Editoriales Antiguos

NÚMERO 110. A la sombra del 14 de abril: ¿Caminamos hacia la III República Española…?

Elespiadigital | Domingo 20 de abril de 2014

Cuando a las diez y media de la mañana del lunes 13 de abril de 1931, el almirante Juan Bautista Aznar-Cabanas, entonces presidente del Consejo de Ministros, llegaba al Palacio de Oriente de Madrid para celebrar un Consejo extraordinario una vez concluidas las elecciones municipales en las que las candidaturas monárquicas fueron barridas en todas las grandes capitales (no ocurrió así en el medio rural dominado por el caciquismo), los inquietos periodistas al acecho le preguntaron si, en su opinión, habría o no habría crisis a la luz de aquellos resultados. Aznar-Cabanas contestó: “¿Que si habrá crisis? ¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se despierta republicano…?”.

Y la crisis fue de tal calibre que, en efecto, al día siguiente, el 14 de abril, se proclamaba formalmente la II República Española. No tanto como conquista de un movimiento republicano con raíces sociales profundas, sino más bien como el resultado de una movilización popular contra la Monarquía, justo en un momento en el que a la Corona también le fallaron todos sus apoyos institucionales, de forma comprensible tras su connivencia con la dictadura de Primo de Rivera (1923 a 1930), definida por algunos historiadores como ‘dictadura con rey’ o ‘dictadura militar de real orden’.

Transcurridos 83 años, el 14 de abril de 2014 no ha sido otra cosa que una efeméride de aquel sorprendente advenimiento republicano, cierto es que resguardado en la memoria colectiva como recurso o amenaza permanente de reacción social ante los renglones torcidos con los que a menudo se escribe la historia de los regímenes políticos.

La República y la insolvencia del sistema político vigente

Sin embargo, en la presente legislatura algunos hechos incontrovertidos van remarcando una situación general que se asemeja en aspectos esenciales, y salvando la forma con la que se pueden expresar acontecimientos muy parecidos con tantos años de por medio, a la que en 1931 alumbró la II República, prácticamente sin que nadie lo previera.

Con su habitual estilo confrontador de dualidades, Manuel Vicent lo acaba de destacar en un artículo titulado con aquella misma fecha emblemática (El País 14/04/2014):

14 de abril

La República se ha convertido en un parque natural de la política española. Se trata de un espacio de la memoria colectiva, que habría que preservar como se hace con un paisaje muy singular o con las especies biológicas en peligro de extinción.

Puede que los ciudadanos que vivieron aquel episodio nacional lo recuerden con la nostalgia de un sueño de libertad, igualdad y fraternidad o con el horror de un mal parto, que terminó en la tragedia de una guerra civil. Para muchos españoles que no conocimos aquel tiempo sino a través de libros y relatos melancólicos o envenenados, más allá de los tópicos en que ha llegado hasta nosotros, la República es ese futuro irreal e incontaminado al que, de momento, solo se puede llegar por el camino del romanticismo. Los más profundos poemas de amor se deben a poetas que han experimentado amores frustrados o prohibidos.

Las mejores novelas de aventuras han sido escritas en la mesa camilla imaginando piratas en el ventanuco del patio de luces y, por supuesto, las pasiones más morbosas suelen proceder de escritores de vida funcionarial, muy ordenada. Probablemente la República hoy sería otra cosa si se hubiera proclamado un día de invierno con niebla, pero llegó un 14 de abril bajo la flor de las acacias y en el sentimiento popular está asociada a la primavera y a la Niña Bonita, el número mágico en la rueda de la fortuna.

En las manifestaciones de protesta en la calle se ve crecer cada vez más alta la marea de banderas republicanas enarboladas por jóvenes, que sueñan con una primavera política, que limpie la suciedad de estos tiempos en que vivimos. La crisis económica unida a la basura de la corrupción cuyo hedor no cesa de apoderarse de la sociedad, sin respetar siquiera la escalinata de la Casa Real, hace que en medio del aire irrespirable, la República se haya convertido en ese parque natural que es necesario proteger, aunque solo sea para purificar la mente de los ciudadanos.

No todo está perdido. En medio de la frustración, cada año, cuando se acerca el 14 de abril, muchos españoles divisan un espacio limpio por donde asoma el gorro frigio de aquella Niña Bonita con un mensaje de armonía y libertad. Tal vez se trata solo de un sentimiento, pero ahí está, creciendo más cada día.

Nadie discute que, como señala Vicent, la República sea una aspiración ideal a la que, hoy, quizás sólo se puede llegar por el camino del romanticismo. Pero no es menos cierto, como concluye en su columna de opinión, que aunque se trate de un mero sentimiento, la añoranza republicana está ahí, “creciendo más cada día”.

Y añade -insistimos- una llamada a preservar esa aspiración política como un “parque natural” necesario para purificar la mente ciudadana ante el agobio de la crisis económica “unida a la basura de la corrupción cuyo hedor no cesa de apoderarse de la sociedad”, puntualizando que la invasión de tal fetidez ni siquiera respeta “la escalinata de la Casa Real”.

Un punto de afectación a la Corona trascendente, porque, como ya sucedió en 1931, el trasfondo del malestar social no proviene exactamente de ninguna República perdida, sino de la insolvencia del sistema político concretado en una Monarquía Parlamentaria muy alejada de la democracia real y con una Jefatura del Estado asumida por el Rey pero ajena a las exigencias ciudadanas. Es decir, que en el plano institucional hay vacíos y responsabilidades de muy poca satisfacción social, ligadas de forma directa a esa formulación del sistema de convivencia y a su figura más representativa.

Pero ya no hablamos sólo de que la corrupción haya ascendido por las regias escalinatas de la Zarzuela o del Palacio de Oriente, como apunta Manuel Vicent, sino, más a más, de la evidente pasividad mostrada por la Corona ante la degeneración sistémica de la política y del mal funcionamiento de todo el entramado institucional del Estado. Porque, puesto claramente en la Constitución en negro sobre blanco, al Rey corresponde ni más ni menos que “arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones” (artículo 56.1 CE), tarea incumplida salvo en la versión oficial de la polémica asonada militar del 23-F, cuyos últimos instigadores permanecen todavía resguardados entre silencios y sombras impenetrables…

Volviendo al discurso de Vicent, hace un año y en el mismo aniversario de la proclamación republicana, e inmersos totalmente en la decadencia política, creciente en cada legislatura, además de sufrir la económica, su afilada pluma destiló otro inspirado artículo de opinión, con el mismo título de la histórica efeméride (El País 14/04/2013), señalando la correlación que existe entre la percepción que los ciudadanos tienen de la Monarquía a nivel ético y estético -imagen social- y el aleteó reivindicativo de la República, siempre vivo en la memoria colectiva:

14 de abril

La corrupción de lo mejor es la peor, decían los latinos. Corruptio optimi pessima’. Si se da por supuesto que lo mejor en el orden social es un rey, un príncipe, una infanta, los yernos y demás parentela, se entenderá por qué en la opinión pública causa tanta alarma, no exenta de morbo, cualquier escándalo que se derive de la Casa Real. En nuestra monarquía parlamentaria el rey no tiene ningún poder político. Solo ejerce el papel simbólico de cohesionar la unidad del Estado cuya jefatura ostenta. Precisamente por ser un símbolo, el rey no tiene otra responsabilidad que la de ser ejemplar, la de moverse dentro de una esfera platónica, limpia y transparente, que dé un sentido mágico a ese residuo histórico e irracional que es la monarquía. Los reyes están ligados al propio azar ovárico-seminal.

Dentro de esa granja dorada de reproducción en la que viven estos privilegiados individuos, la primera labor de un monarca consiste en engendrar un príncipe y sucesivos vástagos que aseguren el futuro de la dinastía a capricho de la genética. El grave problema político que atraviesa la monarquía en este país consiste en que no teniendo el rey ninguna responsabilidad política, tiene la obligación moral de no permitirse oficialmente la más mínima quiebra, puesto que una esfera, si no es perfecta, deja de ser esfera.

Cuando esta figura platónica, que simboliza el Estado, se corrompe, la ficción política se convierte en una farsa y todo el tinglado del teatro se derrumba. En nuestro caso existe otro peligro añadido. En medio de los escándalos de la Casa Real se eleva un fantasma luminoso, que se aparece cada año en primavera, como una flor de acacia.

Hoy es 14 de abril. Puede que la Segunda República, ahogada desde el principio por sus enemigos, fuera un desastre, pero todavía hoy constituye un paradigma de racionalidad, modernidad y regeneración idealista cuya fuerza estriba en que muchos ciudadanos sin haberla vivido la han convertido en un sueño. Monarquía o República no es todavía el dilema. Antes de cambiar de caballo en mitad del río turbulento de la crisis la opinión pública exige primero que se limpien las caballerizas del monarca para que la esfera del Estado sea un espejo en el que los ciudadanos se reflejen sin avergonzarse.

Aquella reflexión era el resultado de una continuada y creciente falta de ejemplaridad de la Casa Real, colmatada con el desparrame de las amigas íntimas del Monarca, la consorte plebeya del Heredero de la Corona, los safaris regios, las princesas comisionistas de baja cuna y alta cama (leer La España Corinnata), los yernos aprovechados y, al fin y al cabo, de la insolvencia institucional… Sin que pueda aventurarse que el esperpento y el desgaste de la Monarquía vayan a quedar ahí.

Un horizonte más bien poco tranquilizador en el que aún han de resolverse, por ejemplo, el escandaloso ‘caso Nóos’, el olvidado desarrollo legal del Título II de la Constitución (dedicado a la Corona) y, todavía mucho más inconveniente, la forma en la que la Monarquía va a afrontar y digerir el problema de la ‘cuestión catalana’ (seguida de la ‘cuestión vasca’), es decir de la propia vertebración del Estado cuya unidad y permanencia simboliza.

Abrir el melón de la reforma constitucional

A lo largo de la presente legislatura se ha venido imponiendo, cada vez con más consistencia, la necesidad de reformar la Carta Magna. Pero, a fuerza de haberse ido postergando, esa iniciativa actualizadora o revitalizadora del texto constitucional llega en momentos también cada vez más tensos, con posiciones políticas más críticas y beligerantes y también con aspiraciones más radicales.

Sin ir más lejos, el PSOE acaba de anunciar que antes de concluir el actual periodo de sesiones va a presentar formalmente en el Congreso de los Diputados una propuesta de reforma constitucional ‘federalizante’ (¿?), en sí misma polémica y que, en buena lógica y a falta de conocerse en detalle, debilitaría de alguna forma la Institución Monárquica; mientras que IU ya reivindica sin tapujos la República Federal. Eso sin hablar de la posición que puedan fijar en el correspondiente debate parlamentario otras fuerzas políticas ya alineadas con el independentismo (CiU, PNV, ERC, Amaiur…).

Y sin olvidar tampoco cómo entonces se puedan significar las bases sociales a nivel de calle, en donde muchos ciudadanos ciertamente frustrados con el actual sistema y su representación institucional buscan un espacio limpio de corrupción política, más claro, políticamente más coherente y desde luego más identificado con el paradigma republicano. La permanente llama encendida que suponen las celebraciones del 14 de abril de 1931 con las banderas tricolores ondeando todavía vivas, mantenida a pesar de la renovación generacional que evidentemente aleja el fantasma revanchista de quienes perdieron la guerra civil, no deja de señalar el camino no olvidado hacia una III República Española.

Y esta es una realidad social que permanece latente, a pesar del constante e ímprobo esfuerzo del sistema por borrar la memoria histórica y disolver el imaginario republicano, tratando de borrarlo incluso del catálogo de las ideas políticas socapa de sus supuestos efectos apocalípticos. Una buena prueba de ello fue la decisión tomada por el Gobierno de Rajoy de censurar la emisión de la segunda parte de la exitosa serie de TVE titulada ‘14 de abril. La República’.

Esta producción televisiva es un spin-off o proyecto derivado de ‘La Señora’, serie no menos exitosa, realizado por sus mismos creadores (el director Jordi Frades y la coordinadora argumental Virginia Yagüe), y refleja el devenir de un período histórico clave en la historia de España. Su primera parte incluía 13 capítulos enmarcados entre el otoño de 1931 y septiembre de 1932, y alcanzó una audiencia media de 3.516.000 espectadores con una cuota de pantalla del 17%. La segunda temporada de la serie, con 14 capítulos más, continuaba la historia hasta el 18 de julio de 1936, fecha en la que estalló la guerra civil española, y tenía prevista su emisión a partir de enero de 2012, siendo finalmente aplazada hasta 2015 (¿?)…

Pero este tipo de intentos disolventes de todo lo que huela a República, que choca llamativamente con los esfuerzos a veces patéticos, rayanos con la opereta, por promocionar la imagen de la Monarquía (sin ir más lejos los realizados por la misma TVE para cubrir las bodas de las infantas Elena y Cristina y del príncipe Felipe), no pueden retorcer la realidad social ni condicionar el porvenir político, como tampoco se puede cambiar el curso natural de los ríos, tranquilos o torrenciales, en su inevitable búsqueda del mar.

Para corroborar el discurso de esta Newsletter con alguna opinión ajena, baste leer cómo Enrique Gil Calvo, ensayista y catedrático de Sociología en la Universidad Complutense, describe precisamente ese previsible discurrir ciudadano hacia la refundación del régimen político, sin rechazar una nueva suerte de 14 de abril motivada por el crecimiento de la desigualdad social y al abandono político de las bases ciudadanas (El País 12/04/2014):

En el túnel

El Día de la República trae a la memoria la posibilidad de que la ciudadanía española exprese algún día su hartazgo demandando la refundación del régimen en vigor. Sin duda, así lo va a hacer en Cataluña en cuanto las urnas le brinden la oportunidad. Pero también podría ocurrir en el resto de España, pues como revela el barómetro del CIS, crece la indignación popular contra una clase dirigente tan corrupta como incapaz de sacar al país del túnel en que lo metió. El 25 de mayo podrá advertirse algún indicio de este posible final de régimen, pero seguramente habrá que esperar hasta el año próximo, cuando las locales y legislativas certifiquen el final del bipartidismo.

Pese a ello, el partido en el poder todavía confía en salir bien parado del trance, si colase su campaña de propaganda sobre la recuperación en curso, que le lleva a alardear con arrogante impudor del crecimiento de las rentas favorecidas mientras las clases populares continúan empobrecidas por el brutal desempleo y la deflación salarial. Y encima el ministro de Hacienda, cuyas cifras oficiales han caído bajo sospecha, aún tiene la insolencia de despreciar las estadísticas de Cáritas y la OCDE, que alertaban contra el injusto crecimiento de una brecha de desigualdad que condena al pueblo llano a la exclusión social. Pues de ser esto así, ¿cómo no iban a sublevarse los movimientos de base que organizaron la Marcha por la Dignidad del 22M, después reventada por la maniobra policial que la ocultó y criminalizó tras asociarla con pretendidas violencias antisistema?

Sin embargo, pese a la represión de la protesta popular, y por mucho que se publicite la cacareada pero a todas luces anémica recuperación, no hay que descartar que finalmente se produzca no la tan manida salida del túnel que cantan a coro los portavoces del Gobierno, sino más bien el célebre efecto túnel que analizó el economista heterodoxo Albert Hirschman. Cuando los mercados están colapsados por una crisis que los paraliza en lo más oscuro de un metafórico túnel, y de pronto comienza a percibirse que algún carril privilegiado ya empieza a arrancar, anunciando quizás una próxima reactivación, en principio los ciudadanos todavía inmóviles se sienten sin embargo aliviados y se mantienen en calma, esperando que algún día les toque el turno de reincorporarse a la recuperación en marcha. Pero en cuanto al final se advierte que los mejor conectados ya medran a toda velocidad, mientras la mayoría permanece clavada en el fondo del túnel, entonces la gente se impacienta, se indigna y se lanza a protestar.

Es lo que podría pasar aquí, tan pronto la paciencia ciudadana se harte de soportar la obscenidad de un régimen que solo rescata a las rentas elevadas mientras el ciudadano común es abandonado a su suerte. Es entonces cuando la ira popular podría protagonizar un nuevo 14 de Abril. Pues por mucho que los dos partidos turnantes se vean obligados a pactar una gran coalición, como única forma de salvar al régimen, no se vislumbra por ninguna parte, a falta de un Renzi o un Valls, el nuevo liderazgo capaz de sacar a España del túnel actual.

De cómo puede cambiar súbitamente el rumbo de la historia

Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 trajeron una inesperada II República con unos resultados parciales de 22.150 concejales electos de ideología monárquica, representantes de los partidos tradicionales, y tan sólo 5.875 concejales adscritos a las diferentes iniciativas republicanas, quedando además 52.000 puestos sin determinar antes de la proclamación del 14 de abril. Pero pese al mayor número de concejales monárquicos, los resultados suponían para la Corona una amplia derrota en los núcleos urbanos más importantes, confirmando el triunfo de la corriente republicana en 41 capitales de provincia (en Madrid los concejales republicanos llegaron a triplicar a los monárquicos y en Barcelona los cuadruplicaron).

Y si las elecciones se habían convocado como una prueba para sopesar el apoyo social a la Monarquía y las posibilidades de modificar la ley electoral antes de convocar las nuevas elecciones generales, los partidarios de la República consideraron tales resultados como un plebiscito a favor de su instauración inmediata. Es decir, evidenciando que una operación política mal evaluada devino justamente en lograr todo lo contrario de lo esperado.

Así, el Rey marchó hacia el exilio la noche del propio 14 de abril de 1931 a todo correr, sin llegar a abdicar, viajando primero a París e instalándose después de forma definitiva en Roma. Dos días después de abandonar España, el 16 de abril, se hizo público el siguiente manifiesto, redactado en nombre del Rey por el duque de Maura:

Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo hoy el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo, porque procuré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas. Un Rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra patria se mostró en todo tiempo generosa ante las culpas sin malicia.

Soy el rey de todos los españoles, y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas, en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos, porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuenta rigurosa.

Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva, y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real y me aparto de España, reconociéndola así como única señora de sus destinos.

También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.

Tras aquel espectáculo político, el mismo 14 de abril de 1931, nada más comprobarse que su partido, ERC, había ganado las elecciones municipales con una mayoría abrumadora, Francesc Macià proclamó en paralelo la República Federada Catalana dentro de la República Española, desde el balcón de la Generalitat de Cataluña. Una iniciativa preocupante para el Gobierno Provisional de la II República, que, tras el fracaso del proyecto de Estado Federal, forzó a Maciá para que aceptara un Estatuto de Autonomía de Cataluña (el Estatuto de Nuria), lo que permitió que conservara la presidencia de la Generalitat hasta su fallecimiento en 1933.

Tres años después de proclamarse la II República, el 6 de octubre de 1934, Lluis Companys, entonces presidente de la Generalitat, se asomó también al mismo balcón acompañado de sus consejeros para proclamar el ‘Estat Catalá’ independiente. Nueva iniciativa que sería reprimida ipso facto y sin la menor contemplación por el Gobierno que presidía Alejandro Lerroux.

De hecho, el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra del domingo 7 de octubre de 1934 publicaría el siguiente Decreto referido a la declaración del ‘Estado de Guerra’ en todo el territorio nacional como consecuencia de la proclamación catalana y los disturbios sociales de Asturias:

(Decretos)

Presidencia del Consejo de Ministros

De acuerdo con el Consejo de Ministros y a propuesta de su Presidente,

Vengo en decretar lo siguiente:

Artículo 1º. Con arreglo a lo prevenido por el artículo 52 de la Ley de 28 de julio de 1933, se declara el Estado de Guerra en todo el territorio de la República Española.

Artículo 2º. Por los Generales Jefes de las Divisiones orgánicas, Comandantes Militares de Baleares y Canarias y Jefe Superior de las Fuerzas Militares de Marruecos, con relación a las plazas de Ceuta y Melilla, se dictarán los oportunos bandos con arreglo a la Ley de Orden público, que regirán en los territorios a que alcance la jurisdicción de las Auditorías respectivas.

Artículo 3º. Del presente decreto se dará cuenta a las Cortes, a tenor de lo prevenido por el artículo 60 de la mencionada Ley y 42 de la Constitución de la República.

Dado en Madrid a seis de octubre de mil novecientos treinta y cuatro.

El Presidente del Consejo de Ministros

ALEJANDRO LERROUX GARCÍA

Pero, más allá de su interés como mera curiosidad histórica, es decir sobre todo como referente de un estilo de gobierno constitucional y de una forma radical de afrontar la realidad política diluida en el transcuro del tiempo, y desde luego referencial para la política del momento, parece igualmente conveniente recordar el ‘Parte Oficial’ emitido por la Presidencia del Consejo de Ministros que precedía a la declaración del Estado de Guerra:

Parte Oficial

Presidencia del Consejo de Ministros

El Presidente del Consejo de Ministros tiene el honor de dirigirse a los españoles:

A la hora presente, la rebeldía, que ha logrado perturbar el orden público, llega a su apogeo.

Afortunadamente, la ciudadanía española ha sabido sobreponerse a la insensata locura de los mal aconsejados, y el movimiento, que ha tenido graves y dolorosas manifestaciones en pocos lugares del territorio, queda circunscrito, por la actividad y el heroísmo de la fuerza pública, a Asturias y Cataluña.

En Asturias, el ejército está adueñado de la situación, y en el día de mañana quedará restablecida la normalidad.

En Cataluña, el Presidente de la Generalidad, con olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y su responsabilidad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá.

Ante esa situación, el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país.

Al hacerlo público, el Gobierno declara que ha esperado hasta agotar todos los medios que la ley pone en sus manos, sin humillación ni quebranto de su autoridad.

En las horas de la paz no escatimó transigencia.

Declarado el estado de guerra, aplicará sin debilidad ni crueldad, pero enérgicamente, la ley marcial.

Está seguro de que ante la rebeldía social de Asturias y ante la posición antipatriótica de un Gobierno de Cataluña, que se ha declarado faccioso, el alma entera del país entero, se levantará en un arranque de solidaridad nacional, en Cataluña como en Castilla, en

Aragón como en Valencia, en Galicia como en Extremadura, y en las Vascongadas, y en Navarra, y en Andalucía, a ponerse al lado del Gobierno para restablecer, con el imperio de la Constitución, del Estatuto y de todas las leyes de la República, la unidad moral y política, que hace de todos los españoles un pueblo libre, de gloriosa tradición y glorioso porvenir.

Todos los españoles sentirán en el rostro el sonrojo de la locura que han cometido unos cuantos. El Gobierno les pide que no den asilo en su corazón a ningún sentimiento de odio contra pueblo alguno de nuestra Patria. El patriotismo de Cataluña sabrá imponerse allí mismo a la locura separatista y sabrá conservar las libertades que le ha reconocido la República bajo un Gobierno que sea leal a la Constitución.

En Madrid, como en todas partes, una exaltación de la ciudadanía nos acompaña.

Con ella y bajo el imperio de la ley vamos a seguir la gloriosa historia de España.

Estemos, pues, atentos a la agitada ‘cuestión catalana’, porque por la vía de las proclamaciones desde el balcón de la Generalitat, ya protagonizadas con pulso firme por Macià y por Companys, también se llegó a lo que se llegó. Con las secuelas de una sangrienta guerra civil y del fusilamiento de Companys por el régimen franquista el 15 de octubre de 1940 en el castillo de Montjuic…

La historia está ahí, con sus puertas y ventanas abiertas a un nuevo 14 de abril y con las banderas tricolores dispuestas para remover la Monarquía y reivindicar la III República, o llamando en Cataluña a una suerte rediviva del 6 de octubre de 1934. Y sabido es que la historia tiende a repetirse de formas muy distintas y adaptadas al momento que pueda corresponder. Claro está que Mariano Rajoy no es Alejandro Lerroux, Oriol Junqueras no es Francesc Macià ni Artur Mas es Lluis Companys…, aunque ciertamente los ‘borbones’ sigan siendo los ‘borbones’.

Fernando J. Muniesa