Opinión

Macron se hunde en el infierno

Elespiadigital | Viernes 14 de julio de 2023

Observando el furibundo y violento comportamiento en las calles francesas uno no puede evitar pensar lo siguiente: “¡Ha llegado por fin la revolución, el régimen no resistirá! Francia está acabada y el gobierno actual caerá pronto”.

Aleksandr Dugin



Aleksandr Dugin

Observando el furibundo y violento comportamiento en las calles francesas uno no puede evitar pensar lo siguiente: “¡Ha llegado por fin la revolución, el régimen no resistirá! Francia está acabada y el gobierno actual caerá pronto”.

Realmente no importa quien se alce en su contra, ya se trata de jóvenes y adolescentes africanos o árabes de los suburbios, los populistas con chaleco amarillo, campesinos descontentos, partidarios de las minorías sexuales, opositores a las minorías sexuales y defensores de la familia tradicional, nacionalistas, antifascistas, anarquistas, estudiantes, jubilados, ciclistas, animalistas, sindicalistas (CGT), ecologistas o pensionados. Las protestas francesas han sido enormes, reuniendo a miles, decenas, cientos o incluso millones. Las calles francesas se han llenado con descontento una y otra vez que interrumpen el tráfico, bloquea las estaciones de tren y los aeropuertos, declara la caída de las instituciones y las escuelas, quema de gasolina en la calle, destrucción de coches, gritos enloquecidos, agitación de pancartas y ataques a la policía. Luego… todo se calma, la gente recupera el sentido común, toman analgésicos y vuelven a trabajar. Pasan el resto de su vida diaria quejándose del alza en los precios y la política nacional con sus vecinos en pequeños restaurantes. Allí siguen gritando, pero con una voz más pausada.

En Francia, después de 1968, ninguna gran protesta ha sido capaz de cambiar nada. Tales protestas no han obtenido ningún resultado sin importar cuál sea su tamaño o las circunstancias. Quienes conocen Francia saben que se trata de una nación de psicópatas, por lo que este problema no tiene nada que ver con los migrantes. A las autoridades francesas les importa un bledo los inmigrantes igual que a los ciudadanos de pie. Tal indiferencia lleva a lo inmigrantes a convertirse igualmente en psicópatas, siendo esta la única forma de integrarse a tan horrible civilización: es necesario convertirte en un psicópata para poder vivir junto a otros psicópatas. Jean Baudrillard solía decir que Francia era una nación de imbéciles que era incapaz de entender el arte y que la gente se amontonaba a miles en el Museo para que el techo se derrumbará sobre ellos con tal de morir. Hace tiempo que la indiferencia y los ataques histéricos sustituyeron entre los franceses a la cultura y la política. Si el general De Gaulle hubiera realmente conocido a los franceses jamás le hubiera prestado atención a las protestas izquierdistas de mayo de 1968, pero lamentablemente sí lo hizo. Ningún otro presidente francés ha cometido este error y, pase lo que pase en las calles o la economía, la política, la sociedad o las finanzas en Francia, todos los presidentes siempre han mantenido la calma frente a las protestas. El control de los medios de comunicación sobre Francia es total. Régis Debray, que fue asesor de Miterrand, dijo que durante todo el mandato de este último – Miterrand era formalmente de izquierda – él y su jefe jamás consiguieron sacar adelante ninguna de sus reformas, pues todas sus iniciativas siempre se topaban con alguna clase de oposición invisible. Ni Debray ni Miterrand fueron capaces de comprender, mientras estaban en el poder, cual era el origen de tal oposición, pero luego Debray se dio cuenta que eran los medios de comunicación, la prensa, la que constituía esa oposición. Los psicópatas que protestan en la calle, es decir, la población, no son nada, la prensa francesa lo es todo. Recordemos como en la primera elección presidencial de Macron el diario Liberation publicó un titular diciendo “¡Haz lo que quieras, pero vota por Macron!”, así fue como este consiguió su victoria sobre la muy derechista – aunque más racional – Marine Le Pen. Fue una victoria muy a la francesa. Sin importar si las protestas son de derechas, de izquierdas, a favor o en contra de la inmigración, la subida o no de los impuestos… todo da igual, solo vota por Macron, ya está. Se trata de una orden que no puede ser discutida y nadie es responsable de nada después de haber votado. Tampoco Macron, después de todo ¿por qué debería serlo?

Macron ya era bastante odiado después de su primer mandato, no recuerdo por qué exactamente, quizás por todo lo que hizo, pero igual fue reelegido por los franceses. Muchas veces se dice que los rusos son imprevisibles… aunque no están cierto. Por el contrario, los franceses son previsibles, pero esto también resulta desconcertante. Han reelegido a un completo idiota, ¿quién en su sano juicio haría algo semejante? Sin embargo, los franceses lo hicieron y luego han seguido protestante, volcando coches, rompiendo escaparates, etc… Baudrillard decía que los franceses son idiotas, Macron es francés, entonces… Aún así todo continua igual. La magnitud de los disturbios actuales, producto de hordas de adolescentes hijos de inmigrantes (Macron le ha echado la culpa a los videojuegos y Tik Tok), la caída de la economía, el aumento de los bonos del Estado, la recesión, la interrupción de las vacaciones, las enormes perdidas fruto del vandalismo, etc., no deben engañarnos: Francia sigue igual. Macron no hará nada para cambiarlo, nadie lo hará. Por el contrario, se reunirá con Greta Thunberg para hablar del cambio climático, la escalada o el envío de armas a Ucrania, luego le pagará millones a alguna agencia oficial de relaciones públicas estadounidense que este bajo la supervisión de la CIA, hablará con Scholz por teléfono, irá a una discoteca gay, se mirara y volverá a mirar en el espejo… y todo estará en calma como si nada hubiera sucedido. El apocalipsis y el fin del mundo jamás acontecerán en Francia…

Solo nos queda por suponer una cosa: el apocalipsis en este antaño y venerable país ha quedado en suspenso. Y las calles desbordadas por la violencia son la prueba. ¿Existe acaso alguien o algo que pueda cambiar semejante situación? Si examinamos detenidamente la cultura francesa de los siglos XIX y XX llegamos a la siguiente conclusión: el espíritu francés, como Orfeo (es el caso de Jean Cocteau y Maurice Blanchot) quería únicamente descender a lo más profundo del infierno. Y precisamente lo han conseguido de una forma irreversible. ¿Cuánto tiempo durará semejante situación? Nadie lo sabe. La hermosa Francia, que antes era llamada por los católicos de la Edad Media como la hija primogénita de la Iglesia, se ha convertido en un basurero tanto espiritual como material. Notre-Dame ardió en llamas y todas las esculturas y pinturas valiosas del Louvre han sido retiradas con tal de no ofender a las feministas o los inmigrantes. Ya solo queda Macron y su espejo, más o menos como en la obra de Orfeo de Jean Cocteau decorada por Jeanne Hugo y con vestidos de Coco Chanel.