Opinión

El periódico de Vox ataca la libertad y vuelve a censurar a un colaborador por su artículo “La geopolítica de los Oscar”

Administrator | Domingo 14 de abril de 2024
No tiene por costumbre esta publicación atender a las mamarrachadas de las luchas partidistas de la política española, pero no se puede dejar pasar una agresión más a la libertad de expresión por parte de un grupo político que se dice a sí mismo patriota, defensor de la soberanía nacional y antiglobalista. Ese partido es VOX.
Los españoles deben ser conscientes de las graves contradicciones que asolan a este grupo político y por qué está condenado a la desaparición o a ser muletilla de la derecha más grosera y del liberalismo woke.
No se puede ser antiglobalista y seguir fielmente las consignas de la OMS referidas alas vacunaciones de la Big Pharma, de las políticas agrícolas europeas, de la identidad biométrica, no pedir la salida de ese pozo de mugre y cochambre que es la UE, seguir defendiendo el modelo capitalista de mercado “libre” que solo beneficia a las clases poderosas, esas mismas que imponen las ideas globalistas…
No se puede defender la soberanía nacional mientras defiendes la membresía de España en la OTAN, mientras tienes placeres oníricos con las bases yanquis en territorio español, y al mismo tiempo defender a una entidad terrorista y presuntamente genocida como es el Estado de Israel, cuando se aplaude de forma miserable a un tirano corrupto como Zelensky o se le da la espalda al que fuera gran amigo (para la foto), Viktor Orban. Por no hablar del seguidismo a la Meloni y otros sospechosos habituales, incluido el tarado mental que gobierna ahora Argentina.
Ser patriota no puede ser el último refugio de los canallas, que dijera Samuel Johnson, haciendo de muletilla de la derecha de siempre, alabando a los de siempre, justificando a los de siempre y quejándose para ocultar la incapacidad propia.
Podríamos contar muchas cosas de la “vida privada” de VOX, pero no es nuestro deseo entrar en el Patio de Monipodio de los partidos políticos. Solo insistir, no se puede ser patriota y censurar a otro patriota como ha hecho VOX en su publicación instrumental LA GACETA. Y por eso queremos denunciarlo, queremos informarlo a nuestros lectores y avisar, una vez más, que con VOX se cumple el dicho ese de que cada día que amanece el número de tontos crece.

He aquí el ejemplo de quien no ha tenido ni valentía ni sentimientos para condenar el asesinato de más de 15.000 niños palestinos en Gaza, pero se “solidariza” con sus asesinos porque les han hecho una mascletá…
Los hechos
La Gaceta de la Iberosfera, periódico nacido bajo el amparo de Vox y la Fundación Disenso, ha vuelto a reincidir en uno de los aspectos más deplorables a los que puede someterse un medio de comunicación: la censura. El pasado mes de octubre, la víctima fue el articulista ex de Abc, Hughes; hace unos días le ha tocado al politólogo Jasiel-Paris Álvarez.
Hughes escribió varios artículos por los que fue acusado de “antisemitismo”. Ante las delaciones, La Gaceta se plegó ante las quejas del lobby sionista en España y eliminaron los textos de su colaborador.
Meses después, el medio voxero ha vuelto a hacer lo mismo con el politólogo Jasiel-Paris Álvarez. Ha censurado (tras haberlo publicado inicialmente), un artículo titulado “La geopolítica irrumpe en una gala de los Oscar marcada por las guerras y el miedo de las élites al regreso de Trump”, donde analiza el valor de la propaganda pro Israelí y anti rusa en los Oscar: “Rusia sigue siendo, años después de la Guerra Fría, una obsesión para EEUU que penetra incluso en los Oscar”, señala el autor, quien destaca el premio de mejor documental para 20 días en Mariupol: “El documental sirve como herramienta de guerra cognitiva de EEUU contra Rusia, mostrando los horrores del ejército ruso mientras oculta los del «Azov»", añade el artículo censurado y aludiendo a la brigada neonazi que combate en las filas ucranianas.
El artículo ya no se puede encontrar en la web de La Gaceta de la Iberosfera, ya que al pinchar en el link, la página da error.
El periódico de Vox
La Fundación Disenso, respaldada por Vox y encabezada por Santiago Abascal, lanzó el diario La Gaceta el pasado 12 de octubre de 2020. El periódico se centra en temas políticos, ideológicos, sociales y culturales considerados prioritarios por este nuevo think tank de Vox, dirigido por Jorge Martín Frías.
El Consejo Editorial estará liderado por Hermann Tertsch, eurodiputado y periodista, quien enfatiza la lucha cultural contra los "enemigos de la libertad" en ambos lados del Atlántico, particularmente en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador y en contraposición al Grupo de Puebla.
El «misterio» de los artículos que le «desaparecen» a La Gaceta
Beatriz Talegón
Hay lecturas que una se reserva para ese momento de calma, de goce, que te regala el silencio que dejan los hijos durmiendo, el perro acurrucado y las luces tenues.
Además de mi lectura eternamente pendiente sobre el Tao, acumulo artículos que, durante la semana, ojeo rápidamente y dejo para leer más adelante, más despacio, porque tanto el fondo como la forma merecen tomarse un tiempo.
Uno de estos artículos era el que Jasiel Paris había publicado en La Gaceta, a tenor de los Oscar, y en clave de análisis geopolítico. Lo vi muchas veces compartido en redes, y me lo recomendaron amigos que saben del buen leer.
Aquí está el enlace inicial del artículo.
Preparada estaba yo, con mi té y bien colocada entre cojines, con ese protocolo que te montas como ritual, cuando de pronto, me encuentro con un letrero que, amablemente, me ofrece La Gaceta en lugar de las líneas de Paris: “No se ha podido encontrar la página. Parece que no se ha encontrado nada en esta ubicación”.
Lo primero que pienso es que algo falla en mi “cacharro”. Y le pido a mi marido que intente abrirlo en el suyo, con la misma suerte. Nada. Reviso y acudo al perfil del autor donde él mismo tiene compartida la pieza, asegurándome así de no haber puesto una dirección incorrecta. Lo mismo. La página no se ha podido encontrar.
Pregunto entonces, entre quienes comparten redes sociales conmigo, si tienen el mismo problema: confirmado. El artículo no aparece. “Ha sido eliminado” me dice un internauta que me asegura haberlo leído previamente y no ser capaz ahora de recuperarlo.
Recibo, gracias a los que saben de cómo funcionan estas tecnologías, unos pantallazos del texto, que me permiten disfrutar de la lectura. Y, finalmente, consigo disfrutarlo.
Pero ahora la duda que me asoma es si este artículo habría podido ser censurado por La Gaceta, por el análisis tan contundente que se hace en él sobre la política exterior de Estados Unidos, Israel, y la actuación de la OTAN. Comento con algunos compañeros, que se inclinan a pensar que no hay otra razón, puesto que los demás artículos de la página están disponibles y pueden leerse (por lo que no es un fallo técnico que pueda arrogarse a la web del diario, según parece).
Intento contactar, ya por curiosidad, con el autor. Pero no lo consigo. Y lo que sí observo es que acumula comentarios de lectores que, como yo, llevan un par de días intentando acceder al contenido sin suerte.
¿Puede ser cierto que La Gaceta haya censurado de tal manera este excelente artículo? ¿Qué puede temer el diario al publicar un análisis impecable, documentado y, además, muy interesante y enriquecedor?
De ser cierto que la razón es la que parece, ¿cómo es posible mantenernos a los lectores privados de este tipo de información tan necesaria? ¿No vulnera esto mi derecho a la información como ciudadana, amparado por la Constitución Española?
Triste, de confirmarse, que La Gaceta haya podido censurar a uno de los mejores autores que ahora mismo arroja luz entre tantas tinieblas. Espero estar equivocada y que hayan sido “los duendes” tecnológicos y mañana el artículo pueda leerse de nuevo. Merece la pena, créanme.
AQUÍ ESTÁ EL ARTÍCULO CENSURADO: La geopolítica de los Oscar
Hasel Paris
La política siempre se cuela en la gala de los Oscar, generalmente mediante comentarios liberal-progresistas de “celebrities” multi-millonarias que lavan su mala conciencia con un feminismo “Barbie”, un ecologismo “Al Gore” o un (anti)racismo “Wakanda”. En esta entrega, el discurso Demócrata estaba tan presente que el presentador Jimmy Kimmel llegó a “bromear” preguntándose si Trump no debería estar en la cárcel.
Las elecciones presidenciales están cerca y parte de las élites (sean Pentágono, Silicon Valley o Hollywood) están nerviosas por un posible regreso de Trump. Curiosamente, uno de los temores histéricos que agitaban en 2016 era que un Trump convertido en presidente podría pulsar el botón rojo nuclear. Hoy resulta irónico acordarse, estando -ahora sí- al borde de una tercera guerra mundial de tipo nuclear gracias al gobierno de Biden.
Y más irónico resulta que una de las películas ganadoras de la ceremonia sea “Oppenheimer”, cuyo argumento gira en torno a la bomba atómica, un arma que de nuevo ha recuperado todo su protagonismo. Lo más revelador es la escena final [atención “spoiler”, o dicho sin anglicismos: vamos a destripar la película]. “Oppenheimer” termina con una visión premonitoria de un holocausto nuclear que destruye el planeta. ¿Profecía auto-cumplida?
La proliferación del arma que Oppenheimer trajo al mundo viene acompañada de la proliferación entre nuestras élites de la terrible mentalidad oppenheimeriana de que “el fin justifica cualquier medio”. Aunque la película pasa de puntillas sobre ello, el mismo Oppenheimer participó en la decisión de usar la bomba contra población civil japonesa. Incluso propuso personalmente atacar la antigua capital de Kioto, con sus miles de templos budistas y enclaves patrimonio de la humanidad. La idea fue descartada como excesiva por los propios militares estadounidenses, que escogieron Hiroshima y Nagasaki (con criterios igual de criminales pero menos escandalosos culturalmente).
Oppenheimer nunca se arrepintió del uso dado a su creación, sosteniendo hasta el final de sus días que habría servido para forzar una rápida rendición de Japón, acabando con la Segunda Guerra Mundial sin derrochar más vidas. Hoy sabemos, gracias a historiadores revisionistas como Gar Alperovitz o Howard Zinn, que ese razonamiento era una patraña, que Japón iba a rendirse igualmente y que las bombas se lanzaron para intimidar a la Unión Soviética. ¡Rusia, siempre Rusia! Años después de la Guerra Fría, el miedo a Moscú sigue en el centro del imaginario colectivo estadounidense, lo que se refleja en su circuito cinematográfico.
El año pasado, la estatuilla para el mejor documental fue para “Navalny”, una pieza propagandística producida por la CNN estadounidense sobre el disidente ruso, recientemente fallecido. Este año, el vídeo “in memoriam” (dedicado a los famosos que han muerto durante el curso) ha comenzado con un vídeo del propio Navalny. Es una escena de dicho documental, en que el opositor especulaba sobre la posibilidad de acabar asesinado. Aunque la hipótesis de que finalmente su muerte haya sido una ejecución directa por parte de Rusia está descartada incluso por el servicio de inteligencia de Ucrania, “la Academia” lo insinúa pese a todo.
Además, el mismo galardón al documental que en 2023 fue para “Navalny” ha sido, en 2024, para “20 días en Mariupol”, una producción ucraniana que fue retirada de un festival en Serbia por considerarse “propaganda anti-rusa”. El filme retrata las devastadoras condiciones de vida bajo el asedio militar al que Rusia sometió a dicha ciudad entre febrero y mayo de 2022. Pero falsea una parte de la historia y oculta otra.
Entre lo falseado hay imágenes tan emblemáticas como la de Marianna Vyshemirsky, la mujer embarazada que fue herida tras un bombardeo ruso en el hospital de maternidad de Mariupol. Contra su voluntad, su imagen fue grabada para ser explotada como herramienta de propaganda bélica, mientras se ignoraba su historia humana: fue desplazada del este de Ucrania meses antes por culpa de su gobierno, tuvo que huir a territorio ruso para evitar la persecución contra disidentes en su país y sostuvo en todo momento que la causa de sus heridas no fue ningún bombardeo ruso sino un ataque de artillería, quizás ucraniano. Con su testimonio dio validez a la narrativa de Moscú de que el complejo hospitalario era un objetivo legítimo, confirmando haber visto en las instalaciones presencia militar ucraniana.
Donde apenas hay presencia militar ucraniana es en el propio documental, que se centra en el terrible sufrimiento civil. Una imagen muestra un abriguito infantil enganchado entre las ramas de un árbol, evocando los efectos de una explosión en una urbanización familiar. Es otra escena falseada, robada de un documental emitido 8 años antes (“Игрушки для Порошенко”) que mostraba los crímenes del ejército ucraniano contra civiles en la región del Donbás. Una de esas víctimas fue la niña del abriguito en el árbol, asesinada junto con su hermano, padre y madre.
Quizás por eso no aparece en el oscarizado documental la defensa militar de Mariupol. Quizás era mejor no hacerse preguntas sobre su protagonista, el “Regimiento Azov” de la Guardia Nacional ucraniana, que ocupaba la ciudad desde que en 2014 la tomó reprimiendo a sus habitantes, expulsando a parte de su población y torturando a los opositores. Ocho años de terror ampliamente documentados pero no “documentalizados” en las pantallas de Occidente. Como tampoco la época posterior a 2022, en que una Mariupol reconstruida como territorio ruso sigue bajo ataque, pero ahora los misiles de largo alcance vienen del ejército ucraniano, que también golpea instalaciones sanitarias (como el Centro de Salud Yalta).
El ”Regimiento Azov”, una unidad ultra-nacionalista y con elementos neo-nazis, no es el primer ejemplo de un grupo armado extremista que haya sido “blanqueado” por Hollywood y los Oscar para mayor gloria de la geopolítica estadounidense. En 2017 fue premiado el documental “Cascos Blancos”, un publirreportaje sobre la oposición siria, estrechamente vinculada con elementos terroristas-yihadistas de Al Qaeda y el ISIS. Nada nuevo para Hollywood, que ya en 1988 ensalzaba a los talibanes en “Rambo 3”.
Hacia Oriente Medio ha apuntado también el discurso de Jonathan Glazer, que recogió el Oscar a la mejor película extranjera por “La zona de interés”. Su película narra la idílica vida de una familia de funcionarios nazis, a solo un muro de distancia de los crematorios de Auschwitz. El director decidió comparar este frívolo contraste con los israelíes que, a día de hoy, hacen su vida cotidiana ajenos al genocidio que su país está desatando al otro lado de la verja en Gaza.
“Me niego a que la identidad judía y la memoria del Holocausto sean secuestrados por un gobierno de ocupación que ha llevado el conflicto a tantos inocentes”, afirmó. Glazer, judío, atacó así el argumento fundamental del estado de Israel: que todo judío debería apoyar el sionismo, al que se le perdona cualquier crimen después de lo sufrido en el Holocausto. Glazer ha dicho que no le interesan las películas de la Segunda Guerra Mundial que sirvan pare decir “mira lo que hicieron en aquel entonces”, sino que la reflexión debe dirigirse a “lo que nosotros estamos haciendo ahora”, porque “la deshumanización es cosa del pasado y también del presente”.
Sus palabras han sido rápidamente respondidas desde Israel por Amichai Chikli, “ministro para la diáspora y el antisemitismo”, que tildó a Glazer de “judío antisemita”, abundando en la retórica de que ningún judío podría criticar al estado de Israel. Chikli también le afeó la comparación entre nazismo y sionismo, algo que supuestamente banalizaría los crímenes del primero. Cosa curiosa, viniendo de un ministro que ha afirmado que la moderada Autoridad Palestina es “una entidad neo-nazi”.
Entre el habitual feminismo “Barbie”, ecologismo “Al Gore” y (anti)racismo “Wakanda”, las palabras de Glazer fueron un acto genuino de valentía, especialmente en un ecosistema político tan influido por el lobby sionista. Otro acto de valentía fue el de Cillian Murphy, actor protagonista de “Oppenheimer”, que dedicó su galardón a todos aquellos que (en dirección opuesta a las élites globalistas) siguen trabajando por la paz y contra la guerra. No todos podemos ganar una estatuilla, pero sí hacernos eco de ese mensaje, aunque a veces nos cueste alguna “cancelación”. El precio de callar es mucho más alto, tanto para el honor propio como -lo que es más importante- para las vidas del prójimo.

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