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La sociedad totalitaria del espectáculo

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
jueves 07 de abril de 2022, 21:00h

 La imposibilidad de distinguir la realidad del mundo con respecto de su narrativa mediática es, una vez más, lo que garantiza el cariz perdurable de un engaño tanto más difícil de desenmascarar cuanto más falta el contacto concreto con la "realidad real". En la apoteosis de la virtualización del ser, el sistema mediático ya no consiste en un medio que narra el mundo, sino que es, de hecho, el mundo mismo. Es lo que Baudrillard llamó le crime parfait: la superposición de los medios de comunicación sobre la realidad va acompañada de una definición muy alta del medio, que corresponde a una definición muy baja del mensaje. En efecto, al igual que la caverna de Platón, la variante posmoderna que es la sociedad regida por el simulacro y lo virtual se caracteriza por ser un espectáculo permanente o, según la fórmula de Debord de La Société du spectacle, por ser una "inmensa acumulación de espectáculos" (§ 1): en cuyos espacios lo vivido y lo experimentado son desposeídos en beneficio de la representación y la puesta en escena.

Diego Fusaro

Diego Fusaro

Traducción: Carlos X. Blanco

La imposibilidad de distinguir la realidad del mundo con respecto de su narrativa mediática es, una vez más, lo que garantiza el cariz perdurable de un engaño tanto más difícil de desenmascarar cuanto más falta el contacto concreto con la "realidad real". En la apoteosis de la virtualización del ser, el sistema mediático ya no consiste en un medio que narra el mundo, sino que es, de hecho, el mundo mismo. Es lo que Baudrillard llamó le crime parfait: la superposición de los medios de comunicación sobre la realidad va acompañada de una definición muy alta del medio, que corresponde a una definición muy baja del mensaje. En efecto, al igual que la caverna de Platón, la variante posmoderna que es la sociedad regida por el simulacro y lo virtual se caracteriza por ser un espectáculo permanente o, según la fórmula de Debord de La Société du spectacle, por ser una "inmensa acumulación de espectáculos" (§ 1): en cuyos espacios lo vivido y lo experimentado son desposeídos en beneficio de la representación y la puesta en escena.

Lo real no debe entenderse en ningún caso como una alteridad con la que lo virtual está en una relación imitativa más o menos estrecha, según el caso. Por el contrario, lo real debe resolverse sin reservas en una producción de lo virtual mismo, de modo que las dos instancias se dan plena identidad: y lo virtual se convierte, de este modo, en lo único real, saturando sus espacios. En el triunfo de la díada de los simulacros y la simulación evocada por Baudrillard, ya no debe haber otra realidad, otra verdad y otra existencia que los flujos de imágenes que la sociedad del espectáculo hace fluir en sus pantallas, falsificando completamente la vida social, entreteniendo a los posmodernos encadenados e induciéndolos a amar su propia cautividad a través del espectáculo. La "sociedad del simulacro", como la llamó Perniola, corresponde al mundo convertido en fábula, donde la plenitudo essendi de lo real es sustituida por la ?????? organizada por los modernos sofistas tecnócratas y los ciudadanos conscientes y activos son desposeídos por los manipulados y pasivos televidentes.

Por lo tanto, salir de la cueva significa también liberarse de la autoridad "posicional" de quienes controlan los medios de comunicación y, por lo tanto, gobiernan la información que reciben los presos. Al mismo tiempo, significa dejar de aceptar que las condiciones estructurales -estar en el fondo de la cueva o en su entrada- legitiman implícitamente formas de autoridad cultural "desde arriba". El reino del globalismo capitalista, en el que los simulacros se han autonomizado y han desbancado a lo real - "el mundo autonomizado de la imagen" evocado por Debord (§ 2)- es el reino de la acumulación capitalista y de su fetichismo coesencial llevado a su máximo grado de extensión (la planetarización) y de intensidad (la mercantilización de todo el imaginario). El vector privilegiado de lo que se ha definido como dominación cultural, el espectáculo permanente que, sin menguar nunca, ocupa todos los rincones de la caverna global, coincide plenamente con el capital que se ha convertido en ab-solutus, "realizado" porque ahora está "liberado" de toda restricción material e inmaterial superviviente.

Parafraseando a Debord, el espectáculo imperante en la caverna global coincide con el capital que, correspondiendo perfectamente a su propio concepto, se convierte en imagen y reduce el ser en su totalidad a un espéculo en cuya superficie se refleja tautológicamente y sin zonas libres. Esta es la esencia del flamante mundo de la cosificación integral, un único campo de concentración que, parafraseando a Adorno, se cree un paraíso porque no hay nada realmente existente que se le pueda oponer.

Se alcanza así el cenit del fetichismo. Lo no vivo, la acumulación cósica de mercancías, se autonomiza y se convierte en un espectáculo permanente. De este modo, logra esa inversión de Sujeto y Objeto en virtud de la cual los muertos dominan ahora a los vivos, la cosa a lo humano, el producto al productor. El espectáculo de la caverna tiende, por esta misma razón, a redefinirse en los términos de la cámara oscura planteada por Marx y Engels: su prerrogativa es mostrar de forma invertida lo real que reproduce, presentando las sombras ideológicas como autónomas y como determinantes de las acciones humanas de las que esas mismas sombras surgen. Las dos funciones, puestas de relieve por Diderot, del espectáculo que, a espaldas de los espectadores desprevenidos, gestionan en el anonimato los viejos y los nuevos sofistas, están co-presentes en la realidad actual, totalmente mediatizada. Por un lado, como en la descripción de Platón, el espectáculo despierta la fortísima ilusión de que el simulacro es lo real y de que no hay otro real aparte del simulacro (lo percibido se erige solo en realidad): las sombras sustituyen a la luz y los espectadores de la caverna no tienen otro marco cognitivo que el que les forja la sociedad del espectáculo y sus titiriteros.

Al igual que en la narrativa platónica, el espectáculo proyectado en las paredes de la cueva no hace sino repetir, en formas simuladas de pluralismo, que el espacio de la cueva es el único y que coincide con el mejor mundo posible, y el único. De este modo, el espectáculo desempeña efectivamente la función de "discurso ininterrumpido" y de "monólogo laudatorio" -palabra de Debord- que la relación de poder realmente dada mantiene sobre sí misma, para legitimarse eliminando la posibilidad de conceptualizar cualquier alternativa posible. Tal es la esencia - "el autorretrato", escribe Debord (§ 24)- del poder tecno-capitalista, que ha logrado su administración total de las condiciones de existencia y del imaginario. Según la enseñanza de la Histoire de la propagande de Jacques Ellul, "la propaganda debe ser total", es decir, tal que emplee todos los medios y asfixie cualquier espacio de autenticidad, al igual que en la guarida platónica. Por otra parte, el espectáculo entretiene y divierte, distrae y tranquiliza, según el doble y sinérgico sentido del divertissement ya investigado por Pascal. Es más, genera adicción y crea las condiciones de dictadura propias de la sociedad de masas ya esbozadas, con mirada profética, por Tocqueville, cuando imaginó los rasgos con los que se presentaría el nuevo despotismo (sous quels traits nouveaux le despotisme pourrait se produire dans le monde) o, si lo preferimos, la nueva caverna del encierro humano con espectáculo y disfrute incorporados.

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