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El acuerdo entre Irán y Arabia: ¿otra tregua más?

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
lunes 17 de abril de 2023, 19:00h

El reciente acuerdo entre Irán y Arabia es uno de los acontecimientos que mayor debate está generando tanto a nivel académico como mediático. Mientras unos lo ven como el nacimiento de una nueva era en Oriente Medio, otros opinan todo lo contrario. Es más, lo consideran como un episodio más del eterno tira y afloja que ambos países mantienen, al menos, desde la Revolución Iraní (1979).

Jad el Khannoussi

 


 

Jad el Khannoussi

El reciente acuerdo entre Irán y Arabia es uno de los acontecimientos que mayor debate está generando tanto a nivel académico como mediático. Mientras unos lo ven como el nacimiento de una nueva era en Oriente Medio, otros opinan todo lo contrario. Es más, lo consideran como un episodio más del eterno tira y afloja que ambos países mantienen, al menos, desde la Revolución Iraní (1979).

Ya sean conclusiones triviales o alarmantes, lo cierto es que el pasado 10 de marzo, una delegación tripartita celebrada en Beijín anunció una reconciliación. Ello supuso el broche final al proceso de intensas negociaciones que llevaban sosteniendo alrededor de dos años, y cuyo debate no hizo más que intensificarlas, pues estamos ante un acuerdo del que, hasta el momento, desconocemos sus detalles por completo.

Los dos países dejaron muy claro su mutuo reconocimiento a la soberanía de cada uno, así como la no injerencia en los asuntos internos de uno y de otro, además de la apertura de las respectivas embajadas el próximo mes de mayo. Al mismo tiempo, mostraron su disposición a activar el Acuerdo de Cooperación y Seguridad firmado entre ambos en 2001, y también, el Acuerdo General de Cooperación (en materia de economía, tecnología, ciencia, etc.) de 1998. Asistimos, por tanto, a un momento histórico que puede alterar  por completo los mapas geoestratégicos de la región, si entre ambos concurre una buena predisposición para firmar el acuerdo. Pero, como viene siendo norma habitual, existe el riesgo de que todo el proceso quede reducido a una mera rutina diplomática, y que rápidamente resulte archivado como uno de tantos arreglos, semejantes a los anteriores. Ahora bien, llama poderosamente la atención el momento de su firma, siete años después de la ruptura diplomática. Y, sobre todo, el lugar donde se celebró: China, insólito en la historia de una región habituada (al menos, durante en las últimas décadas), a que se lleven a cabo dichos procesos de negociación con la inexcusable presencia del máximo mandatario de Washington.

El hecho de que el acuerdo se celebrase en Beijín obedece al peso geopolítico que el país asiático ejerce sobre ambos, con especial atención sobre Irán, por el volumen de las inversiones chinas allí, además de la posición importante que Teherán ocupa en la nueva Ruta de la Seda. Al mismo tiempo, China importa alrededor del 50% del petróleo de la región del Golfo. Y, además, aspira a invadir sus mercados, a fin de encontrar otras alternativas, en el caso de que hubiera sanciones occidentales que, al parecer, cada vez aceleran más su llegada. Por tanto, no resultaría sorprendente contemplar, en un futuro no muy lejano, cómo irá creciendo la actividad diplomática china en varios puntos del planeta. Es decir, que ya no se limitará a los acuerdos económicos que caracterizaron hasta el momento su política exterior. Por ello, podemos afirmar que el presente acuerdo constituye para China su primer éxito diplomático. Un triunfo del que sembró sus semillas el presidente Xi Pin durante su última visita a Arabia el pasado mes de diciembre, cuando el mandarín chino incitó a ambos países a iniciar una nueva época de relaciones después de siete años de ruptura diplomática. Todos estos logros harán posible que Beijín obtenga una mayor credibilidad en la escena política internacional, especialmente, si este acuerdo llega a dar sus frutos.

Si analizamos el recorrido histórico de las relaciones entre Irán y Arabia, apreciamos un tono marcadamente conflictivo, muy arraigado en el tiempo. En otras palabras, asistimos a un verdadero choque entre dos mentalidades y sus maneras de concebir la civilización. Ambos países han mantenido abiertos muchos frentes de conflicto: Irak, Líbano y, sobre todo, Yemen. Incluso, el país persa logró penetrar hasta el corazón wahabita. Muy posiblemente, el objetivo final de los iraníes sea despojar a Arabia de su centro dogmático (las dos ciudades santas del islam), que permita a Teherán ejercer un liderazgo espiritual en el mundo musulmán. Un proyecto que aumentó sus posibilidades de éxito tras sus victorias precedentes en la geopolítica regional durante de las dos últimas décadas, sobre todo, gracias a su colaboración en las invasiones norteamericanas de Afganistán e Irak. Toda esa carga precedente provoca que el enfrentamiento esté muy presente y de máxima actualidad. Y, por descontado, que no deje de proyectar su alargada sombra sobre el futuro más inmediato, no solamente a nivel regional, sino también global. Hablamos de dos países que son pilares fundamentales en Oriente, una de las zonas más calientes, a nivel de conflictos bélicos, de todo el planeta. Tan oscuro panorama hace que cualquier intento de acercamiento diplomático entre ambos, sólo sea producto del deseo y la imaginación. Entonces, ¿cuáles son los motivos que llevaron a ambos a firmar dicho acuerdo? Y, sobre todo, ¿cuáles van a ser sus consecuencias sobre la región árabe?

Para entender bien un proyecto, un acuerdo, o cualquier otro acontecimiento político, resulta imprescindible examinar lo que sucedió antes, para así pronosticar lo que vendrá después. Durante los últimos meses, ambos países han atravesado por momentos muy complicados, hasta el punto de poner en cuestión su estabilidad. Los ayatolás se enfrentan a una oposición interna sin precedentes, el nivel del descontento social crece cada día más, acompañado por las voces de minorías que reclaman unos derechos ignorados por la cúpula gubernamental iraní. No olvidemos que el país persa es un mosaico de etnias, la mayoría de ellas, sometidas por el régimen, en especial, la región árabe del Ahwaz. Desde Teherán, el discurso oficial sostiene la existencia de unas largas manos exteriores, que alimentan y explotan las protestas para socavar así su régimen. Puede tener o no su parte de razón, pero lo cierto es que en las capitales occidentales no existe la intención de derrocar al régimen iraní. Se trata, más bien, de que siga ejerciendo su rol en la denominada estrategia norteamericana del “Caos constructivo”, que ha sumergido a la región en una interminable serie de confrontaciones entre etnias y clanes. Una estrategia que agrietó la unidad social y política de los países de Oriente. Los casos de Irak o Yemen, entre otros, serían claros ejemplos. Un entorno muy inestable que beneficia a Israel, situado en la cartografía de las etnias, y que legitima su presencia en la región. Además, desde una óptica geopolítica, Irán se asoma ya como un país muy importante para las grandes potencias que aspiran a controlar el mundo árabe-islámico. El país persa constituye una muralla infranqueable ante cualquier posible alianza de los países musulmanes. Los sunníes separan la parte árabe de la asiática musulmana, el mismo rol que ejerció en su momento contra la URSS, cuando el intento soviético de llegar hasta las aguas del Índico. La opinión pública mundial sabe que, para las grandes potencias, la mayor amenaza geopolítica que temen es una alianza entre los países musulmanes, no necesariamente bajo la bandera de un califato, sino simplemente, que sean Estados independientes y puedan tomar sus propias decisiones. Un objetivo que, a día de hoy, parece todavía muy lejano. Ha habido algunos intentos, como el último de Morsi en Egipto, pero ya conocemos el final de estos episodios. Partiendo de esta preocupación, podemos entender la guerra desatada en contra de Erdogan. El país turco se está liberando de las ataduras que les impusieron en los Acuerdos de Lausana (1923), y la continuidad del proceso depende en gran medida del próximo 14 de mayo, si el actual presidente resulta o no reelegido. Por ahora, no existe ninguna pretensión de cambio de régimen en Teherán, ni tampoco un conflicto bélico contra el país persa. Quien piense lo contrario, desconoce la geografía y la historia de la región.

La reconciliación con Arabia supone un balón de oxígeno para el gobierno iraní, especialmente en el ámbito económico, pues le permite mantener el flujo de petróleo hacia el exterior, sobre todo por el golfo de Hormuz, la única ruta de que dispone Teherán para suministrar sus hidrocarburos y así poder hacer frente a sus retos y desafíos internos. En este sentido, causa hilaridad cuando en numerosas ocasiones el régimen iraní advierte sobre cierre del canal de Hormuz. Una decisión de este calibre supondría el fin del mismo Irán, pues depende casi en exclusiva de su venta de sus recursos naturales al extranjero.

Por su parte, Arabia, que permanecía hundida en las arenas yemeníes, aspira ahora a que, al menos, se detenga la lucha que le está desgastando, tanto económica como militarmente. Una situación muy grave, que impacta de lleno sobre su seguridad nacional, especialmente, cuando el príncipe Ben Salman aspire a una transición pacífica para su reinado. En Reyad son conscientes del peso que tiene Irán sobre los hutíes, y su capacidad para maniobrar a las minorías chiíes en el interior de su propio territorio. Sin olvidar que el país wahabita aspira a que China ejerza el rol de agente protector, en el caso de que se deterioraran sus relaciones con Washington.

Precisamente, EE UU es otra potencia implicada directamente en el acuerdo, y su política intervencionista resultó nefasta para la región. Se sabe el control que todavía ejerce sobre estos países, especialmente, sobre sus dirigentes. Y, posiblemente, Washington esté al día de los contenidos de dicho acuerdo, por más que cada día lo niegue. Una situación semejante ocurrió cuando Arabia lanzó su ofensiva en Yemen (la “tormenta decisiva”), cuya resolución fue tomada desde la capital norteamericana. Además, la Casa Blanca utiliza la táctica de apaciguar por un tiempo los conflictos regionales, como en el caso de Arabia e Irán, para poder dedicarse en exclusiva a China. Desde la capital norteamericana se aspira, por un lado, a crear un bloque islamista contra Beijín y asediarla en el Asia Central (la retirada en Afganistán fue el primer paso de esa estrategia de gran dimensión). Y por el otro, incrementar su cerco en el mar de China.

Por tanto, basándonos en todo lo analizado, en ningún momento podemos hablar de un acuerdo político. Se trata, más bien, de una simple declaración de intenciones, como resultado de ciertas transformaciones por las que hoy atraviesa el mundo, desde el inicio de las operaciones militares rusas en Ucrania. Si examinamos el acuerdo, en ningún momento se mencionan los asuntos conflictivos, ni tampoco hallamos puntos de convergencia, sólo referencias al cumplimiento de los dos acuerdos mencionados. El grado de discrepancia existente entre los dos países es enorme, y muy arraigado en el tiempo. En realidad, ambos sólo intentan ganar tiempo y aprovecharse de la situación actual lo máximo posible.

Irán es un país que se caracteriza por tomar siempre la iniciativa. Por ello, en ningún momento podemos comparar la mentalidad estratégica iraní, muy activa y con altas dosis de pragmatismo geopolítico, con la de Arabia, habituada a reaccionar solo ante los hechos consumados, y buscando refugio en el exterior. Teherán interviene en la región a través de sus milicias, las cuales han derramado ya mucha sangre, además de intentar cambiar la demografía de algunas regiones, como el caso de Siria o Irak. En este aspecto, sus dirigentes no se cansan de repetir constantemente que controlan cuatro capitales árabes: Bagdad, Damasco, Beirut y Sana’. Por tanto, si no cesa esta estrategia (un propósito, por ahora, inimaginable), hablar de un acuerdo parece un tanto precipitado, y el intercambio entre embajadas y la reanudación oficial de sus relaciones no pondrán fin a las profundas contradicciones que reinan entre ambos. La política de Irán se asienta sobre unos parámetros muy sólidos, y, además, su proyecto regional hegemónico excluye al otro (en este caso, al árabe) por completo. El objetivo final de Irán resulta muy evidente: revivir el imperio persa, pero esta vez bajo un velo chií. Aunque, en más de una ocasión, contradicen este propósito, como en el caso de su apoyo a Armenia, un país católico en lucha contra Azerbaiyán, supuestamente un país chií. A todo ello se añaden sus mensajes antiamericanos e israelíes, quienes les otorgaron cierta legitimidad y popularidad en las sociedades de la región, aunque luego los acontecimientos vividos allí, al menos desde la invasión norteamericana de Irak, han ido desvelando el grado de colaboración y los acuerdos tácticos que mantienen los tres.

Los iraníes son maestros en el juego del ajedrez (en este caso, trasladado al tablero de la geopolítica) y saben gestionar muy bien los tiempos. Sin ir más lejos, cuando en 1988 pactaron con Irak un alto el fuego, inmediatamente lo violaron, cuando constataron que la coalición internacional ya tenía decidido bombardear Irak en 1991 (directriz autorizada en la doctrina exterior Um al-Qura, del profesor Ali Lariyaní, y ratificada en su nueva estrategia exterior de 2020). El futuro se presenta ciertamente complicado. Irán no va a prescindir de su proyecto Mahdawi. Los iraníes lo tienen muy claro. Uno de sus objetivos fundamentales es apropiarse de la región del Golfo, un espacio que para ellos resulta vital, sabiendo que otros puntos del planeta, como el Asia Central o el Cáucaso, por el momento, les resulta imposible, debido al enorme interés que para Rusia o China despiertan estas regiones. Y en el imaginario iraní, el mundo árabe islámico debe estar bajo la batuta del Wali. En Arabia conocen bien las dimensiones que encierra este problema, y ante un posible cambio de inquilino en la Casa Blanca, volverán ciegamente a la órbita norteamericana. En la capital wahabita son conscientes de que la actual Administración norteamericana prioriza su acuerdo con Irán, por ese motivo, no incluyeron a las milicias de este país en su lista de terroristas internacionales. Por su parte, el príncipe Ibn Salmán, una vez afianzado su poder, se inclinará por completo hacia Israel, es decir, dará el mismo paso que siguieron, y seguirán dando, el resto de regímenes árabes.

En fin, podemos afirmar que nos encontramos ante una simple tregua, que pronto, de nuevo estallará, por más que intercambien sus embajadas que, en realidad, no es más que un ritual diplomático. Existen demasiadas diferencias entre ambos países, unos desacuerdos que requieren décadas para posibilitar un acercamiento y, sobre todo, un profundo cambio de mentalidades para resolverse, y no simplemente una cumbre bilateral. Los dos países comparten una historia profunda y muy conexionada, y en una situación semejante el grado de diferencia entre ambos resulta aún mayor. Irán ejerce a las mil maravillas lo que se conoce como Taqiyya (el arte del disimulo). De ningún modo va a poner fin a sus milicias armadas, ni tampoco va a prescindir de un proyecto hegemónico que lleva trazando desde hace siglos, aunque es cierto que desde 1979 ha adquirido connotaciones más serias, conociendo que los países del Golfo son muy débiles, y ni siquiera gozan de su reconocimiento como Estado. Por ello, el régimen de Arabia sabe que su permanencia en el poder depende, en gran medida, de Washington, o quién sabe, si mañana de China. Son estos grandes ideales, y sus ulteriores confrontaciones, los que hunden cada día más al mundo islámico. Ambos regímenes, al igual que el resto que abarca esta amplia zona geográfica, están fuera del curso de la historia, con sus ancestrales creencias en mitos y utopías que el tiempo se ha encargado de superar. Entre Irán, los países árabes e incluso Turquía, permanecen vigentes unos lazos históricos, culturales y geográficos muy resistentes. Si hay buenas intenciones entre todos y, sobre todo, políticas de unidad y mutua comprensión, podría cambiar no sólo el mundo islámico sino la propia historia humana. Ahora bien, un presupuesto resulta básico y fundamental: sin la cooperación entre todos, el mundo musulmán seguirá estancado, o aún peor, en retroceso. Una situación que, con total seguridad, otras potencias aprovecharán. Porque la cultivan a diario, para prolongar todavía más su dominio sobre este auténtico tesoro geoestratégico.