Geoestrategia

Carlos X. Blanco: «Si España cobra fuerzas en su fachada atlántica, podrá ejercer su labor de contención en el Mediterráneo»

Administrator | Viernes 12 de enero de 2024
Carlos X. Blanco
El filósofo asturiano Carlos X. Blanco acaba de publicar en Ediciones Ratzel su nuevo ensayo Plus ultra: La geopolítica atlántica española.
Redacción: ¿Por qué un libro sobre geopolítica nacional en un país como la España de hoy que se carece de una geopolítica propia?
Carlos X. Blanco: España es una nación fallida desde que su Imperio se vino abajo y los poderes extranjeros impusieron una dinastía igualmente extranjera a principios del siglo XVIII. Con los borbones, en ese mismo siglo XVIII, hubo una recuperación del Imperio e incluso un máximum territorial, pero ya bajo la necesaria subordinación a Francia. Fuimos, desde la Guerra de Sucesión, por así decir, la franquicia de un Imperio y no un Imperium propiamente dicho. El resto de nuestra historia fue un desastre. La invasión napoleónica pudo haber sido un verdadero comienzo «nacionalitario»: el pueblo de toda España adquirió conciencia de sí y para sí en 1808, y luchó por la soberanía en contra de sus propias élites, siempre traidoras. La independencia conquistada, no obstante, fue una independencia a muy alto coste. Las oligarquías, ya fueran afrancesadas, ya anglófilas, masonería mediante, tenían muy claro que los despojos del Imperio había que venderlos al extranjero en el mercadillo de ocasión. El pueblo español no logró constituir nación española. La nación histórica no funcionó como nación política, y el modelo liberal o afrancesado no podía sino acabar con la propia nación histórica eliminando hasta su base, que es el pueblo. Ese mismo pueblo que se levantó en Asturias en 1808, como antes había sucedido con Pelayo en 718, alzamiento que sirvió para que los madrileños se alzaran inmediatamente siguiendo el ejemplo de la Junta Soberana del Principado, fue muriendo en las llamadas guerras carlistas, verdaderos conatos de resistencia popular. Desde hace mucho, no tenemos soberanía. Las oligarquías nos han vendido barato a franceses, ingleses y yanquis. Y esto es así en todos los jalones de nuestra historia: la guerra ilegal de 1898 y la traición de la Corte madrileña, los manejos de las potencias en 1936, el atentado contra Carrero Blanco, la invasión del Sahara «concertada» por Juan Carlos, el 23-F, las bombas de Atocha, el golpe de Estado de Puigdemont… todos esos episodios desvelan la gradual desactivación de la soberanía nacional de España. Ante este «robo», de la nación y del propio pueblo (el pueblo español está dejando de existir), quise escribir un libro que recordara las posibilidades objetivas que tiene España como potencia geopolítica, sus potencialidades que vienen dada por su propia historia y geografía. Pero esa potencialidad sólo se puede allegar al acto si hay un enérgico cambio de mentalidad, de régimen y de economía.
¿Hay conciencia de la importancia de la geopolítica en nuestra élite política y dirigente? ¿Y en los ámbitos intelectuales?
Como ya he dicho, nuestra élite política y dirigente es, desde tiempos remotos, y haciendo una generalización que puede ser injusta en ciertos casos, un hatajo de ladrones e indolentes. Su propio estatus lo han ganado a base de colaborar con nuestros «socios y amigos». Cuando escuchen ustedes a un político, economista, diplomático, empresario, etc. hablar de «socios y aliados», y piensen en Marruecos, Francia, Inglaterra, Estados Unidos, «Europa», y demás. Entonces tienen que hacer una traducción inmediata: estos son los enemigos objetivos de España. Eso se tradujo ya, en época de cambio dinástico, en una deformación de la propia imagen de España: la España moruna, flamenquista, taurina, agitanada, «mediterránea» que fue la del gusto de los franceses, potencia dominante entonces, a la que estábamos subordinados. Ellos le pusieron cara y vestido a una nueva España inventada, y la España más auténtica (celtogermánica) quedó reprimida. Después, la alienación (incluso cultural y étnica) fue pasando a estar manejada por los anglos y los yanquis. Las potencias dominantes fueron imponiendo sus élites locales colaboracionistas y hasta las autoconcepciones nacionales que a ellos les gustaba y que les venía bien. La España Atlántica, la de las carabelas y el Plus ultra no les viene bien a anglos, franceses, yanquis… Se trata de una España de fuerte raíz celta e indoeuropea, no aquella en la «que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul», como dice la canción de Serrat. Una España marinera que nació para ser Imperio: primero Imperio territorial, expulsando a los moros al otro lado del Estrecho, y después Imperio oceánico y universal.
Plus ultra: La geopolítica atlántica española, ¿por qué este libro? ¿Qué propones a lo largo de sus páginas?
Diré primero lo que hay entre líneas, o apenas formulado de pasada. Propongo un cambio de régimen, a corto y medio plazo algo utópico a fecha de hoy, en el que los pueblos de España entierren diferencias ideológicas importadas del ámbito «occidental» (el liberalismo, sustancialmente, ya sea de izquierda o de derecha) y constituyan una Autoridad popular y enérgica que permita una «insubordinación fundante», en el sentido de Marcelo Gullo (reindustrialización, revitalización del campo, programas natalistas y proteccionismo gradual y prudente). Una vez renacidos demográfica y productivamente, consolidar un ejército que sirva para la defensa de las fronteras y la soberanía nacional, no para los desfiles ni para los «Erasmus» de la OTAN, como ahora. Pero, por encima, relanzar la proyección marinera (civil y militar) que nos hizo grandes en el Siglo de Oro, y así abrazar toda Iberoamérica de nuevo. Propongo crear las bases para un polo Hispánico atlántico. Ese polo no se llama «Latinoamérica» como dice Duguin, sino Hispanidad, y está llamado a dominar el Atlántico cuando la OTAN y el engendro yanqui decline.
¿Por qué, cuando España ha desarrollado su geopolítica, nos hemos centrado en la cuenca mediterránea y el norte de África como principales ejes?
Al morir Isabel la Católica se planteó esa disyuntiva. La continuidad de la Reconquista tras la toma de Granada, ¿cómo había de ser? ¿Nos proyectamos hacia el Atlántico o lo hacemos hacia el Mediterráneo? Heredar los intereses de la Corona de Aragón fue un lastre para la Hispanidad. El avispero italiano, los berberiscos y otomanos… Luego, en esa misma Corona, Cataluña fue (y siguió siendo) un verdadero lastre parasitario con el que hubo que cargar.
El Magreb podría haber sido una «Nueva Andalucía», pero la empresa era desmesurada si no se contaba con la alianza (una «Cruzada») efectiva de los reinos cristianos. La labor de franceses e ingleses fue nefasta ya entonces: conspiraron con berberiscos y otomanos, y se beneficiaron del comercio de carne humana, esclavos blancos capturados en todo el Levante. España prosiguió su reconquista en las Américas, más bien. El Mediterráneo fue, y sigue siendo, un foco de invasiones. España no es todavía una parte de África gracias a un esfuerzo heroico que empezó con Pelayo. En el sur sólo nos cabe una enérgica labor de contención. Nada bueno va a venir de ahí.
¿Cuáles serían los beneficios de la geopolítica atlántica que propones?
Una intensa construcción naval, hacer florecer astilleros, genera muchos puestos de trabajo. Una Armada prestigiosa puede ser una escuela de disciplina y talento. Una organización hispánica internacional que permita la colaboración de las fuerzas armadas iberoamericanas, una «OTAN» hispánica fuera de la OTAN propiamente dicha, que pugne por sustraerse al yugo angloamericano… no trae sino ventajas: intercambio pedagógico, tecnológico, geoestratégico… La Marina civil, a su vez, es una pieza clave para un verdadero mercado común iberoamericano, no sometido a los intereses de los angloamericanos. Un gran Mercado y un gran polo que colabore sin obstrucciones con los chinos, los rusos, los árabes (distingamos entre árabes y magrebíes, por supuesto)… Si España cobra fuerzas en su fachada atlántica, además, podrá ejercer su labor de contención en el Mediterráneo. Se trata de ganar fuerzas allí donde la historia y la geopolítica nos dice que siempre las hemos ganado, Atlántico y Cantábrico, para resistir allí donde sólo podemos “aguantar”, pero nunca ganar nada bueno ni nuevo (esto es, el Sur y el Levante mediterráneos).
Es un hecho que, a nivel geopolítico (y en otros ámbitos), España no es una nación soberana. ¿Qué pasos deberíamos empezar a dar para recuperar nuestra soberanía?
El orden que sugiero es el siguiente: 1) soberanía económica liderada por una fuerza de «concentración nacional» (apartidista), y sin litigios demoliberales, 2) insubordinación fundante en el sentido de Gullo (proteccionismo gradual y selectivo, siempre creciente, reindustrialización, recolonización del agro), 3) con la insubordinación consolidada, política atlántica (Iberosfera, Armada y Marina Civil potentes, dominar el Atlántico y conectar con el mar Boreal y los mares de China), 4) consolidación del Polo Ibérico, en buena relación con el Eurasiático, chino, árabe, hindú y africano, especialmente con los tres primeros y 5) abandono gradual del «Occidente colectivo».
En los últimos tiempos, el recuperado y renovado discurso hispanista se ha convertido en una corriente política creciente. ¿Es posible recuperar la idea de la Hispanidad, con España como eje central de la misma?
Hace falta mucha pedagogía. Para empezar, no debe verse como un proyecto «neoimperial», nostálgico, falangista. La Hispanidad no es de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario… Es un polo geopolítico necesario para que el eurasiático, el chino, el árabe, etc. se liberen del yugo angloamericano, y es un polo que garantiza la supervivencia no alienada de los pueblos de habla lusa y española. Es un polo que puede impulsar el desarrollo autocentrado de una vasta región (al menos) bicontinental. El doctor Armesilla es más ambicioso, e incluye los demás continentes, en donde hay huellas de Hispanidad, España no debe verse como una «madre», sino como un socio pequeño-mediano confederado: el potencial demográfico y natural reside en Argentina y Brasil, principalmente.
En tu libro, propones la unión de España y Portugal. ¿Es factible esta idea? ¿Cuáles serían los beneficios de la misma para ambas naciones?
Portugal es una nación hermana, hija directa de la reconquista española, una gesta sin igual que tuvo lugar en las montañas de Asturias en el siglo VIII y que recuperó para Europa las regiones o países de Galicia, León, la Montaña y también Portugal. Portugal como nación posee los mismos orígenes histórico-políticos, culturales y étnicos del resto de España y, por supuesto, allí se conserva el mismo ethnos que todo el Noroeste de España. Como he mostrado en un libro reciente sobre Francisco Suárez, el gran filósofo, jurista y teólogo de Felipe II y Felipe III, hizo un dictamen riguroso acerca de la necesidad de una política atlántica (Portugal, Inglaterra) y una anexión del reino luso antes que éste cayera bajo influjo de la Pérfida Albión. Quizá podría haberse hecho mejor, y las potencias extranjeras siempre conspiraron para evitar esa unidad ibérica que, junto con la de las naciones americanas, produce un pánico cerval en el hegemón angloamericano. Los portugueses fueron, en realidad, una colonia inglesa durante siglos. Un imperio «franquicia» mucho más descarado que el español. El Noroeste español tiene que ser repoblado con población autóctona: en muchos aspectos es la parte más europea originaria, menos torturada por el llamado «crisol» mediterráneo, «donde han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul». La canción de Serrat es muy bonita, pero reconozco que yo no nací en el Mediterráneo y que veo ese mar (cuna de la cultura clásica, desde luego), como un cementerio acuático y como una vergüenza para la humanidad. Las fuerzas hispánicas han de reencontrarse en otro sitio. El elemento «fenicio» y afrosemítico (hablo como mito legitimador del separatismo, no como realidad antropológica) de los catalanistas o de los andaluces nostálgicos del Al-Andalus, nos es completamente ajeno, vergonzoso y repudiable. Volver a unirse con Portugal es cobrar fuerza demográfica, marinera y ganaría peso el sustrato étnico atlántico-céltico, muy debilitado por la despoblación del antiguo reino de León.
El vaciado de la soberanía española.
España ha renunciado a su soberanía. Las entidades estatales poseen soberanía plena o, por el contrario, existen simplemente como colonias y protectorados de otras que sí la tienen; no hay término medio. La soberanía “atenuada”, al final, no existe. La soberanía controlada por un hegemón extranjero es una soberanía, falsa, reducida al plano de la ficción jurídica. El concepto de soberanía se asemeja al concepto de vida: o estás vivo o estás muerto. Uno puede sentirse gravemente enfermo, estar agonizando, pero mientras hay vida la vida se vive. Aun cuando exista el dolor y falte la esperanza, hay vida. Un país pobre, pero decidido a resistir, conserva soberanía. No es el caso de España.
En España no hay vida económica propia, y tampoco hay iniciativa política. No hay soberanía y la entidad estatal llamada oficialmente “Reino de España” ya no existe de facto. En muchos artículos vengo afirmando que somos colonia a triple nivel: colonia de Estados Unidos, colonia de las franquicias que los yanquis han creado en Europa, a través de Francia y Alemania y, finalmente, colonia de Marruecos.
Esta inexistencia de vida económica propia, así como inexistencia política, de facto, supone un vacío. Un vacío de soberanía. Cuando las instituciones del Estado van perdiendo progresivamente su legitimidad, aun cuando esta legitimidad ya de origen era una legitimidad cuestionable, el Estado va dejando un vacío. Deja de haber Estado: se sigue una inercia ficticia.
España como Estado democrático “emanado”, a fin de cuentas, de un 18 de julio de 1936, y de una guerra civil que dio paso a una dictadura siempre tendrá una espada de Damocles. La democracia puramente formal, oligárquica en realidad, es fruto de esa misma dictadura que, muchos años más tarde, decide “hacerse el harakiri” con la Reforma Política y la redacción de una Constitución demoliberal, es una democracia que -ni siquiera en su formalidad- no cuajó. No funcionan las instituciones: las minorías prevalecen sobre las mayorías (chantaje de los nacionalistas vascos y catalanes, imposiciones de colectivos exiguos como los radicales del sexo bizarro, etc., falta de separación de poderes, etc.). España hoy un Estado fallido.
España se reconstituyó en una entidad en sí cuestionable a ojos del hegemón y del gran Capital, para regocijo y ventaja de ellos. Los Estados Unidos aprovecharon los huecos, llenaron el vacío con sus injerencias y la colaboración necesaria de los otros niveles (europeo y marroquí). El sistema partitocrático, la (des)organización territorial autonómica y el separatismo son, todos ellos, elementos aptos para hacer hueco y difuminar la soberanía nacional.
1-La legitimidad de origen del Régimen del 78 fue, cuando menos, cuestionable. Gran parte del entorno franquista, a excepción del llamado “búnker” había sido cooptado por los norteamericanos. La CIA pilotó la llamada “apertura” y después, la muy glorificada “transición”. Se trataba de ampliar las oligarquías. A las oligarquías franquistas había que añadir otras nuevas, con fuertes vínculos financieros en Europa y Estados Unidos, para así transformar el Estado Autoritario en una democracia liberal, guardando las apariencias formales de las otras democracias de Occidente. Las apariencias formales, incluso, ya están desapareciendo con el mandato de Pedro Sánchez.
2-La legitimidad en ejercicio, la del Régimen del 78, llegó a ser nula en cuanto que la soberanía del Estado y los mecanismos de control popular de la misma fueron nulos. El Régimen ya había sufrido enérgicas injerencias norteamericanas incluso antes de haber nacido: el atentado que le costó la vida a Carrero e impidió que éste fuera el presidente a la muerte de Franco ,sin llegar a ser el verdadero artífice de una Soberanía española, autoritaria o no. Ese fue un crimen que contiene todas las claves de la posterior historia de la democracia formal española. Fue un magnicidio una democracia vigilada y monitorizada desde la CIA (y la extensión de la CIA que siempre fue el nacionalismo vasco y su versión terrorista, ETA, tras la etapa de manoseo británico por medio del MI6). La injerencia continuada se ejerció también desde los fondos financieros que pasaban por las manos de la Socialdemocracia alemana. Las extrañas presiones a las que fue sometido Suárez (por su escasa obediencia, como Carrero, a la CIA), el episodio del 23-F y su desplazamiento definitivo, la “santificación” del Borbón, vinculado al golpe de manera no aclarada, la elección de González como el peón perfecto para la CIA y sus intereses en España, el ingreso en condiciones humillantes en la Comunidad Europea, las reconversiones y el neoliberalismo salvaje de los gobiernos socialistas, la entrada en la OTAN, la domesticación de toda la izquierda, los atentados de Atocha, la extraña connivencia entre la ETA y las cloacas del Estado Español, la callada financiación extranjera del separatismo, etc… Toda, absolutamente toda la trayectoria de aquella que llamaban “joven democracia española” se puede reinterpretar ahora, sin hacer violencia a los hechos, como la historia de un vaciado. El vaciado de la Soberanía implica, a su vez, el horror vacui. Ese espacio vaciado debe ser inmediatamente ocupado por alguien distinto, por entes soberanos extranjeros poseedores -de antigua data- de derechos, privilegios e intereses en el territorio previamente vaciado.
La oligarquía del franquismo inició el proceso de vaciado. El Régimen salido de la guerra civil de 1936-39 fue muy duro en su actividad represora. El exilio, y las distorsiones que en él provocó la Contienda Mundial, fue del todo ineficaz a la hora de poner dificultades a la dictadura. Divididos, dispersos, implicados a su vez en la Gran Guerra, carentes de organización y sin apoyo internacional, en realidad, no hubo oposición española a Franco que fuera digna de consideración, a excepción de los comunistas. Con un número muy elevado de ejecuciones y detenciones, el peligro “republicano” desapareció para el Caudillo. Los “maquis”, una guerrilla de las montañas, fueron siendo eliminados lentamente. Esta guerrilla andaba muy desconectada del exterior, mal pertrechada y cada vez más aislada de la población civil, que dejó de prestarles cobertura pues se cuidaba mucho de ser denunciada por colaboracionismo.
En contra de los mitos de la historiografía “progresista”, Franco contó con abundantes apoyos de las clases medias (por tanto su dictadura no fue exclusivamente militar, aunque el ejército era una pieza clave), y los opositores políticos dentro y fuera del Régimen habían sido convenientemente eliminados o, por lo menos, aterrorizados. La dictadura solamente contó con un número importante de huelgas y de clase obrera organizada, incluso en fecha tan remota como los años 40, en las cuencas mineras asturianas (también extensibles a la montaña de León). Hasta que el MI6, primero, y la CIA, después, no metieron bien sus zarpas en el país, solamente Asturias era un foco de problemas para el Caudillo, en absoluto lo fueron el País Vasco y Cataluña, cuyos regionalismos no eran peligrosos para Franco y en donde reinaba la paz (bien por medio, bien por adhesión). El mito de la rebeldía euskalduna y catalanista es una sucia mentira, como tantas. Hasta que el Régimen no fue decayendo y descomponiéndose, en aquellas regiones predominó el servilismo. Cuando empezaron las reformas, entonces las oligarquías reactivaron aquella patraña de las “naciones históricas”.
Asturias era el único punto del país donde la temible Guardia Civil, y demás elementos represivos de Franco pasaban auténtico miedo y en donde tenían dificultades. Esto era así, en el contexto de un Estado militarizado y represor. Los abuelos y padres de los actuales revoltosos de Cataluña y País Vasco, que tan antifranquistas parecen ser hoy en día, gozaban, en general, de las mieles de haber sido parte de los vencedores y sus regiones gozaron de trato de favor, siguiendo la vieja tradición borbónica de eliminar Fueros pero dar ventajas fiscales y comerciales a los ricos de la periferia.
Algunas células comunistas, corriendo alto riesgo y siempre apoyo soviético, existían fuera de Asturias, lugar en donde el comunismo minero nunca había perecido, pero eran como esporas que trataban de no ser vistas, recogiendo información y esperando mejores tiempos. Ya en los años 60 surge el mito de la “protesta universitaria” madrileña, barcelonesa, etc.. En realidad, muchos estudiantes y profesores “contestatarios” poseían linaje franquista, y el Régimen, con un alto sentido del “linaje”, fue mucho más blando con los rojos burgueses y universitarios, de apellidos ilustres vinculados al Alzamiento, que con los rojos huelguistas de las minas, a quienes se les podía apalear hasta la muerte sin que nadie se enterara, no siendo camaradas inmediatos, familiares y amigos.
La oposición republicana del exilio, inoperante y dividida, fue desplazada del todo, justo en el momento en que la CIA coordinó a los que serían perjuros del Régimen, franquistas que, en general ya no habían luchado en la Guerra y no formaban la vieja guardia, así como políticos y conspiradores profesionales (incluyendo al comunista Carrillo). Desde Francia, Alemania y otros puntos del extranjero, los planes yanquis se fueron ajustando matemáticamente de acuerdo con su guion.
El guion no daba papel alguno al pueblo. Este “Pueblo” español, sólo habría de participar en las consultas precocinadas por un gourmet que se ocultaba en la sombra. Los referéndums “democráticos”, igual que los convocados por Franco (a los más jóvenes hay que recordarles que también Franco pidió refrendo en las urnas en varias ocasiones), siempre estuvieron diseñados para que saliera “lo correcto”. La Constitución y, previamente, las reformas todas que condujeron a ella (“de ley a ley” o harakiri franquista) había sido redactada a gusto de los norteamericanos. La conversión de España en democracia (formal) no fue, en absoluto, un fruto de la lucha de clases sino un fruto podrido de las oligarquías de entonces, que en parte siguen siendo las de ahora. No había una importante oposición al Estado Autoritario fuera de la oposición del Partido Comunista, la cual, dicho sea de paso, clamaba también por un advenimiento de una democracia liberal multipartidista (aunque fuera nada más que a modo de transición hacia el socialismo).
Había una pléyade de partidos, la mayoría minúsculos, sin base social alguna. El propio PSOE que hoy destroza España y apura el vaciado de la soberanía nacional no es el PSOE histórico, auténtico, sino un invento de la CIA (con la colaboración y visto buenos de los agentes secretos franquistas) nacido en Suresnes (Francia), consentido por el propio Carrero cuando intentaba hacer caso de los americanos. La partitocracia actual, aunque hayan cambiado siglas y nombres (el PSOE es excepción, y aun así el actual no es el PSOE auténtico) no tiene su origen en un movimiento popular, plural y con capacidad de presión sobre una dictadura. La partitocracia actual, en gran medida, ha sido producto de las oligarquías que vieron las ventanas de oportunidad abiertas al hacer caso de los designios yanquis.
Esos designios, a saber, vaciar de Soberanía a un Estado (legitimando, de paso, un Régimen que no moría cansado, sino que transmutaba para el propio bien de las oligarquías y para provecho del hegemón yanqui) se tradujeron:
  • En aislar al búnker, matar a Carrero y lograr líderes españoles más dóciles. Líderes que colaboraran con el sionismo, con el “amigo alauita”, y con el Imperio del dólar, en definitiva, imperio el cual rediseñaba sus dominios en Europa del Sur y en el Mediterráneo.
  • Neutralizar cualquier pretensión “colonial” de España: regalar el Sahara a Marruecos, pactando su invasión con Juan Carlos, artífice de tan indigno regalo (poniendo así en peligro directo a los saharauis e, indirecto, a los canarios y a otros ciudadanos españoles en contacto directo con el Sultanato). Se renuncia a Gibraltar y se desactiva cualquier solidaridad “hispanista” con naciones iberoamericanas, igualmente agarradas por el cuello con las manos angloyanquis.
  • Se potencia el fenómeno separatista, insignificante hasta los años 70, para tener al Estado Español en un puño. Este mecanismo, junto con el endeudamiento (igualmente, un producto de la democracia) convierte a España en una colonia de facto.
  • Se transforman los partidos obreros, y los sindicatos de clase, en meras correas de transmisión del Poder oligárquico, en agencias que colaboran con él y le sirven como tentáculos y antenas en medio de la sociedad civil. Se sustituye en marxismo por una difusa ideología masónica (“Humanidad”, “Progreso”, “Solidaridad”), que es la única que hoy predomina en la izquierda, apuntalando un neoliberalismo en lo estrictamente económico.
  • La actual ley de amnistía, la participación en la OTAN y la ayuda al dictador Zelensky, la sumisión a Marruecos y el mantenimiento de miles familias procedentes de ese país magrebí , cuyos hijos estudian gratis en España (a costa del erario público), las concesiones a las oligarquías vascas y catalanas, el uso militar que hacen los yanquis de nuestro espacio marítimo, terrestre y aéreo, el abandono deliberado de nuestra producción industrial, agropecuaria y pesquera en beneficio del eje franco-alemán... Todo ello indica España sólo existe nominalmente, pues no es soberana y está dirigida por un cacique que ha malvendido al país, como lo han malvendido todos sus antecesores en el cargo, por lo menos desde Suárez. Pedro Sánchez, el criado perfecto para los poderes yanquis, es su más abyecto y eficaz servidor.
    La Soberanía sólo puede reconquistarla el Pueblo. El Pueblo es el único que debe hacerlo. Pero ¿qué Pueblo?

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