme ha reconocido su validez como instrumento de castigo político y revulsivo para la regeneración de la vida pública, consideraciones programáticas aparte (que ya se irán valorando en el momento oportuno).

La llegada de Podemos no responde a ningún milagro o hecho sobrenatural; es el advenimiento lógico de un movimiento social larvado a partir del 15-M, fenómeno nacido de forma espontánea el 15 de mayo de 2011 cuando 40 personas decidieron acampar en la Puerta del Sol de Madrid para mostrar su repulsa ante el sistema político vigente (no hay que olvidarlo). De hecho, de forma paralela surgió el afán ciudadano de promover una democracia más participativa, alejada del bipartidismo PP-PSOE y del dominio político ejercido por la banca y las grandes corporaciones empresariales, y por lograr una auténtica ‘división de poderes’, entre otras medidas tendentes a perfeccionar el modelo de convivencia.

Una reacción de protesta social pacífica, también llamada ‘movimiento de los indignados’,  que, además de ser desoída por la clase política -entonces tildada de ‘casta’-, fue despreciada y reprimida por la vía del autoritarismo. Su potencialidad, en apariencia desactivada, eclosionó en torno a Podemos, fuerza política que cosechó un notable éxito en las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el 25 de mayo de 2014, obteniendo cinco escaños y quedando situada en cuarta posición entre los diez partidos españoles que lograron representación política (por detrás de IU y por delante de UPyD, que a priori esperaban haber capitalizado en exclusiva el malestar de los ciudadanos con los dos partidos mayoritarios).

A partir de ese momento, el cuerpo electoral reconoció la utilidad política de Podemos, de forma que fue volcando en ese nueva formación sus ansias de reforma social de la política, aumentando sus expectativas electorales a medida que se evidenciaba el daño que infligía al sistema repudiado. Tan sencillo como eso.

Así, las sucesivas encuestas sobre actitudes y comportamientos electorales, en todos los resultados conocidos y tanto en cuanto a estimación de voto como al voto decido -incluidos los del CIS-, han ido marcando el recorrido del éxito de Podemos hasta alcanzar lo que el propio diario El Mundo (24/11/2014), especialmente beligerante con dicha formación, ha denominado ‘el big bang de Podemos’. Nada más y nada menos que situarse como primera fuerza política del país con una estimación del 28,3% de los votos, seguida del PP con un 26,3% y del PSOE con el 20,1%.

A mucha distancia quedan el cuarto y quinto partidos en liza: UPyD con tan solo un 4,5% de los votos y UI con el 4,2%. Una medida del clima electoral y de la temperatura política hoy por hoy inequívoca, aunque lógicamente seguirá evolucionando a tenor de cómo los actores se muevan en el escenario y de los efectos que puedan sobrevenir. Considerando los actos precedentes de la obra (una curiosa especie de ‘Saturno devorado por sus hijos’, no devorándoles), nada impide un desenlace sorprendente, e incluso un final con coletilla trágica, quizás la de recordar que el pez comienza a reflexionar cuando ya está atrapado en la red.

En cualquier caso, es comprensible que el PP (y más todavía el PSOE) anden con los papeles del libreto de Podemos perdidos entre bastidores. Pero eso no deja de ser consecuencia de la tardanza con la que se han puesto a estudiarlo, siempre atropellados por la pereza y la desidia política; y sabido es que, como advierte el refranero español, quien llega tarde, ni oye misa ni come carne.

Otra cosa es que, una vez fuera de la escena política y con el carro del bipartidismo volcado, abunden entre sus filas gentes que les echen en cara por dónde no debieron haberse metido. De momento, también deberían recordar que en todas las grandes batallas perdidas, los refuerzos siempre suelen llegar tarde.

Fernando J. Muniesa