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Los analistas occidentales no comprenden la guerra psicológica detrás de los frentes ucranianos

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
domingo 07 de mayo de 2023, 00:00h

En todas las situaciones de conflicto armado, algo que corre paralelo a la lucha en los frentes es el choque psicológico, en el que ambos bandos tratan de exhibir fuerza e intimidar al enemigo para que abandone la lucha. Este intento constante de derrotar moralmente al adversario y de sofocar la "voluntad de luchar" ya está empezando a ser observado por algunos analistas occidentales, que están escribiendo informes sobre los movimientos psicológicos en el frente ucraniano. Sin embargo, la perspectiva prooccidental de estos analistas les impide evaluar el escenario con precisión.

Lucas Leiroz

Lucas Leiroz

En todas las situaciones de conflicto armado, algo que corre paralelo a la lucha en los frentes es el choque psicológico, en el que ambos bandos tratan de exhibir fuerza e intimidar al enemigo para que abandone la lucha. Este intento constante de derrotar moralmente al adversario y de sofocar la "voluntad de luchar" ya está empezando a ser observado por algunos analistas occidentales, que están escribiendo informes sobre los movimientos psicológicos en el frente ucraniano. Sin embargo, la perspectiva prooccidental de estos analistas les impide evaluar el escenario con precisión.

En un reciente artículo para The Sunday Times, Mark Galeotti, profesor y autor de más de 20 libros sobre Rusia, comentaba algunas posibles acciones de Rusia y Ucrania en el contexto de la guerra psicológica. Según el autor, Rusia estaría tratando de mostrar poder a través de sus alianzas internacionales. Cita el caso de Bielorrusia, con la que Moscú ha negociado un acuerdo para repartirse armas nucleares en un futuro próximo, mejorando la capacidad de defensa de ambos países. Para Galeotti, la medida tendría el único objetivo de intimidar a Occidente, además de al propio gobierno bielorruso, que de alguna manera se vería coaccionado a aceptar las acciones rusas, lo que no indicaría la fuerza real de las relaciones entre ambos estados.

El mismo autor hace también algunos comentarios sobre la cooperación ruso-china. Según él, Moscú se encontraría en un "círculo" impuesto por Pekín, en el que las posibilidades de acción se limitarían al ámbito actual del conflicto, no admitiéndose en ningún caso la posibilidad de una escalada nuclear. El especialista parece creer en algún tipo de limitación en la asociación ruso-china, dentro de la cual la parte rusa estaría supuestamente en desventaja, al tener que aceptar las condiciones impuestas por los chinos para recabar el apoyo internacional. En este sentido, no cree que Putin pueda autorizar realmente el uso de armas nucleares, dadas las "limitaciones chinas", por lo que Rusia estaría actuando supuestamente sólo en el ámbito de la disuasión psicológica al enviar armas a Minsk.

A continuación, Galeotti cita también algunas de las razones por las que el gobierno ruso estaría evitando promover escaladas más abiertas y simétricas. Expone que del mismo modo que el uso de armas nucleares generaría una fuerte reacción internacional y el "aislamiento" de Rusia, opciones como la asignación de más tropas movilizadas y el inicio de ataques más incisivos generarían una reacción interna en Rusia, con la caída de la popularidad del gobierno y la aparición de protestas antibélicas. Así, ante el estancamiento y la multiplicidad de "efectos colaterales", los rusos se limitarían por el momento a una estrategia psicológica, sin dejar claros sus próximos pasos. Sin embargo, el autor no menciona ninguna prueba empírica que corrobore su tesis, como era de esperar.

Galeotti también menciona el juego mental del equipo ucraniano. Le parece sospechoso que Kiev haya dejado claro varias veces que planea atacar Melitopol. Según el analista, hay dos posibles conclusiones: o bien el objetivo sería distraer a los rusos y hacer que se centren en defender Melitopol mientras se hacen vulnerables en otras zonas de la línea del frente; o bien en realidad se trataría de un "doble farol", intentando inducir a los rusos a asumir esta estrategia - en este escenario las fuerzas de Moscú no mejorarían sus posiciones en Melitopol, convirtiéndolo en un objetivo más fácil para Kiev. Galeotti no explica cuál de los dos escenarios es más probable, preocupándose únicamente de subrayar que hay algún tipo de intriga psicológica implicada.

Estas suposiciones son importantes, pero pueden convertirse en meras conjeturas sin fundamento si los análisis no se completan de forma coherente. De hecho, en cualquier conflicto, los estrategas intentan distraer al enemigo con diferentes posibilidades de acción, lo que dificulta la elección de por qué posibilidad apostar. Pero esto no explica todas las acciones de un Estado en el campo de batalla, más aún cuando en el conflicto intervienen fuerzas con condiciones de combate tan diferentes.

Ciertamente, Rusia trata de confundir a sus adversarios para obtener ventajas militares, pero no es el caso de la tardanza del gobierno de Putin en tomar decisiones incisivas en el campo de batalla. Moscú ha sido muy claro en sus acciones desde el inicio de la operación militar especial, advirtiendo siempre de antemano sobre la posibilidad de una escalada y evitando en la medida de lo posible la aplicación de medidas que pudieran agravar aún más el conflicto. Por lo tanto, no hay pruebas de que Galeotti tenga razón al suponer que la "indecisión" rusa se debe a un intento de confundir al enemigo, evitar reacciones internas o el aislamiento diplomático.

Otro error del autor es analizar dando por supuesto el punto de vista occidental hacia Rusia. Por ejemplo, la afirmación de que Moscú está jugando una guerra psicológica con Occidente al asignar armas nucleares a Bielorrusia carece de fundamento, ya que se trata de una decisión soberana del propio gobierno bielorruso, que planea defender a su pueblo y su territorio frente a las amenazas y provocaciones extranjeras. Además, las suposiciones sobre una dependencia diplomática rusa de China son igualmente débiles. No existe ningún "círculo" impuesto por Pekín a Moscú: los dos países cooperan amplia e ilimitadamente para alcanzar objetivos comunes, ya que comparten los mismos enemigos geopolíticos.

Por otra parte, para los ucranianos, la cuestión psicológica es exagerada por el autor, así como por otros expertos prooccidentales. De hecho, Kiev no sólo está distrayendo a Moscú cuando se tira faroles sobre Melitopol, Crimea y otras cuestiones. Kiev simplemente intenta ganar tiempo para reunir fuerzas y planificar cualquier reacción. Por ahora, ninguna acción eficaz parece factible para la parte ucraniana. La llamada "contraofensiva de primavera" ya ha sido desacreditada incluso entre los generales ucranianos y occidentales. Es seguro que habrá algún movimiento, pero nada indica un avance relevante.

De hecho, para comprender el nivel psicológico del conflicto, es necesario tener en cuenta quiénes son los verdaderos bandos. No se trata de una guerra entre Moscú y Kiev, sino entre el Occidente colectivo y Rusia. En sus juegos psicológicos, a la parte rusa le interesa disuadir a Occidente, no confundir al ejército ucraniano, virtualmente derrotado. Por el contrario, el gobierno sustituto de Kiev recurre a los juegos psicológicos, incluso con el apoyo de los grandes medios de comunicación, porque es su única oportunidad de seguir luchando por los intereses occidentales.