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Realismo y ente humano. Contra la locura (pos)moderna

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
jueves 17 de agosto de 2023, 15:00h

 La Filosofía realista, que aquí defendemos, arranca de Aristóteles y su noción de sustancia. Todo cuanto existe en el mundo son sustancias. La sustancia primera es un ser individual que permanece bajo los cambios, que se conserva o permanece por debajo y más allá de los accidentes. Siglos más tarde, ya en un contexto cristiano creacionista, Santo Tomás de Aquino perfeccionará la idea de sustancia y, sin negarla, centrará su ontología en el ente. Luego explicaremos las diferencias entre ambos gigantes de la filosofía, el Estagirita y el Aquinate, por medio de los distingos entre la noción de sustancia y la del ente.

Carlos X. Blanco

Carlos X. Blanco

La Filosofía realista, que aquí defendemos, arranca de Aristóteles y su noción de sustancia. Todo cuanto existe en el mundo son sustancias. La sustancia primera es un ser individual que permanece bajo los cambios, que se conserva o permanece por debajo y más allá de los accidentes. Siglos más tarde, ya en un contexto cristiano creacionista, Santo Tomás de Aquino perfeccionará la idea de sustancia y, sin negarla, centrará su ontología en el ente. Luego explicaremos las diferencias entre ambos gigantes de la filosofía, el Estagirita y el Aquinate, por medio de los distingos entre la noción de sustancia y la del ente.

¿Qué sentido hoy tendrá esta breve exposición? El realismo en filosofía es una precisión y refinamiento de realismo en la vida cotidiana, tanto en la privada como en la pública. Realismo, hablando en buen idioma español, consiste en “poner los pies en el suelo”, guiarse por el sentido común, atenerse (que no resignarse) a las cosas (res, en latín, en cosa, de ahí “realidad”). Conviene recordar que el realismo gnoseológico (que se vierte sobre el problema del conocimiento) y el realismo ontológico (que hace lo propio sobre el ser, con auxilio y guía del primero) envuelven a un realismo político. La política no es el arte “de lo que debería ser”, confundiéndola con la moral, sino el arte de conservar la soberanía y no perder fuerza en el entramado de las potencias -estados, partidos, grupos varios- concurrentes.

La filosofía realista le parece caduca a quienes profesan las más variadas opiniones modernas y aun posmodernas. Tengo para mí que el mundo occidental, deseoso de cortar todo lazo con la tradición, con el sentido común, el propio ser y el Ser que es por sí mismo (Dios) no puede ser realista, para desgracia de Europa y de los pueblos descendientes de los europeos. Se nos habla de mundos “virtuales”, de “realidades ampliadas”, de construcción y hasta de elección de la realidad…, y para “más inri”, eso es así desde que existen tecnologías digitales. El hombre, creyéndose Dios, quiere ser factor de mundos a placer, y hasta inventor y reinventor de sí mismo. El estudio sólido y frecuente de la verdadera filosofía, realista, es una bofetada en la cara contra los delirios “occidentales”, virtuales, transhumanistas, etc., vale decir, los delirios modernos.

En España, tanto en la lengua latina como en la española, contamos con insignes representantes del realismo. Un gran desconocido hoy, y esto tiene delito siendo en realidad un clásico, es el padre Balmes. Muchos profesores de filosofía, hpy atiborrados de pedagogía, “filosofía para niños”, “herramientas para el pensamiento crítico”, y feminismo, entre otras chatarras que provienen, sobre todo, de la Anglosfera, deberían volver sus ojos a las páginas balmesianas. Deberían formarse, en una palabra.

El lúcido y transparente filósofo catalán, en hermosa prosa española, explicaba así la sustancia, núcleo y protagonista de la realidad:

[5.] La palabra substancia, sub-stancia, indica algo que está bajo, sub-stat, que es el sujeto sobre el cual están otras cosas; así como su correlativa accidente ó modificación, expresa algo que sobreviene al sujeto, accidit; algo que le modifica, que está en él, como una manera de ser, modus.

[6.] Por este sujeto, substancia, parece que entendemos también algo constante en medio de las variaciones, algo que, si bien es sucesivamente de varias maneras, según la diversidad de modificaciones que lo afectan, se conserva constante, é idéntico, bajo las diferentes transformaciones. Cuando decimos que la substancia ha recibido tal ó cual modificación nueva, si bien entendemos que la substancia es de un modo nuevo, no queremos significar que ella en sí, sea otra, que haya perdido su íntimo y primitivo ser de substancia para revestirse de otro; sino que esta mudanza la consideramos como externa, y que ha dejado intacto un cierto fondo que es lo que apellidamos substancia.

[FF, IX, 1].[i]

La Modernidad, o como quiera que deseemos apellidar al mundo capitalista occidental surgido tras el derrumbe del régimen corporativo-feudal (a partir del siglo XV), ha tomado partido por el idealismo, el panteísmo, el relativismo y hasta el nihilismo. En todas esas corrientes hay un ataque frontal a la tradición realista en metafísica. Una tradición, la realista, que distingue dos planos o escalones en el ser: el ser que se conserva siendo sujeto de los cambios, y el ser que no es por sí solo, sino que inhiere a un ser principal, soporte del mismo. Tan cierto esto como no hay calvicie en sí, sino personas calvas. La calvicie es accidente del sujeto -en este caso humano- que la exhibe y padece. El mundo real es un mundo de sujetos: estos sujetos -substancias- son los que “soportan” afecciones, cualidades, mudanzas, etc. Todas estas realidades inherentes también forman parte del ser, pero es un ser secundario o derivado que no tendría espesor o existencia alguna de no haber sujetos soportadores de las mismas.

Lo que sucede es que la Modernidad ha “planchado” estos dos escalones: entronizando los accidentes, se abajan las sustancias. Al nivelar el ser, la realidad deviene confusa a los ojos del intelecto. Debe interpretarse esta operación como un paso clave en el proceso de nivelación general del mundo moderno. “Si todo vale lo mismo, ya nada vale nada”. Así resumiríamos la (pos)modernidad.

La ontología realista debe otorgar tratamiento diferenciado a la sustancia y al accidente. Las mutaciones de la primera nada tienen que ver con las del segundo. Una mutación sustancial es “pasar a ser otra cosa”, mientras que una mutación accidental significa “ser el mismo, pero de otro modo”.

Dice Balmes[ii]:

“Si así no fuese, si no concibiésemos algo que permanece constante, idéntico, bajo la modificación, no concebiríamos la substancia como distinta de la modificación. Esta pasa del no ser al ser, y viceversa; ahora es, y luego cede su puesto á otra muy diferente; pero la substancia es una misma bajo las diferentes modificaciones; con la sucesión de estas no pasa del no ser al ser, y del ser al no ser, no cede su lugar á otra substancia. Desde el momento que atribuyésemos á la substancia la instabilidad de su modificación, no se distinguirían entre sí.

El lenguaje común nos confirma esta verdad. Cuando ha habido una variación de modificaciones, decimos que tal substancia se ha mudado, esto es, concebimos algo que existía ya antes de la mudanza, y que existe todavía después de ella. Así decimos que tal modificación ha desaparecido completamente; lo que no decimos de la substancia, sino que se presenta, ó que es de otra manera. Algo pues concebimos que permanece constante, idéntico á sí mismo, bajo las diferentes modificaciones; y á esto que es el sujeto en que se hacen las mudanzas, á ese algo que no desaparece con la desaparición de las modificaciones, que no se muda íntimamente con las mudanzas de ellas, á eso lo llamamos substancia, sub-stancia, substratum.”

Resulta fácil suministrar ejemplos escolares de los dos niveles de cambio ontológico:

1.    Un cuerpo orgánico, por ejemplo, un animal o planta, muere y se pudre y sus elementos químicos pasan a formar parte del suelo o de la atmósfera. Es un cambio sustancial.

2.    Una mesa pintada de verde, pasa a tener un color azul gracias a la labor del pintor, su brocha y el bote de pintura azulada. La mesa sigue siendo la misma mesa, pero ha experimentado un cambio accidental.

Cuando pasamos a la esfera antropológica, y aplicamos las nociones realistas clásicas que ahora repasamos, las lecciones que aprendemos son profundas y ricas.

1.    Un hombre es sustancia animal racional individual, según Aristóteles, pero ante todo es un ente finito creado, según Santo Tomás. Y el ente humano es un compuesto: de cuerpo y de alma. Cuando su cuerpo muera, como cualquier cuerpo orgánico, y exista con él un cambio sustancial, el otro coprincipio del ente compuesto, el alma, sobrevive y permanece, conservando para sí todo cuanto el ente humano (que llamamos persona) es y cuanto puede operar siempre y cuando no dependa de la sensibilidad, ya perdida al perder el cuerpo.

2.    Mientras el hombre, varón o hembra, viva como ente humano que es, los cambios naturales o inducidos artificialmente serán accidentales mientras haya un sujeto (el ente humano o persona) que los sufra. Mientras viva, las mutaciones accidentales no le harán “ser otra persona”. Así, un ser humano que, por medio de operaciones quirúrgicas, protésicas, químicas, etc. pretenda cambiar de sexo, no hará sino inducir cambios accidentales (sin perjuicio de las consecuencias gravísimas que tales cambios acarreen en la psique o en la salud) sin modificar su persona a nivel ontológico. El hombre, varón o hembra, es una persona sexuada incluso cuando pierda su cuerpo y pase a otra existencia simplemente espiritual al fallecer, por cuanto que su alma ha sido concebida y creada por Dios en el momento en que su cuerpo sexuado ha sido concebido y creado por Él, quien lo hizo así y no de otro modo. No somos espíritus puros al principio: se nos creó como entes humanos compuestos. Y el compuesto, en vida, es indivisible. Dividirlo es terminar con la vida terrena. Uno es hombre y mujer de por vida y para la eternidad, incluso perdido el cuerpo. Otra cosa es disfrazarse, mutilarse, “tunearse”, etc.

Así, como prometíamos al principio de este breve escrito, el concepto tomista de ente enriquece el ya de por sí muy rico realismo aristotélico de la sustancia. El ente es la unidad ontológica primera, pero en su análisis cabe ver un compuesto. Ninguno de los constitutivos del compuesto posee independencia metafísica. Lo que existe es, primerizamente el ente (tanto en el sentido originario, como gnoseológico, como en cualquier otro). “Querer” aniquilarlo o transformarlo sustancialmente es la base de la locura de nuestro tiempo.

NOTAS

[i] FF son las siglas de la obra de Jaime Balmes Filosofía Fundamental la cual citamos. Los números romanos expresan el número del Libro de dicha obra, y el número arábigo indica el capítulo de dicho libro. Disponemos y tenemos a la vista el texto de Ediciones Hispánicas, impreso en dos tomos en Valladolid, carente de fecha de impresión. La obra está disponible también en internet y en la red es de fácil acceso.

[ii] ibid. Continuación del [6]