Editoriales Antiguos

NÚMERO 106. Los tiempos perdidos de Mariano Rajoy

Elespiadigital | Domingo 23 de marzo de 2014

Dante Alighieri, el poeta florentino más representativo del ‘dolce stil nuovo’ y uno de los precursores del Renacimiento, decía que “a quien más sabe es a quien más duele perder el tiempo”. Algo que Jovellanos, nuestro ilustrado jurista, escritor y político del siglo XVIII, reescribió cinco siglos después con un mayor punto de crítica hacia el hombre poco trabajador: “Para el hombre laborioso, el tiempo es elástico y da para todo. Sólo falta el tiempo a quien sabe aprovecharlo”.

Claro está que, siendo el tiempo uno de los grandes misterios y límites de la vida, no es de extrañar que a él se hayan referido creadores y pensadores de todas las épocas y culturas.

Pietro Metastasio, el gran libretista de ópera del siglo XVIII, nacido en Roma pero consagrado como tal en la corte de Viena, también advirtió que el tiempo siempre es infiel “a quien de él abusa”. Beethoven sostuvo, poco después, que “el tiempo es el bien más preciado para aquél que quiere ejecutar actos importantes”. Y Luc de Clapiers, marqués de Vauvenargues, moralista francés pre-romántico muerto de forma prematura, afirmó: “Uno no ha nacido para la gloria, cuando uno no conoce el precio del tiempo”.

Eurípides dejó escrito: “El tiempo todo lo descubre. Es un gran charlatán, que habla sin ser preguntado”. Francis Bacon argumentó que “quien no aplique nuevos remedios debe esperar nuevos males, porque el mayor innovador es el tiempo”. Y Luis Vives reconoció que “el tiempo descubre lo que es falso y fingido, y da fuerza a la verdad”.

Y en otra consideración del factor tiempo, el genial Charles Chaplin también dejó sentenciado: “El tiempo es el mejor autor. ¡Siempre encuentra un final perfecto!”

Muchas son, pues, las expresiones del valor que los grandes hombres han dado a la utilización del tiempo a lo largo de la historia, sobre su buen uso y sobre las lamentaciones de su desperdicio vital. De forma que se podrían recoger miles y miles de sentencias, proverbios y aforismos al respecto, todos de sabio contenido, incuestionable alcance universal y con aplicación a todas las actividades del hombre.

Pero es en la política, entendida como arte o doctrina referente al gobierno de los Estados, donde la consideración del tiempo tiene un sentido especial, dado que, en ella, todo cuanto no es posible, es falso. De ahí, que el éxito y la trascendencia de los grandes políticos haya dependido tanto de su propio y particular sentido del tiempo.

Y baste ilustrar esta aseveración recordando dos formas bien distintas de entender el factor tiempo en ese ámbito de actividad humana. Maquiavelo, por ejemplo, entendía que en política “conviene ganar tiempo, porque el tiempo todo lo oculta y con él llegan lo mismo las prosperidades que los infortunios”. Mientras que Otto von Bismarck, el político prusiano artífice de la unidad alemana, consideraba esta diferencia en la perspectiva política del tiempo: “El político piensa en la próxima elección; el estadista en la próxima generación” 

DE TIEMPOS Y OPORTUNIDADES POLÍTICAS

En nuestra Newsletter 58 (‘Las oportunidades perdidas de la Corona’), ya señalábamos la correlación que existe entre la conveniencia de tiempo y espacio y el concepto de ‘oportunidad’, fundamental en el desarrollo de cualquier actividad humana y, de forma muy especial, en el ejercicio de la política. Algo que tiene lógicamente su contrapunto en lo ‘inoportuno’, o sea lo que se muestra fuera de propósito y de esas condiciones de momento y lugar.

Los ingleses, que saben ir a lo suyo como nadie, sostienen que “hay que batir el hierro cuando  está caliente” y, con un toque más diplomático, que “hay un momento para torcer los ojos y otro momento para mirar derecho”. En nuestro propio refranero también encontramos algunos ilustrativos dichos de lo que significa el sentido de la oportunidad, como el de “ida la coyuntura, ida la ventura”.

En la antigua Grecia, Sófocles, experto en enfrentar la ley humana y la ley natural, ya advirtió que “la oportunidad es el mejor maestro de los hombres en toda empresa”, en tanto que Platón, alumno aventajado de Sócrates y maestro de Aristóteles, remarcaba a continuación que “la oportunidad es el instante preciso en que debemos recibir o hacer una cosa”. Ovidio, que fue desterrado de Roma hasta su muerte como autor del poema elegíaco Ars Amandi, urgía a sus contemporáneos: “Apresúrate, no te confíes a las horas venideras; el que hoy no está dispuesto, menos lo estará mañana”…

Y en aquella Newsletter advertíamos que, en los tiempos más recientes, no faltan ejemplos muy significados de ‘inoportunidades’ políticas que, como es natural, han dejado en evidencia lo que en su momento fueron grandes ‘oportunidades’, que, habiéndose desaprovechado, ya será vano esperar recuperarlas. Porque, si cuando se puede obrar nada se quiere hacer, a donde se suele llegar es a no poder hacer cuando se quiera; al igual que, por ejemplo, la ausencia de una diagnosis prematura en una enfermedad invasiva, o su falta de prevención, llevan la salud a pérdidas irreparables, precisamente por no haber llegado a aplicar en su momento el tratamiento más adecuado.

Así, los últimos gobiernos, el actual de Rajoy y sobre todo los de Rodríguez Zapatero, han sido bien generosos en desaprovechar oportunidades y en inoportunidades manifiestas, si consideramos el origen y la evolución de la brutal crisis económica, política e institucional que padecemos. Y no digamos los sindicatos (otra manecilla de la vida pública), incapaces ya, como otros entes de representación social intermedia, de recuperar su prestigio y su olvidada función al servicio de la ciudadanía.

Y en esa misma valoración también tienen cabida las altas instituciones del Estado que, desde hace tiempo, vienen haciendo oídos sordos de muchas y sensatas recomendaciones para restaurar o actualizar la vigencia de sus principios y valores fundacionales y prevenir su agotamiento vital, sin que en definitiva ninguna haya prestado la menor atención a las sabias llamadas reformistas. Aquí podríamos hablar de instituciones y organismos como el Senado, el Consejo General del Poder Judicial, el Consejo de Estado, el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo… y hasta del actual sistema de partidos; convertidos, sobre todo, en ‘adornos’ de una democracia cada vez más aparente que real y en instrumentos para la recolocación del empleo político. Sin olvidar que, hoy por hoy, la realidad también incluye de forma lamentable a la propia Corona en esta crítica concreta.

Pero, estando donde estamos, traspasada con mucho la media legislatura, abrumados por una crisis irresuelta en todos sus planos (social, económico, político e institucional) y en la antesala de un gran encadenamiento de convocatorias electorales (los comicios europeos, locales, autonómicos y legislativos), a quien hay que pedirle cuentas sobre su sentido del tiempo y las oportunidades perdidas es básicamente al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, seguido del jefe de la Oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba.

Mucho se ha hablado de la forma en que uno y otro han entendido, o mejor ‘malentendido’, sus propios tiempos políticos. Y centrados en los de Rajoy, porque los de Rubalcaba no afectan a la acción de gobierno, merece la pena recordar un reciente artículo de opinión de Miguel Ángel Aguilar en el que advierte cómo llegará el momento en el que los acontecimientos, que se suelen presentar de manera imprevisible, se adelantarán al presidente del Gobierno (El País 04/03/2014):

Los Tiempos de Rajoy

La llegada al poder produce efectos sobre quienes ingresan en ese círculo prodigioso. Por eso entre nosotros se ha hablado, por ejemplo, del síndrome de La Moncloa, que afecta a sus inquilinos y les lleva al aislamiento y a la desconexión con la realidad del país. El presidente queda limitado por el perímetro de los asesores de máxima confianza. La voluntad de mantener abiertos los contactos, si existiera, queda cercenada primero por razones de seguridad y, enseguida, de comodidad. La condición de inaccesible tiene capacidad de inducción electromagnética y favorece el carisma, incluso cuando el personaje es refractario al mismo. El poder es la distancia y la distancia se refuerza con el protocolo. El común de los mortales no puede saltarse el protocolo, actitud que tanto se celebra en los presidentes, por la elemental razón de que al público de a pie ningún protocolo lo protege. De que el protocolo se mantenga se ocupan los servicios de la presidencia, respaldados si fuera necesario por las fuerzas de orden público. El resultado es que el presidente, cuando sale extramuros de La Moncloa, lo hace dentro de la burbuja protectora de sus asesores, que lo preservan del contacto con el exterior.

Examinadas las condiciones de ingravidez, bajo las cuales discurre la circulación espacial del presidente en el transcurso de su vida política, conviene ahora atender a las coordenadas cronológicas. Porque la instalación en el poder lleva al presidente a considerar que adquiere una capacidad nueva, la de disponer a su libre albedrío de ese fluido inaprensible que es el tiempo cronológico. De ahí que ahora se diga de Mariano Rajoy que tiene sus tiempos, como se dijo también de sus antecesores en la presidencia. Pero esa pretensión de apropiarse del tiempo, de detenerlo o acelerarlo a voluntad, ni es absoluta ni es indefinida. Tiene limitaciones y fecha de caducidad. El transcurso del plazo para el cual el presidente ha sido elegido deriva sus efectos implacables y cuando queda fijado el momento improrrogable esa fantasmagoría salta por los aires. Es el fenómeno del pato cojo, que caracteriza el segundo mandato de los presidentes norteamericanos, sin posibilidad de optar a un tercer periodo. Pasaba en el servicio militar porque, según se aproximaba la fecha en que se produciría la licencia de los encuadrados, aumentaba la dificultad de sostener la disciplina.

Los exégetas del presidente, dispuestos a dar razón de su dontancredismo, se complacen con la referencia a que Rajoy tiene tiempo propio. Así explican cómo se ha sacado de la manga el candidato para la presidencia del PP de Andalucía, su silencio ante las realidades aducidas por los portavoces de los grupos parlamentarios en el reciente debate sobre el estado de la nación y su repliegue dialéctico cuando se indaga sobre sus proyectos, bajo el lema de que no conviene adelantar acontecimientos, lo mismo si se trata de la candidatura para las elecciones europeas o de la reforma fiscal. Pero los acontecimientos surgen de manera imprevisible y llegará el momento en que se le adelanten.

Y, desde una posición todavía menos sospechosa de arremeter de forma gratuita contra el actual presidente del Gobierno, Ignacio Camacho advertía en un perspicaz artículo de opinión más reciente (ABC 18/03/2014) sobre si los ya afamados ‘tiempos de Rajoy’ tienen su origen en el cálculo táctico o en la mera galbana:

Fulaneo

Sobre las próximas elecciones europeas, de resultado incierto, existe un pronóstico unánime: votará poca gente. Bastante menos que de costumbre en unos comicios que nunca han despertado entusiasmos desbordantes por no ventilarse en ellos la disputa de poderes tangibles. Los sondeos especulan con un cincuenta por ciento de abstención y la otra mitad de ciudadanos irá a votar fundamentalmente por tres razones: para darle una bofetada al Gobierno, para dársela a la oposición o para dársela al sistema en su conjunto. Ese día se movilizan sólo los electores cabreados y los seguidores acérrimos de los partidos. Y en todo caso, dentro del ya de por sí cerrado mecanismo de las listas bloqueadas, se trata de una elección de siglas, de marcas, en la que tienen una mínima, casi nula importancia los candidatos.

Por eso la pachorra de Rajoy para elegir el del PP sólo importa a ese reducido núcleo de opinión pública que formamos políticos y periodistas, tipos cuya vocación profesional tiende a apasionarse por el fulaneo de las nomenclaturas. En términos estrictos se trata de una cuestión muy poco relevante: nadie va a formar cola para votar a Cañete, a González Pons o a cualquier conejito que el presidente pueda sacarse de la chistera. Para bien o para mal, esa candidatura es la del Gobierno y la tendrá que defender su jefe. La cabecera de lista es sólo un nombre para poner en la papeleta y una cara para no dejar vacíos los carteles.

Si al final el PP pierde las elecciones su líder tendrá que aguantar reproches a su parsimonioso estilo. Si las gana será aclamado por una legión de pelotas que lo exaltará como flemático estratega, genio innovador del marketing político, dueño majestuoso y proverbial del temple y de los tiempos. Ya hay por la capital cobistas del marianismo que celebran el desconcierto de los adversarios ante una precampaña sin referencias con las que confrontarse, perdidos ante un espejismo de sombras. En caso de derrota se trocará el discurso por un lamento ventajista del inmovilismo presidencial, su falta de determinación y su exasperante tardanza. Lo que no habrá serán elogios ni críticas por la idoneidad del designado: todo el mundo sabe que ese detalle carece de importancia.

Tal vez no sepamos nunca si Rajoy espera por cálculo táctico o por simple galbana, porque piensa en una jugada maestra o porque le dan pereza las decisiones. Lo más probable es que él mismo haya interiorizado su imagen cesárea, que disfrute alargando las expectativas, que le guste el rol inescrutable y hermético de su personaje. En España se ha acuñado una mitología escenográfica del poder que lo hace parecer más solemne rodeado de silencio. Y en ese marco simbólico se construye una retórica de los gestos capaz de convertir en categoría especulativa lo que no es más que una anécdota intrascendente.

Pero la referencia que mejor puede dar la medida de cómo entiende Rajoy el tiempo político, es su comparación con Margaret Thatcher a la hora de abordar sus respectivas responsabilidades de gobierno. En la Newsletter 42 (‘Cuando los políticos no saben de la misa la media’), ya reprodujimos un comentario significativo sobre la inutilidad manifiesta de Rajoy incluido por el profesor Jesús Fernández-Villaverde, catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania y miembro de FEDEA (Fundación de Estudios de Economía Aplicada), en la conferencia (‘La salida de la crisis: cómo y cuándo’) que pronunció el 21 de septiembre de 2012 en un encuentro de comunicación organizado en Madrid por el Club Empresarial ICADE y patrocinado por la Fundación Wellington. Fue así de lapidario:

Inglaterra cuando Margaret Thatcher gana las elecciones el 5 de mayo de 1971 está en una situación límite. Sin embargo Margaret Thatcher entiende que el Reino Unido tiene que ser la solución y acomete lo que hay que hacer. Un solo ejemplo brutal de la diferencia entre Rajoy y Margaret Thatcher:

  • Margaret Thatcher gana las elecciones el 5 de mayo; el 6 de mayo por la noche anuncia su Gobierno; el 8 de mayo por la mañana presenta su presupuesto.
  • Rajoy gana las elecciones el 20 de noviembre; anuncia su gobierno el 20 de diciembre y el presupuesto tiene que esperar hasta las elecciones andaluzas.

¿Necesita alguien decir algo más?

LAS VÍAS DE AGUA DEL VOTO POPULAR

Y también hemos advertido en otra ocasión que esa ‘insuficiencia’ orgánica o vital de Rajoy para posicionarse y actuar en varios planos a la vez y su incapacidad para analizar la crisis bajo una perspectiva múltiple, cosa que requiere una ‘inteligencia divergente’ más propia del creativo que del opositor a escribano, acaso sean las circunstancias que le impiden visionar y afrontar el problema de España en toda su amplitud. Porque, estando atrapados, como estamos, en una espiral de caída libre ad limitum (desde luego negada por el Gobierno), lo sustancial no es establecer prioridades de políticas excluyentes, como él hace, que en todo caso son insuficientes, sino combatir el estrangulamiento económico en cada uno de sus frentes y con todas las armas posibles.

Sin discutir para nada la necesidad de cumplir el objetivo de reducción del déficit público (que además sigue sin cumplirse), siempre que se plantee en plazos razonables y sin entrar en una dinámica con ‘efecto boomerang’ (en la que ya hemos entrado), por debajo de la línea de flotación del sistema persisten otras vías de agua con la misma capacidad de hundirlo. Y que, a pesar del achique del déficit, lo están hundiendo. Es decir, de nada vale centrar la guerra en una única batalla falsamente ‘decisiva’, mientras el enemigo ataca por veinte frentes distintos, en los que, uno a uno, es necesario aplicar la respuesta adecuada.

Porque, ¿a dónde nos conduce el exclusivismo ‘anti-déficit’ de Rajoy con una economía de crecimiento negativo o neutro? Sencillamente a esta correlación letal: mayores impuestos, menores sueldos y más destrucción de empleo, generan de forma indefectible menos consumo, menos producción, menos empleo, menos cotizantes a la Seguridad Social y menos aportación al Tesoro, aumentando el importe de las prestaciones de desempleo, la deuda pública (con un mayor coste de financiación)… Y vuelta a empezar con un menor consumo, menos producción…

Una encadenado perverso de acciones y reacciones que destruye el sistema económico y amenaza con volar también el sistema de pensiones, lo que, dicho llanamente, no supone otra cosa que la quiebra económica total del Estado, que seguimos tocando con la punta de los dedos por mucho que el mentiroso Gobierno de Rajoy quiera ocultarlo. Las nuevas torpezas políticas latentes, sin ir más lejos una posible reforma del sistema de financiación autonómica mediante la transferencia recaudatoria del IRPF (más y más ‘café para todos’), sólo añaden gasolina, en lugar de espuma anti-incendios, a la abrasadora crisis nacional de evidente triple vertiente: económica, política e institucional.

Cualquier persona, excluidos quizás los escribanos y leguleyos de la política al corte del presidente Rajoy, puede entender que tratar de conjugar el déficit público (que tampoco se ha conjugado) a base de comprimir el consumo y mantener una tasa de paro en torno al 25%, es algo obviamente nefasto; que mientras la economía siga sin crecer más de un 2% anual, el paro seguirá más o menos donde está y que, mientras el Gobierno no rectifique su política de lucha contra la crisis promoviendo la economía productiva (el IPI ha caído un 1% en 2013), cada vez nos ataremos más a ella, sin esperanza ni posibles milagros salvadores.

Y lo evidente es que el electorado, que es el que da y quita el poder político, percibe una desesperante coincidencia y permanencia en el tiempo de varias lacras ciertamente indeseables en el ámbito económico, político e institucional, que han alcanzado ya su límite de resistencia social. Razón por la que, lo quiera o no el PP, van a tener su reflejo en los comicios europeos del próximo 25 de mayo, a dos meses vista; bien con un cambio radical en la actual representación parlamentaria, bien con el abstencionismo o bien con un mix de cambio de voto y renuncia a ejercerlo. 

Salvo para Rajoy y sus ciegos acólitos del ‘reloj parado’, varias son las vías de agua por donde al PP se le puede escapar su capital electoral, ya a partir de las inmediatas elecciones europeas. El Barómetro del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) del pasado mes de febrero (Estudio 3.013), cuyo trabajo de campo se completó entre los días 1 y 11 de ese mes para conocer el estado de ánimo y la percepción de 2.500 encuestados sobre la situación económica y política (sin recoger intención de voto), las evidenció con toda claridad. 

De hecho, ambas situaciones -la política y la económica- compiten con pésimas expectativas. Un 42% de los encuestados considera que el año que viene (2015) la situación económica será igual que este año y un 28,6% que será peor, tras responder un elevadísimo 86,9% que la situación actual ya es mala o muy mala. Al tiempo que un 82,02% declara que la situación política también es mala o muy mala, valoración a la que hay que añadir el dato de que un 49,6% de los encuestados piensa que el año que viene será igual y un 30,7% que todavía será peor (sumando ambas percepciones nada menos que un 80,3%).

Las causas de estas duras expectativas, enfrentadas a la esperanza o a la confianza en el Gobierno, tienen su correlación en las respuestas que se ofrecen sobre los principales problemas del país, según la perspectiva de los consultados. El primer y más abultado motivo de desvelo social siempre es el paro, ya sea en contestación a una pregunta espontánea o tras ofrecer un listado de preguntas.

El alto nivel de ‘desempleo’ es el principal problema para el 81,1% de los electores encuestados, porcentaje que ha crecido 1,3 puntos en el último año. Seguido por el problema de la ‘corrupción’ para un 44,2% (4,2 puntos más sobre el año anterior y 35,6 puntos más sobre el 2012); por los problemas de ‘índole económica’ para el 28,3% y por el de ‘los políticos y la política’ para un 24,2%...

El paro y la corrupción se mantienen, pues, como máximas preocupaciones del cuerpo electoral, en el que se ha instalado un pesimismo económico y político sólido y ya difícil de reconducir sin novedades relevantes. Y esos son los puntos más débiles del Gobierno de Rajoy (aunque no los únicos); la ‘marca’ dejada por la mala medida de sus alabados ‘tiempos políticos’ (es decir por su inacción política) y los sumideros por donde el próximo 25 de mayo comenzará a perder el caudal de votos logrados el 20-N.

Lo cierto y verdadero es que para ver lo que a la postre se ha visto en los dos años largos del mandato presidencial de Mariano Rajoy, incluyendo promesas incumplidas, mentiras y torpezas políticas a mansalva, y lo que según parece aún queda por ver, no hacía falta regalarle a nadie una mayoría parlamentaria absoluta para jugar con ella al escondite o a la gallina ciega. Ya es hora de empezar a poner a cada uno en su sitio.