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Afganistán: El pantano occidental, “salvador de la Humanidad”, sufre una derrota humillante, ignominiosa y bochornosa

Por Elespiadigital
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infoelespiadigitales/4/4/19
martes 17 de agosto de 2021, 00:20h

Observen la imagen… caras sufridas, serias, aspecto triste, ropas tradicionales, ausencia de ostentación, sencillez, transmiten fortaleza y determinación. No hacen aspavientos ni gritan histéricamente por su éxito. Son los comandantes talibanes que ha conquistado Kabul para su causa tras 20 años de guerra, sufrimientos y horror…  En su concepción del mundo, han liberado a su Patria de la ocupación extranjera. No hay nada de frivolidad, lujo o exaltación. Sus rostros y actitudes son todo lo contrario de esas caras de gilipollas que vemos a diario en las televisiones occidentales.

Como contraste, las imágenes de los helicópteros Chinook estadounidenses despegando de la embajada de Kabul evocaron las del 29 de abril de 1975 cuando al último helicóptero americano despegó del tejado de la embajada yanqui en Saigón. Fue la imagen de una derrota que se ha repetido 46 años después. Hubo ese día otra foto menos conocida, pero igual de simbólica. La de los marineros del USS Okinawa tirando helicópteros al mar desde la cubierta del buque para hacer espacio al resto de helicópteros llenos de refugiados vietnamitas que todavía quedaban por llegar. Esta vez hemos visto a refugiados afganos caer desde los aviones en el aeropuerto de Kabul.

Ahora llega el momento de rasgarse las vestiduras, de lloriquear por las mujeres y las niñas afganas, de rogar por aquellos que trabajaron para  los “aliados” (para los talibanes eran los que colaboraban con los invasores), de apelar a la democracia, a la “inclusividad”, a los “valores” de la “comunidad internacional” (la de los ocupantes), la lucha contra el terrorismo (la excusa para la invasión) y demás “argumentos” con los que tapar la humillante derrota sufrida por la coalición militar más potente del mundo frente a unos pastores desgarramantas armados con fusiles y lanzagranadas.

Los voceros de la ocupación por 20 años de Afganistán quieren ahora que olvidemos los 150.000 civiles afganos muertos, cientos de miles de heridos, millones de desplazados, los bombardeos norteamericanos reventando a hombre, mujeres y niños en bodas y banquetes, como se expoliaban las riquezas del país, como los mercenarios de las contratas privadas occidentales imponían el terror allanando de madrugada las casas de los civiles, como montaron una industria de distribución de heroína a nivel mundial con la vista gorda de las fuerzas de ocupación, como se intentó “occidentalizar” un pueblo con unas identidades muy particulares, para nosotros bárbaras, pero que eran históricamente las suyas. El que tenga paciencia y quiera horrorizarse, que repase 20 años de hemeroteca…

A todo ello hay que añadir las muertes de soldados occidentales, los heridos y mutilados, el gasto económico, la inestabilidad de todo el Asia Central, el desprestigio internacional y la evidencia de que la potencia occidental es, como decía Mao, un tigre de papel… Todo para una guerra que cualquier analista serio daba por perdida hace más de una década.

Más memoria

Machaconamente, no dejan de repetirnos en estas horas y días lo malo que son los talibanes. Ya lo sabemos. Fanáticos islamistas que viven en la premodernidad, con todo lo que ello implica. Pero hagamos más memoria…

En los años 70 había un régimen socialista en Afganistán apoyado por la Unión Soviética. Las mujeres podían vestir como quisieran, podían salir solas, viajar, estudiar en la universidad, la red está llena de fotos como ejemplo. Frente a ese régimen sostenido por Moscú, que también cometió graves errores, se levantaron los mujahidines islámicos que no tardaron en encontrar el apoyo de Occidente.

El 26 de diciembre de 1984 afirmaba el presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, en un celebrado discurso: "... Los luchadores por la libertad afgana - Mujahideen - nos recuerdan a diario que el espíritu humano es firme e inquebrantable, y que la libertad no es fácil robarle a las personas que están decididas a defenderla. El pueblo afgano está escribiendo un nuevo capítulo en la historia de la libertad. Los americanos saludamos su magnífico coraje...". Y Reagan le espetaba estas apalabras a los soviéticos “Creen que el apoyo que el mundo libre ha proporcionado a los luchadores libres disminuirá. Ahora los soviéticos están cortando la vida de los luchadores por la libertad, y aunque los mujahidines nunca pueden darse por vencidos, los soviéticos pueden tener un control indudable sobre el país. Toda la nación se ahogará...".  Es hora de que ahora en Washington se apliquen estas palabras a sí mismos.

Los soviéticos salieron. Aún así, el régimen socialista resistió tres años más a los islamistas y solo cayó derrotado cuando el malnacido de Yeltsin retiró el apoyo ruso al gobierno de Kabul. Nada que ver con lo que estamos viendo ahora.

Luego vino la guerra civil, la llegada al poder de los talibanes con el Mullah Omar, la invasión norteamericana tras el 11-S y veinte años de ocupación colonial.

La victoria talibán

Un mínimo de honradez intelectual nos impide ocultarlo: Los talibanes han ganado esta guerra porque tenían una razón para luchar, para matar y morir, tenían fuerza espiritual, una causa, un horizonte… Y además han tenido inteligencia. Han sabido resistir, conseguir el equilibrio estratégico y esperar el momento preciso para dar el golpe definitivo y obtener una brillante victoria en una ofensiva relámpago que ha cogido desprevenidos a todos esos políticos occidentales, tan sabios ellos que no han sabido interpretar ni una sola de las señales que se venían haciendo evidentes desde que Biden anunció la retirada de las fuerzas de la OTAN.

¿Cómo ha podido ocurrir? ¿Quién financia a los talibanes? ¿Quién les apoya? Preguntas y más preguntas para intentar justificar la humillante derrota.

Ahora nos dirán que el Taliban vivía del comercio de la heroína. Pero la inmensa mayoría de la producción era enviada por funcionarios corruptos hacia Occidente, lavándose el dinero, en una buena parte, en Kosovo. ¿Eran los talibanes? No nos tomen por imbéciles. Lo que sí ha sido evidente es como el ya expresidente afgano huía a Tayikistán con coches llenos de divisas, en tal cantidad que no cabían en el helicóptero que le evacuaba y tuvieron que dejarlo tirado.

Según los servicios de inteligencia las fuerzas talibanes agrupaban a unos 100.000 combatientes dotados de una moral de combate reforzada por la ideología islamista radical. Pero solo con esa cantidad de combatientes no se gana una guerra. Es necesario algo que nos ocultan: un apoyo significativo del pueblo afgano, sobre todo en zonas rurales y fuera de la capital.

La diferencia en materia política entre los talibanes y otros grupos yihadistas es capital. El movimiento talibán no aspira a expandirse fuera de las fronteras de Afganistán, mientras que Al Qaida y Daesh predican un califato mundial y legitiman el terrorismo. Esa diferencia propició el acuerdo de 2020 entre Donald Trump, la OTAN y los talibanes, que establecía la retirada militar occidental de Afganistán a cambio de que este país no volviera a ser nunca más una plataforma para atacar a Occidente. Y seguro que los talibanes han aprendido las lecciones de los últimos 30 años.

Durante los veinte años de resistencia armada, los talibanes no han dejado de controlar una parte importante del territorio, factor que les ha dado acceso a recursos internos a través de un impuesto en cada fase de la producción y comercio, sea de drogas o de venta de minerales. En los territorios que han ido conquistando en los últimos años, han ido imponiendo un sistema de 'impuestos islámicos', como un 10 por ciento de las cosechas o un 2,5 por ciento de impuesto a la riqueza (zakat). Según Radio Free Europe, solo en 2020 los talibanes recaudaron 1.600 millones de dólares, una cantidad que les permite autofinanciarse sin necesidad de recurrir a la ayuda de otros países.

Fe, inteligencia y determinación, unido a la vieja estrategia de la guerra popular prolongada, son el secreto de la victoria talibán.

La OTAN y EEUU en su peor derrota militar

Ahora pueden vestirlo como quieran y buscar toda clase de justificaciones y excusas, pero el mundo entero ha visto las imágenes que llegaban desde la embajada de Estados Unidos en Kabul. Escenas que, como hemos señalado, recuerdan a la salida de Saigón de los diplomáticos norteamericanos en 1975, y EEUU ha vuelto a hacerlo, ha dejado abandonada a la población del “aliado” a su suerte. Eso sí, ya han bloqueado los fondos del Banco de Afganistán (a robar, que es lo propio) y amenazan con “sanciones”. Todo muy patético.

El fracaso en Afganistán, para humillación de la primera potencia militar, tampoco es ajeno al simbolismo de las fechas porque se produce a menos de un mes del vigésimo aniversario del 11-S.

El colapso del régimen impuesto por una potencia colonial y sus cómplices ha sido colosal. Hace una semana, ninguna de las 34 provincias afganas estaba en manos de los talibanes. Hace pocos días, la Inteligencia estadounidense daba un plazo de dos a tres meses para que Kabul, la capital del país, cayera en manos de los insurgentes. El domingo, el problema no era ya cómo proteger la capital, sino cómo evacuar al personal diplomático y militar occidental antes de que los talibanes se apoderen de su aeropuerto. Si la mejor Inteligencia del mundo, tras 20 años de presencia continuada en el país y con toda la información acumulada sobre el terreno, ha sido incapaz de prever que Afganistán caería en apenas una semana, ¿qué ocurrirá cuando Estados Unidos se enfrente a un enemigo de verdad?

También hace apenas unos días, Joe Biden decía estar seguro de que Afganistán no caería en manos de los 75.000 talibanes que forman el grueso de la insurgencia porque el país cuenta con 300.000 soldados "adiestrados por los Estados Unidos" y bien armados. A la hora de la verdad, esos soldados se han rendido al enemigo en cuanto lo han visto o, más grave aún, se han unido a él.

Estados Unidos ha caído en Afganistán por su incapacidad para generar siquiera un amago de Estado funcional en un país que nunca ha sido más que una amalgama de tribus mal avenidas. China y Rusia, con total seguridad, estarán tomando buena nota de lo ocurrido.

Los medios del Estado Profundo yanqui culpan ahora a Donald Trump como el que decidió abandonar Afganistán, pero en realidad, fue Barack Obama el que, en febrero de 2014, dio órdenes al Pentágono de preparar la evacuación "total" de las tropas. Pero lo que ha hecho Biden es ejecutar una evacuación caótica resultando en una desbandada dramática y de una cobardía bochornosa. Un presidente incompetente que ha volcado su propia responsabilidad en unos soldados afganos mal pagados a los que ha hecho responsables de defender un Estado inexistente frente a unos talibanes que ni siquiera todo el ejército americano, con su incontestable superioridad aérea y tecnológica, ha logrado derrotar, una espantada a la desesperada, que ha permitido el derrumbe del país en un tiempo récord y que ha dejado al personal militar y civil de las embajadas al pie de los caballos. Han hecho el más estruendoso de los ridículos.

Las consecuencias geopolíticas

El presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, ha abandonado el país en dirección a Tayikistán. Se prevé que los líderes gubernamentales que todavía permanecen en territorio afgano entreguen el poder a los talibanes en una escenificación más destinada a fingir una transición ordenada que a ejecutar un traspaso real de poderes, dado que este ya está siendo ejercido de facto por los insurgentes. Si los talibanes tienen la inteligencia de no interferir en los intereses rusos y chinos, Afganistán será suyo durante décadas.

Los costes de la ocupación occidental de Afganistán han sido descomunales. Le ha costado a Estados Unidos un billón de dólares, un año entero de PIB español, 2.312 vidas y decenas de miles de heridos. Hoy, el 55% de los americanos apoya la retirada del país.

Estados Unidos y la OTAN fueron una fuerza de ocupación colonial y nunca tuvieron un plan que fuera más allá de entrenar un ejército nacional afgano y financiar la creación de unas instituciones políticas (gobierno, parlamento, ministros) sin la menor conexión con la cultura y la sociedad de Afganistán.

Las consecuencias geoestratégicas de la retirada de los Estados Unidos son incontables. China y Rusia ocuparán el vacío dejado por los Estados Unidos.

¿Qué pretende China? La consolidación de un Estado antioccidental y enemigo declarado de India, su principal rival regional a medio y largo plazo. La garantía, además, de que no se atacará desde el país ninguno de sus intereses estratégicos y muy especialmente sus rutas comerciales y de suministro de energía. La promesa, también, de que los talibanes no alentarán ninguna revuelta uigur en China.

El Global Times, el órgano oficioso del Gobierno chino, editorializaba:  "Los soldados americanos han muerto por nada. Lo único que han conseguido es que muera más gente y que los contribuyentes americanos hagan aún más ricos a los magnates del complejo industrial-militar". Una verdad incuestionable que resuena también en la prensa y las sociedades europeas.

 

¿Qué interés tiene Rusia? Evitar la desestabilización de sus países vecinos, el principal de ellos Tayikistán. Pero, sobre todo, la consolidación de la idea de que el imperio americano ha empezado a desmoronarse y a mostrar sus primeras debilidades estructurales.

La salida de Estados Unidos de Afganistán es una derrota no tanto militar como civilizatoria que revela la incapacidad americana para defender las fronteras de su imperio. Es también una señal de debilidad que será convenientemente exprimida durante los siguientes años como prueba de que el siglo americano está llegando a su fin y de que Estados Unidos es un coloso con los pies de barro al que no le queda ya más remedio que aceptar la realidad de un mundo multipolar.

Pero la principal debilidad americana no es militar sino económica: la condición de moneda de referencia internacional del dólar estadounidense. Una realidad que depende enteramente de la percepción de Estados Unidos como potencia hegemónica. Si esa percepción se debilita con esta derrota, también lo hará el dólar. Y será el fin…

El papel de España

España fue empujada a intervenir en la ocupación de Afganistán por su pertenencia a la OTAN y su sumisión a la política exterior norteamericana.

España ha permanecido durante 19 años en Afganistán. Una misión que ha costado la vida de 102 soldados y una injustificable pérdida de dinero. Poco antes de la retirada de los últimos soldados españoles, en mayo de este mismo año, un artículo del Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) alertaba de que una "salida poco planeada y precipitada" de Afganistán desembocaría en una guerra civil y el derrumbe del país. El IEEE ha demostrado con ello más inteligencia que toda la Inteligencia americana.

Pero el resultado final no puede ser peor. Una derrota de la que nuestro país es partícipe. A fin de cuentas, la misión internacional más larga de España y la más sangrienta.

En este escenario de desbandada, el Gobierno hará bien al acometer una operación de rescate para los cientos de afganos que colaboraron durante tantos años en un conflicto que deja la amarga certeza de haber empeñado demasiado esfuerzo para tan míseros resultados.

Y conociendo a este pobre país encanallado, el olvido será la única recompensa que reciban nuestros soldados caídos y mutilados en una guerra perdida de antemano al servicio de miserables intereses coloniales de potencias extranjeras. Que no nos vengan con más monsergas de que allí, en las montañas de Asia central, se estaba también defendiendo a España. Nunca pagaran los responsables por tanta ignominia e indignidad.

EEUU, la OTAN, la UE… Occidente: supremacismo moral que solo oculta miseria moral, decadencia material y anomia espiritual

La humillación de Estados Unidos y sus aliados occidentales difícilmente podría ser más severa. Una vez que termine la evacuación de sus ciudadanos y de los pocos trabajadores afganos que tuvieron la suerte de conseguir un billete de salida, los gobiernos occidentales no tendrán más remedio que aceptar que los talibanes estén en el poder.

A estas alturas, los funcionarios talibanes ya se han reunido con diplomáticos de varias potencias. A finales de julio, una delegación de talibanes se reunió con el ministro de Exteriores chino. La Embajada de Rusia está protegida y ha declarado que no evacuará de Kabul. La cadavérica Unión Europea prometió “aislar” al nuevo gobierno talibán si toma el poder mediante la violencia, algo que a estas alturas solo puede provocar la hilaridad de la concurrencia.

¿Está replegándose Estados Unidos para atrincherarse en aquellos espacios que cree poder defender de una hegemonía china que empieza a asomar como inevitable? Es muy probable. Todo parece indicar que esta semana será recordada como el principio del fin de la hegemonía Occidental y del principio de una nueva hegemonía, la de las potencias multipolares.

El final no puede ser otro. Las toneladas de hipocresía sobre los “valores democráticos”, la “inclusividad”, la “resiliencia”, el mercado libre, los derechos individuales y demás monserga que las cacatúas pagadas con el dinero expoliado a los ciudadanos nos repiten a diario, solo esconden los sucios intereses de complejos empresariales y financieros, la rapiña neocolonialista, el supremacismo moral y las ensoñaciones imperialistas de “pueblos elegidos” y “destinos manifiestos” que solo son realidad en las películas de Hollywood y en las series de las plataformas digitales yanquis. El esperpento del izado de la bandera del orgullo gay en la embajada de EEUU en Kabul hace unas semanas, es una muestra más de la absoluta falta de realismo y del más repugnante racismo occidental frente a los “bárbaros sin civilizar”.

Sí, esa es la realidad a la que hemos asistido en estas jornadas de gloria y miseria. Una realidad grabada en las piedras de las lejanas montañas del Asia Central que sirve de conclusión: Si EEUU, la OTAN y demás “salvadores de la Humanidad” pueden ser derrotados por unas partidas mal armadas de pastores de cabras es simplemente por una razón: porque son un gigantesco pozo de mierda.

Por Juan A. Aguilar