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NEWSLETTER 57. La inutilidad manifiesta de Mariano Rajoy

Elespiadigital | Domingo 14 de abril de 2013

Sabido es que, semánticamente, la “inutilidad” es la calidad de lo inútil, lo inservible, vano o estéril. Y que, como desambiguación aplicada a las personas, el vocablo es sinónimo de ineptitud, incompetencia, incapacidad, ineficacia, ignorancia…

Hay un refrán popular, tan espontáneo y anónimo como sabio, que afirma: “Cuchillito que no corta, que se pierda ¿qué me importa?”. René Descartes, uno de los hombres más destacados de la “revolución científica” y padre del racionalismo occidental, remarcaba que el no ser útil a nadie, es realmente lo mismo que no valer nada.

De forma algo menos ácida y determinante, Giacomo Leopardi, de origen campesino pero uno de los grandes de la lírica italiana del siglo XIX, extendía este significado de la inutilidad a la vida misma, afirmando que ésta, bajo todas las condiciones humanas, “no consiste más que en la ociosidad, si puede llamarse así al trabajo, al incesante tráfago que no nos conduce a ningún fin o que intenta llegar a uno, que no será capaz de hallar”

INSTALADO EN LA ETERNA MAMANDURRIA DE LO PÚBLICO…

Pues bien, esa inutilidad como expresión de lo humana y políticamente infructuoso, es quizás el factor más característico y condicionante de la fría e introvertida personalidad de Mariano Rajoy (y en el fondo frívola), incluido su amor por la ociosidad, que debió comenzar a desarrollarse cuando obtuvo una plaza concursal en el Cuerpo de Registradores de la Propiedad, Mercantiles y de Bienes Muebles, con 24 años de edad y recién acabada la licenciatura de Derecho. Un concurso funcionarial que, como otros muchos, marca carácter, aunque al caso éste no sea precisamente el de persona activa, batalladora o integrada en el anhelo del progreso social ni en la búsqueda de un mundo mejor, sino más bien, y con todo el respeto que merezca el oficio, de escribanos o chupatintas de lujo enriquecidos por la misma burocracia que en España siempre ahoga a quienes sudan su trabajo y su dinero.

Tras realizar el servicio militar obligatorio (no se quiso integrar en la Milicia Universitaria como entonces solían hacer los universitarios españoles) y con apenas dos años de ejercicio profesional personal en plazas de menor rango, porque conservando su plaza de registrador oficial Rajoy siempre se las ha arreglado para que fuera realmente atendida por “suplentes” que le permitían ganar parte de los honorarios sin “dar un palo al agua”, entró de lleno en la mamandurria política con 26 años. Cosa en la que lleva de continuo toda una vida, desde 1981, compatibilizando a dos manos puestos y nóminas de partido y/o de cargos electos cuyas “papeletas”, cuando las ha habido, siempre le han resuelto los “alfombrillas” de turno.

Mariano Rajoy, actual presidente del Gobierno, no deja de ser, pues, un pluriempleado de “donde está lo mío” y “cuanto más mejor”, y nada de “estoy en política perdiendo dinero”, como se atrevió a pregonar en el Congreso de los Diputados mientras supuestamente ha venido distrayendo en la declaración de la renta algunas partidas con origen en el aparato del PP y en la plaza que conserva como Registrador de la Propiedad en Santa Pola (Alicante), a tenor de lo que sus enemigos políticos denuncian en la Red sin que nadie lo desmienta de forma fehaciente.

Según él mismo confiesa en su libro “En confianza” (Planeta, 2011), que subtitula como “Mi vida y mi proyecto de cambio para España”, aunque tal proyecto no aparezca por ningún lado, o sus débiles indicios aún estén inéditos -e incluso contradichos- en su posterior acción de gobierno, ya en otoño de 1981 se vio convertido en diputado autonómico gracias a un resultado electoral “un tanto inesperado”, porque iba “en un puesto de los de no salir”; es decir, con la misma e inusitada comodidad personal con la que, gracias a unos y otros y al propio sistema electoral de listas cerradas (la partitocracia), ha hecho toda su carrera política, incluidos los fracasos en las elecciones generales de 2004 y 2008 frente a José Luis Rodríguez Zapatero, otro que tal bailaba.

Pues bien, a partir de aquel 1981, su actitud personal es la típica del funcionario de oposición (con plaza segura) y, más a más, del perfecto “colaborador” del líder de turno, pendiente de subir peldaños no por hacer grandes cosas y tomar riesgos personales, sino más bien por no molestar al superior y no hacer nada inconveniente: un político “a la gallega”, reservón, vestido de gris y pendiente de los errores de otros para mover ficha y, si conviene, ocupar su puesto. Así se comportó con Gerardo Fernández Albor al inicio de su carrera política, después con Manuel Fraga y, finalmente, con José María Aznar.

Y así también marcó Rajoy en su momento distancias internas dentro del PP con Francisco Álvarez-Cascos, con Rodrigo Rato, con Esperanza Aguirre e incluso últimamente con el propio Aznar, todos con mayor talla política que la suya. Al tiempo que procuraba valerse de un equipo de sumisos disciplinados y tan leales a ultranza como “pringones” de oficio, que llegaban a imitarle la firma (con su autorización) para eximirle de tan agobiante carga de trabajo, mientras el ociaba ante la “caja tonta” de la tele para no perderse, puro en ristre, todos y cada uno de los acontecimientos deportivos que menos interesan a los intelectuales, los “cerebros” y los verdaderos currantes del país.

Paréntesis: El caso más señalado de la aliviadora suplantación de su firma lo elevó a paradigma Ana Pastor cuando era la “segunda” de Rajoy en el Ministerio del Interior, que él prácticamente no pisó jamás mientras compatibilizaba esa cartera con la de la Presidencia (febrero 2001 a julio 2002), como bien saben los funcionarios de la secretaría afecta.

Un meritorio perfil el de Mariano Rajoy de “vago-inteligente” (o tal vez de opositor cansado prematuramente y dispuesto a vivir del esfuerzo inicial sin volver a hincar los codos de por vida) que alcanzó su personal “principio de incompetencia” (o principio de Peter) cuando pasó a ocupar la dirección del PP y después la presidencia del Gobierno, en momentos de especial exigencia y dificultad. En sus estudios sobre la “jerarquiología”, Laurence J. Peter sostiene que las personas que realizan bien su trabajo en un determinado nivel suelen verse promocionadas a puestos de mayor responsabilidad, hasta que alcanzan su nivel de incompetencia; dicho de otra forma: en cualquier jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia, como la nata sube hasta cortarse y como Rajoy ha llegado a la presidencia del Gobierno, tras dos merecidas derrotas electorales en las que otro político inepto de solemnidad (ZP) le mojó la oreja bien mojada.

Un principio poco sorprendente porque, antes que Peter, nuestro Ortega y Gasset, buen conocedor de la realidad política y social española, ya nos legó un aforismo que, hoy por hoy, también parece pensado para el actual presidente del Gobierno, aunque no sólo para el: “Todos los empleados públicos deberían descender a su grado inmediato inferior, porque han sido ascendidos hasta volverse incompetentes”.

… Y EN LA INOPIA DE LA REALIDAD POLÍTICA

Pero, aun acomodado en la mamandurria pública y sin enfrentarse jamás a la dura realidad y competitividad de lo privado, Rajoy sí que ha estado inmerso en la política práctica de los últimos treinta años (estar “atento” es cosa distinta y “procesar” la acción de gobierno como el arte de lo posible aún más), pero asentado también en la inopia de su esencia. Porque, ducho como concejal de ayuntamiento, presidente de una diputación provincial, parlamentario autonómico y nacional, vicepresidente de la Xunta de Galicia, ministro en dos largas legislaturas y hasta vicepresidente del Gobierno, y por supuesto secretario general y a continuación presidente del PP, no puede decir, como él sigue diciendo a estas alturas de la historia y de la crisis, que ha sido víctima del “engaño” y de la mala gestión del gobierno precedente (cuyos fallos eran evidentes para el común de los mortales), con objeto de justificar ahora su propia inutilidad política, más que manifiesta.

Sobre todo, considerando también que cuando su partido no ha gobernado a nivel nacional sí que lo estaba haciendo en muchas de las autonomías y en miles de ayuntamientos, ostentando la jefatura de la Oposición durante ocho años (con la capacidad inherente de control al Gobierno que él no quiso ejercer), y sin ofrecer colaboración o propuestas políticas alternativas que mostrasen un mínimo sentido de Estado. Falta, pues, veracidad en sus palabras inconcretas, en sus conceptos y teorías sin formular, en las verdades retocadas y en las expresiones veladas propias de su compleja personalidad, a veces teñidas de una ironía galaico-portuguesa rayana en la hipocresía.

La realidad es que durante los ocho decisivos años que fue jefe de la oposición, Rajoy se dedicó a “vegetar” sin llegar a tomar conciencia exacta del drama que ya en la IX Legislatura (2008-2011) estaba asolando España, incluyendo las autonomías y los ayuntamientos gobernados por el PP, ni de sus causas. Y olvidando, claro está, diseñar las reformas que a todas luces necesitaba España para salir del atolladero (“sé lo que tengo que hacer” y “esto lo arreglo yo en cuanto los electores me lleven a la Moncloa”, repetía ufano en la oposición) y preparar los proyectos de ley y decretos necesarios para implementarlas rápidamente tras la investidura presidencial.

Pero es que, además, cuando tuvo que formar Gobierno, se rodeó de un equipo sin el menor peso específico, con escasa capacidad de diagnosis y, por tanto, sin la de generar ideas resolutivas para afrontar la situación. De hecho marginó a quienes, siendo más capaces, como Manuel Pizarro o Esperanza Aguirre, no se iban a comportar como alfombras políticas, ignorando, entonces y ahora, la vertiente institucional de la crisis y negándose a discutir siquiera las reformas necesarias…

Errores de partida a los que Rajoy añadió otro gravísimo: asumir en persona la dirección económica del Gobierno sin tener la más mínima formación ni experiencia para ello, lo que, por otra parte, ha condicionado por efecto de imagen su capacidad de remover a los cargos implicados. Con la inconveniencia añadida de dejar la supervisión de la acción política en manos de una vicepresidente todavía “verde” y excesivamente “suficiente” (basta observar al respecto cómo ha venido manejando, o le han manejado, el CNI y el permanente desastre viviente del Ministerio del Interior).

Ya hemos dicho en alguna ocasión que no merece la pena dar otros nombres, porque los profesionales de la economía, la empresa, las finanzas y hasta los funcionarios de prestigio (que de todo queda en el país) son perfectamente conocidos, con carnet o sin carnet del PP. Esos expertos reconocidos deberían haber sido, como sucedió en la época de Aznar, los consejeros técnicos e inmediatos de Rajoy al menos en esa materia económica que él, obviamente, no es ni será jamás capaz de digerir, pudiéndose haber dedicado entonces de forma más productiva -también lo hemos advertido- a impulsar las reformas políticas necesarias, estructurales e institucionales, para las que, por su propia carrera política, parecía más preparado, cosa para la que ahora ya sabemos que tampoco sirve.

Es evidente que esta crítica a Rajoy no deja de ser recurrente en nuestras Newsletters, en las que a veces nos vemos obligados a la auto-cita y a reiterar párrafos ya publicados. Pero es que la actitud política de Rajoy no deja de ser contumaz en el error y sus debilidades manifiestas, sin el menor atisbo de rectificación.

RAJOY NI DA MÁS DE SÍ, NI PUEDE DAR LO QUE NO TIENE

Sabido es que, vitalmente, Rajoy no puede soportar mucha carga de trabajo ni atender demasiados problemas a la vez (que son muchos e importantes). Es, sobre todo, un político pasivo, al que desagradan profundamente los cambios, las broncas y las tensiones, tanto como la acción y las ideas rompedoras, que son las necesarias en momentos de crisis total.

Rajoy es una especie de nihilista gallego empeñado en el “no hacer” y en el “no estar”, pero afincado en el “ser”, aunque solo sea para que otros “dejen de ser”, acostumbrado a la mera espera contemplativa y a que alguien termine dándole las cosas hechas por arte de “birlibirloque” (la Merkel, la supuesta capacidad exportadora del país, las inversiones extranjeras, la reactivación de la economía mundial…), como exige a sus colaboradores más inmediatos; adaptado a que unos u otros le gestionen benéficamente “lo suyo”, como parece que sucede con su carrera colateral en el Cuerpo de Registradores de la Propiedad…

Rajoy es un inmovilista por naturaleza y una auténtica “ave fría” de la política, que sólo confía en un entorno servil y de lealtad personal a ultranza (los cuñadísimos, los amiguísimos…) y que aplica despiadado la “cicuta del silencio” a todo el que ose contrariarle o simplemente le reitere cualquier cosa que no le gusta escuchar. Un hombre que incluso vive “pasivamente” su única afición conocida, el deporte, repantingado en una buena poltrona delante de la televisión, con copa y puro de por medio, en espera de que le ilumine graciosamente el Espíritu Santo… y poco madrugador.

Eso es lo que hay y ese es el “buey grande” que está tirando del carro de la España más problemática desde el 23-F: el “regalito” que la incompetencia de Rodríguez Zapatero nos ha dejado envuelto en el papel-celofán de la mayoría absoluta. Que nadie se llame a engaño -ya lo hemos escrito y ahora lo reiteramos- esperando que Rajoy vaya a darnos lo que no tiene o que, lanza en ristre, defienda de verdad la España constitucional de la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político; reponga el injusto daño social de las “preferentes”; defienda la dación en pago de las viviendas hipotecadas o imponga, con la mayoría absoluta que se le ha dado al efecto, las reformas estructurales e institucionales necesarias para sacar al país del gravísimo atolladero en el que se encuentra, porque es cosa metafísicamente imposible.

En nuestra Newsletter 42 del pasado 30 de diciembre (“Cuando los políticos no saben de la misa la media”, ya reproducíamos un comentario bien significativo sobre la inutilidad manifiesta de Rajoy que el profesor Jesús Fernández-Villaverde, reputado catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania y miembro de FEDEA (Fundación de Estudios de Economía Aplicada), había incluido en su conferencia “La salida de la crisis: cómo y cuándo”, pronunciada el precedente 21 de septiembre durante un encuentro de comunicación organizado en Madrid por el Club Empresarial ICADE y patrocinado por la Fundación Wellington. Fue así de lapidario:

Inglaterra cuando Margaret Thatcher gana las elecciones el 5 de mayo de 1971 está en una situación límite. Sin embargo Margaret Thatcher entiende que el Reino Unido tiene que ser la solución y acomete lo que hay que hacer. Un solo ejemplo brutal de la diferencia entre Rajoy y Margaret Thatcher:

. Margaret Thatcher gana las elecciones el 5 de mayo; el 6 de mayo por la noche anuncia su Gobierno; el 8 de mayo por la mañana presenta su presupuesto.

. Rajoy gana las elecciones el 20 de noviembre; anuncia su gobierno el 20 de diciembre y el presupuesto tiene que esperar hasta las elecciones andaluzas.

 

¿Necesita alguien decir algo más?

También hemos advertido en otra ocasión que esa “insuficiencia” orgánica o vital de Rajoy para posicionarse y actuar en varios planos a la vez y su incapacidad para analizar la crisis bajo una perspectiva múltiple, cosa que requiere una “inteligencia divergente” más propia del “creativo” que del “opositor a escribano”, acaso sean las circunstancias que le impiden visionar y afrontar el problema de España en toda su amplitud. Porque, estando atrapados, como estamos, en una espiral de caída libre ad limitum, lo sustancial no es establecer prioridades de políticas excluyentes, como él hace, que en todo caso son insuficientes, sino combatir el estrangulamiento económico en cada uno de sus frentes y con todas las armas posibles.

Sin discutir para nada la necesidad de cumplir el objetivo de reducción del déficit público, siempre que se plantee en plazos razonables y sin entrar en una dinámica con “efecto boomerang” (en la que ya se ha entrado), por debajo de la línea de flotación del sistema persisten otras “vías de agua” con la misma capacidad de hundirlo. Y que, a pesar del achique del déficit, lo están hundiendo. Es decir, de nada vale centrar la guerra en una única batalla falsamente “decisiva”, mientras el enemigo ataca por veinte frentes distintos, en los que, uno a uno, es necesario aplicar la respuesta adecuada.

Porque, ¿a dónde nos conduce el exclusivismo “anti-déficit” de Rajoy con una economía de crecimiento negativo? Sencillamente a esta correlación letal: Mayores impuestos, menos sueldos y más incrementos del IPC, generan de forma indefectible menos consumo, menos producción, menos empleo, menos cotizantes a la Seguridad Social y menos aportación al Tesoro, aumentando el importe de las prestaciones de desempleo, el déficit público (con un mayor coste de financiación)… Y vuelta a empezar con un menor consumo, menos producción…

Una encadenado perverso de acciones y reacciones que destruye el sistema económico y amenaza con volar también el sistema de pensiones, lo que, dicho llanamente, no supone otra cosa que la quiebra económica total del Estado, que ya estamos tocamos con la punta de los dedos por mucho que el mentiroso Gobierno de Rajoy quiera ocultarlo. Las nuevas torpezas políticas que se anuncian, sin ir más lejos la de la reforma del sistema de financiación autonómica mediante la transferencia recaudatoria del IRPF (más y más “café para todos”), sólo añaden gasolina, en lugar de espuma anti-incendios, a la abrasadora crisis nacional de evidente triple vertiente: económica, política e institucional.

Cualquier persona, excluidos quizás los escribanos y leguleyos de la política al corte del presidente Rajoy, puede entender que tratar de conjugar el déficit público a base de comprimir el consumo y crear cada vez más paro, es algo obviamente nefasto; que mientras la economía siga decreciendo, el paro seguirá aumentando y que, mientras el Gobierno no rectifique su política de lucha contra la crisis, cada vez nos hundiremos más y más en ella, sin esperanza alguna ni posibles milagros salvadores.

LOS NECESARIOS TORNIQUETES DE LA SANGRÍA NACIONAL

Por ello, y haciendo los deberes que exige Bruselas, en tiempo y forma que no supongan, como están suponiendo, llevarnos al suicidio económico colectivo, hay que asumir y taponar ya con extrema urgencia todas las vías de agua del sistema, empezando por las que más inciden en el paro y más deterioran la economía productiva. Un “trabajo en línea” -como ya hemos escrito en otras ocasiones- naturalmente acorde con el sentido común, que ya tuvo un precedente, aunque de signo distinto, cuando los recortes y tijeretazos impuestos por el Gobierno se compaginaron con una reforma laboral cuya necesidad fue asumida por la ciudadanía de forma más que razonable.

Ahora, el primer “taponazo” sería el de fomentar la creación de empleo. Ninguna economía moderna puede sobrevivir con un índice de paro continuo y creciente situado ya en el 26,9 por 100 (vamos a por el 30 por 100), lo que supone seis millones de personas desempleadas, porque en el mejor de los supuestos tal descalabro se reconvierte de forma automática en una economía sumergida, generando, a su vez, más fraude fiscal, más déficit público y, de nuevo, más paro. Para ello, bastaría incentivar seriamente a las pymes (3.243.185 censadas en 2012), como se incentivan otras cosas, para que, por término medio, cada una de ellas contratase a un nuevo empleado cuya nómina se pudiera compensar en su mayor parte mediante desgravaciones fiscales (un cambio equilibrado de impuestos por empleo).

El segundo consiste en recuperar para el Estado todas las competencias que constitucionalmente le son propias o que, en cualquier caso, éste puede ejercer de forma unitaria con mayor eficiencia y economía de recursos. Para empezar las más razonables de Sanidad, Justicia y Educación.

El tercero significa adelgazar el aparato de las administraciones públicas, evitando duplicaciones de servicios y dilucidando con claridad y sentido común las necesidades reales de la proximidad administrativa al ciudadano, racionalizando la organización y el funcionamiento de todos los entes locales (ayuntamientos, comarcas, diputaciones, cabildos insulares…) mediante una ordenación legal de nuevo cuño.

El cuarto supone “repensar” el Estado de las Autonomías, fijando sus límites con claridad y condicionando su funcionamiento en términos de justificación social y viabilidad económica, de forma que las que no puedan o prefieran no existir, se integren en otras autonomías o sometan su gobierno al de la Nación. Nada, por tanto, de más “café para todos”: ni el absurdo socialista del Estado Federal, ni el aberrante popular de transferir la caja recaudatoria a las autonomías, porque se la zamparán como se han zampado las cajas de ahorro y han dilapidado sus presupuestos ordinarios.

El quinto conduce a revaluar de forma imperiosa y progresiva las altas instituciones del Estado y sus organismos más emblemáticos, con el Poder Judicial en primer lugar, garantizando la independencia y la funcionalidad necesarias para el fiel cumplimiento de sus misiones, y a que las mismas recuperen la dignidad democrática inherente. Y exigiendo al titular de la Corona que, en efecto, arbitre y modere el funcionamiento regular de las instituciones, como se establece en la Constitución, o que vaya pensando en renunciar a la Jefatura del Estado, porque el país ya no está para adornos de opereta.

El sexto tendría que establecer un régimen impositivo menos antisocial y más solidario, persiguiendo de verdad la evasión fiscal tanto de las personas físicas como de las jurídicas y convirtiendo las empresas instrumentales establecidas en paraísos fiscales en sujetos delictivos o gravados con cargas extraordinarias. Y empezando por las 80.000 sociedades domiciliadas en Gibraltar vinculadas a ciudadanos españoles…

Pero dejémoslo ahí, porque no es nuestra intención dar lecciones de buen gobierno a nadie (aunque sí lo sea criticar a quienes gobiernan mal). Y porque, siendo como son los problemas de España tan evidentes, cualquier ciudadano sensato podría ampliar fácilmente este listado básico de sugerencias, en verdad poco matizables, para empezar a sacar al país del grave embrollo en el que se encuentra.

Lo patético del caso es que, mientras un ejército de técnicos y analistas expertos claman ante Rajoy tratando de orientar reformas no ideológicas, sino meramente racionales y prácticas, de verdadera y urgente necesidad nacional, el presidente del Gobierno sigue “erre que erre”, desojando las margaritas del hambre y el estallido social y manteniendo en el Consejo de Ministros a un agotado equipo de “inútiles totales” (salvo alguna honrosa excepción contaminada por el conjunto), como “inútil manifiesto” que él mismo es.

Ahí está el continuo deterioro del Gobierno y la Oposición que muestran las investigaciones demoscópicas, públicas y privadas, y que, aun reprobados ya prácticamente hasta sus últimos límites “cero”, siguen en un inequívoco sentido descendente.

LA INUTILIDAD DEL GOBIERNO ACTIVA LA BOMBA DEMOSCÓPICA

Así, la serie prolongada del Barómetro de Metroscopia sobre intención de voto evidencia, por ejemplo, no sólo el declive electoral progresivo del PP y del PSOE (éste menos precipitado), sino también un crecimiento paralelo de las opciones políticas antes “minoritarias”, como IU y UyPD, que continúan apuntando -como anticipamos hace tiempo- a una clara desaparición del “bipartidismo”.

Los resultados previstos para el supuesto de unas elecciones generales que se celebrasen en estos momentos con una participación esperada del 53 por 100 del electorado (que también viene decreciendo de forma peligrosa), con su evolución desde enero de 2012 hasta abril de 2013, arrojan el siguiente resultado:

PP………… Del 46,4 baja al 24,5 por 100

PSOE……  Del 28,7 baja al 23,0 por 100

IU………… Del 07,7 sube al 15.6 por 100

UyPD……  Del 04,6 sube al 13,7 por 100

En esta evolución de la intención del voto (que ya no alcanza el 50 por 100 sumando a los dos partidos mayoritarios), cabe destacar la brutal pérdida de un 21,9 por 100 de apoyo electoral registrada por el PP, con un nivel resultante que nunca ha permitido a ningún partido ganar unos comicios legislativos. Y también es llamativa la pérdida de un 5,7 por 100 de los votos del PSOE, tan significativa como la del PP (aunque no se quiera ver así) porque parte de un nivel inferior de votos y el porcentaje de caída sobre el punto de partida no puede ser tan alto.

Por otra parte, en sentido inverso aparecen el gran crecimiento del respaldo popular a IU, que sube un 7,9 por 100, porcentaje superior al 100 del obtenido en el punto de partida, y el arrollador avance de UyPD, que incrementa en 9,1 puntos su nivel inicial del 4,6 por 100 de los votos, es decir que casi triplica sus expectativas de voto. Una vez sobrepasado el 10 por 100 de los votos, ambas formaciones deberían quedar liberadas del castigo que supone para las minorías políticas aplicar el sistema D’Hondt al reparto de escaños electorales.

Al iniciarse estas tendencias, ya advertimos que la tremenda caída de apoyo electoral que registran PP y PSOE, definitoria del fortísimo rechazo social que provocan ambos partidos, y el significativo ascenso de IU y de UyPD, sin duda alguna en mayor sintonía con el electorado, muestran un nuevo mapa de reparto de votos definitorio de un nuevo sistema político, remarcado además por las opciones nacionalistas. En esencia señala la dilución del “bipartidismo” que fue impuesto de forma soterrada en la Transición y abre la puerta a inéditas formas de gobierno de impredecibles efectos.

EL INSOPORTABLE DESPRESTIGIO SOCIAL DEL GOBIERNO

Pero, más allá de este latente descalabro electoral del PP y del PSOE, en apenas tres meses el Barómetro de Metroscopia (con el trabajo de campo realizado los días 3 y 4 de abril) ha vuelto a elevar el ya elevadísimo nivel de rechazo social al Gobierno.

Mientras el 19 por 100 de los encuestados “aprueba” la gestión de Rajoy, el 76 por 100 la “desaprueba” (pasando el anterior saldo de un -53 al de -57). Y mientras el presidente del Gobierno sólo inspira confianza al 14 por 100, al 85 por 100 no se le inspira (el anterior saldo del -68 pasa al -71).

La conclusión sobre el conjunto de la acción gubernamental, es que sólo el 18 por 100 de los encuestados cree que es “positiva” y el 77 por 100, cuatro veces más, que es “negativa”. Todo ello define un cuadro sintomático de opinión sobre la gestión del Gobierno del PP en el que la valoración positiva ha venido decreciendo mes a mes y la negativa sigue avanzando en un ya lento (porque el PP ha superado con  creces su “fondo” electoral) pero permanente crecimiento…

Además, el mismo Barómetro de Metroscopia muestra también un similar descalabro continuado para el jefe de la Oposición. Mientras el 10 por 100 de los encuestados aprueba la gestión desarrollada al efecto por Alfredo Pérez Rubalcaba, un 85 por 100 la desaprueba (el precedente saldo de -69 pasa a -75) y, mientras el mismo personaje inspira confianza sólo a un 6 por 100, a un determinante 93 por 100 no se la inspira; es decir, que ni siquiera la mitad de los pocos electores que todavía se muestran dispuestos a votar al PSOE creen en sus propios dirigentes, lo que, dicho de otra forma, significa que les votarían con “los dedos apretando la nariz”.

La tremenda descalificación global del Gobierno reflejada en el Barómetro de Metroscopia del pasado mes de enero, con un criterio de valoración en el que el saldo entre el porcentaje de los encuestados que aprobaban o desaprobaban a cada ministro ya suponía un deplorable “suspenso radical” sin precedentes históricos, sigue no obstante creciendo en todos y cada uno de los casos (salvo en el del ministro de defensa que se mantiene en el  mismo nivel negativo), como se recoge en el resumen siguiente:

Mariano Rajoy……………………………     El saldo de -53 pasa a -57

José Ignacio Wert………………………          El saldo de -56 pasa a -60

Ana Mato……………………………………    El saldo de -40 pasa a -59

Cristóbal Montoro………………………         El saldo de -41 pasa a -56

Fátima Báñez………………………………       El saldo de -50 pasa a -55

Alberto Ruiz-Gallardón………………             El saldo de -46 pasa a -54

Luis de Guindos…………………………        El saldo de -40 pasa a -47

Jorge Fernández Díaz…………………           El saldo de -41 pasa a -45

Ana Pastor…………………………………     El saldo de -24 pasa a -36

José Manuel García-Margallo………            El saldo de -29 pasa a -34

Miguel Arias Cañete……………………       El saldo de -29 pasa a -33

Soraya Sáenz de Santamaría……                  El saldo de -25 pasa a -32

José Manuel Soria………………………       El saldo de -30 pasa a -32

Pedro Morenés……………………………    El saldo de -35 se mantiene

En esta medición resultan especialmente significativas las nuevas caídas en la valoración pública de Alberto Ruiz-Gallardón y Ana Mato y el extremo crecimiento negativo que, junto al de ellos, obtienen también José ignacio Wert, Cristóbal Montoro, Fátima Báñez y el propio Mariano Rajoy, sin que éste se plantee siquiera el reajuste mínimo del Consejo de Ministros que se le viene reclamando de forma clamorosa. Cuando, además, el Gobierno en pleno alcanza un saldo de desaprobación media de -45, configurándose ante los gobernados como un insólito plantel de “inútiles totales”, bajo el mando efectivo de un “inútil manifiesto”.

De las encuestas del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), que es un organismo autónomo dependiente del Ministerio de la Presidencia, cada vez se puede hablar menos porque, claro está, lo que se pregunta en ellas y cuando se pregunta, está bajo la tutela gubernamental. No obstante, en su Barómetro del pasado mes de octubre (Estudio 2.960) ya se advertía también el continuo declive de la valoración de los miembros del Gobierno y del jefe de la Oposición por parte de la ciudadanía, hasta llegar a los mínimos inéditos e intolerables que comentamos. Hace pues seis meses, el “suspenso radical” se manifestaba con una bochornosa puntuación que, establecida de 0 a 10, suponía también un suspenso radical, y que a tenor de cómo sigue marchando el país, hoy será sin la menor duda mucho más esperpéntica:

Mariano Rajoy                                 2,78

Alberto Ruiz-Gallardón                   3,54

Miguel Arias Cañete                       3,32

Ana Pastor                                        3,28

Soraya Sáenz de Santamaría          3,28

José Manuel García-Margallo       3,20

José Manuel Soria                          3,02

Luis de Guindos                             2,92

Ana Mato                                       2,90

Pedro Morenés                              2,81

Jorge Fernández Díaz                   2,77

Cristóbal Montoro                       2,77

Fátima Báñez                                2,71

José Ignacio Wert                        2,15

Alfredo Pérez Rubalcaba            3,70

EL PRESIDENTE PEOR VALORADO DESDE LA TRANSICIÓN

En efecto, la secuencia de encuestas “barométricas” del CIS, ahora ralentizadas en cuanto a la valoración del Gobierno, también ha puesto en evidencia su continua reprobación social, con una nota media menor de 3 puntos sobre 10 en el pasado mes de octubre que desde entonces ha debido llegar prácticamente al “cero patatero” (quizás por eso el ítem ha dejado de incluirse en sus cuestionarios). Y también muestra que Rajoy alcanzó ya hace seis meses la peor valoración jamás otorgada por la ciudadana a un presidente del Gobierno desde la Transición, con un 2,78 (muy por debajo del aprobado estricto de los 5 puntos y menor incluso que la media del conjunto del Ejecutivo). 

El record en valoración negativa la ostentaba hasta entonces José Luis Rodríguez Zapatero, con el 3,07 que alcanzó un mes antes de perder las elecciones, nota todavía superior al 2,78 alcanzado por Rajoy en octubre de 2012 (y sin duda rebajado aún más al día de la fecha) en un claro décalage electoral con el apoyo que obtuvo hace un año en los comicios del 20-N. La peor valoración de José María Aznar fue de 3,99 puntos; la de Felipe González de 3,86 en septiembre de 1995, poco antes de perder el Gobierno, y la de Adolfo Suárez de 3,99 en octubre de 1981, al hundirse UCD.

Pero lo más significativo de estas mediciones “oficiales” del CIS, es que el propio Pérez Rubalcaba, actual jefe de la Oposición y candidato socialista que perdió las últimas elecciones legislativas frente a Rajoy, todavía tenía en el mismo mes de octubre una mejor valoración ciudadana (un 3,70 frente al 2,78 del presidente del Gobierno), a pesar de sus escasos méritos políticos. Y esto es lo que hay, respaldado con el marchamo demoscópico del Ministerio de la Presidencia; una proyección negativa de imagen ante la sociedad sin precedentes y realmente demoledora para el PP.

Claro está que desde la instauración del nuevo régimen democrático ningún presidente del Gobierno, incluido Rodríguez Zapatero, estuvo peor valorado que Mariano Rajoy (lo que ya es mucho decir). Quizás porque, como mero escribano de la política y deshojador de margaritas, desconozca aquella máxima aristotélica de que “la política no es el conocimiento, sino la acción”.

Estando las cosas como están, a Rajoy se le han acabado ya el periodo de gracia política y la excusa de la “herencia recibida”. Ahora, su compromiso  como presidente del Gobierno y del partido que le sustenta, es total y, lamentablemente, con su mayoría parlamentaria absoluta desperdiciada (un verdadero “cheque en blanco” histórico y quizás irrepetible para cambiar el errante rumbo de la política española). De hecho, ya le va al pelo la “talla cero” de estadista, mostrándose como se ha mostrado más interesado en las elecciones del día (andaluzas, vascas, gallegas… o legislativas), y en mantener “lo suyo”, que por la próxima generación de españoles y el futuro histórico de España.

Ezequiel Martínez Estrada, poeta y afinado ensayista argentino, desdichado profeta de la revolución latinoamericana, nos legó estos melancólicos versos que bien podrían ser premonitorios de la España que Rajoy, después de ZP, nos está echando encima:

El inútil apremio de la hormiga atareada,

y al fin de tanto esfuerzo, de tanto afán prolijo,

ni un gran libro,

ni un árbol que dé sombra, ni un hijo.

La tristeza, el trabajo y el amor, para nada.

Lo cierto es que todo se termina de desmoronar bajo la presidencia de Rajoy, aunque él niegue la mayor y afirme que la recuperación económica y la disminución del paro, que había vaticinado primero para el 2012 y después para el 2013, será una realidad en 2014. Pero no dice cómo ni por qué se produciría su esperado milagro (el cuándo volverá a cambiarlo dentro de poco), sencillamente porque, como buen “inútil manifiesto” que es, no lo sabe.