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Los sabios consejos del Conde de Marenches

Por Yolanda Capitán
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lunes 16 de abril de 2012, 00:00h

Cualquier persona interesada en temas de Inteligencia, debería leer la obra de Alexandre de Marenches (Conde de Marenches) titulada “Secretos de Estado”, publicada en España por la Editorial Planeta en 1987.

Manuel Rey Jimena

(16/04/2012)


Cualquier persona interesada en temas de Inteligencia, debería leer la obra de Alexandre de Marenches (Conde de Marenches) titulada “Secretos de Estado”, publicada en España por la Editorial Planeta en 1987.

Se trata de un libro de conversaciones mantenidas con la periodista francesa Christine Ockrent, que, más que recomendable, me parece del todo imprescindible para quienes puedan llegar a dirigir políticamente el CNI. Sobre todo, considerando que dichos responsables suelen provenir de campos profesionales ajenos a los propios Servicios de Inteligencia y, por tanto, desconocedores de su realidad funcional más profunda.

Este aristócrata y militar francés, nacido en París el 7 de junio de 1921 y fallecido el 2 de junio de 1995, ocupó la dirección del entonces denominado SDECE (“Service de Documentation Extérieure et de Contre-Espionnage”) durante más de diez años, desde noviembre de 1970 hasta junio de 1981.

Su nombre en clave fue “Porthos” y protagonizó anécdotas muy conocidas, como advertir a un periodista estadounidense sobre la inmediata invasión soviética de Afganistán en diciembre de 1979, lo que le permitió trasladarse a Kabul para coincidir en su llegada con la de los carros de combate de la URSS. También envió a dos emisarios al Vaticano en 1981 para advertir a Juan Pablo II sobre los planes para asesinarle, después confirmados…

Pero, más allá de sus aciertos profesionales, que los tuvo, lo más admirable de su biografía es, sin la menor duda, la filosofía que desarrolló como hombre al servicio del Estado en una posición ciertamente controvertida y difícil, tanto en su vertiente de dependencia gubernamental como en relación con el Estado de Derecho. Una de sus citas es bien reveladora al respecto: “Con mucha frecuencia, los Servicios [Secretos] pueden caer en la tentación de montar operaciones que la moral reprueba y la ley prohíbe… Pero están hechos para ello”.

Esta es una de las claves de la profesión, cuyo máximo responsable debe tener especialmente asumida, con todas sus derivadas afectas. Incluidas la de la responsabilidad personal en el ámbito político y jurisdiccional y la de la eventual reprobación social. Este, es, por otra parte, uno de los atributos del cargo, junto con el sentido de lealtad que debe impregnarle, en el que radica también su mayor grandeza, y que de forma sucesiva alcanza a toda la plantilla de los Servicios de Inteligencia.

Lo que ha sucedido en España, es que no siempre los directivos del CNI, o de los organismos predecesores (SECED y CESID), han sabido interpretar correctamente las observaciones del Conde de Marenches, obviando, cuando se ha dado el caso, su responsabilidad superior y proyectándola a niveles inferiores. Y tampoco han sabido negarse a determinadas prácticas bastardas o de utilidad partidista, impropias de su suprema subordinación al interés general del Estado.

Para conocer este tipo de actuaciones, a veces justificadas por una falsa “razón de Estado”, encubriendo fallos de dirección política con servidumbres y responsabilidades muy concretas, baste hojear el índice de otro libro que muestra esa cara oculta de nuestros Servicios de Inteligencia, que también suelo recomendar: “El Archivo Amarillo”, editado por Multimedia Militar en 2011.

Claro está que las recomendaciones y enseñanzas del antiguo director del SDECE francés, propuestas en su libro de referencia, no quedan en lo dicho. También quiero destacar, por su contrasentido con el caso español, esta recomendación: “El jefe de los Servicios Secretos, tiene el deber de ser secreto y no jugar a primera figura. No tiene que mostrarse en público. No debe tener ninguna especie de ambición política…”. Evidencia más o menos ignorada por todos los directores de los Servicios de Inteligencia desde su constitución formal en marzo de 1972, excluyendo a Juan Valverde Díaz, prácticamente desconocido, que dirigió el SECED desde enero de 1974 hasta julio de 1977 con resultados muy notables.

Esta máxima elemental parece difícil de entender en España, pero los países donde se aplica son justamente los que disponen de unos Servicios de Inteligencia más eficaces y respetados socialmente.

Glosar el libro “Secretos de Estado” da para mucho. Pero ateniéndome a los límites de un artículo de opinión, me limitaré a reflejar sintéticamente el resto de recomendaciones sobresalientes que dirige a quienes pudieran desempeñar cargos tan delicados como el suyo.

“Porthos” anima a sus homólogos a mantenerse en buen estado físico y mental y a exhibir una calma olímpica, sin levantar nunca la voz, porque, en su opinión, la autoridad no es cuestión de decibelios. Los nervios de acero son fundamentales, aunque mejor todavía es carecer de nervios.

También recomienda una independencia absoluta, advirtiendo que quien tiene deseos o necesidades, terminaría dependiendo de ellos.

En el plano social, propugna la necesidad de no olvidar a los viejos amigos, porque ellos podrán informar lealmente sobre lo que pasa “fuera”, en la vida corriente y normal, con la que, a pesar de lo absorbente del trabajo, hay que permanecer en contacto. Claro está que desconfiando de los nuevos encuentros, que no siempre serán fortuitos, y evitando las recepciones y cenas fuera de casa, donde se pierde el tiempo, proliferan los chismes y se deforma todo lo que se dice. Hay que ser discreto y jamás llamativo o mundano.

Antes de aceptar la dirección de un Servicio de Inteligencia, es fundamental exigir el acceso permanente al poder decisorio, sin ejercer prácticas abusivas y con una confianza recíproca total. En esa relación, tendrá, sobre todo, que comunicar malas noticias, reservando las buenas al nivel técnico. Lo sustancial es decirlo TODO y no traicionar nunca por omisión, aún a riesgo de pasar por un “espantajo” ante un jefe de Estado o de Gobierno débil. Nunca hay que temer el disgusto de quienes están por encima en la dirección política del país.

Como proponía Maquiavelo, si es posible hay que ser amado y temido a la vez, mostrándose cortés y próximo con el personal más humilde, al tiempo que atento y firme con los altos colaboradores, delegando funciones y ofreciendo oportunidades profesionales a los más jóvenes. Conviene desconfiar de quienes creen que podrían sustituir a su superior con ventaja, incluido uno mismo: si existen, es una señal de que no se está a la altura.

Hay que reservar tiempo para el silencio y la meditación en términos globales, no debiendo faltar nunca un mapamundi en el despacho de cualquier jefe de los Servicios de Inteligencia, ni en los de quienes ostentan las máximas responsabilidades políticas. Y desconfiar de los propios sentimientos personales, porque interfieren la capacidad de análisis.

No debe preocupar que le tilden a uno de cartesiano, ni se debe desdeñar jamás el poder de lo irracional, porque inmersos a menudo en un exceso de información o de desinformación, se puede llegar a razonar condicionados por emociones pre dirigidas.

Aprender es fácil, pero también hay que saber olvidar. Del mismo modo, también hay que saber ponerse en el papel de aquellos a quienes se trata de comprender, entrando en su propia mente.

Todo ello sin tomarse a uno mismo excesivamente en serio. El valor y el sentido del humor, son dos virtudes realmente cardinales…

Y he aquí la última recomendación de Alexandre de Marenches: Finalmente, hay que tratar de salir… a tiempo. De hecho, concluye su libro “Secretos de Estado” con esta última frase del emperador Augusto, digno ante la muerte, “Acta est fabula” (La pieza ha terminado).

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Manuel Rey Jimena es coronel del Ejército del Aire y experto en Inteligencia.