Opinión

Algunas reflexiones sobre el pensamiento metapolítico de Guillaume Faye

Administrator | Miércoles 03 de abril de 2024
Robert Steuckers
Conocí a Guillaume Faye en una sala de la metrópoli del Flandes galo, Lille, en el invierno de 1975-1976. En esa ocasión pronunció una conferencia sobre la independencia energética de Europa, tema que siempre le apasionó, ya que defendió incansablemente la autosuficiencia energética basada principalmente en la energía nuclear, tal y como Francia se había empeñado en conseguir desde los años sesenta. La independencia energética confiere un poder, palabra clave en sus discursos, que permite escapar al sometimiento del hegemón estadounidense. Si existe el sometimiento, entonces no hay poder y, por lo tanto, sobreviene el declive, la decadencia y la desaparición. Tener poder permite controlar, gestionar y afrontar la realidad. Faye siempre se describió a sí mismo como “realista y sensato”. Posteriormente, sobre todo a partir del fatídico año de 1979 (y explicaré aquí el por qué fue tan fatídico), mantuvimos largas discusiones sobre geopolítica, geoestrategia y geoeconomía. Por supuesto, también discutimos sobre otros temas, como nuestros recuerdos de cuando éramos niños, estudiantes y lectores. Resultó que Faye fue alumno de un colegio jesuita en su ciudad natal, Angulema. Allí recibió una sólida educación greco-latina la cual lo llevó a formular posteriormente su metapolítica, aunque jamás habló sobre ello en público, lo cual es una lástima. Volveré sobre este último asunto más adelante.
Guillaume Faye se unió al movimiento de la Nueva Derecha después de frecuentar grupos de estudio sobre Oswald Spengler y Vilfredo Pareto en los que también militaba Yvan Blot, con quien – a pesar de sus diferencias y de sus trayectorias paralelas que tenían poco en común – compartía algunas ideas básicas, como el helenismo (de cuño aristotélico), el interés por una economía política (libre de consignas liberales y marxistas) y la importancia de Rusia (desde Brézhnev hasta Putin). Estos dos círculos de estudio al interior del movimiento de la Nueva Derecha en la Île-de-France se preocupaban por cuestiones “realistas” y verdaderamente políticas. Faye siempre se mantuvo fiel a ellos porque detestaba la charlatanería fática, la pose pomposa y la palabrería sin sentido. Faye, hostil a estos excesos, siempre se refería a menudo al concepto de la “nocividad ideológica”, desarrollado por Raymond Ruyer. A partir de 1980, esta crítica de la “nocividad ideológica” fue completada por el “doxanálisis” (análisis de las opiniones) de Jules Monnerot, quien escribió una “sociología de las revoluciones”. Monnerot transmitió a Faye la idea de la heterología, es decir, que el resultado de una política basada en la “nocividad ideológica” nunca se corresponde con sus intenciones originales. La intención de contentar a los ciudadanos en nombre de la nocividad ideológica (François Bourricaud, otro de los referentes de Faye) siempre conduce al despilfarro en el mejor de los casos y al desastre en el peor (¡y llevamos varios años así!).
Cuando conocí a Faye el mundo occidental estaba siendo devorado por el neoliberalismo, es decir, el predominio de la economía sobre la política. Con tal de restaurar la primacía de lo político (Carl Schmitt, Julien Freund) y huir del pensamiento exclusivamente económico, era necesario interesarse por el pensamiento económico no liberal y heterodoxo (es decir, que no fuera manchesteriano ni marxista o keynesiano) que diera cabida a la historia específica de los Estados o los imperios, a las instituciones particulares surgidas de la historia de los pueblos, así como a los datos etnológicos y antropológicos. La idea esencial era volver a promover en los debates teóricos la autarquía o semi-autarquía de los grandes Estados nacionales (François Perroux) o de los Grandes Espacios (Friedrich List, Carl Schmitt, André Grjébine), puesto que la economía no debía servir a la propia economía o a los poderes financieros, sino a la población con tal de conservarla en el tiempo y vincular a las generaciones siguientes a estrategias eficaces de supervivencia. Por lo tanto, la economía no debe predominar, sino que debe ser contenida por la política y ponerse al servicio del Estado o del imperio (el Gran Espacio según Carl Schmitt, quien todavía era poco conocido en ese momento en el departamento de “Estudios e Investigación” del G.R.E.C.E. cuando tuvimos nuestras discusiones).
En la primera mitad de los años ochenta, Faye era un atento lector de libros que ponían de relieve los daños antropológicos causados por el progresivo desvanecimiento de la política y el avance triunfal de la economía. Dos conceptos particularmente sutiles llamaron su atención: la obesidad del Estado formulada por Jean Baudrillard (que por cierto escribió un libro sobre los problemas causados por la sociedad de consumo y el consumismo) y la idea de que estamos entrando en una “era del vacío”, tal como la define Gilles Lipovetski. Un Estado con sobrepeso, lastrado por una asistencia social excesiva, un sector de servicios saturado y unas instituciones culturales demasiado subvencionado no puede volver a su esencia, a sus funciones soberanas y verdaderamente políticas. Esta asfixia, sobre todo a través del consumismo baudrillardiano y la estulticia de los programas de televisión copiados de los estadounidenses, conduce a un vacío cultural problemático que impide a las élites culturales de un país (o de un continente) encontrar en su propia cultura las fuerzas motrices para librar a sus sociedades de la escoria y la obesidad que tal estado de cosas ha traído consigo. Por lo tanto, la metapolítica defendida por unas élites (platónicas) debe consistir en un retorno constante a la herencia griega (Platón, Aristóteles, Heródoto, Tucídides) como base del pensamiento teórico y práctico, que a su vez nos conduce a un realismo de corte aristotélico (Faye repitió estas tesis en su último programa para la televisión en TV Libertés). Este llamado a consolidar constantemente el poder realmente existente centro de la política o el poner en práctica aquello que existe potencialmente en el poder, pero sigue en reposo (Aristóteles, Gentile, los actualistas holandeses), es nuestro objetivo. Esta forma de metapolítica pretende hacer que la política sea esbelta y flexible, fuerte y sin sobrepeso (Baudrillard) y, al mismo tiempo, impregnarla de un discurso que parte de un “pensamiento fuerte” que devuelva sustancia a la sociedad para que no se deslice hacia el “vacío” (Lipovetski).
Sin embargo, la existencia de instituciones y prácticas “democráticas” (o “partitocráticas”) en los Estados occidentales hace que la nocividad ideológica denunciada por el profesor Raymond Ruyer se extienda tanto entre las clases bajas como entre las élites (a través de una educación decadente debido a la aparición de ideologías apolíticas tras mayo del 68). Cualquier estudio genealógico de estas nocividades ideológicas conduce naturalmente a suponer que el gusano ya estaba en la fruta, es decir, en nuestras sociedades occidentales, desde que las “sociedades de pensamiento” (Augustin Cochin) tomaron el poder en 1789 o incluso desde la disputa del siglo XVII entre los antiguos y los modernos. Basándose en los conceptos que le había enseñado Giorgio Locchi, Faye desarrolló una visión de la historia (del pensamiento) que expuso en un pequeño libro titulado Europa y la Modernidad, publicado en Embourg, cerca de Lieja, con una tirada de muy pocos ejemplares e impreso de forma artesanal. Se trata sin duda del texto más difícil de Faye. Además, no era más que un primer borrador que merecía un desarrollo más exhaustivo (¡nos aventuraremos a hacerlo!), junto con explicaciones en un lenguaje más suelto y accesible.
Simplificando, diremos que Faye veía la herencia pagana (en su opinión “griega”), la cual es a la vez apolínea y dionisíaca, como el fundamento más seguro y sólido de nuestra Europa. Esta herencia, aún presente, pero olvidada y relegada a los márgenes, fue erosionada por la cristianización. La cristianización ha mutilado la herencia griega, no solo diluyendo ad usum Delphini las instituciones educativas (Nietzsche), sino también la herencia viva de la que hablaba el helenista y mitólogo Walter Otto. Cuando Faye hablaba de la herencia griega o del paganismo lo hacía como lector de Walter Otto (lo que no le impedía disfrutar de las libaciones y goliardises de vez en cuando). Según Faye el camino seguido por la cultura europea es el siguiente: el proyecto cristiano o cristianomorfo (derivado de una secularización del mensaje cristiano) perseguirá destruir toda la herencia pagana, la cual se ha mantenido en su interior mediante una resistencia tácita de su helenidad fundamental (una “helenidad” entendida en el espíritu de Walter Otto) y de otras formas de percepción cósmica del mundo viviente, las cuales también existieron fuera del ámbito helénico o helenizado. Es este sustrato el que se resiste contra la creciente expansión en su interior de una visión cristiana o cristianomórfica, a-cósmica, atea y racionalista que ha predominado desde la Reforma y sobre todo desde el siglo XVII. El cristianismo racionalista surgido a partir de la Reforma y sobre todo en el siglo XVII dio nacimiento al espíritu razonador de las “sociedades de pensamiento” (Cochin), el empirismo de Locke (la Vulgata anglosajona) y a la ideología de los derechos humanos (cuyos excesos fueron señalados por Edmund Burke ante las aberraciones atroces de la Revolución de 1789). En este sentido, reacciones como el Sturm und Drang alemán y el pensamiento de Herder son en parte avatares inconscientes del helenismo cósmico reprimido por el cristianismo. Locchi creía que el wagnerismo fue el golpe de gracia dado en contra del avance de la visión cristianomorfa, ya que paralizaba tal visión y permitía un retorno al helenismo. Faye consideraba que esta visión cristianomorfa había resurgido en los años setenta con la popularización de la vulgata de la “nueva filosofía” y de su principal exponente Bernard-Henri Lévy: este hipotético Yahvé, después de haber tomado unos cuantos whiskies bastante fuertes en el Twickenham, había dado a luz, tras el paso de varios siglos, a la racionalidad republicana, purgada de los restos que quedaban del terruño y queriendo establecer necesariamente esta racionalidad como un sistema ineluctable cuya tarea permanente seria desarraigar tanto la cultura popular como la cultura de las élites, incluso al punto de recurrir a la fuerza. Aquí tenemos el anteproyecto que hoy se ha convertido en una represión generalizada sobre todos aquellos que no aplaudan el discurso del neoliberalismo de Macron y los Woke. El “sistema para matar a los pueblos”, título de la primera gran obra de Faye, no ha, mutatis mutandis, envejecido mal.
Las ciencias naturales (físicas y biologías), al igual que la técnica, adquirieron una importancia inusitada durante el siglo XIX y, según Faye, era posible ponerlas al servicio de un helenismo cósmico renacido, verdaderamente europeo, o del lado del proyecto cristianomórfico ateo y anticósmico. Las ciencias y las técnicas, en sí mismas, son neutras. Faye leyó con mucha atención a Jürgen Habermas y sus mentores de la Escuela de Frankfurt, ya que para ellos la técnica y la ciencia eran “fascistoides” en el sentido de que siempre se ponen al servicio del poder, no importa cuál sea su proyecto (nacionalsocialista, estalinista, rooseveltiano) o, más precisamente, al servicio de los gobernantes que James Burnham (otra referencia de Faye y Thiriart) llamaba “la época de los gerentes”. Estos “gerentes” son los administradores del “poder” que protegen la vida, la supervivencia económica, social y demográfica del pueblo. La metapolítica, como batalla de las ideas, debe, por lo tanto, conquistar las mentes (del latín mens) de los “gerentes”, que son el equivalente de los “filósofos” según la tradición platónica y no abstrusos parlanchines, ya que son, antes que nada, hombres de acción y prospección. Estos “gerentes” deben, pues, tener un sustrato helénico y no cristianomórfico, postcalvinista, pospresbiteriano (¡Wilson!) o poslockiano; ateniense (o romano) y no yahvista, como lo es el balbuceo ultrasimplista de BHL. Europa sólo tendrá futuro si sus “gerentes-filósofos” vuelven a ser “griegos” (en parte platónicos, en parte aristotélicos, apolíneos e igualmente abiertos a lo dionisíaco, elementos que existen en el corazón de todo ser humano y que es la basa de toda piedad cósmica auténtica). En cambio, Europa perecerá si sus “gerentes” asumen la nocividad ideológica, las aberraciones o los avatares de un cristianismo a-cósmico que en el contexto actual es sinónimo de los delirios woke, sexistas y ecologistas de la “Rebelión a favor de la extinción”. Cinco años después de la muerte de Faye, conviene recordar que el historiador contemporáneo alemán Frank Bösch, en su obra maestra Zeitenwende 1979: Als die Welt von heute begann, dice que en 1979 el mundo occidental se sumió en la decadencia y la manía suicida que hoy permean a nuestras sociedades (y nos hizo odiados en los ojos de los países emergentes y desfavorecidos).
Fue en 1979 que BHL comenzó su carrera con la condena anticipada de todos los reflejos sanos que podían emanar de un pueblo que luchaba por sobrevivir. Fue también en 1979 que el neoliberalismo comenzó a despegar con el apoyo de Thatcher y un poco más tarde con el Reagan, lo cual llevaría finalmente a la desaparición de la UE. También en 1979 el fundamentalismo islámico apareció en la escena internacional y, entre Marruecos e Indonesia, hizo resurgir el factor religioso que había retrocedido gracias a los Estados árabes laicos, a menudo apoyados por militares. Este fundamentalismo, visto de cerca, siempre ha servido como un proxy de las guerras (de baja intensidad) que el hegemón estadounidense no libra oficialmente. Esto lo hemos visto en Afganistán, Siria y Chechenia. Además, en 1979 aparecieron los “boat people” que anunciaron con un entusiasmo malsano el desplazamientos de poblaciones enteras que escapaban de las guerras provocadas por el hegemón, pequeñas masas demográficas utilizadas por los servicios de inteligencia estadounidense para transformar todos los Estados en “Estados mixtos” y así debilitarlos o hacerlos implosionar: esta práctica alcanzó su apogeo en 2015 con la llegada masiva de refugiados sirios, iraquíes, afganos y africanos a toda Europa y especialmente a su centro geográfico (Alemania) tras la caída de Libia. La fusión de este miserabilismo cristianomórfico con los “boat people” dio vuelo a todo este fenómeno que incluso llegó a reconciliar a Sartre y Aron, mientras que el islamismo radical comenzó a pulular en los suburbios de Europa gracias a la diáspora musulmana y el cual Faye se dedicará a estudiar en su segundo período, que se extendió desde 1998 hasta su muerte. El primer periodo fue el inmediatamente posterior a su graduación en 1973 y duró hasta el final de su activismo metapolítico dentro del G.R.E.C.E. a finales de 1986 y principios de 1987. Finalmente, cabe recordar que en 1979 comenzó esa ecotendencia que hoy sumerge a todo el Occidente dominado por la Americanosfera y OTANistán, especialmente Alemania, infestado por modas nocivas y antitradicionales que, sobre todo sabotearon la autonomía energética de Europa y llevaron al rechazo de la energía nuclear: hoy vemos cuales han sido los beneficios obtenidos por el hegemón gracias al conflicto ruso-ucraniano. Alemania fue derrotada primero por los bombardeos de alfombra angloamericanos y el “caballo de batalla soviético de las talasocracias” (Ernst von Reventlow). Luego le siguió el eco-virus, que fue una importante plaga ideológica en su contra, inoculada por los Jóvenes Líderes Globales que se vestían de verde. ¡Este era el objetivo de tales maniobras! Estas ideologías nocivas inyectadas en el cuerpo de Europa desde 1979 nos han conducido a una “convergencia de las catástrofes” que Faye anticipó en su momento y que describió en un libro que lleva tal nombre en el 2007, justo antes de que estallara la gran crisis del neoliberalismo en 2008 y antes del vigoroso despertar de Rusia (debido a la guerra en Georgia y Osetia del Sur en agosto de ese mismo año).
Hay mucho más que se podría decir sobre la metapolítica de Faye (su amistad con Julien Freund, sus años de frivolidad entre 1987 y 1997, la influencia que ejercieron sobre él Locchi, Venner y Blot, sus tesis sobre la sexualidad, las relaciones europeo-rusas y europeo-americanas, etc.), pero, al final, en el marco de este modesto artículo, sus ideas metapolíticas se resumen en la necesidad de una lucha militante continua, con las herramientas que él nos dejó, en contra de todas las manifestaciones de esas nocividades ideológicas introducidas en nuestras sociedades occidentales des-helenizadas desde 1979, al igual que contra las raíces de tales ideologías, con tal de crear una Europa des-occidentalizada fundada sobre el arcaísmo griego y los logros tecno-científicos dominados por el poder y la voluntad (arqueofuturismo). Este es el espíritu de aventura (¡Mabire!) que siempre nos ha movido y que aspira a alcanzar su destino sin trabas. Nuestro enemigo es el occidentalismo surgido de una lectura superficial y mutilada de la Biblia que ha dominado nuestras sociedades desde la Reforma, siendo completamente hostil al Renacimiento, y de una racionalización progresiva y empirista impuesta con una superficialidad histérica, encaminada a la rápida modernización de las sociedades y la creación de políticas que sigan por toda la eternidad los mismos esquemas trillados, ya que todos, sin importar si son bosquimanos o lapones, jemeres o alakaloufs, han de amoldarse a sus parámetros una vez que sus almas sean asesinadas por el sistema. Faye solía utilizar los binomios como arraigo/desarraigo, instalación/desinstalación, haciéndose eco del vocabulario usado por Bernard Garcet en los años sesenta en la escuela de cuadros de la “Joven Europa” (Jean Thiriart) de Lovaina y Bruselas: esta vanguardia europea necesita activistas políticos y metapolíticos desarraigados y desinstalados para erradicar la inercia desempoderadora de una humanidad zombi (Venner) o trivial (Thiriart), ella misma desarraigada e instalada en los tristes y repetitivos esquemas de una cosmovisión a-cósmica y a-trágica. Esto se ha convertido en una lucha eterna y global que no conoce fin. En septiembre de 1980 le prometí a Pierre Vial que defendería nuestra visión del mundo, siendo Faye el exponente más apto y audaz de la misma, hasta mi último aliento. Que otros lleven esta antorcha cuando yo, como Faye, haya pasado de la vida a la muerte.
Breve nota post scriptum: Soy consciente de lo incompleto de este texto. Los lectores de este boletín de los Amigos de Jean Mabire podrán descubrir en la inmensidad de la web otros dos textos publicados tras la muerte de Guillaume Faye. Uno fue un relato corto escrito por Faye para la página web de sus editores alemanes y que fue impreso por primera vez en su versión del libro Arqueofuturismo: el relato describe una jornada de un Inspector Imperial de la Gran Europa de Dublín a Vladivostok. En esta entrevista se menciona en particular el interés de Faye por los cómics (Hergé, Jacobs, Franquin). La otra entrevista se realizó para una revista teórica austriaca sobre el tema del arqueofuturismo. Estos textos, escritos originalmente en alemán, se tradujeron al francés:
1) Entrevista sobre Guillaume Faye y el arqueofuturismo - Robert Steuckers responde a las preguntas de Philip Stein: https://podcast.jungeuropa.de/
2) Guillaume Faye y la visión arqueofuturista: https://arktos.com/2023/03/07/

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