Política

Olimpiadas Paris 2024: Mugre, chinches, ratas y mafia al servicio del occidente globalista, colonialista y belicista

Administrator | Miércoles 24 de julio de 2024
Lisa Vukovic
Falacias y sofismas olímpicos. El final del juego
Hace unos meses, al presidente francés se le ocurrió la genial ideal de proponer una Tregua Olímpica justo en medio de sus más feroces gritos de guerra. Es verdaderamente ridículo que de repente se acuerde del simbolismo que tienen las Olimpiadas. Hace años que, en este planeta, el deporte dejó de representar los valores humanos que lo forjaron. O quizás al igual que con el concepto de democracia, lo que hicimos fue volver a adoptar estos conceptos en el más estricto sentido de la historia griega. Recordemos que la democracia era el privilegio de una minoría y que también las Olimpiadas fueron hechas para la participación de unos pocos escogidos, ricos y libres. El resto, los esclavos, eran prácticamente considerados no humanos.
En sus orígenes los juegos olímpicos fueron fiestas religiosas, en honor a Zeus y a otros dioses. Todos los competidores se trasladaban hasta Olimpia, desde varias ciudades estado de la Grecia Antigua. Resulta muy interesante estar viendo similitudes inmensas entre la decadencia de lo que se sabe que sucedió en los juegos olímpicos de la antigüedad, que duraron 12 siglos y esta edición número 33 de los juegos olímpicos modernos. Los historiadores relatan que parte del declive de los juegos antiguos consistió en el aumento de las rivalidades entre las ciudades estado, que llevó a que el imperio romano absorbiera al griego y de esa manera el sentido sagrado de los juegos se perdiera, así como su tradicional inicial. Así, poco a poco se convirtió en una forma de honrar a los nuevos emperadores romanos, que finalmente prohibió por paganas el convertido cristiano emperador Teodosio.
El pasado nuevamente nos trae las respuestas más claras de lo que hoy, 2024 vivimos. Como un eterno retorno. Un imperio que se desploma llevándose consigo tradiciones y valores, y tras de él, otro modelo que se comienza a forjarse como si fuera nuevo, pero que es el mismo con diferente máscara pues presiente que la gente está ya agotada y necesita esta “renovación”.
Salta a la vista el hecho de que, como en el pasado, ahora tengan acceso a los espectáculos solo las élites, pues las entradas son tan caras que la gente del común no puede permitírselas, eso sí, todo viene bajo la bandera de igualdad y equidad. La libertad y la equidad es solo para los ricos, los pobres podrán regocijarse con estas altas ideas desde los televisores en sus casas o en el bar con sus amigos, si es que les queda dinero para eso. Una equidad ilusoria que se ve también representada en la exclusión de las competencias de ciudadanos de países políticamente incómodos para los amos del mundo. Israel no se incluye en la lista a pesar del genocidio que lleva a cabo desde hace varias décadas porque es parte del Imperio. Rusia y Bielorrusia por supuesto no entran en el grupo de los privilegiados, pues se negaron a ser carcomidas y desmembradas, sobre todo descabezadas por las fuerzas que dominan el mundo.
La propuesta de la civilización occidental en su generalidad es tradicionalmente clasista y racista. Contrapone “civilización” y “barbarie” de donde la única civilización es la occidental y el único camino al desarrollo y evolución es el propio. Sus parámetros de valoración se basan solo en ella misma, y todos lo que no se le parezcan serán considerados salvajes o, al estilo moderno y políticamente correcto, “en vía de desarrollo”, es decir, en camino de ser tragados por ella hasta desaparecer. Sean unos valores u otros los que haya querido imponer a través de la historia, su búsqueda de dominación se extiende a todos los ámbitos de la vida humana en el planeta. Quiere imponer sus lenguas, su cultura, su forma de vida. Para esto, está dispuesta a absorber y así disolver para integrarlos en su ser cualquier otra forma de civilización y de cultura. Por esta razón, al reincorporar juegos que eran en otros tiempos sagrados, en ese momento de la historia debían cumplir una misión similar: el hecho de que cada país tuviera que hacer un esfuerzo por formar deportistas, que los mismos deportistas tuvieran que tener un tipo de vida “consagrada” a su disciplina, y que las metas trazadas fueran cada vez más y más altas, le daban a los Juegos Olímpicos una connotación especial, de ser un evento especial, para muchos en cierto sentido sagrado. Pero la política actual dice ser participativa, todos tienen derecho, incluso los que no son capaces de nada. Por eso cualquier arte o manifestación virtuosa humana está condenada al fracaso. Occidente es la apología al individualismo entendido de diferentes formas a través de su historia y que ha llegado hasta su punto máximo de individualización del ser humano al quererlo desarraigar de su ser natural y biológico, de la pertenencia a su especie, su comunidad, su familia. Nos deja un ser humano centrado en su propia individualidad, y pues si recordamos el sentido de los juegos deportivos, deberíamos entender que su función es ligarnos a un grupo humano que socializa con otros.
Occidente es como aquel personaje envidioso e inseguro que para afirmarse a sí mismo debe agrupar a los demás contra otro. No acepta la amistad si no es en detrimento de quien ha decidido será su oponente de momento. Los quiere de su lado según le convenga. Rusia ahora cumple excelentemente este papel, aunque siempre de una u otra forma fue uno de sus principales enemigos. El deseo de hacer que deportistas rusos participen en los juegos bajo bandera neutral: es decir, de alguna forma está aceptando que los supuestos escándalos de doping que hicieron que se excluyera al país no fueron porque los deportistas rusos los hubiesen usado, sino porque querían excluir la bandera rusa de los juegos. Esta invitación muestra que aceptan al individuo (ruso o bielorruso) siempre y cuando se niegue a ser parte de su comunidad. Pero en un mundo donde solo lo individual vale, curiosamente lo que se pierde es la capacidad de ser especial. Todos lo son, nadie lo es. Eres especial por solo existir, no necesitas hacer nada para ser especial: ya eres campeón olímpico. Occidente y su capacidad de marchitar todo lo que toca: desacralizar lo sagrado (considerado no como algo de dios, sino como algo digno de respeto y admiración). Para cientos de culturas en nuestra historia el humano, como creación divina, estaba dotado tanto de cualidades especiales como de responsabilidades explícitas otorgadas por su ser divino. Las ideas de “ser digno” son conceptos que se relacionan íntimamente con su pertenencia (y su derecho a pertenecer) a un grupo determinado. No todos los hombres podían ser guerreros, o sacerdotes (o chamanes), pues debían merecerlo. Merecerlo era esforzarse, formarse, entrenarse: en una palabra “consagrarse”.
La valoración ha sido, pues, desplazada a lo moral. El valor está en la coincidencia del artista o del deportista con los valores morales de acomodo al Imperio: si apoya al Imperio, tiene derecho, si no, pues no. Es decir, el deporte ya no es deporte, el arte ya no es arte sino un juego de complicidades morales. Similar a la razón de por qué un día los juegos Olímpicos fueron considerados paganos por lo tanto demoníacos, por lo tanto, indignos del nuevo dios dominante. Ahora quiere acomodar lo que debía ser una fiesta de hermandad entre los pueblos, una muestra de las mejores cualidades de las personas, a sus nuevos paradigmas de individualismo extremo, tan extremo, que niega lo que nos hace a todos iguales: ser humanos.
Siguiendo así las cosas, los Juegos Olímpicos, una de las mas bellas tradiciones de una civilización agonizante están condenados a desaparecer.
París 2024: cualquier cosa menos deporte
Ana Lucia Calderón
Dentro de unas semanas comienzan los Juegos Olímpicos de París, 2024. Unas olimpiadas que se han desarrollado en un ambiente de incertidumbre y caos mundial, pues desde el pasado Tokio 2020 hasta acá, el mundo ha dado muchas más vueltas de lo que antes significó un ciclo de 4 años. Para no extendernos con la geopolítica global, recordemos simplemente que hace cuatro años aún retumbaban las protestas de los “chalecos amarillos”. Era un mundo pre-pandémico. Un mundo en “paz”, si es que la exclusión de Rusia bajo la acusación de “malas prácticas deportivas”, nos permitía todavía creer en el “juego limpio” y en el cumplimiento de las normas deportivas sin injerencia de la política. Podríamos llamarle a este veto deportivo, parte del paquete de sanciones. Puntualizar este hecho es importante, porque existía una vez una inspiración original que declaraba los Juegos Olímpicos por encima de todos los desacuerdos políticos y conflictos bélicos, y se supone que por eso se realizaban.
Pero como vivimos en los tiempos del relativismo y de las falacias, es tan fácil y simple que una élite instale cualquier idea, noticia, creencia o frase y como pólvora se esparza por todas partes, hecho al que luego denominan “viral”. Algo que nadie sabe de dónde salió ni cómo creció, para hacernos soñar que tenemos un gran poder sin hacer absolutamente nada más que mover un dedo y compartir o dar like. Por eso, la capacidad de decir mentiras o de repetir cualquier historia hasta hacérsela creer incluso a quien vivió lo contrario en su propia experiencia, resulta efectivo. Es así como no sólo se engaña a los jóvenes que desconocen la historia y los conocimientos mínimos, sino a la gente mayor que vivió otra realidad. Se instalan recuerdos que nunca existieron solo repitiéndoselos en la televisión, en los videos de YouTube o por cualquier red social, tantas veces hasta que todos terminen repitiéndolo.
Me impresiona ver tantos informes de la televisión francesa y europea donde afirman hasta el cansancio que es la primera vez que se hace una apertura de juegos deportivos fuera de los “muros” de un estadio, resaltando la idea “libertaria” de “romper muros”, en el “país cuna de la libertad, fraternidad e igualdad”. Hacen ver como que a nadie nunca se le ocurrió hacer una inauguración de espectáculo deportivo fuera de un estadio para presentarlo como algo de una extraordinaria imaginación, pues a nadie antes se le ocurrió. Hace poco, en el 2018 la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de la Juventud se celebró al aire libre, en la avenida 9 de julio en Buenos Aires, Argentina, y este es sólo un ejemplo, la historia está llena de otras ceremonias realizadas al aire libre y fuera del estadio, aunque no fueran los “Juegos Olímpicos” de mayores, sólo recordemos que existieron las Espartaquiadas en la URSS (que fueron los Juegos Olímpicos que la Unión Soviética realizó cuando vetaron su participación en los de occidente).
Utilizan medias verdades, para resaltar y engrandecerse frente a algo que ya van perdiendo. Porque lo que sí se sabe es que la organización de estos juegos ha sido desastrosa. Dicen que será “algo nunca antes visto”. Lo que quieren decir es que al igual que con sus concursos de belleza, o de cantantes o de cualquier otro tipo de expresión de la cultura moderna, lo que menos importará será la competencia a la que respecta. Si es de arte, lo que menos importa es el arte, si es belleza, nada bello tiene, sobre todo si es de mujeres, lo gana un hombre disfrazado, si es un concurso de canto lo gana un mudo y así absolutamente con todo.
Podemos recoger algunas virtudes de las que se jactan los organizadores de este esperado evento deportivo: entre otras destacan el “bajísimo” costo para su realización, comparándolos con las inversiones en los cuatrienios anteriores. No deja de indignar, por el inmenso descaro y provocación al pueblo francés. Por supuesto no es lo mismo que China se hubiera gastado en el 2008, 44 mil millones de dólares como potencia económica que se va posicionando en el primer lugar mundial, haciendo una de las olimpiadas más impecables de la historia, a que Francia invierta 12 mil millones, en medio de una crisis política, social y económica que tiene al ciudadano francés de clase media, contando moneditas para superar su cotidianidad. ¡A quién le importa el deporte!
Se suponía que una de las razones por las que se hacía atractiva a París para sede de estos juegos 2024 fue porque estaba reformando toda su línea ferroviaria y habría por fin un súper tren que resolvería el difícil problema de conectividad de transporte que vive la ciudad. La verdad es que la administración sólo pudo terminar una de las líneas férreas nuevas, que ya desde que se propuso como sede estaba en obra. No construyeron ninguna más, ni siquiera la importante vía que comunica al aeropuerto internacional Charles de Gaulle con la ciudad. Lo cual ha ocasionado, primero, que los parisinos y los habitantes de los alrededores que vienen a la ciudad a trabajar o estudiar diariamente, vean duplicados los precios del transporte, todo sea por amor al deporte. París tiene 2,2 millones de habitantes, pero en su área metropolitana hospeda alrededor de 12 millones de personas más, que en la hora pico no caben en ningún medio de transporte masivo. Así, espera recibir a 15 millones de personas más, para las dos semanas que duran los Juegos Olímpicos, teniendo en cuenta, que además, deberá albergar al público de los juegos paralímpicos que comienzan el 28 de agosto y terminan en septiembre.
Pero como solución extraordinaria, se les ha ocurrido pedirle a la gente que mejor se vaya durante estos días o que vuelvan al teletrabajo. Y de acuerdo al mejor lema de estos tiempos para excusar a los corruptos e ineficaces gobernantes de hoy, inventan la gran solución ecológica para salvar al planeta (que los salva solo a ellos), y como alternativa invitan a los ciudadanos a que usen una opción de transporte “amable con el medio ambiente”, bicicletas, patines, patinetas, etc., y mejor aún, deportiva y saludable. Pues como bien ha repetido el señor Macron, si no le resulta el plan A, implementarán el B, C, D, y así, seguramente alguno de esos podría incluir una pandemia para encerrarlos a todos si la cosa se pone muy fea.
Porque fea sí augura. Y es que el propio servicio de seguridad francés recomendó que la ingeniosa idea de apertura de los juegos no se pensara de una manera tan ambiciosa, tan grande, reconociendo que no tienen la capacidad para proporcionar una segura estadía a tanta gente allí. Es muy difícil controlar la entrada y la salida del público a lo largo de los seis km que tiene el recorrido por el río Sena. Otros inconvenientes surgieron después de haberle dado el sí a esta idea, pues de los 600 mil invitados especiales que pensaron que iban a pagar las entradas, los redujeron después a 300 mil y finalmente sólo quedaron 100 mil invitados VIP que ya pagaron y tienen asegurados sus puestos. Con 45 mil policías que los cuidarán. Por supuesto ayudándose de un código QR que toda persona debe tener si pretende estar por la zona ese día. Incluyendo la advertencia a los residentes de los balcones que ven hacia el río, de que no vayan a llenarlos de gente porque se pueden caer. Algo se inventarán para que la gente no pueda ver gratis, la increíble y única ceremonia de apertura jamás antes vista en toda la historia. Sospechamos, que por los aires de estos tiempos, será una sorpresa tipo Eurovisión 2024, donde la música era lo que menos importó.
Dentro de todo este esperpento que es la organización a toda carrera de los próximos Juegos Olímpicos, un espectáculo en sí mismo, tenemos que la única infraestructura permanente nueva que París debería construir fue el Centro Acuático Olímpico. Al presentarse el proyecto costaba 70 millones de euros, pero al final costaba 175 millones. Pero después no pasó la prueba de estándares olímpicos pues no sirve para las competiciones de natación por no cumplir los requisitos técnicos necesarios. Por supuesto ante este revés, construyeron unas piscinas desmontables en el Arena La Défense, obra que se engrandece como un gran logro porque la construyeron en sólo diez días. Así como se enorgullecen de haber construido la Villa Olímpica en Saint Denis, famoso barrio donde los turistas años atrás iban para ver a las famosas chicas sin ropa bajo los abrigos, recientemente recordado, además, porque allí un policía mató a un “migrante” (en realidad un ciudadano francés, cuyos antepasados nunca le permitirían dejar de llamarse “migrante”), hecho que desató la ira de los habitantes de esta villa muy pobre y con graves problemas sociales. Una especie de provocación, para generar tensiones, pues no sólo llevan a los deportistas a esta zona para aprovechar y controlarla, llenándola de cámaras de seguridad. La Villa Olímpica es tan miserable como su concepción, para minimizar su “costo” los deportistas dormirán en camas que son cajas de cartón y sin aire acondicionado. Escucho cómo las presentadoras casi lloran de alegría por salvar así el planeta. ¿Compensará el costo de las emisiones tóxicas por todos los aviones privados que llegarán para estar solo unas horas en la inauguración? La gran patraña de haber elegido a Saint Denis para construir la famosa Villa Olímpica es que les quedaría estas magníficas edificaciones a sus pobres habitantes, las hicieron justamente pensando en ellos.
París fue elegida como sede de los Juegos Olímpicos 2024 y concentra casi todas competiciones porque las demás ciudades realmente se negaron a aceptar esa maldición que es invertir en infraestructura costosa que endeuda a la ciudad, los famosos “elefantes blancos”. Por eso sólo las ciudades con estadios y clubes de fútbol con mucho dinero como Lyon, Niza y Marsella, acogen los partidos de este deporte. No deja de llamar la atención que otra de las sedes esté en la lejana (de Francia) isla de Tahití, Teahupo´o (una comuna en las Islas de Barlovento del Pacífico), seguramente para que los deportistas hospedados en las tradicionales chozas de los polinesios, sientan cómo se le impone a una colonia la libertad y la fraternidad sin tener que viajar para eso a Nueva Caledonia.
Para la organización y preparación de un evento deportivo masivo se requiere saber escoger muy bien los símbolos que queremos resaltar del sitio elegido como sede. Por eso lo que sorprende es el empeño del gobierno francés para poner el dedo, mejor dicho, los dedos en las llagas, pues no es sólo una herida la que tiene el pueblo francés de hoy. Lleva años estallando de a poco. Y la élite francesa cree que podrá seguirlo conteniendo mientras que, al mismo tiempo, lo provoca. Aumento del costo de los alquileres, desalojos, subidas en el transporte, limpiezas sociales de los refugiados en las calles parisinas, gracias a la bondad inclusiva de su democracia, que los tiene en las calles porque los albergues no dan abasto ni siquiera para los propios franceses pobres, y ahora tampoco caben en las calles de la ciudad luz que prendió su luminosidad gracias a haber aplastado a tantos pueblos. Mientras, nos quieren demostrar cueste lo que cueste y como sea, que Francia es la mayor expresión de magnanimidad de la gloriosa cultura occidental, luz del progreso, recordándonos que la Gran Francia colonizadora, supremacista y racista no es cuestión del pasado.
Sólo que hoy, como en un baile de máscaras nos ilusionan y nos distraen con un fabuloso espectáculo delante del telón, pero detrás no huele nada bien…

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