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Los servicios secretos españoles en el tardofranquismo y su relación con la Cía … y el PNV

Por Victoria
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vicky_8598hotmailcom/10/10/18
viernes 04 de enero de 2019, 21:00h

altRespecto al asesinato de Carrero Blanco, cabe preguntarse cuál fue durante el tardofranquismo la relación entre los servicios secretos de sendos países. Respecto a la Cía y su entorno, entre 1968 y 1977, Kissinger fue Consejero de Seguridad Nacional y Secretario de Estado, por tanto el político que más próximo podía estar a la organización de espionaje norteamericana. El General Walters, fue el segundo jefe (Deputy director; DDCI) de la Cía entre mayo 1972 y julio de 1976, y jefe interino de la misma entre julio y septiembre de 1973.

Javier Barraycoa

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Javier Barraycoa

Respecto al asesinato de Carrero Blanco, cabe preguntarse cuál fue durante el tardofranquismo la relación entre los servicios secretos de sendos países. Respecto a la Cía y su entorno, entre 1968 y 1977, Kissinger fue Consejero de Seguridad Nacional y Secretario de Estado, por tanto el político que más próximo podía estar a la organización de espionaje norteamericana. El General Walters, fue el segundo jefe (Deputy director; DDCI) de la Cía entre mayo 1972 y julio de 1976, y jefe interino de la misma entre julio y septiembre de 1973. Por otro lado, otro de los personajes a tener en cuenta, es William Egan Colby que fue el Director de la Cía con los Presidentes Nixon y Ford, desde el 4 de septiembre de 1973 al 30 de enero de 1976. ¿Cuáles eran las relaciones entre estos servicios secretos y las autoridades españolas? ¿Explicarían ellas que el magnicidio de Carrero Blanco fuera un “crimen de Palacio”? Parece ser que las relaciones mucho más fluidas, incluso toscas, de lo que nos podemos imaginar. Como ya es sabido, las embajadas norteamericanas suelen ser la sede de una antena de la Cía en cada país.

Según Ricardo de la Cierva, en la obra ¿Dónde está el sumario de Carrero Blanco?, describe que “el embajador de EE. UU. en Madrid era en aquella época (1973) una especie de simio llamado Robert Hill, que ante la evidente debilidad española se sentía como un procónsul y a veces se permitía dar órdenes a algunos ministros de España; la estación de la central estratégica CIA en Madrid tenía su cuartel general en el mismo edificio de la embajada, y tengo razones para sospechar que llevaba su propia política acerca de la transición española, una política que no creo muy acorde con la sugerida por el Presidente Nixon y el General Walters”. Es decir, había dos posibles estrategias sobre España: una más legalista, prudente y por lo tanto lenta, la de los dos últimos personajes mencionados. Y otra más rápida, decisoria y sin prejuicios morales, representada por Kissinger y el Director de la Cía William Egan Colby. Como botón de muestra, vale recordar las palabras de éste ultimo del 28 de octubre 1974 y citadas en la obra de Stella Calloni, Los años del lobo: “Estados Unidos tiene derecho a actuar ilegalmente en cualquier región del mundo, acumular investigaciones en los demás países y hasta llevar a cabo operaciones tales como la intromisión en los asuntos internos chilenos”. España no iba a ser una excepción.

El sector más “institucional”, esto es el de Nixon y el General Walters se fue aminorando coincidiendo con la fecha del asesinato de Carrero Blanco y dos años para la muerte de Franco. En el otoño de 1973, Nixon, que había amenazado a Israel con retirarle su apoyo si no negociaba con los árabes la suerte de los territorios ocupados, se vio acorralado por el “escándalo Watergate”. Este hecho lo fue debilitando políticamente hasta llevarle a la dimisión el 8 de agosto de 1974.  Kissinger fue el ganador de esas batallas internas de poder en la Casa Blanca.

Los Estados Unidos, a través de su embajada en Madrid y la correspondiente antena de la Cía incluida, disponían de información de primera mano. Ricardo de la Cierva asegura sin reservas que la Cía mantenía infiltrados en todos los sectores políticos tanto del Régimen como en la oposición. Pero no hemos de ver el asunto como una película de espías y como una injerencia fragrante de la soberanía española. Los servicios de inteligencia norteamericanos, tanto los civiles (Cía) como los militares (Día) estaban en permanente contacto con los servicios militares españoles del Alto Estado Mayor y con el Servicio Central de Documentación (Seced). La propia Dirección General de Presidencia de Gobierno, emitía semanalmente informes secretos sobre la marcha de la política interna de España a los servicios norteamericanos. Por tanto la vinculación estratégica estaba completamente activada.

Al igual que en otros países, estas situaciones se complican a la hora de ser explicadas porque existen varios servicios de información, bien políticos, bien policiales, que no siempre se hayan perfectamente coordinados ni responden a los mismos intereses. Manuel Campo Vidal en su libro Información y servicios secretos en el atentado al Presidente Carrero (1983), recoge la experiencia de Ignacio San Martín, que estuvo destinado en París como enlace del Alto Estado Mayor con el Servicio de Documentación Exterior y Contraespionaje Francés (SDEC). Su carrera fue brillante, diplomándose en Estado Mayor como el número uno de su promoción, y de Estado Mayor de la Armada. El 23-F le cogió en el Estado Mayor de la antigua División de Caballería Jarama y Acorazada Brunete número 1. Ignacio San Martín ha dejado escrito que cuando el estuvo en Francia descubrió que ahí tenían tres servicios de inteligencia en el Ministerio del Interior, cinco en Defensa y uno en Presidencia.

En España, pasaba algo parecido, aunque muchos de estos servicios eran muy secundarios, deficientes y mal dotados. Estaban los de segunda línea como los del Movimiento Nacional, Organización Sindical, Información y Turismo (creado por Fraga), Guardia de Franco y Excombatientes. Y en la primera división entraban la Dirección General de Seguridad (englobando los de la Policía y la Guardia Civil), los tres de los ministerios militares (Segunda Sección Bis o CESIBE, dependiente de la Segunda Sección del Estado Mayor Central –EMC- del Ejército de Tierra, el Servicio Especial de Inteligencia Naval –SEIN-, y el del Aire) y, fundamentalmente, los del Alto Estado Mayor (AEM, hoy Estado Mayor Conjunto) y el de Presidencia de Gobierno (Seced). Como ya señalamos, este último tenía como intención unificar y dotar de eficacia a tanta organización desorganizada.

El decreto 511/1972 de 3 de marzo creó el Servicio Central de Documentación (Seced), independiente del AEM y centrado en conseguir la información sobre el interior del país, en tanto que éste último lo haría a la exterior. Comos siempre, estos dos servicios secretos de información, que se erigían como los más importantes, estuvieron en constante disputa, recelos y, por qué no decirlo, traiciones. El Seced, por su carácter político, tenía un rango superior al militar. Dependía directamente del Ministro Subsecretario de la Presidencia del Gobierno, tenía 200 agentes de todo tipo, muchos militares, y unos 5.000 colaboradores. Estaba organizado con la siguiente estructura: Director General, Secretaría General (Áreas de Régimen Interior, Estudios e Informes, y Coordinación; Delegaciones Provinciales), y dos grandes divisiones: Información (Departamentos de Documentación, Investigación y Servicio de Intervención Policial) y Operaciones. Además estaban el Gabinete de Acción Psicológica y el Departamento de Estudios Especiales. Tenía como tres campos de actividad o Sectores de Actuación (Laboral, Educativo y Religioso-Intelectual). A finales de 1973 el Seced estaba implantado territorialmente y contaba con más hombres y recursos que los servicios militares del AEM.

Sin embargo la Cía parecía que mantenía mejores contactos con el AEM. San Martín dejó escrito que nunca trató con la Cía desde que dejó el AEM. El ascenso de San Martín era merecido debido a su anterior y eficaz trabajo en el AEM. Ante el temor de que se extendiera el “Mayo del 68” por España, le encomendaron (más en concreto se lo encomendó Muñoz Grandes) constituir un servicio experto en guerra subversiva. Así, fundó lo que sería la Organización Contrasubversiva Nacional (OCN). La eficacia de esta organización en el control de la subversión comunista le valió ser reclamado por el recién fundado Seced. Fue en aquella época donde reaparecería Gutiérrez Mellado.

Éste, había pasado varios años alejado del Ejército y dedicado a sus negocios, aunque en 1971, ya integrado en operaciones de inteligencia, fue ascendido a General de Brigada. Poco después del asesinato del Almirante Carrero Blanco, a comienzos de enero de 1974, fue cesado San Martín, a pesar de su amplísima experiencia en ese campo, siendo sustituido por un recién reaparecido Gutiérrez Mellado. Mientras, Arias era nombrado Presidente de Gobierno. Sin lugar a dudas algo se estaba moviendo en las interioridades del Régimen. Aún quedaba mucho tiempo para que los servicios “militares” (AEM y Seced), se unificaran en el Cesid, en 1977, prevaleciendo como más importante el sector proveniente de la AEM (el que estaba en permanente contacto con la Cía). El Cesid, ya suena al gran público, tendría un papel preponderante en los siguientes años, especialmente en el famoso 23-F.

Para entender el asesinato de Carrero Blanco -y la participación en él de ETA- y las teorías que envuelven al suceso, es menester realizar una digresión sobre otras relaciones de la Cía. Ésta no sólo mantenía contactos regulares con los servicios españoles, sino que –lógicamente- jugaba a varias cartas. No son tan conocidas, pero sí que están bien documentadas, las relaciones norteamericanas con los nacionalistas vascos tras la Guerra Civil española. El nacionalismo vasco, tras su derrota, había intentando un entente con el mismísimo Hitler, para que apoyara su causa ya prácticamente perdida. Ante el fracaso de las negociaciones, se volcaron con los que ya se perfilaban como vencedores de la Segunda Guerra Mundial. Por eso, el “gobierno vasco en el exilio”, estuvo en Nueva York durante años (la lógica mandaba que estuviera en Francia o Inglaterra). El PNV, en parte por convencimiento, en parte porque no le quedaba más remedio para sobrevivir, ofreció a muchos de sus militantes más fieles en el exilio al Office of Strategic Services (OSS) norteamericano. Esta organización era la antecesora de la Cía.

El gobierno de Estados Unidos se encontró, de golpe, con el entusiasmo de miles de vascos en el exilio americano, profundamente anticomunistas y que hablaban perfectamente el castellano, dispuestos a hacer de agentes de información en toda Hispanoamérica. Todo ello lo hacían con la convicción de que Estados Unidos haría caer el régimen de Franco y permitiría una especie de Confederación Ibérica donde saciar sus convicciones nacionalistas. Estos hechos quedan suficientemente documentados en, por ejemplo, la obra de José Díaz Herrera, Los Mitos del nacionalismo vasco, 2005, o en su Historia del País Vasco en 10 volúmenes. Hoy nadie puede dudar de que el legendario Lendakari, José Antonio Aguirre, y sus hombres se echaron en brazos de la recién nacida Cía y otros servicios de inteligencia a lo largo de más de dos décadas. Por si hubiera dudas, Xabier Arzalluz, en su biografía autorizada, a cargo de Javier Ortiz (Arzalluz: Así fue), reconoce cómo Aguirre puso a hombres de confianza como Pepe Michelena a disposición de los Gobiernos de Washington y Londres.

Ya apuntamos en un post anterior que: El 14 de setiembre de 1972, en un hotel de Madrid, un desconocido entrega al etarra Joseba Mikel Beñaran Ordeñana, Argala, un mensaje sin remitente. Le había dado contacto un amigo del ámbito nacionalista cuyo protagonismo permanece en la sombra. Es casi más que seguro que los viejos contactos del PNV con los servicios secretos norteamericanos permitieron que éstos pudieran contactar con ETA. En el sobre venían datos del objetivo: el Almirante Luis Carrero Blanco. Según Pilar Urbano, reafirmando esta tesis, la Cía orienta a ETA hacia Carrero a través de los servicios secretos del PNV. La conexión se establecía mediante “personas de arraigada confianza para la CIA que eran también de arraigada confianza para ETA”.