Carlos Santa María
Carlos Santa María
Las naciones americanas se encuentran en un punto de ebullición muy peligroso debido a la influencia estadounidense sobre muchas de ellas.
En primer lugar, hay que sostener con absoluta seriedad que las derrotas de las Fuerzas Armadas de EE.UU., en prácticamente todo el mundo, han obligado a Donald Trump a revaluar el papel de éstas y su probable fracaso en los campos donde se involucra.
Lo anterior implica una contradicción casi insalvable: la economía del país norteño se fundamenta en gran parte en la industria armamentística y la inexistencia de guerras pone en riesgo la calidad de vida al interior de este. Por otra parte, cada conflicto demuestra que la pérdida reiterada en los enfrentamientos militares obliga a un manejo falso de los Medios mostrando victorias que no existen, lo cual no puede ser por siempre.
Por tanto, el empresario-mandatario debe aplicar una visión comercial y táctica a su Administración intentando superar los riesgos de descalabro inminente. Ello implica abrir otros frentes de conflagración y Latinoamérica es su nuevo destino. Desafortunadamente para la Casa Blanca, las condiciones no son iguales que en la década del setenta donde se podía actuar impunemente.
Esta posición de dominio se ha desarrollado a través de una estrategia de propaganda ideológica que se manifiesta en volver al señalamiento de la izquierda como el factor de pobreza, autoritarismo, falta de libertad, terrorismo incluso, mientras que los conservadores supuestamente son la garantía del desarrollo y estabilidad monetaria.
No obstante, la verdad es otra: el sistema de privatización del Estado, utilizando el erario público para incrementar en niveles inmensos las fortunas de las élites foráneas e internas, se ha desatado convirtiendo al continente en una gran masa de pobres o trabajadores que viven al límite, ocultado por la demagogia informativa que muestra sociedades que viven “felizmente” del consumo.
El resultado es el siguiente: mandato perentorio de Washington a los presidentes de naciones basadas en el capital para unirse en contra de gobiernos soberanos; sostener una campaña internacional de descredito permanente sobre el presunto autoritarismo de presidentes progresistas y reiterando el papel legal de la oposición a estos procesos al utilizar la violencia; uso unilateral del procedimiento para aplicar la Carta Democrática OEA, la que se originó para frenar golpes de estados militares y prevenir las dictaduras de las décadas anteriores al consignar el principio de no injerencia en los asuntos internos de los Estados, de respeto a la soberanía y la autodeterminación.
Seis hechos como mínimo ocurrirán este 2019 en América:
Indiscutiblemente a Canadá por seguir los dictados de Donald Trump y apresar ilegalmente a Meng Wanzhou, directora financiera de Huawei, le ha significado la detención en China de dos nacionales, para cuya defensa no tiene nada que argumentar demostrando que el servilismo es contrario a la dignidad patria.
Finalmente, EE.UU. mantendrá su política de defensa a las transnacionales de armamento propiciando un aumento defensivo presunto de varias naciones latinoamericanas como un mecanismo para sostener la economía USA. Naturalmente la crisis interna, debida principalmente a la lucha por el poder entre demócratas y republicanos, puede finalizar en un conflicto que afecte directamente al presidente Trump. Si es así, no se modificará la visión del destino manifiesto, por lo que no hay muchas opciones de cambio a no ser que América Latina ondee con dignidad sus banderas de autonomía y libertad propia, único estandarte que respetan obligadamente las élites neoconservadoras.