Editoriales Antiguos

NÚMERO 137. El ataque colectivo del establishment político a Podemos, es el mejor sustrato para su crecimiento electoral

Elespiadigital | Domingo 26 de octubre de 2014

Decía don Antonio Cánovas (1828-1897), el político más influyente en la segunda mitad del siglo XIX y prohombre de la Restauración borbónica: “Con la Patria se está como con la madre, con razón y sin ella”.

No vamos a discutir esta conocida máxima ‘canovista’, pero tampoco nos parece razonable que se deba aplicar de forma sistemática en el debate político de nuestro tiempo, defendiendo o combatiendo lo que se quiera ‘con razón o sin ella’, por importante o trascendente que sea la cuestión de fondo. Simplemente porque esa falta de razón proactiva -en su caso- terminará realimentando la posición opuesta; siendo cosa distinta y mucho más conveniente tratar de superar esa posible ‘sinrazón’ utilizando vías de persuasión, emotividad, pragmatismo, o de mera rectificación de lo que se debiera rectificar por parte de quien corresponda…

Y el ejemplo viene a cuento por la forma con que la clase política, y en general el establishment (que también acomoda a los medios informativos de mayor peso en la opinión pública), ataca colectiva y furibundamente a Podemos como fuerza política emergente, mandando así una clara señal a las bases electorales de su potencialidad para demoler el modelo político que ellas detestan. “Todos contra Podemos” es la peor consigna que pueden enarbolar quienes quieren defender o mantener el actual sistema de poder, obviamente descosido por la corrupción y la ineficiencia; exhibiendo así el pánico característico del perdedor que se siente culpable y amenazado por eventuales represalias del ‘enemigo’ y el miedo al ‘cambio de la tortilla’.

“Todos contra Podemos” no es exactamente lo mismo, ni mucho menos, que “Todos contra el fuego” (¿recuerdan el slogan?), o todos contra el cáncer, o todos contra el hambre… por poner algunos ejemplos de luchas colectivas incuestionables. Porque, aunque algunos lo vean así, Podemos no es el quinto jinete del Apocalipsis ni representa ninguna de las diez plagas de Egipto: es simplemente una opción de fuerza política más, tan libre y legítima como cualquier otra en un Estado democrático de Derecho, nacida de un movimiento social que se siente razonablemente defraudado por las pre-existentes.

Ya se verá hasta donde llega o no llega Podemos; pero su éxito o su fracaso deberá ser consecuencia de sus propias ideas, de sus propuestas políticas, sus candidatos, sus comportamientos… y no de lo que puedan vociferar sus oponentes, y menos aún de su ataque conjunto o frentista. Es decir, no caerá por ataques tipo apisonadora o de ‘exterminación’, que sobre todo sirven para agigantar a Podemos ante la opinión pública, ignorando que en política hay ocasiones en las que la cicuta más eficaz puede ser la del silencio.

Sin entrar en aplausos o críticas a Podemos (ya lo haremos para una u otra cosa cuando proceda), sí que queremos posicionarnos en favor de su derecho a competir en la arena política, como compiten los demás y sea con mejor o peor fortuna: eso será otra cosa. Y por ello tampoco vemos razonable que, más allá de la torpeza con la que otros partidos políticos puedan actuar en su particular contienda electoral, se critique a los medios informativos que abren sus contenidos al fenómeno emergente de Podemos (algo que les genera una sustanciosa audiencia), mientras otros se unen irracionalmente en su contra, al margen de su función como meros notarios de la realidad y más como lacayos encubiertos de los intereses que pueden verse perjudicados por la nueva formación en liza.

Y todavía vemos menos razonable, y bastante más reprobable, sumarse al frentismo contra Podemos sólo para defender a ultranza una clase política, una organización institucional, un reparto del poder, y en definitiva un sistema de convivencia, que sabemos corrompido hasta la médula. En torno al cual se cierran filas pretorianas de forma inmediata cuando surge una opción tan verde y precaria como la de Podemos: hoy por hoy todavía una ‘amenaza’ para el elefante electoral más que una realidad, digan lo que digan las encuestas realizadas aún sin un horizonte de comicios inmediatos (aunque la amenaza y la realidad puedan coincidir en el futuro).

Curioso, significativo y peligroso fenómeno; porque a fuerza de presentar y combatir a Podemos como si fuera el virus del ébola o del antrax, o siquiera como una enojada ‘Hormiga Atómica’, el elefante que soporta el sistema político se lo va a creer y puede salir de estrepitosa estampida, dejando posiciones francas para que las ocupe el movimiento emergente. Y sobre todo un fenómeno que, a tenor de cómo se trata en la mayoría de los medios informativos, también se asemeja de alguna forma al famoso ‘síndrome de Estocolmo’ que a veces padecen las personas maltratadas (en este caso por la clase política) cuando perdonan a sus maltratadores…

La cosa es ciertamente algo más complicada de cómo la presentamos en estas líneas, porque entre otras cosas afecta a la ética periodística, a la supervivencia del negocio de la información, al ancestral analfabetismo crítico de la sociedad española… Pero, de momento, no podemos dejar de sorprendernos por la reposición editorial que ha tomado El País en relación con Podemos (no hablamos de artículos de opinión ni de un medio integrado en la ‘Brunete Mediática’, sino de la opinión oficial de un diario que antaño disfrutó de gran credibilidad e influencia política).

El pasado domingo (19/10/2014), con la Asamblea Ciudadana organizada por Podemos para debatir los documentos éticos, políticos y organizativos que ahormen su futuro como partido político todavía viva (alguien habló de ‘la hora del sentido común’), el todopoderoso diario nacional, salvado de la ruina económica gracias a una refinanciación de más de 5.000 millones de euros imposible sin el apoyo gubernamental, se despachaba editorialmente de esta guisa:

Podemos se organiza

Cuanto más se les escucha, más suenan a lo mismo: populismo, personalismo, manipulación

Algunos de los diagnósticos de Podemos contra los problemas inherentes al sistema político y la acomodación a la corrupción y al abuso pueden compartirse por muchos sectores, y desde luego traducen la irritación ciudadana con el ‘statu quo’. Pero a juzgar por los mensajes de sus figuras públicas, actualizados este fin de semana, resulta muy oscura la forma en que este partido se propone convertirse en “mayoría” y alcanzar “la centralidad del tablero político”. Está claro que trata de salir del eje tradicional derecha/izquierda, pero no deja de dar motivos para pensar que se trata de populismo, entendido como la estrategia política que enfrenta al pueblo con las instituciones, aunque estas sean democráticas.

Frente a la contundencia con que su principal portavoz, Pablo Iglesias, reclama el objetivo de la victoria electoral “para echar” al Gobierno del PP y derrotar al PSOE, los procedimientos para lograrlo están envueltos en la confusión. Frases como “el cielo no se toma por consenso, sino por asalto” pueden interpretarse de muchas maneras, desde una simple ocurrencia del repertorio marxista hasta la insinuación de estar dispuesto a operaciones que no tienen que ver con el respeto a los principios democráticos y al juego limpio en las urnas. No es responsable lanzar un ataque generalizado al sistema institucional de este país sin explicar cuál es su modelo alternativo, cuál es su visión concreta de la crisis y cuál es la manera realista de salir de ella.

Una opción que aspira a tanto ha de transmitir algo más que un magma de vaguedades. Tiene que aclarar su programa y explicarse mucho mejor. Se puede estar de acuerdo en sus ataques a los que llegan a la política para aprovecharla en su beneficio personal, pero Podemos no ha dejado claro aún que su propósito no sea exactamente el mismo. Por lo demás, nadie puede atribuirse el papel de vigilante de la ética general como si estuviese dotado de un poder superior. Todo suena a lo mismo: personalismo, populismo, manipulación.

En la asamblea que se celebra ahora y en las votaciones posteriores se decide el modelo organizativo, con dos concepciones en disputa. La encabezada por Pablo Iglesias es partidaria de una organización de corte más clásico, con un solo secretario general -previsiblemente, él mismo- frente a la defendida por el también eurodiputado Pablo Echenique, partidario de una dirección colegiada de tres secretarios generales (llamados “portavoces”). Es evidente que Iglesias y los suyos no aceptan esto y que son partidarios del ejercicio de la disciplina, por más apelaciones al voto ciudadano que hagan, lo cual les acerca al modelo de un partido clásico, por mucho que pretendan rechazarlo.

La nueva opción se mueve, de momento, en términos demasiado simplistas y acentúa su cautela en lo concreto. Sus figuras han dejado claro que quieren el poder; ya veremos para qué.

Un duro palo para quien aún se está constituyendo en partido político, de abajo hacia arriba y sin tiempo de llegar al tejado que suponen la acción y el programa electoral de unos comicios concretos todavía sin convocar. Y tan demoledor como incoherente con otra editorial publicada también por El País (19/09/2014) apenas un mes antes. En ella, y con una magnanimidad que sobraba, el periódico que todavía se auto considera por encima de los demás, ofrecía a Podemos la posibilidad de defender su proyecto siempre que lo hiciera ‘con respeto a la democracia’ (cosa obvia que por cierto no hacen otros partidos, sin que El País se lo eche tan abiertamente en cara), algo que desde luego tampoco dejaba de ser gratuito porque el diario en cuestión no es quien administra ni reparte las patentes de ‘democracia’:

Bienvenidos al sistema

Podemos merece la oportunidad de defender su proyecto, siempre que respete la democracia 

El movimiento Podemos, que se ha presentado como un contrapoder en su corta y exitosa existencia, ha iniciado el proceso que le conducirá a convertirse en una fuerza política organizada, jerarquizada y con un poder interno previsiblemente concentrado en la cúpula, al modo de otros partidos.

El grupo encabezado por Pablo Iglesias promete hacerlo a través de la participación ciudadana para decidir los principios del partido y elegir a los dirigentes, prolongando la sensación de democracia de plaza pública gracias al aprovechamiento de las posibilidades de comunicación ofrecidas por las nuevas tecnologías. Todo ello con el objetivo declarado de construir una nueva “mayoría social” capaz de conquistar el poder del Estado en el menor tiempo posible, una meta que, en principio, no se diferencia tanto de la ambicionada por otros partidos.

Lo que se sabe de los simpatizantes de Podemos apunta a un sector esencialmente de clases medias urbanas, que disputa el terreno político a la izquierda. Por rotundas que sean sus críticas a “los partidos de la casta” -en referencia sobre todo al PP y al PSOE-, y a la “descomposición de las élites”, todo eso entra dentro del juego democrático, siempre que no esconda algo más que la campaña para derrotar a sus adversarios en las urnas de 2015. Cualquier proyecto político merece una oportunidad de desarrollo en democracia, si bien sus defensores han de respetar las reglas del juego.

Al final todo dependerá de la confianza de los ciudadanos en las propuestas de Podemos y del aprecio que les merezcan sus dirigentes y candidatos, tras la intensa experiencia de videocracia que les prometen. Tiempo habrá para valorar todo ello y para profundizar en esas propuestas. De momento, es positivo el paso de los promotores para que no se les confunda con las fuerzas antisistema. Por eso hay que darles la bienvenida al sistema.

Y si observamos el enfoque diferencial entre una y otra editorial, y más aún si hablamos de todas las publicadas sobre Podemos en El País -desde ‘Golpe al bipartidismo’ (26/05/2014) hasta ‘Continua el descrédito’ (05/08/2014), pasando por ‘El recién llegado’ (30/05/2014)…-, veremos que el respeto por su innegable éxito inicial en las elecciones europeas del 25-M evoluciona hasta la reprimenda del pasado domingo, desatando un interés ciego por ‘domar’ esa eclosión de disidencia política y social y por integrarla como sea en el establishment, casi a punta de bayoneta y obviamente para que deje de atacar a la ‘casta política’ de la que por ahora Podemos no forma parte (y El País puede que sí), o para que abandone el mismo populismo que los demás partidos utilizan a su dura y pura conveniencia. Una domesticación basada en argumentos pueriles y con la exigencia eneja de lo que a nadie más se exige: que presente ya sus programas electorales para pasarlos por la piedra cuanto antes, cosa -repetimos- que no se hace con el PP ni con el PSOE.

O que racionalice sus propuestas políticas más o menos en línea con lo que ya hay, y que es justo lo que los seguidores de Podemos quieren cambiar drásticamente. Y poniendo el currículum de sus líderes bajo la lupa para encontrarles la más leve mácula con la que llevarles a la hoguera pública…, olvidando de paso la suciedad guardada bajo las alfombras de los partidos que hoy por hoy están en la triste pomada de la política española.

Que para criticar a Podemos la ‘Brunete Mediática’ se haya agarrado desde el primer momento a cuestiones fuera del tránsito de corrupción en el que PP y PSOE se vienen moviendo como pez en el agua, es tan previsible como torpe y de efecto nimio. Porque en el mercado electoral de Podemos poco importan las tergiversaciones de los voceros de la extrema derecha sobre lo que Pablo Iglesias ha podido decir o no decir en relación con el terrorismo (quienes han sentado a las marcas blancas de ETA en las instituciones han sido PSOE y PP), y mucho menos su posible simpatía por los regímenes bolivarianos (los mismos que se entienden sistemáticamente con el PP y con el PSOE) o a quien haya podido asesorar profesionalmente en Irán, si lo hubieran hecho (¿es que acaso sería más meritorio que hubiera trabajado para Estados Unidos, para Ucrania o para Alemania…?).

Y especial cuidado tendrían que tener también otros críticos de mayor altura (como los editorialistas de El País) a la hora de argumentar en contra de Podemos, sin tener en cuenta que de alguna forma esa formación no es otra cosa que el reflejo mejor o peor organizado de muchas creencias y anhelos ciudadanos: así, cuanto más se critique a Podemos como fuerza agresora de lo establecido, más crecerá su capacidad de captar adhesiones ciudadanas disconformes con el sistema (que son muchísimas). Y ojo al dato porque jugar editorialmente en contra de la propia sociedad a la que se pretende liderar o aglutinar bajo una plataforma mediática, no suele dar buenos resultados.

El atractivo social de Podemos nada tiene que ver con los puntos ‘oscuros’ detectados por el establishment al que -cierto es- pretende machacar, sino que, por el contrario, se deriva de su mensaje de castigo a los partidos que disfrutan del turno rotatorio en el Gobierno de la Nación, muy similar por cierto al inventado por Cánovas para el mejor acomodo de la Restauración borbónica. Dicho de otra forma, lo sustancial de Podemos en esta fase de eclosión social es que se presenta como la opción más honorable o menos indigna que se puede votar actualmente, al menos hasta que otra formación política demuestre lo contrario. Ese es su atractivo inicial (ya veremos cómo evoluciona) o eso es lo que escuece dentro del establishment.

En un artículo de opinión publicado recientemente en El País (15/10/2014), Ignacio Urquizu, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y colaborador habitual de la Fundación Alternativas (afín al PSOE), ha dado una explicación plausible de lo que significa Podemos en el actual contexto sociopolítico. Simplemente por su fondo esclarecedor, que según están las cosas podrá iluminar bastante tanto el trabajo de los voceadores de la derecha más recalcitrante como el de los más sabios editorialistas del establishment, reproducimos íntegramente el artículo de marras:

¿Por qué tiene éxito Podemos?

Su “secreto” es haber conectado con el estado de ánimo de los españoles

Cuando haya pasado un tiempo y echemos la vista atrás, seguramente uno de los fenómenos más importantes de 2014 será la aparición de Podemos. Es pronto para saber si esta formación política ha venido para quedarse o si 2015 será el principio del fin. Pero de lo que no hay muchas dudas es que su aparición en el escenario político español merece una profunda reflexión. La pregunta que muchos se hacen es: ¿qué explica su creciente apoyo en las encuestas?

Algunos analistas achacan su éxito a las numerosas apariciones televisivas de sus principales dirigentes. Pero lo cierto es que es una explicación insuficiente. Por un lado, este argumento presupone que la ciudadanía es fácilmente manipulable, algo que nos acabaría llevando a dudar de la misma democracia como mejor forma de gobierno. Por otro lado, en esas tertulias televisivas no sólo aparecen representantes de Podemos. De hecho, los tertulianos próximos a los dos grandes partidos tienen una mayor presencia que las demás formaciones políticas. Y aun así, el mensaje de Podemos consigue convencer a un porcentaje de ciudadanos muy similar al de los grandes partidos.

También se asocia el éxito de Podemos a sus propuestas rupturistas, de ahí que muchos las cuestionen. Pero lo cierto es que las promesas políticas en nuestro país han perdido mucha de su credibilidad. Es difícil pensar que en estos momentos la ciudadanía se crea lo que prometen los partidos. Tras años y años de incumplimientos, especialmente en la última legislatura, las promesas electorales han perdido mucho de su valor.

Seguramente, el secreto de Podemos radica en que ha conectado con el estado de ánimo de los españoles. En el último año, la opinión pública en España se vertebra en torno a dos ejes: ciudadanía-élite y nuevo-viejo. El primero de los ejes ha sido ampliamente comentado en los medios de comunicación y se resume en lo que los dirigentes de Podemos llaman “casta”. A pesar de las carencias de este discurso, fenómenos como las tarjetas black de Caja Madrid no hacen más que alimentar la sensación de impunidad y enriquecimiento que se atribuye a una élite poco virtuosa y que ha copado parte del poder económico y político de nuestro país. El segundo de los ejes, nuevo frente a viejo, pone de relieve las nuevas brechas sociales que han surgido en los últimos tiempos y que están asociadas con una cierta ruptura generacional que se traduce, por ejemplo, en una brecha digital o en preferencias distintas sobre el modelo de democracia.

En estos marcos conceptuales los dirigentes de Podemos han logrado presentarse como ciudadanos nuevos frente a una élite vieja que se situaría en los partidos tradicionales. No es, por lo tanto, un discurso de anti-política, sino que han sabido ubicarse en los debates que vertebran el estado de ánimo de los españoles. Además, puesto que muchos ciudadanos se ven representados en este discurso, han generado cierta ilusión y percepción de alternativa. Es decir, han logrado conectar con los sentimientos de los ciudadanos, algo que no es fácil en política.

Pero si analizamos con un poco más de detalle su estrategia, acabamos concluyendo que Podemos es una formación populista. ¿Por qué? Dice lo que piensa la gente. En el fondo, Podemos es un partido hecho a golpe de encuesta. Su relato coincide con lo que opina la mayoría social. Por eso criticarle acaba siendo contraproducente, se puede asociar una crítica a esta formación política con una crítica a la ciudadanía. Dicho de otra forma, la mayor virtud de Podemos es haber puesto un espejo delante del país. Todos nos hemos mirado en él y no nos ha gustado lo que hemos visto. En esta situación tenemos dos alternativas: o rompemos el espejo o tratamos de mejorar la imagen que se proyecta sobre él.

Si miramos al pasado, no es la primera vez que sucede algo parecido. En 1891 surgió en Estados Unidos el primer movimiento “populista”, conocido como People’s Party. En 1892 concurrió por primera vez a las elecciones presidenciales y superó el millón de votos, un 8,5% de los votantes. Su discurso político se asentaba en un rechazo a la élite económica del país, especialmente los banqueros, denunciando sus enormes privilegios. Tras el éxito inicial, este movimiento ciudadano comenzó su declive en las siguientes elecciones presidenciales de 1896. La estrategia que siguió el Partido Demócrata fue asumir parte de su diagnóstico, poniendo sobre la mesa numerosas medidas anti-oligopolios que cuestionaban el enorme poder económico que se concentraba en muy pocas manos.

En definitiva, si Podemos ha tenido éxito es porque ha sabido interpretar el estado de ánimo de los españoles. No es baladí que su núcleo fundador esté lleno de politólogos y sociólogos que han dedicado gran parte de su tiempo a la investigación social. Pero sería un error pensar que esta forma de hacer política es la correcta. El liderazgo no consiste en dar siempre la razón a la gente. Ser sensible a la opinión pública es una condición necesaria pero no suficiente. De hecho, una de las paradojas de Podemos es que siendo producto de la crisis política, su forma de hacer política está contribuyendo a la desafección. Es decir, recuperar la confianza en la política implicará algo más que decir lo que la gente quiere escuchar, justamente la base del éxito de Podemos.

Mientras tanto, a partir de las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, las encuestas de opinión, prematuras por demás, han hecho avanzar a Podemos desde un cuarto puesto (entre las diez formaciones españolas que obtuvieron representación en el Parlamento de Estrasburgo) al tercero y después al segundo, igualando al PSOE. Y si esas encuestas se dan por buenas, lo cierto es que en apenas cinco meses Podemos ha batido un record de crecimiento sin precedentes (¿Y qué posición ocuparía si hubiera hecho las cosas mejor…?).

Podemos, que por algo sería la formación revelación del 25-M, cuando rozó el 8% de los votos quedando como cuarto partido español más votado, ya doblaba prácticamente ese porcentaje a las pocas semanas, según el sondeo de actitudes y comportamientos electorales realizado por el CIS en la primera decena de julio (alcanzando el 15,3% de los votos y subiendo hasta la tercera posición). Pero es que, tomando como medida la intención directa de voto, Podemos ya era la segunda fuerza, con el 11,9% de los votos, a nueve décimas de la primera (el PP) y 1,3 puntos por encima del PSOE…

Hoy, las encuestas siguen señalando el éxito creciente de Podemos y el fracaso de sus críticos y detractores más salvajes, como los periodistas ‘peperos’ Francisco Marhuenda o Jaime González (el que afirma, sin mirarse al espejo, que votar a Podemos es votar lo peor de la condición humana). Y eso delata algún error de bulto en el análisis del establishment. No vamos a pecar de imprudentes sacando conclusiones precipitadas del marasmo de encuestas electorales que anuncian el ocaso del bipartidismo PP-PSOE y la necesidad de cambiar el actual modelo político, pero sí que advertimos que ese cambio se está viendo venir con claridad y que, por tanto, más que negarlo o pretender aniquilar a sus profetas y mensajeros, conviene que, sea con quien sea, nos llegue de la mejor forma posible.

El ataque colectivo y furibundo del establishment político contra Podemos, el frentismo absurdo contra un movimiento social democrático que, no sin razón, demanda cambios radicales en su representación política, es el mejor sustrato para su propio crecimiento. Sigan, pues, PP y PSOE, y los medios informativos que les apoyan, aferrados a sus gastadas formas de entender y ejercer la política y las ‘bestias’ que tanto les asustan (Podemos y lo que pueda venir por otros lados como Cataluña y el País Vasco), se los comerán más pronto que tarde.

Fernando J. Muniesa